—En realidad no he luchado nada todavía. Simplemente he llegado a ciertas conclusiones sobre que si alguna vez habrá de haber igualdad, deberá ser para todos y si no la habrá, entonces a la miércoles, perdón, no quise... Vimos todo esto en nuestra infancia: en la escuela nos dicen bellas palabras, pero no se puede caminar un paso sin empujar, y no se llega a ninguna parte sin untar una mano tendida. De modo que crecemos atrevidos y astutos, el descaro es nuestra segunda dicha.
—No, no puede ser así. Se ha hecho ya mucho en nuestra sociedad. Está exagerando. No puede ser así como dice. Ha visto usted mucho y es cierto que ha sufrido demasiado, pero "el descaro es nuestra segunda dicha" no es filosofía de la vida. ¿No puede ser así!
—Rusya, ha sonado la campana de almuerzo, ¿no la ha oído?
—Gracias, Zemelya, vete. Iré en un segundo. ¡Clara! Lo que le he dicho lo he pensado cautamente, solemnemente. Con todo mi corazón me alegraría de vivir diferente, pero si tuviese un solo amigo, con un amigo razonable o una amiga... Si pudiésemos planear juntos cómo vivir la vida en la mejor forma, por el buen sendero. Ni siquiera sé si puedo decirle todo esto a usted.
—Puede.
—¡Con qué confianza dijo eso! Y sin embargo es imposible. Con su origen. Y es de una clase diferente también.
—No crea que mi vida ha sido fácil, no lo crea. Puedo comprenderle.
—Ayer y hoy me miró con tan amistosa mirada que me hizo querer decirle todo esto,-como lo hubiera hecho con alguien muy próximo... De todos modos, es externamente que soy, como una manera de decir, un prisionero de veinticinco años de condena. Si pudiera decirle en qué filo de navaja estoy ahora. Cualquier persona normal moriría de un ataque de corazón. Pero le contaré más tarde. Clara, ahora quiero decirle que tengo una energía volcánica. Veinticinco años no tienen sentido. Es fácil escapar de aquí. Esta misma mañana pensé cómo podría huir de la prisión de Mavrino, El día que mi novia, si es que la tuviera, me dijese: Rusya fúgate, te espero; le juro que en tres meses me escaparía, falsificaría mi pasaporte a la perfección. La llevaría para Chita, Odessa, Veliki Ustyug. Y comenzaríamos una nueva vida, honesta, inteligente, libre.
—¡Oh sí, una linda vida!
¿Sabe cómo dicen los héroes de Chejov siempre? Esto será en veinte años. ¡Oh, en treinta años! ¡O doscientos años! Sólo trabajar todo un día en una construcción y volver cansados a casa, ¡Qué sueños ridículos tuvieron! No estoy bromeando sobre eso. Hablo seriamente. Estoy hablando absolutamente serio acerca de querer estudiar y quiero trabajar además. Pero no totalmente solo. ¡Clara! Mire qué tranquilo es. Nadie está aquí ¿No querría estar en Veliky Ustyug? Es un monumento de la antigüedad. Yo no he estado allí, todavía.
—¡Que ser sorprendente es usted!
—La busqué en la universidad de Leningrado. No pensaba dónde la encontraría.
—¿A quién?
—Claroshka, una mano de mujer puede esculpir en mí al canalla más grande, al jugador de naipes genial, o al especialista del más alto nivel en vasos etruscos o en rayos cósmicos. ¿Quiere usted que lo sea?
—¿Va a falsificar un diploma?
—No, realmente lo haré. Lo que me indique usted es cuanto necesito. Yo necesito solamente su cabeza, que mueve usted tan lentamente cuando entra al laboratorio.
LA MUJER QUE LAVÓ LA ESCALERA
El mayor general Piotr Afanasyevich Makarigyn, poseedor del título de graduado en jurisprudencia, había servido largo tiempo como fiscal para casos especiales; en otras palabras, casos cuyo contenido era mejor que la opinión pública no los conociese y que, por lo tanto, se procesaban secretamente. Era un fiscal que si bien no era famoso, se podría decir que no era ordinario. Era implacablemente firme en llevar a cabo sus deberes.
Tenía tres hijas, todas de su primera mujer, quien había sido su compañera durante la Guerra Civil y que había muerto al nacer Clara. Las hermanas habían sido educadas por una madrastra, la que fue lo que se puede llamar una buena madre.
Las hijas fueron llamadas Dinera, que significaba la abreviatura de “Criatura de la nueva era”; y la siguiente, Dótnara, de "Hija del pueblo trabajador", mientras que Clara se llamó simplemente Clara, aunque nadie sabía en la familia qué quería decir ese nombre.
Las hermanas tenían dos años de diferencia entre sí. La del medio, Dotnara, había completado diez años de escuela —ciclo superior— en 1940 y adelantándose a Dinera, se casó un mes antes que ésta, en la primavera de 1941. Era, pues, una niña flexible, con rulos rubios, que se lanzaba a la vida y le encantaba ir a bailar con su novio al hotel Metropol. Su padre no quería que se casase tan joven pero tuvo que soportarlo. Es cierto que su yerno estaba en la carrera de Derecho, graduado en la Escuela Diplomática, y era un brillante joven con impresionantes antecedentes, hijo de un famoso padre que había perecido en la Guerra Civil. Este yerno se llamaba Innokenty Volodin.
La hermana mayor, Dinera —en tanto que su madre corría a la escuela para ver qué pasaba con sus continuos aplazos en matemática— balanceaba sus piernas sentada en el sofá y leía y releía todo lo que se había escrito desde Homero a Claude Farrére... Después de terminar la escuela, y no sin la ayuda de su padre, entró en el Instituto Cinematográfico como una estudiante de actriz y en su segundo año se casó con un director conocido, y fue evacuada con él a Alma-Ata; actuó como la heroína en su film, luego lo dejó por "consideraciones creativas", se casó con un general previamente casado, del servicio de abastecimientos, y fue con él hasta el frente, pero al tercer escalón, la mejor zona en tiempo de guerra, donde las granadas de los enemigos no caían y donde las terribles dificultades de la retaguardia no alcanzaban tampoco. Allí conoció un escritor que se había puesto de moda, el corresponsal de guerra del frente, Galokhov, y fue con él a obtener material sobre el heroísmo para los diarios. Devolvió al general a su mujer primera y volvió con el escritor a Moscú. Desde entonces el escritor prosperó. Dinera presidía un salón literario, y tenía la reputación de ser una de las más inteligentes mujeres de Moscú y hasta se escribió un epigrama acerca de ella:
Me resulta agradable callarme en su presencia
porque no me deja decir una palabra.
De modo que por ocho años Clara fue la única niña de la casa. Nadie dijo de ella que era bonita y pocas veces fue llamada linda. Pero tenía una cara limpia y sincera, con una cierta fortaleza. Esta firmeza parecía comenzar en alguna parte, cerca de los ángulos de su frente; había firmeza también en los calmos movimientos de sus manos. Raramente se reía. No le gustaba hablar mucho, pero sí escuchar.