—Bueno, feliz cumpleaños —dijo Nadya tratando de animarlo.
—¡Gracias!
—Es una feliz coincidencia que sea hoy.
—Las estrellas.
Estaban acostumbrados a hablarse así.
Nadya trató de olvidar la presencia opresiva del guardia mirándolos. Nerzhin trató de sentarse de tal manera que la silla no lo pinchase demasiado.
La mesita que había estado enfrente de generaciones de presos bajo interrogatorio, estaba ahora entre esposo y esposa.
—Para no hablar más de esto: Yo te traje para comer, unos pastelitos de los que hace mamá. No pude traerte nada más, lo siento.
—No debías haber traído ni siquiera eso, tontuela. Tenemos todo.
—Pero no tienes pastelitos, ¿no? Y me habías dicho no traer más libros nunca. ¿Has estado leyendo Esenin?
La cara de Nerzhin se oscureció. Hacía más de un mes alguien había enviado una denuncia a Shikin sobre Esenin y éste le había quitado el libro diciendo que estaba prohibido.
Lo estoy leyendo.
Con sólo media hora no valía la pena gastarla en detalles.
Aunque no estaba nada calurosa la habitación, sino más bien fría, Nadya. se desabotonó el cuello de su casaca y la abrió, porque no sólo quería mostrarle a su esposo su nuevo saco de piel de caracul artificial —del cual no había dicho nada aún— sino también su nueva blusa. También esperó que ésta, de color naranja, le diese luz a su rostro. Temía parecer opaca en esa luz mortecina.
Con una mirada abrasadora, Gleb abarcó a su mujer, su rostro, su garganta y la abertura sobre sus pechos. Nadya se estremeció bajo esa mirada, y ese fue el momento más importante de la visita y pareció erguirse para acercársele.
—Tienes una nueva blusa, muéstrame algo más,
—¿Y mi saco de caracul? — Nadya hizo una mueca mimosa y ofendida.
—¿Qué hay con él?
—Es nuevo.
—¿De veras? — entendió por fin Gleb—; ¡el saco es nuevo! — Miró los rulos negros de la piel sin saber que era caracul, o si era artificial o auténtica, siendo el último hombre de la tierra capaz de distinguir un saco de quinientos rublos de uno de cinco mil.
Nadya se tiró el saco hacia atrás y él pudo verle su cuello finamente modelado como el de una jovencita, como siempre había sido, y los estrechos hombros que había amado tanto cuando la abrazaba, y bajo la blusa, los pechos que habían perdido un poco de su firmeza a través de los años.
El pensamiento breve y de reproche por la nueva ropa y los nuevos conocidos se trocó en una compasión aguda, viendo ese pecho caído. Comprendió que el avance del coche celular aplastó también su vida.
—Estás delgada —dijo con simpatía—. ¡Debes comer más! ¿No puedes comer mejor?
La mirada de Nadya preguntaba "¿estoy fea?". "Estás tan atractiva como siempre", contestaba la mirada de su preso.
(Aunque esas palabras no estaban prohibidas por el teniente coronel, no podían decirse en la presencia de otro intruso).
—Como bien —mintió ella—, pero mi vida está ocupada, trajinada.
—¿Por qué? Dímelo.
—No, tú primero.
—¿Qué puedo decirte? — sonrió Nerzhin—. Nada.
—Bueno, sabes... —comenzó ella con reticencia.
El carnoso guardia estaba de pie a medio metro de la mesa, como un bulldog, mirando a la pareja con un desprecio pétreo.
Ellos debían hallar justo el tono exacto, el alado lenguaje de la alusión inalcanzable para él. Sus fundamentos universitarios le sugirieron el tono.
—¿Y el traje es tuyo?
Entrecerró sus ojos y sacudió cómicamente la cabeza.
—¡Oh, que va a ser mío!, un caso Potemkin; Por tres horas, No dejes, que la esfinge te preocupe.
—No puedo evitarlo —dijo Nadya lastimosamente, como una niña, flirteando, cierta de que seguía gustándole a Nerzhin.
Nadya recordó la conversación previa en la sala de espera.
Nerzhin la tranquilizó: —Ya hemos aprendido a verle el lado humorístico.
Nadya aseguró: —:Nosotras las mujeres, no.
Nerzhin hizo esfuerzos para rozar las rodillas de su mujer con las suyas, pero la barra debajo de la mesa se lo impidió. La mesa tambaleó. Apoyado en sus codos y cerca de su mujer, Gleb dijo con hastío: —Así es siempre, trabas por todas partes.
Su mirada preguntaba: "¿eres mía, sólo mía?
"Soy la que amas. No soy peor, créeme", los ojos grises de Nadya brillaban al responder en silencio.
—¿Y tu trabajo, qué problemas tienes con él? ¿Sigues siendo una estudiante graduada? No.
—Pero ya presentaste tu tesis.
—Tampoco.
—¿Cómo puede ser?
—Bueno resulta que... —comenzó a explicar muy rápido temiendo que pasase el tiempo que quedaba—. Nadie ha hecho una disertación en tres años; las posponen. Por ejemplo, un estudiante tarda dos años preparando su examen final sobre "Problemas de la distribución de alimentos en las comunidades", y hacen que cambie su tema. ("¿Para qué hablar de eso?: no es importante"). Mi propia disertación está lista e impresa pero le están haciendo varios cambios. ("Lucha contra la adulación" —Pero, ¿cómo explicarle?...) —...está el problema de las fotocopias y fotografías...Y no sé cómo resolverlo. Hay una de dificultades.
—Pero te siguen pagando tu beca, ¿verdad?
—No.
—¿Y de qué vives?
—De mi salario.
—De modo que estás trabajando. ¿Y en qué?
—En la universidad.
—¿De qué?
—Con un cargo suplente y temporario. ¿Comprendes? Mi situación es precaria todo el tiempo. En general estoy como un pájaro en la residencia estudiantil, yo... en realidad...
Nadya miró al guardia. Lo que quería decir era que la policía tenía que haber cancelado su registro en Stromynka, pero luego, por error, lo había renovado por medio año más. El error podía ser descubierto en cualquier momento. Esa era la razón por la que no podía hablar en presencia de un sargento de la policía de inteligencia.
Nadya continuó: — Me han permitido la visita de hoy porque... esto fue lo que sucedió...