Cuando la oscuridad se disipaba y las luces de las lámparas se apagaban con la luz del día, el conserje Spiridon aparecía en torno del edificio; llevando un saco verde y un gorro de piel con grandes orejas que parecían brotar de él. El conserje también era un zek, pero estaba bajo las órdenes del instituto de administración y no de la prisión. Solamente para evitar una disputa era que él afilaba el hacha y la sierra para la administración de la prisión. Cuando él se aproximó, Sologdin se dio cuenta de que llevaba consigo la sierra que faltaba de su lugar.
A cualquier hora entre el despertar y el apagarse de las luces, Spiridon Yegorov caminaba sin escolta por el patio, custodiado por las ametralladoras. La administración había decidido dar este atrevido paso porque Spiridon era absolutamente ciego de un ojo y con solamente un treinta por ciento de visión en el otro. Aunque se suponía que había tres porteros en la sharashkasegún el cuadro de organización, desde que el patio consistía en varios patios conectados sobre un área total de casi dos hectáreas, Spiridon, que no lo sabía, cargaba con todo el trabajo y no lo pasaba mal. El mayor problema era que él comía allí, no menos de un kilo y medio de pan negro por día, pues se podía comer tanto pan como se quisiera, y los muchachos le dejaban además su kasha. Obviamente Spiridon había aumentado de peso y había mejorado de aspecto desde los tiempos de Sev Urallag, desde sus tres inviernos de leñador y sus tres primaveras de jangadas cuando acarreaba en brazos muchos miles de leños.
—¡Eh, Spiridon! — gritó Sologdin impaciente.
—¿Qué?
El móvil rostro de Spiridon, con sus bigotes rojizos, sus ojos grises, cejas y piel rojiza, a menudo tomaba una expresión de atención complaciente cuando alguien le hablaba como ahora. Sologdin no sabía que esta demostración de atención complaciente de parte de Spiridon era una señal de burla.
—¿Cómo qué? ¿Esa sierra no corta?
—¿Por qué no habría de cortar? — preguntó Spiridon sorprendido—. ¡Se ha quejado usted mucho este invierno! ¡Bueno, hagamos una demostración!
Y le pasó una de las manijas de la sierra.
Comenzaron a aserrar. Una o dos veces la hoja saltó del otro lado de la canaleta como si no quisiera calzar en ella, después mordió y agarró.
—La está agarrando muy fuerte, advirtió cautelosamente Spiridon. Tome la manija con tres dedos, como una lapicera y déjela andar donde quiera ir, con suavidad... Esta es la manera. Cuando vaya hacia usted, no la tironee.
Cada uno saboreaba su superioridad sobre el otro. Sologdin porque conocía mecánica teórica, resistencia de materiales, y muchos otros puntos científicos; Spiridon porque todas las cosas materiales le obedecían a él. Pero si Sologdin no escondía su condescendencia hacia el portero, Spiridon ocultaba la suya al ingeniero.
Aun cortando por el centro el grueso leño, la sierra no saltó, se puso a zigzaguear, a lo largo, salpicando el amarillo aserrín del pino sobre ambos hombres.
Sologdin se rió: —¡Eres un trabajador maravilloso, Spiridon! me confundes; has afilado la sierra ayer, y ¡lo demuestras!
Spiridon satisfecho, cantaba siguiendo el ritmo de la sierra: "come, come, mastica finito. Ella misma no lo traga, lo da a los otros".
Y con un golpe, rompió el leño antes de que estuviera completamente aserrado.
—No la afilé nada, — dijo, mostrando el filo de la sierra al ingeniero—. Mire usted los dientes. Son los mismos de ayer.
Sologdin examinó los dientes y efectivamente no encontró marcas frescas. Pero el pillo le había hecho algo a la sierra.
—Bien, Spiridon, sigamos aserrando un poco más.
—No, dijo Spiridon poniendo sus manos detrás. Estoy muerto de cansado. Todo lo que mis abuelos y bisabuelos no terminaron lo apilaron sobre mí. Y sus amigos estarán llegando.
De todos modos los amigos no vinieron.
Ya era de día. Una alegre mañana helada se encendía detrás. Toda la tierra y hasta las canaletas de los tejados estaban cubiertas de escarcha gris, que coronaba los tilos lejanos en el patio de ejercicios.
—¿Cómo entraste en la sharashka, Spiridon? — le preguntó Sologdin, indagando al portero.
En sus muchos años de campo Sologdin había tratado solamente con gente educada, y no suponía encontrar algo de interés hablando con alguien sin cultura.
—Sí, — dijo Spiridon, chasqueando sus labios. Siempre se agrupan juntas las gentes científicas y por casualidad caí acá yo también. Mi ficha dice que soy un soplador de vidrio. Y bien, alguna vez fui realmente un soplador de vidrio, un maestro soplador de vidrio de nuestra fábrica en Bryansk. Fue hace mucho tiempo, y ahora he perdido la vista y la clase de trabajo que hacía allí no tiene nada que ver con lo que hago ahora aquí. Aquí necesitan un soplador de vidrios hábil como Ivan. Nosotros nunca tuvimos uno como él en nuestra fábrica, jamás. Pero ellos me trajeron gracias a esta ficha, de todos modos. Así cuando yo llegué aquí, me miraron para ver qué era, y quisieron mandarme de vuelta, pero gracias al comandante me tomaron como portero.
Nerzhin apareció por una esquina viniendo en dirección del patio de ejercicios y del desolado edificio de un piso del cuartel del cuerpo de campo. Llevaba un saco acolchado sobre su guardapolvo desabotonado y una toalla de la dependencia estatal, (tan corta por eso) que casi le colgaba de un lado del cuello.
—Buenos días, amigos, saludó bruscamente, desvistiéndose mientras caminaba, mostrando su guardapolvo y sacándose afuera la camisa.
—Glebushka, ¿te estás volviendo loco? ¿Dónde ves algo de nieve? — le preguntó Sologdin mirándolo de soslayo.
—Allá, — replicó Nerzhin sombríamente, encaramándose en el techo del sótano. Allí había una fina capa de lo que podía ser nieve o escarcha, y tomándola a manos llenas, Nerzhin comenzó a frotarse vigorosamente el pecho, la espalda y los costados. Todo el invierno se frotaba con nieve hasta la cintura, aunque si sucedía que los guardias estuvieran cerca, ellos le impedían.
—¡Te está saliendo vapor!, — le dijo Spiridon, sacudiendo la cabeza.
—¿Todavía ninguna carta, Spiridon Danilich? — preguntó Nerzhin.
—¡Sí la hay!
—¿Por qué no me la trajiste para que te la leyera? ¿Todo anda bien?
—Hay una carta pero no la pude conseguir. La serpiente la tiene.
—¿Myashing? ¿No te la quiso dar? Nerzhin detuvo sus masajes.
—Puso mi nombre en la lista pero el comandante me ha hecho alejar del desván en tiempo del despacho del correo. Así, en un momento dado me llegué hasta allí, pero la serpiente había terminado de repartir el correo. Ahora debo esperar hasta el lunes.
—¡Los bastardos! — rugió Nerzhin.