Abakumov abrió una caja de Troikas especiales y se la tendió a Bobynin.
—Sírvase de éstos.
—¡Gracias!, pero no cambio de marca. Esos me hacen toser. — Y tomó un Belomor de su propia cigarrera.— Entienda de una vez, ustedes son poderosos en tanto que no le hayan quitado todoa la gente. Porque la persona a quien le hayan quitado todo, ya no está en poder de ustedes. Es libre otra vez.
Bobynin quedó callado, concentrado en el humo de su cigarrillo. Gozaba molestando al ministro, sentado en un asiento tan confortable. Sólo sentía haberse tenido que privarse del cigarrillo de lujo, para producir efecto.
El ministro revisó sus papeles. — Ingeniero Bobynin. ¿Es usted el ingeniero que maneja el interruptor?
—Sí.
—Le pido que me conteste con absoluta precisión: ¿cuándo estará listo para ser usado?
Bobynin alzó sus espesas cejas oscuras.
—¡Esto es algo nuevo! ¿No hay alguien más importante que yo para hacerle esta pregunta?
—Yo deseo saberlo por usted personalmente. ¿Estará listo para febrero?
—¿Para febrero? ¡Usted bromea! Si fuera cuestión de hacer a las cachetadas algo con gran apuro para arrepentirse después —bueno entonces— en medio año. Para una codificación exactamente ajustada, no tengo la menor idea. Tal vez un año.
Abakumov estaba aturdido. Recordaba, el temblor impaciente y enojado del bigote del "Amo", y se sentía enfermo, al rememorar la promesa que había hecho él, basado en lo que Sevastyanov había dicho. Tenía la penosa sensación de una persona que hubiese ido a curarse de un resfrío de cabeza y se encontraba con que tenía cáncer nasofaríngeo.
El ministro apoyó su cabeza en ambas manos y dijo con una voz constreñida, — Bobynin, le pido que pese cuidadosamente sus palabras. Si eso se puede apresurar ¿qué hay qué hacer?
—No se puede apresurar.
—¿Pero por qué? ¿Cuál es la razón? ¿A quién debe culparse? Dígamelo, ¡no tenga miedo! Dígame quién es el responsable, y no importa qué charreteras lleve: se las sacaré.
Bobynin miraba el cielorraso, donde jugueteaban las ninfas de la Compañía de Seguros "Rossiya".
—Si así resultan dos y medio a tres años, se indignaba el ministro —y ¡el término que les fue dado era de un año!
Bobynin estalló. — ¿Qué quiere decir dieron un término? ¿Qué se figura usted que es la ciencia? ¡Tú, corcel mago, constrúyeme un palacio por la mañana! y por la mañana se tiene el palacio. ¿Y qué, si el problema ha sido planteado incorrectamente de entrada? ¿Y qué, si un nuevo fenómeno se presenta? ¡Un término! No se le ocurre que además de dar órdenes, usted necesita gente calma, bien alimentada, y libre para hacer el trabajo, sin esta atmósfera de sospecha. Por ejemplo, arrastramos un pequeño torno de un lado a otro, y sucede de pronto que estando en nuestras manos o después, su base se rompe. ¡Sólo el diablo sabe porqué se rompe! Pero cuesta treinta rublos soldarla. Y el m... de torno es una pieza de ciento cincuenta años., no tiene motor, está impulsado por una polea, y por causa de este accidente el mayor Shikin, oficial de seguridad, ha estado investigando a cada uno e interrogándonos durante dos semanas buscando alguien a quien colgarle un segundo término por sabotaje. Esto es el oficial de seguridad del instituto, un parásito, y hay otro en la prisión y todo cuanto saben es sacar de quicio a la gente con sus informes y problemas. ¿Para qué diablos necesitamos todas estas oficinas de seguridad? Al final todos dicen que están trabajando en un teléfono secreto para Stalin, que Stalin personalmente está presionando para ello. Ni siquiera en una operación como ésta ustedes pueden asegurarnos un material suplementario. Faltan los condensadores necesarios, los tubos son de mala calidad o no tenemos suficientes oscilógrafos. ¡Qué miseria! ¡Qué vergüenza! ¿A quién hay que culpar? Y ¿piensan ustedes en la gente? Todos ellos trabajan doce y hasta dieciséis horas por día, y ustedes alimenten solamente a los ingenieros y jefes con carne y a los demás les dan los huesos que quedan. ¿Por qué no permiten a los condenados por el artículo 58 que los visiten sus familiares? Las visitas están fijadas una vez por mes, y ustedes sólo las permiten una vez al año. ¿Ayuda esto a la moral? ¿Tal vez no tengan suficientes coches celulares para trasportar a los prisioneros? ¿O plata para pagar a los guardias para que trabajen en sus días de salida? ¡El régimen! ¡El régimen! les perturbe las cabezas, el régimen los saca de quicio! El domingo se nos solía permitir pasear todo un día; ahora está prohibido. ¿Por qué? ¿Así se trabaja más? ¿Qué creen que hacen; juntan la crema sobre la m...? Hacer que la gente se sofoque por falta de aire fresco no hace andar más ligero las cosas. Pero ¿de qué sirve hablar? Ahí está usted, ¿por qué me convocó a la noche? ¿No hay bastante tiempo durante el día? Después de todo yo tengo que trabajar mañana. Necesito dormir. Bobynin se puso de pie, derecho, colérico, grande.
Resoplando pesadamente, Abakumov se tenía contra el borde del escritorio.
Era la una y veinte. Una hora después, a las dos y media, Abakumov debía presentar su informe a Stalin en su casa de Kuntsevo.
—Si este ingeniero dice la verdad, ¿cómo salir ahora del apuro?
Stalin no perdona...
Pero despachando a Bobynin se acordó de esta "troika de mentirosos" de la sección Técnica Especial. Una furia oscura le quemó los ojos.
Tocó el timbre para hacerlos volver.
EL ANIVERSARIO DEL "AMO"
El cuarto era pequeño y bajo. Tenía dos puertas y ninguna ventana, pero el aire era fresco y agradable. (Un ingeniero especial estaba a cargo de su circulación y pureza). La mayor parte de la habitación estaba ocupada por una otomana baja, oscura, con una almohada con flores. Dos luces gemelas con pantallas rosa pálido iluminaban desde la pared.
En la otomana estaba reclinado un hombre cuya efigie había sido esculpida en piedra, pintada al aceite, a la acuarela, al gouachey a la sepia; dibujado en carbonilla y cal; modelado en cemento, arena, cerámica, granos de trigo, granos de soya, esculpido en marfil, en el césped, bordado en alfombras, dibujado en el cielo por las escuadrillas de aviones en formación, fotografiado en el cinematógrafo... como ningún otro hombre lo fue durante los tres millones de año de la corteza terrestre.
Yacía allí con los pies en alto, calzado con suaves botas caucasianas semejantes a medias gruesas. Llevaba chaqueta de servicio con cuatro grandes bolsillos, dos sobre el pecho, dos a los lados; una de las tantas chaquetas viejas que él Había usado durante la guerra civil y que cambió por el uniforme de mariscal solamente después de Stalingrado.
El nombre de este hombre llenaba los diarios del mundo, pregonado por millares de locutores en ciento de lenguajes, voceado por los oradores al comienzo y al final de los discursos, vociferado por las tiernas voces de los "pioneros" y proclamado obligatoriamente por arzobispos. El nombre de este hombre ardía en los labios resecos de los prisioneros de guerra, en las encías hinchadas de los reclusos de los campos de concentración. Se le había dado a multitud de ciudades y barrios, calles y boulevares, universidades, escuelas, sanatorios, cadenas de montañas, canales, fábricas, minas, estados y granjas colectivas, barcos, rompehielos, barcos pesqueros, talleres de zapateros, casas-cunas —un grupo de periodistas de Moscú había propuesto que se le diese también al Volga y a la Luna.