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Los intentos de comenzar otros trabajos fueron destruidos en la desigual batalla.

Mamurin eligió la TAREA SIETE para sí porque no podía convertirse en el subordinado de su propio ex subordinado, Roitman, y también porque el ministerio consideraba conveniente tener una fiera y vigilante mirada sobre el hombro del no Partidario y ligeramente corrupto Yakonov.

A partir de ese día, Yakonov podía estar en el Instituto durante la noche, o no, como le plugiese. El coronel MVD degradado, el solitario prisionero de blancos y febriles ojos, mejillas horriblemente hundidas que reunía en sí a Homero y Gribachev, rehusando comida y bebida, reprimiendo su reciente pasión por la poesía, esclavizado hasta las dos de la madrugada, imponía a los de la TAREA SIETE un día de quince horas laborables. Un horario de trabajo tan conveniente podía existir sólo en la TAREA SIETE porque los empleados libres no tenían que soportar el servicio especial nocturno, puesto que no había necesidad de una vigilancia de seguridad sobre Mamurin.

Cuando Yakonov dejó a Verenyov y a Nerzhin en su oficina, se fue directamente al laboratorio de TAREA SIETE.

TAREA SIETE

Nunca se les dice a los soldados rasos lo que los generales están planeando, pero ellos saben perfectamente bien si han sido desplegados en la línea principal de avanzada o en flanco. Del mismo modo, los trescientos zeks de la sharashkade Mavrino estaban acertados en suponer que la TAREA SIETE era el sector crucial.

Nadie en el instituto debía saber el verdadero nombre de TAREA SIETE, pero todos lo sabían. Era el "Laboratorio de Habla Abreviada". "Habla Abreviada" había sido tomado del inglés, y no sólo los ingenieros y traductores, sino también la asamblea y los instaladores, los torneros, y quizá hasta el semisordo carpintero, sabían que la pieza del equipo en cuestión se estaba construyendo siguiendo la línea de los modelos americanos. Pero era una práctica aceptada el pretender que todo era de origen nativo. Por lo tanto las revistas de radio americanas con diagramas y artículos sobre la teoría de la abreviatura, que se vendían en los puestos de libros de Nueva York, estaban aquí numeradas, atadas con cintas, clasificadas, y selladas en cajas fuertes a prueba de fuego, lejos del alcance de los espías americanos.

Abreviatura, amortiguación, compresión de la amplitud, diferenciación electrónica e integración del habla humana normal eran profanación de la ingeniería en comparación a la desmembración de un área de refugio meridional, como Novy Afon o Gurzuf, en pequeños fragmentos de material, rellenando con ellos millones de cajas de fósforos, mezclándolas todas, pasándoselas rápidamente a Nerchinsk, clasificándolas y recopilándolas en su nueva ubicación, para que el resultado no pueda ser diferenciado del original. Una nueva creación de los subtrópicos, el sonido de las olas en la playa, el viento del sur y la luz de la luna.

Lo mismo, usando pequeñas dosis de impulsos eléctricos, había que hacer con el habla, reconstruirla de un modo tal que no sólo todo sería comprensible sino que el Jefe sería capaz de reconocer por la voz, a la persona con quien estaba hablando.

En las sharaschkas, aquellas instituciones aterciopeladas donde no penetraba el rechinar de dientes de la lucha por la vida de los campos de concentración, desde tiempo atrás había sido una regla establecida que aquellos zeks más comprometidos en la próspera solución de un problema recibirían todo: —libertad, un pasaporte limpio, un departamento en Moscú; mientras que el resto no recibía nada, ni un solo día menos del plazo, ni cien gramos de vodka en honor a los triunfadores.

No había términos medios.

Entonces los prisioneros que fueron capaces de adquirir esa tenacidad de campo de concentración, gracias a la cual un zek podía al parecer aferrarse con sus uñas a la superficie de un espejo vertical, los prisioneros más tenaces trataron de meterse en el grupo de TAREA SIETE para poder saltar de allí a la libertad.

Así fue cómo entró allí el brutal ingeniero Markhushev, con su cara granujienta y jadeante de avidez por morir por las ideas del coronel de ingenieros Yakonov y otros de la misma especie también entraron allí de ese modo.

Pero el perspicaz Yakonov eligió también hombres para la TAREA SIETE que no trataron de meterse allí. Ese era el caso del ingeniero Amantay Bulatov, un tártaro de Kazan que usaba grandes anteojos enmarcados en carey, una persona recta con una risa ensordecedora, sentenciado a diez años por haber sido capturado por los alemanes y haberse pasado a los enemigos de pueblo Musa Dzjalil. Esto también ocurría con Andrei Andreyevich Potapov, un especialista en voltajes ultra altos y en la construcción de estaciones de fuerza motriz. Entró a la sharashkaen Mavrino a causa del error de un empleado ignorante que manejaba las tarjetas en el GULAG. Pero siendo un ingeniero auténtico y un trabajador tesonero, Potapov en seguida encontró su lugar en Mavrino y se volvió irremplazable en los trabajos que involucraran equipos precisos y complejos de medición de frecuencias de radio.

Otro miembro del grupo era el ingeniero Jorobrov, un gran experto en radio. Había sido destinado a la TAREA SIETE desde el comienzo, cuando aquello era una unidad común. Últimamente se había hastiado de la TAREA SIETE y no acompañaba su ritmo vertiginoso y Mamurin se había cansado de él.

Por fin, sin apiadarse de hombres y caballos, acá el grupo SIETE de Mavrino, fue traído desde Salejard el sombrío recluso e ingeniero genial Alexander Bobynin, proveniente de una brigada de régimen muy riguroso del campamento de trabajos forzados, inmediatamente fue ubicado para la conducción, por encima de todos los demás, había sido arrebatado de las puertas de la muerte, y en caso de éxito sería el primer candidato a la libertad. Entonces se quedaba levantado y trabajaba hasta después de medianoche, pero trabajaba con una dignidad tan altanera que Mamurin le temía. Bobynin era el único en todo el grupo al que no se atrevía a censurar.

El laboratorio de TAREA SIETE era un cuarto similar al Laboratorio de Acústica del piso inferior. Estaba equipado y amueblado como el otro, salvo que no tenía casilla acústica.

Yakonov visitaba el laboratorio TAREA SIETE varias veces al día, y por esa razón su presencia allí no provocaba la agitación que provocaba una visita del jefe principal. Sólo Markrushev y los otros adulones se adelantaban atropellándose y se movían por todos lados con más ansia que nunca. En cambio Potapov, colocaba un medidor de frecuencia en el único lugar abierto de arriba, en los estantes repletos de instrumentos que lo separaban del resto del laboratorio. Hacía su trabajo rápido, sin explosiones frenéticas de esfuerzo, y en este momento estaba haciendo una cigarrera de plástico colorado trasparente, con la idea de presentarla como regalo a la mañana siguiente.

Mamurin se levantó para saludar a Yakonov como a un igual. No estaba usando los overoles azul oscuro de todos los zeks, sino un traje de lana caro; sin embargo no conseguía realzar su cara demacrada y su huesuda figura.

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