Una vez a la semana, dos de las mujeres dibujantes, tal como lo requerían las disposiciones, circulaban entre los diseñadores para recoger las hojas viejas e inútiles que debían ser destruidas. No podían rasgarse y tirarse al canasto de los papeles; había que contarlas, registrar su total, y luego quemarlas en el patio.
Sologdin tomó un lápiz grueso y blando, y como al descuido trazó diversas líneas a través de su dibujo; luego lo manchó y borroneó.
Desprendiéndolo, lo sacó de la plancheta, puso una hoja sucia sobre ella, puso otra hoja debajo, las enrolló juntas y se las dio a una de las mujeres.
—Tres hojas, por favor.
Luego se sentó, abrió un libro de referencias y levantó los ojos para ver qué le sucedía a su dibujo.
Las dos mujeres contaban las que habían recogido y anotaron el total de hojas.
Nadie se acercó a la mujer que había tomado la suya.
Esto era un descuido de parte de Shishkin-Myshkin: eran demasiado confiados. ¿Por qué no habían creado en la Oficina de Diseños una Oficina de Seguridad de la Oficina de Diseños que inspeccionara todos los dibujos que debían ser destruidos por la Oficina de Diseños?
No había nadie a quién comunicar su idea y Sologdin se rió para sí.
Por fin, habiendo reunido todas las hojas inútiles en varios rollos y tomado una caja de fósforos de uno de los fumadores habituales, las mujeres salieron.
Rítmicamente Sologdin hizo algunos trazos sobre un pedazo de papel, contando los segundos: debían estar bajando las escaleras. ahora estarían poniéndose los abrigos... ahora saldrían al patio...
Permaneció de pie detrás de su plancheta de dibujo, levantada en tal forma que casi nadie de la habitación podía verlo. Pero él podía ver la parte del patio donde estaba un tiznado barril hasta el cual, el expeditivo Spiridon aquella mañana había abierto un camino con la pala. La nieve, aparentemente, se había endurecido algo y ambas mujeres, calzando botas, llegaron hasta el barril sin dificultad.
Pero tardaron mucho tiempo en quemar la primera hoja. Encendieron un fósforo tras otro, luego varios a la vez, pero el viento los apagaba; o los fósforos se rompían o las cabezas encendidas de los fósforos saltaban sobre las mujeres, y éstas, temerosas, se los sacudían de encima. Ya casi no les quedaban fósforos en la caja, y parecía que tendrían que volver para buscar más.
El tiempo corría —Sologdin podría ser llamado por Yakonov en cualquier momento.
Pero las mujeres gritaron algo moviendo los brazos, y Spiridon con su gorro de piel con orejeras, se les acercó, llevando la escoba.
Se quitó la gorra para que no se chamuscara, la puso a su lado sobre la nieve, metió la hoja de papel y su cabeza roja dentro del barril, revolvió algo allí, luego sacó la cabeza, y la hoja de papel estaba roja... Había prendido la llama. Spiridon la dejó en el barril y comenzó a echar las otras hojas adentro. Las llamas surgieron del barril y las hojas se quemaron hasta convertirse en cenizas negras.
Recién entonces, alguien en el escritorio del jefe de la Oficina de Diseños llamó a Sologdin por su nombre.
El teniente coronel quería verlo.
Alguien del Laboratorio de Filtración se quejaba de no haber recibido el dibujo de dos soportes que habían ordenado.
El teniente coronel no era un hombre rudo. Sólo dijo, con una ceja levantada:
—Vamos, Dmitri Aleksandrovich, ¿qué tiene eso de tan complicado? Lo pidieron el jueves. Sologdin se enderezó:
—Excúseme. Estoy terminándolo ahora. Estará listo dentro de una hora.
Todavía no lo había empezado, pero no podía admitir que todo el trabajo le llevaría sólo una hora.
SU PROFESIÓN FAVORITA
El sector operativo de la Cheka (seguridad y contraespionaje) en Mavrino estaba dividido entre el mayor Myshin, policía de la prisión, y el mayor Shikin, policía del instituto. Actuaban en diferentes departamentos y, como recibían su paga de diferentes cajas, no estaban en competencia. Sin embargo, una cierta inercia impedía que cooperaran juntos; sus oficinas estaban en distintos edificios y en pisos diferentes. Los asuntos de contraespionaje y los de seguridad no podían ser discutidos por teléfono; y como eran, de igual rango, cada, uno de ellos consideraba humillante ir a ver al otro, como si hacerlo tradujera servilismo. De manera que trabajaban uno con las almas nocturnas, el otro con las diurnas, sin encontrarse durante meses enteros, aun cuando ambos subrayaban en sus informes trimestrales la necesidad de estrecha cooperación y coordinación de todas las funciones de seguridad y contraespionaje en Mavrino.
Cierta vez, leyendo un artículo en el Pravda, el mayor Shikin quedó pensativo por el título; "Su profesión favorita." (El artículo se refería a un propagandista a quien le gustaba explicar cosas, más que nada en el mundo. Explicaba a los trabajadores la importancia de aumentar la productividad; a los soldados la necesidad de sacrificarse uno mismo; a los votantes, la corrección de la política del bloque "Comunista sin Partido).
A Shikin le gustó el título. Sacó la conclusión de que él tampoco había cometido un error al escoger su trabajo. Nunca se había sentido atraído, por ninguna otra profesión. Le gustaba la suya, y a ésta le gustaba él.
En el momento, Shikin terminó, la escuela de la GPU y siguió cursos de perfeccionamiento de jueces de instrucción. Pero había pasado poco tiempo trabajando como tal y en consecuencia, no podía considerarse juez de instrucción. Trabajo como oficial de seguridad en la sección Trasportes de la GPU; durante la guerra fue jefe de un departamento de censura del ejército; luego estuvo en la Comisión. para Repatriación; después, en un campo de verificación y clasificación, más tarde, fue instructor especial en las técnicas para deportar griegos desde Kuban a Kazakshtan, y finalmente, oficial de seguridad del Instituto de Investigaciones de Mavrino.
Habían muchos aspectos positivos en la profesión de Shikin. En primer lugar, después de la Guerra Civil, dejó de ser una profesión peligrosa. En cada operación había una abrumadora superioridad de fuerzas; dos o tres hombres armados contra un enemigo desprevenido y desarmado que, a menudo, recién se despertaba.
Además, también estaba bien remunerada; le daba acceso a uno a lo mejor de los centros de distribución especiales; a los mejores departamentos Confiscados a los condenados; a pensiones más altas que las que se pagaban a los militares y a sanatorios de primera clase.
No era un trabajo que agotara; no habían normas. Es verdad que los amigos, le habían dicho a Shikin que en 1937 y 1945 los oficiales de seguridad tenían que trabajar como caballos, pero Shikin jamás se había encontrado en ese tipo de situación, y en realidad no lo creía mucho. En los buenos tiempos uno podía adormilarse durante meses en el escritorio. El trabajo se caracterizaba por la falta de apuro; a la natural falta de apuro de toda persona bien alimentada, se agregaba la lentitud deliberada para trabajar en la psiquis del prisionero y sonsacar declaraciones sacar la punta al lápiz con parsimonia, elegir una lapicera, una determinada hoja de papel, el paciente registro de todo tipo de trámites tontos y datos circunstanciales. Esta deliberación penetrante era excelente para los nervios y contribuía a una larga vida.