Haciendo lo posible por parecer indiferente, comentó, " 'El ancho mundo está inundado de lágrimas', podrías elegir otra canción para arreglar un zapato. ¡Mucha gente murió con esa canción en los labios, o marchó al exilio o a trabajos forzados!
Por tozudez quién sabe porqué, se erizó con furia: "¡Vean eso! ¡Los abnegados héroes! Ibanal exilio y a trabajos forzados! Bueno, ¡todavía van hoy!
—¿Qué? — El fiscal estaba azorado ante una comparación tan imprudente e injusta. ¿Cómo podía alguien perder la perspectiva histórica en esa forma? Apenas podía contenerse y haciendo un esfuerzo para no pegarle a su hija, le arrancó el zapato de las manos y lo arrojó violentamente sobre el piso.
—¿Cómo osas comparar al partido de la clase trabajadora con esos fascistas infames?
Era muy cabeza dura. Aunque le pegara, no lloraría ni se daría, por vencida. Permanecía allí, parada, con un pie calzado y el otro en medias.
—¡No vengas con discursos, papá! ¿Qué clase de trabajadores? Fuiste un obrero durante dos años, hace siglos, y por los treinta años siguientes, has sido sólo un fiscal. Lindo trabajador eres, que no tienes ni un martillo en toda la casa. ¡Un trabajador que ni se acerca a un auto sin chófer! Nuestra existencia determina nuestra conciencia; eso es lo que se nos ha enseñado, ¿no es así?
—Sí, la existencia social, pequeña imbécil. ¡Y la conciencia social!
—Bueno, ¿y a qué llamáis ser socialmenteconscientes, entonces? Unos poseen mansiones y otros viven en covachas. Unos tienen auto y otros van a trabajar caminando con los zapatos agujereados. ¿Quién de los dos es social?
Su padre se ahogaba de rabia e impotencia. Otra vez la eterna imposibilidad de explicarle la sabiduría de la vieja generación a esta estúpida juventud.
—¡Eres una imbécil! ¡No entiendes nada y no aprendes nada!
—Bueno, ¡enséñame! Vamos, ¡enséñame! ¿De qué vives? ¡No te estarían pagando miles y miles si no les dieras algo a cambio! Un relámpago de ira iluminó la oscurecida cara de Clara.
—Trabajo acumulado, idiotita. Lee a Marx. Tienes una determinada educación, una profesión. Eso no es trabajo acumulado y te pagan más por ello. ¿Y qué de los mil ochocientos rublos que te dan en el instituto? ¿Qué haces para ganarlos?
Justo en ese memento su mujer irrumpió en la habitación porque había oído el barullo y empezó a reconvenir a Clara por tratar de arreglar un zapato por su cuenta. Debería pagarle a un zapatero para que lo hiciera. Para eso estaban los remendones; no había por qué estropear el candelabro o el aparador.
Ahora, sentado en el diván, Makarygin, con los ojos entrecerrados, volvía a ver a su hija, a su amada y odiosa hija, cubriéndolo hábilmente de insultos; la veía recoger el zapato que él había tirado al suelo y alejarse rengueando rumbo a su cuarto.
—Dushan, Dushan —suspiró blandamente Makarygin—. ¿Qué puedo hacer con mi hija?
—¿Qué hija? — dijo Radovich sorprendido, y siguió hojeando a Plekhanov.
La cara de Makarygin era casi tan ancha en la barbilla como en la frente. Su fisonomía gruesa, rectangular, cuadraba con la severa posición de responsabilidad social de un fiscal. Sus grandes orejas sobresalían del conjunto como las alas de la esfinge. Era un espectáculo lamentable ver la confusión pintada en semejante cara.
—¿Cómo pudo suceder, Dushan? Cuando perseguíamos a Kolchak, ¿quién se hubiera imaginado que recibiríamos semejantes pruebas de ingratitud por parte de nuestros hijos?
Le contó el cuento del zapato.
Radovich sacó un sucio trozo de gamuza del bolsillo y limpió con él los cristales de sus anteojos, empañados por la emoción. Era muy corto de vista, no podía ver sin ellos. Luego dijo:
—Un magnífico joven vive cerca mío. Un oficial dado de baja. A veces viene a conversar conmigo. Una vez me dijo que en el ejército compartía los parapetos con los conscriptos. Cuando alguno de sus superiores pasaba por allí, siempre le decía: "¿Por qué no se hace construir un refugio aparte? ¿Porqué no consigue un ordenanza para que le cocine? ¡Usted no se da su lugar! ¿Por qué cree que recibe ración de oficial?" Ahora bien, este tipo tenía nuestra educación, nuestra instrucción leninista; uno simplemente no podía hacer una. cosa así. Sería como ofenderse a uno mismo. De modo que fue necesaria la orden del comandante. "¡No desprestigie su rango de oficial!", para que se volviera hacia sus soldados y les dijera: "¡Constrúyanme un refugio nuevo! "¡Y coloquen en él mis enseres!" Y sus superiores lo alabaron por este gesto. "Debería haberlo hecho hace mucho tiempo", le dijeron.
—Bueno, ¿y qué quieres? — le preguntó el fiscal frunciendo el ceño. El viejo Dushan se había tornado desagradable con los años. Estaba celoso porque no había llegado a ninguna parte, así que tenía que recriminar a otros las posiciones que habían sabido hacerse.
—¿Qué es lo que quiero? — repitió Radovich colocándose nuevamente los anteojos y poniéndose de pie, delgado y tieso como era—. La chica tiene toda la razón del mundo, y eso se nos ha avisado ya. Uno tiene que aprender hasta de sus enemigos.
—¿Sugieres que aprendamos de los anarquistas? — preguntó asombrado el fiscal.
—Para nada, Pyotr. ¡Sólo apelo a tu conciencia como miembro del partido! — exclamó Dushan, levantando su mano y apuntando al cielorraso con su largo índice—. El ancho mundo está inundado de lágrimas, ¿y hablas de trabajo acumulado? ¿Y probablemente algunas pagas adicionales? Ganas unos ocho mil rublos, ¿no es así? Y una fregona gana doscientos cincuenta, ¿no?
La cara de Makarygin se convirtió en un perfecto rectángulo. Una de sus mejillas se contraía espasmódicamente.
—¡Te has vuelto loco en esa cueva donde vives! ¡Has perdido todo contacto con la realidad! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ir mañana y pedir que me rebajen el sueldo a doscientos cincuenta rublos? ¿De qué viviría? ¡Sin contar con que en una de esas me toman por loco y me echan! Los otros no renunciarán a su sueldo.
Para darle más fuerza a su respuesta, Radovich, apuntando con su dedo como si se tratara de una lanza, acompañaba sus palabras con estocadas imaginarias.
—Lo que necesitamos es purgarnos de la podredumbre burguesa. Una limpieza general; he ahí lo que hace falta. Mira lo que eres y las ideas que tienes incrustadas en la cabeza. ¡Pyotr, mira en lo que te has convertido!
Makarygin se protegió con la mano abierta.
—¿Para qué vivir entonces? ¿Para qué hemos luchado? ¿No te acuerdas de Engels? ¡La igualdad no significa igualar el todo a cero! ¡Vamos hacia el momento histórico en el cual todos podrán triunfar y prosperar!
—¡No te escondas detrás de Engels! El ejemplo que das se parece a Feuerbach: Tu primera responsabilidad es hacia ti mismo. Si eres feliz, ¿harás también felices a los demás?