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—¡Basta! Ya es suficiente ilustración para ti. Si no te cuidas, te verás envuelto en la dominación del mundo. Siéntate y conviértete en mi asesor.

Abajo hubieron aplausos.

—¡Vamos, Zemelya, vamos!

Zemelya era afable y no se pudo resistir mucho tiempo. Sonriendo embarazado, sacó la cabeza calva entre las barras de la litera: Es un gran honor ser elegido por el pueblo, pero amigos, yo no he estudiado, soy incapaz...

Se produjo una amistosa carcajada. ¡Ninguno de nosotros es capaz! ¡Ninguno ha estudiado para ello! Y esta fue su respuesta y su elección como vocal.

Del otro lado de Nerzhin estaba acostado Ruska Doronin. Se había desvestido y estaba enteramente cubierto por la manta, con una almohada sobre la cabeza por añadidura. Estaba en pleno rapto de felicidad y no quería oír, ver ni ser visto. Sólo estaba allí físicamente; sus pensamientos y su corazón habían partido detrás de Clara, que había vuelto a su casa. En el momento de partir había terminado de tejer la canastilla para el Árbol de Navidad y se la había dado secretamente a Ruska. Él la tenía ahora bajo la manta y la besaba.

Viendo que era inútil molestar a Ruska, Nerzhin buscó un segundo candidato.

—¡Amantai!; ¡Amantai! — gritó, llamando a Bulatov—, ven a integrar el Tribunal.

Los anteojos de Bulatov brillaron desafiantemente.

—Iría, pero no hay dónde sentarse allí. Seré el alguacil acá en la puerta.

Khorobrov (que ya le había cortado el pelo a Adamson y a otros dos más, atendía a un nuevo cliente, sentado sin camisa en medio del cuarto, para no trabajar luego limpiando el pelo de la ropa), gritó: ¿Para qué quieren otro vocal? Después de todo, el veredicto ya está arreglado, ¿no es cierto? Arréglense con uno solo.

Nerzhin aceptó. ¡Correcto! ¿Para qué mantener un parásito? Pero, ¿dónde está el acusado? ¡Alguacil! ¡Haga entrar al acusado! ¡Silencio!

Golpeó la litera con su larga boquilla. Cesaron las conversaciones.

—¡Que empiece el juicio! — reclamaron a gritos—. Había público sentado y de pie.

Debajo del Presidente del Tribunal, la voz lúgubre de Potapov entonó: ¡"Si asciendo al cielo, estarás allí. Si bajo al Infierno, estarás allí. Y si me hundiera en las profundidades del océano, allí también Tu mano derecha me alcanzaría!" (Potapov había estudiado religión en el colegio y su mente precisa de ingeniero había retenido el texto del catecismo ortodoxo).

Debajo del asesor se oía el tintinear de una cucharita revolviendo azúcar en un vaso.

—¡Valentulya! — Gritó Nerzhin amenazante—. ¿Cuántas veces se te ha dicho que no hagas ruido con la cuchara?

—¡Sométanlo al Tribunal! — bramó Bulatov, y varias manos rápidamente arrastraron a Pryanchikov desde la semioscuridad de su litera baja hasta el centro de la habitación.

—¡Acaben! — dijo Pryanchikov enojado—, ¡estoy harto de los acusadores, estoy harto de sus procesos! ¿Qué derecho tiene una persona para juzgar a otra? ¡Ja, ja! ¡Muy divertido! ¡Te desprecio, amigo! — le gritó al Presidente y a...a ustedes.

Mientras Nerzhin reunía su Tribunal, Rubín había planeado toda la función. Sus ojos oscuros brillaban con la luz del descubrimiento. Mediante un amplio gesto, concedió clemencia a Pryanchikov.

—¡Déjenlo en libertad a este pichoncito! Valentulya, con su amor por la justicia universal, puede ser perfectamente el defensor oficial. ¡Que se le dé un asiento!

En toda broma existe un momento fugaz en que, o bien se vuelve banal y ofensiva, o bien se funde con el espíritu qué la inspiró. Rubín, que se había echado una manta sobre los hombros, como una capa, subió en calcetines a una mesa de noche y dirigió la palabra al Presidente:

—¡Consejero Oficial de Justicia! El reo ha rehusado comparecer ante el Tribunal, de modo que corresponde juzgarlo "in absentia". Le ruego que comience.

Entre la multitud reunida en las puertas estaba Spiridon, el portero de bigotes rojizos. Su cara inteligente, floja en las mejillas, surcada por muchas arrugas, mostraba, a la vez, severidad y diversión. Miraba torvamente al Tribunal.

Atrás de Spiridon estaba el Profesor Chelnov, con su cara larga, fina y cerúlea, coronada por una gorra de lana.

Nerzhin anunció con una voz forzadamente aguda: "¡Atención, camaradas! Declaro abierta la sesión del Tribunal Militar de la sharashkade Mavrino. ¿Juzgamos el caso de...?"

—Olgovich, Igor Svyátoslavich —apuntó el acusador.

Tomando la idea, Nerzhin pretendió leer con monótona voz nasal: "Juzgamos el caso de Olgovich, Igor Svyátoslavich, Príncipe de Novgorod — Seversky y Putivilsk, nacido aproximadamente en el año... —diablo, Secretario, ¿por qué aproximadamente? ¡Atención! En vista de la ausencia de un texto escrito, la acusación será formulada— de viva voz por el Fiscal".

EL PRÍNCIPE TRAIDOR

Rubín comenzó a hablar con facilidad y fluidez, como si estuviera leyendo realmente una "hoja", de papel. Había sido procesado cuatro veces y las frases jurídicas estaban impresas en su memoria.

"La acusación definitiva en el caso bajo examen, número cinco millones barra tres millones seiscientos cincuenta y un mil novecientos setenta y cuatro, procesado— Olgovich, Igor Svyátoslavich.

"Órganos de Seguridad del Estado han detenido al acusado en el referido expediente, Olgovich, I. S. La investigación ha establecido que Olgovich, que era un líder militar del brillante Ejército Ruso, con rango de Príncipe, en el puesto de Comandante, resultó ser un felón, traidor a su patria. Sus actividades como tal consistieron en la rendición voluntaria y en la aceptación de convertirse en prisionero del maldito enemigo de nuestro pueblo ahora descubierto, el Khan Konchak. Además, rindió a su propio hijo, Vladimir Igoryevich, como así también a su hermano y a su sobrino, y a toda la tropa con su personal, armamentos y materiales inventariados”.

Su traición fue manifiesta desde el primer momento, cuando, engañado por un eclipse de sol —una provocación organizada por el clero reaccionario—: omitió dirigir propaganda política masiva a sus propios soldados, que iban a tomar agua del río Don en sus cascos. Para qué hablar del antihigiénico estado del Don en esa época, antes de que fuera introducida la doble cloración. En cambio, el acusado se limitó, cuando ya estaba a la vista de las tropas enemigas, a propagar este irresponsable llamamiento a su ejército:

"Hermanos, esto es lo que hemos buscado; ¡ataquemos entonces!”

(Acusación, Volumen I, folio 36).

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