—Protección del trabajo, ¿dónde estás? Según creo es así como se habla en Moscú, ¿no? Las esforzadas unidades republicanas en las últimas horas del día 6 de noviembre, han irrumpido en el Madrid patrio...
Con bromas sombrías procuraba vencer su fatiga:
—En tales casos, Clausewitz y Alejandro Magno recomendaban coñac.
En el ministerio había coñac. En el cuarto de baño de las habitaciones abandonadas por Asensio había dos botellas sobre el antepecho de la ventana. A todos les hizo gracia mi propuesta de que las botellas no se destaparan hasta las seis de la mañana teniendo en cuenta la indicación del sobre. Bebimos a la salud del buen Asensio que ha asegurado la defensa de Madrid con coñac. Era mucha la amargura del alma.
Miguel Martínez fue al Comité Central.
Desde el exterior, la casa parecía abandonada y muerta; en el interior, tras cortinas cuidadosamente bajadas, se trabajaba febrilmente. Checa daba órdenes a más y mejor. Junto con los secretarios de los comités de radio, organizaba la movilización general de toda la población antifascista en condiciones de luchar y de trabajar. Los militantes del Partido, conjuntamente con otros elementos de confianza, recorren las casas, piso por piso, hacen listas de voluntarios, crean comités de guerra en los edificios, con la misión de defenderlos hasta el fin, entregándolos sólo en ruinas. Parte de los trabajadores se destinan a la lucha directa; otra parte, a las obras de fortificación; los demás, al abastecimiento y a la producción de guerra.
Aparte de los comités de distrito, se han creado cinco comités militares de Partido, de sector. Sus funciones son de carácter puramente militar y político para la defensa de cuatro sectores de la capital. Los comités normales de distrito cuidan del trabajo de defensa de la población civil. Todos los viejos que no estén en condiciones de trabajar y las madres de familia con niños, han de ser evacuados inmediatamente de la ciudad.
Miguel preguntó qué había de la evacuación de los fascistas detenidos. Respondió Checa que no se había hecho nada y que ya era tarde. Para ocho mil personas hace falta muchísimo transporte, escolta, una verdadera organización; ¿dónde hacerse con todo ello en un momento semejante?
No hay por qué evacuar a todos los ocho mil, entre los que hay mucha gente inofensiva, morralla. Es necesario elegir a los elementos más peligrosos y mandarlos a la retaguardia a pie, en grupos pequeños, de doscientos hombres.
—Se escaparán.
—No se escaparán. Que se encargue de la escolta a los campesinos; serán, sin duda alguna, mucho más seguros que la guardia de la cárcel, tan sobornable. Y si una parte se escapa, al diablo con ella, luego se les puede echar el guante otra vez. Lo importante es no hacer entrega de estos cuadros a Franco. Por pocos que se logre mandar —dos mil, mil, quinientos—, ya será algo. Que se lleven por etapas hasta Valencia.
Checa reflexionó, meneó afirmativamente la cabeza. Destacó para ese trabajo a tres camaradas. Fueron a dos grandes cárceles.
Los encarcelados estaban jubilosos. Decían, riendo, a la administración: «Ésta es la última noche que pasamos aquí. Mañana tendrán ustedes otros clientes.» No amenazaban a los carceleros. En España, el personal de las cárceles permanece en sus puestos cualquiera que sea el régimen político, en calidad de especialistas insustituibles. Lo único que cambia son los detenidos.
Hicieron salir al patio a los fascistas, los iban llamando por lista. Esto los desconcertó y los aterrorizó. Creyeron que iban a fusilarlos. Los llevaron en dirección a Arganda; hacia allí fue, con el primer grupo, un inspector a organizar un punto de etapas provisional.
A las seis de la mañana nos acercamos a los puentes. El tiroteo era más débil. La gente dormitaba. Todo estaba agarrotado, en una espera sombría, desesperada. ¿En espera de qué? Salvar Madrid es imposible, pero también es imposible entregarlo. Y el caso es que se ha hecho precisamente todo lo que se podía hacer para entregar Madrid y nada para salvarlo. La historia condenará a quienes han dado lugar a esta desgracia. ¡Pobre historia, cuántas obligaciones descargamos sobre ella!
No es posible entregar Madrid. Es necesario pelear hasta la furiosa exaltación, hasta el último cartucho; luego, hasta la última pizca de dinamita; después, a la bayoneta; después, con los adoquines de las calles; luego, a puñetazos, y luego, cuando ya le echen a uno la mano, con los dientes. Que sepa el enemigo lo que significa tomar una ciudad como ésta. En Carabanchel han entrado demasiado aprisa; pero ahora, que vayan a paso de tortuga —cada calle será para ellos una carnicería—. De este modo es posible seguir combatiendo quince días, un mes, antes de que lleguen a conquistar toda la ciudad.
A lo largo de una callejuela, hay una cola; está formada sólo por mujeres y niñas. Aún no es de día y ya forman cola. Es una cola para tortas. Avanza muy despacio porque hay que freirías. Las fríe en una sartén una vieja vendedora; toma un puñadito de pasta hecha con harina de maíz que tiene en un recipiente de arcilla y la extiende sobre la palma de la mano; después, de una botella de cerveza, echa aceite en la sartén y en ella fríe la torta. En la sartén caben tres tortas anchas y una estrechita. La vieja imprime un brusco movimiento a la sartén, las tortas dan la vuelta y siguen friéndose. Pone en un plato de estaño la torta pequeña y vende las otras tres. Tiene papel de periódico cortado en cuadrados. Coge la torta con una hojita y la entrega por la ventana. La torta cuesta un real, es muy barata. No podrá decirse que la vieja sea una especuladora. Las compradoras se van de tres en tres. Llevan las tortas a sus casas. Las comerán con el café. La vieja vende sólo una torta por persona. Mi chófer y yo también nos ponemos en la cola, somos, allí, los dos únicos hombres. Tengo muchas ganas de comer tortas, y el chófer lleva veinticuatro horas sin probar bocado.
Mas, para luchar, para luchar hasta un exaltado frenesí, es necesario que la gente crea en algo, que sienta que luchar tiene un sentido. Que es posible mantener Madrid. Quizá, en efecto, sea posible mantenerlo... Si se resiste, por ejemplo, hasta que lleguen reservas. El diablo sabe, a lo mejor, de pronto, llegan... Hablando en términos generales, ya están llegando nada menos que seis brigadas enteras. Se hallan en alguna parte alrededor de la capital. Al parecer, una brigada ya está en Vallecas. Cubre la retirada por la carretera de Valencia. ¿Para qué cubrir la retirada? ¡Que se cubran a sí mismos quienes se retiran! Reunir seis brigadas, si no es posible reunir más, atacar al enemigo por la retaguardia, cercarlo, empujarlo hacia Madrid, meterlo en una ratonera, aplastarlo... Hubo el «milagro del Marne». ¿Qué hace falta para que haya el milagro del Manzanares? ¡Si se produjera! Es necesario que se produzca...
Ya es completamente de día, comienza la animación por las calles, crece y he aquí que una enorme oleada de personas, de carruajes, de objetos y animales, en creciente excitación, aumentando amenazadora, se pone en movimiento desde la parte sur y suroeste de la capital.
Sólo ahora, por la mañana, la capital ha sabido que el gobierno se ha marchado, que no existe una verdadera defensa de la capital, que el enemigo está en las puertas de la ciudad, que ha rebasado sus umbrales.