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– ¿Estás ahí, Javier? Prende la luz. No encuentro la cama. Qué manía de cerrar las persianas. ¿O ya se hizo de noche? ¿Estás ahí? ¿Te tomaste el nembutal? Bueno, si no quieres contestar. Aay. Estoy cansada. ¡Ay! Si no prendes la luz, voy a deshacerme la espinilla. Pinche hotel éste. Debimos seguir a Veracruz, Javier, al mar. Está bien, no te muevas. Ooooh. Sólo quiero descansar. Aaaah. Está fresca la almohada. Daría cualquier cosa por dormir como tú. No creo que te hagan falta las píldoras. ¿Me oyes? No creo que te hagan falta. Quisiera estar ya en el mar. Javier. ¿No contestas? ¿Estás ahí? No, Javier, te juro, perdóname, no lo hice para ofenderte, sino para ayudarte, Javier, con naturalidad, espontáneamente, para ofrecerte, para ofrecernos, una salida, para mantener el sueño.

Para decirle que mientras ustedes lo mantuvieran, el sueño no moriría. La revolución era el arte. El arte era la revolución. Picasso era revolucionario, Brecht, Eisenstein, ¿no? Qué importaba lo demás, era transitorio; Stalin moriría tarde o temprano… Esa noche prendiste la luz como a las tres de la mañana, le besaste el cuello, esperaste a que se removiera en el lecho, se tapara los ojos con una mano y al fin te mirara un poco aturdido. Esas largas horas solitarias, durante las que fuiste percibiendo y animando todos los objetos que nos rodean, que tocamos, que son incorporados a nuestras vidas al tiempo que nosotros somos incorporados a los objetos, te habían dado el tema, que en apariencia nada tenía que ver con nuestra tristeza ilusa, ¿cómo la llaman?, pequeñoburguesa, sí, idealista, pero que por una especie de transmutación, de secreta comunicación entre vasos que desconocían su contigüidad, sí, sí, había sido descubierto a partir de ellas.

– Escúchame otra vez.

Un día, la juventud entra por la puerta. Tu propia juventud.

– Acostada boca abajo, apoyé la barbilla contra mi mano, Franz, y miré a Javier.

Convocas tu propia juventud. Gracias a un esfuerzo sostenido, doloroso, casi mortal de la imaginación, logras reencarnar tu juventud, no en tu propio cuerpo sino separada de ti: tu fantasma carnal.

Have you harvested the fruits of your labors?

– Óyeme, mi caifán. Javier, amodorrado, encendió un cigarrillo y me escuchó.

Logras mantener algunas horas, o algunos días, esa imagen reencarnada de tu pasado. ¿Qué haces con ella? La aprovechas para amar. Vuelves a ser joven y ahora puedes amar de verdad, a través de tu fantasma que eres tú, con toda la experiencia, la nostalgia, el deseo retrospectivo que no pudiste tener en la juventud. Sí, sólo poseemos nuestros deseos cuando dejamos de desearlos. Algo así. Por ahí. Javier lo escribió. Fue su segundo libro. Un cuento de veinte cuartillas que publicó en una plaquette hermosa. ¿Por qué le contaste esa historia? Quizás porque te atreviste a rasgar el sobre de una carta dirigida a él, un día. Quizás él deseaba una prueba de que tu amor para él significaba para ti un sacrificio, una pérdida, un dolor y por eso era más valioso, de la misma manera que entonces creían, sin decirlo, que la ruptura de nuestro sueño exterior sólo nos obligaba a mantenerlo con más dolor y más fidelidad; quizás, al fin, convertida la desconfianza en impulso de su propio amor, Javier temía que al abandonarlo todo por él, sólo lo hicieras porque amabas su máscara y no su ser verdadero. ¿Por eso le contaste esa historia? ¿Para que él se revelara a través de un fantasma, para que a través de su imaginación escrita te revelara ya lo que temía que tú amabas exclusivamente: su fantasma?

Mira, dragona, ésta es una galería de espejos; siempre lo ha sido y sólo ahora lo sabemos. ¿No lo sabes tú? El enrejado es de alta tensión y los primeros prisioneros entraron el 14 de junio de 1940. Aquí lo dicen mis folletos; no mienten. La entrada sobre la que crece la hierba sólo se abre para que entren las columnas de camiones o salgan rumbo a otras prisiones o entre y salga el automóvil del comandante Joeckel. Al llegar, todos son colocados de cara a la pared en el cuarto de recepción. Les quitan los valores, les toman las señas, les quitan los nombres- y desconocen su número de prisión. Y al lado, el cuarto de guardia, donde los grupos de trabajo que salen o entran son registrados, donde se censura la correspondencia de los prisioneros y detrás la oficina del comandante y en la antesala los rifles de la guardia y a un lado la tienda de ropa donde entregan sus trajes de paisano y reciben los pantalones marcados con tres listas rojas y una chaqueta militar con un triángulo rojo en la espalda y si son judíos, una estrella amarilla. El encargado Wacholz reparte toallas una vez por semana y de vez en cuando sábanas y hasta ropa interior; y ves el garage, a la salida, al final del patio, donde está el automóvil de Joeckel y un camión y entonces se entra a la prisión propiamente dicha, bajo el enorme rótulo Arbeit macht frei y a la administración del primer patio, donde Rokyo distribuye celdas y trabajos y decide quién ha de salir todas las madrugadas a la fábrica Schicht y quién a la fábrica Sputh de Lovisice, quién a la fábrica de cuero de Zalhostice, quién a la fábrica de ladrillos: todos, de las siete de la mañana a las siete de la noche; y detrás de la administración la tienda de comida y el guardia Hohaus, encargado de abastecer la fortaleza y alimentar a los prisioneros: el agua negra y amarga en la mañana, antes de salir al trabajo, y media libra de pan; las cucharadas de sopa aguada o té de hierbas al mediodía; más sopa diluida al regresar, en la noche. La barbería, donde son rapados al entrar; el aseo semanal de la cabeza, el desinfectante frotado y el boiler junto a la cocina y enfrente, en el mismo patio, las celdas con las camas de tablas de dos pisos junto a la pared, la estufa que nadie utiliza, las luces que está prohibido encender, las celdas siempre húmedas, los hombres y mujeres y niños que regresan empapados del trabajo y no pueden secar las ropas que vuelven a ponerse, mojadas, a las cinco de la mañana; ciento veinte personas en cada celda; un solo retrete, un solo lavabo, el olor, las ventanas cerradas: la celda 16, donde los viejos y enfermos pelan papas todo el día, la celda 14, donde duermen los hombres que trabajan en los lavaderos, la celda 13, la de los prisioneros prominentes, los que llevan y traen los bultos y las cartas, los cocineros, los camareros, los peluqueros de las guardias negras, la celda 12, donde están los prisioneros de nacionalidad alemana, los soplones; las celdas solitarias, el corredor adonde se penetra por la última puerta del primer patio, con sus veinte celdas, de ventanillas cerradas, sin luz, con su piso de concreto, adonde sólo Rokyo y Neubauer tienen acceso: ellos llevan el agua podrida, la comida excesivamente salada a propósito: las perreras de la prisión y otro corredor detrás de los solitarios: dos regaderas y una tina de madera, pero no para el aseo, sino para la tortura, para interrogar bajo el agua helada, entre el chasquido seco de los tubos de goma contra los cuerpos y el verdadero baño del primer patio, junto a la choza destinada a tirar la basura y desinfectar a los prisioneros: el baño es los sábados; primero pasan las mujeres, después los hombres; antes de pasar las mujeres rumbo al baño, cierran las puertas de todas las celdas masculinas y en la celda adjunta está la enfermería, atendida por el médico prisionero; el médico oficial visita dos veces por semana, al atardecer, pero sólo se dedica a firmar los certificados de defunción: se desea ir a la enfermería porque allí hay verdaderas camas; sólo los judíos no pueden ir al hospital; y se sale del primer patio por el pequeño puente de concreto que conduce al viejo establo convertido en hospital: el de mujeres en las celdas 9 y 8; caben doscientas, pero es ocupado por quinientas; unas se contagian a otras, muchas yacen en el suelo; las camas son para los casos de gangrena y abscesos. El hospital de hombres tiene un piso cubierto de colchones de paja y de papel, manchados por los casos de disentería. El jardín de los guardias, donde trabajan algunos prisioneros, cultivando hortalizas. Y detrás del puente, a la derecha, la morgue, el pequeño cuarto oscuro sobre una elevación de tierra, de donde salen los prisioneros muertos al incinerador en el ghetto y el ghetto es toda la ciudad. Y de allí las cenizas son regresadas a la fortaleza, las urnas son marcadas F o M, Frau, Man. De regreso en el primer patio, la celda 2 es para los judíos y la celda 1 para los prisioneros soviéticos. Herrenhaus, la mansión de mansardas y pórticos, con calefacción, guarecida por setos, con las salas llenas de muebles de laca china y un gran radio y las mesitas de cristal y las reproducciones de paisajes alpinos y la selección de discos clásicos y el comedor de sillas labradas y las camas de caoba y los parques con caminos de grava y las criadas checas y en seguida el tercer patio. El de las mujeres. Las mismas celdas monótonas. Las mismas camas de tablas. Las ventanillas que dan sobre el patio gris y lodoso. Sólo se ve la campiña moravia desde la ventana del pequeño cuarto de costura. Cuatro celdas para las prisioneras políticas. Una para las judías. Dos para las mujeres que se rebelan contra el trabajo bajo la ocupación: éstas no permanecerán más de dos semanas; otras, negándose en absoluto a trabajar, serán enviadas a Alemania. Otra celda para las tareas de las mujeres que pintan botones de madera, cosen arcos de soporte para las botas de los soldados, tejen calcetines para las tropas, trabajan en el jardín de hortalizas de los guardias, cosen vestidos para las guardias femeninas y camisas y ropa interior para los prisioneros, limpian los cuartos y las oficinas de los señores, ordeñan vacas y chivos. Celda 32, cuarto de aislamiento para enfermas, adonde está prohibida la entrada al médico. Celda 33, celda de la muerte. Hay sesenta y cinco mujeres en el suelo, alimentadas una vez cada tres días. Está prohibido a los demás acercarse a esta celda, so pena de ingresar a ella. Pero los hombres del Lebbensmittelraum, la tienda de alimentos contigua, han cavado un hoyo por donde pasan comida a la sección femenina. La cantina de la S. S. está junto a la entrada al patio de mujeres y las mujeres lavan los pisos y las ventanas tres veces por semana. Detrás de la cantina, en el mismo edificio, están los talleres de herrería, cerrajería, carpintería, que producen muebles, juguetes, féretros, cuchillos. Y detrás, los lavaderos donde sólo trabajan hombres y algunos sábados las mujeres pueden lavar la ropa personal de las prisioneras. El cuarto patio de la fortaleza tiene cuatro grandes celdas a la izquierda; las camas son, ahora, de cuatro pisos y hay ochocientos prisioneros en cada celda y tres lavabos y una pequeña ventana y en invierno las paredes están húmedas y cubiertas de escarcha y los lavabos son inútiles. Los prisioneros sufren de diarrea, no caben en los camastros, duermen en el suelo entre los excrementos y cada nueva columna de presos trae sus propias pulgas, sus piojos, su tifus exantemático. Al final de la guerra, el cuarto patio infecta a toda la fortaleza. Del lado derecho del cuarto patio están los solitarios y al fondo se pasa por la puerta de la muerte, el corredor largo y oscuro y húmedo con bodegas de papas a ambos lados, para llegar al lugar de las ejecuciones a través de una pequeña puerta de fierro. A la izquierda, la horca. A la derecha, el paredón. Joeckel daba la orden. Tronaban los fusiles de la policía secreta a cargo del Obserscharführer Josef Lewinsky. Y detrás de la puerta de la muerte estaba el Hundenkomando con los perros alsacianos a los que Joeckel entrenaba. Y luego los cuartos de recreo y el cine para los guardias y la piscina para las hijas de Joeckel que ríen y chapotean con sus trajes de baño floreados y alrededor de todo se excavan trincheras con las manos. No hay palas y los prisioneros trasladan la tierra entre las manos y en sus gorras. Arbeit macht frei.

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