– ¿Se acuerda de cuando el rayo mató dos niñas en Marañís, más allá del monte de Formigueiros?
La señorita Ramona, Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán, cada uno con su paraguas, pasean despacio bajo la lluvia, a lo mejor es que les gusta mojarse.
– ¿Tú podrías vivir en un país donde no lloviese?
– Sí, ¿por qué no?, a todo se acostumbra uno, mira los ingleses y los holandeses, en los países donde no llueve también hay vida y sentimiento, me cuesta trabajo imaginarlo pero es así, estoy seguro de que es así.
Vicente Chabro el de los Xilmendreiros murió sin importancia, a los piernas y los bardallas no les dan la extremaunción y no les hacen ni siquiera la autopsia, ¿para qué?, aunque mueran asfixiados y espernexando, no es costumbre, tampoco está el horno para bollos ni nadie tiene tiempo que perder, a los argalleiros basta con echarlos a la fosa común con un padrenuestro para cada dos, Vicente Chabro fue malo incluso sin querer y eso se paga.
– ¿Avisaron a la familia?
– No; tampoco lo habrán echado a faltar, no crea.
Robín Lebozán habla de la soledad, le escuchan la señorita Ramona y Raimundo el de los Casandulfes, los tres van mojados y parsimoniosos, también serenos y puede que felices, Robín Lebozán es como un pequeño filósofo que de vez en cuando se destapa y habla.
– No es mala la soledad, Dios está solo y tampoco necesita compañía, claro que el hombre no es Dios, eso ya lo sé, las Sagradas Escrituras dicen que la soledad es mala pero yo no lo creo, la soledad orea el alma y la compañía la ensucia, con frecuencia la ensucia, el demonio anida en el corazón del solitario pero no es difícil espantarlo, ahuyentarlo, en el silencio cabe más alegría que en el jolgorio y el sosiego acompaña siempre al solo, ¿no será que la soledad no existe más que ante la compañía no deseada? El hombre escapa de la soledad cuando tiene miedo de sí mismo, cuando se aburre consigo mismo, el masturbador, perdona, Monchiña, no puede tener remordimiento de conciencia ni tampoco puede aburrirse a solas, el masturbador tiene que proclamar con orgullo su soledad independiente y gloriosa,
Machado dice que un corazón solitario no es un corazón, esto es bonito, bueno, ingenioso, pero nada más, esto no es cierto, ahora no se puede hablar de Machado, de Antonio Machado, del otro sí se puede, el secreto es vivir de espaldas a todo, es una situación difícil de alcanzar, eso debe ser casi la beatitud, sólo hay dos posibilidades, que la soledad se desee y se busque o que la soledad se tema y se encuentre aun a nuestro pesar, en el primer caso es un premio, en el segundo es un precio, el de la independencia, la más preciada bendición que los dioses pueden regalar al hombre es la independencia, perdonadme la lata que os estoy dando.
Por el camino cruza Tanis Gamuzo con sus cuatro perras, Flor, Perla, Meiga y Volvoreta, las saca a pasear y a que desentumezcan un poco la musculatura, no las suele echar a pelear con el lobo porque valen un dineral, los machos son más duros, Sultán, Morito, León, Mariñeiro, Zar está con una pata rota, bueno, más duros no siempre, lo que son es más baratos, eso sería lo de menos, a los machos no los puede sacar a paseo porque se muerden, los machos no saben estar más que ante el enemigo, son nobles y sosegados pero a veces se aburren, se pelean y se muerden, es según les da, entonces pueden hacerse peligrosos porque tienen una fuerza increíble, los machos de Tanis pesan por encima de los ochenta kilos, Mariñeiro quizá llegue a cien, no le debe andar lejos, las hembras no pesan tanto pero tampoco es mucha la diferencia.
– ¿Cuándo oímos la bomba?
Tanis Perello sonrió.
– Ya falta menos, mujer, ya falta menos.
Tanis cuida muy bien y con cariño a sus mastines, los alimenta con adecuación, los asea y los limpia de carrachas, los vacuna a su tiempo, los saca a que estiren las piernas, los perros de Tanis son la admiración y también la envidia y el orgullo de todo el contorno, en muchas leguas a la redonda no hay otros perros ni siquiera parecidos.
– ¿Cuánto valen tus perros, Tanis?
– ¿Qué más te da si no los vendo?
Ádega desenterró al muerto que mató a su difunto, le ayudó su hija Benicia, que tiene los pezones como castañas, da gusto verle las tetas, por ahora el muerto no murió todavía pero ya morirá, no hay prisa, la bomba de palenque puede sonar en el momento menos pensado, cuanto más se confíe, mejor, Ádega se lo cuenta a don Camilo, tampoco es el único que lo sabe.
– Usted, don Camilo, es un Guxinde y mi difunto también lo era, bueno, usted es un Morán, ahora quedan menos Moranes, se conoce que se fueron muriendo, es lo más probable. Al muerto que mató a mi difunto lo desenterré yo misma con mis manos y con un sacho de hierro bendito para que no se le pegara la peste, me ayudó mi hija Benicia y nadie más, sé bien que Dios sabrá perdonarme el que le robara un muerto, todos los muertos son de Dios, ya lo sé, pero ése era un muerto especial, ése era aún más mío que de Dios, fui la noche del santo abad San Sabas al camposanto de Carballiño y me lo traje en el carro debajo de unos feixes de tojo que olían la mar de bien, tardé mucho en sacarlo de la tierra, más de tres horas, al muerto se le iban cayendo los gusanos y cheiraba a podre condenado, los muertos que tienen el ánima en los infiernos cheiran peor, eché la calaza al cerdo que después comí, sabía a gloria, los lacones por un lado, los chorizos y la cachola por otro, los jamones bien curados al humo de la lareira, el raxo, el unto, no quedó nada, cuando me acordaba del muerto y me venía la repugnancia procuraba pensar en otra cosa, en Nuestro Señor en la cruz o en mi hermano Gaudencio vestido de seminarista o ya ciego y tocando el acordeón, tanto tiene, y bebía un trago de vino, parte del cerdo lo repartí entre los parientes para que a todos aprovechase, se chuparon los dedos, a la señorita Ramona fue a la única a quien conté lo que hice, no abrió la boca pero dejó caer una lágrima, me dio un beso y me regaló una onza de oro.
La señorita Ramona sonrió con cierta tristeza y le dijo a Ádega unas palabras que tampoco encerraban mayor misterio.
– A nuestros hombres no se les puede tocar, Ádega, ya ves en qué acaban quienes se quieren saltar la ley del monte.
Rauco el de la taberna le explica al guardia civil Fausto Belinchón González que Gaudencio no tocó la mazurca Ma petite Marianne más que dos veces, el día de San Joaquín de 1936, y el día de San Andrés de 1939.
– Oí decir que había sido por San Martín de 1936 y por San Hilario de 1940.
– Pues oyó mal, la gente confunde todo aposta, se conoce que tiene sus motivos.
Toupolistán o Toupello, con su mostacho montaraz y su aire de raposo reservón y padrote, baja cantando por la ladera del alto do Foxiño.
– ¿No viste a nadie?
– ¿Y a quién había de ver?
– A quien sea. ¿No viste a nadie?
– No, señor, a nadie.
– Júramelo.
– ¡Así me muera!
Toupolistán o Toupello barrunta que los Guxindes andan en pie de guerra, callados y en pie de guerra, cuando los Guxindes se mueven en silencio lo prudente es apartarse, si los Moranes están detrás entonces más vale ni salir de casa porque arde Troya.
– ¿Cuánto hace que no bebes agua en la fonte das Bouzas do Gago?
– Lo menos un mes, este tiempo ando más por la parte de Xirei y de Santa Marina, el último lobo lo vi en San Pedro de Dadín, se metió por la peña das Cobas camino de Valduide.
– Bueno.
Al ciego Gaudencio lo echaron del seminario cuando empezó a enceguecer, se conoce que no querían cargas de caridad ni tampoco remoras pegadas a la quilla.
– Nadie es cura hasta que canta misa, ¿éste cantó misa?, ¿no?, ¡pues a hacer puñetas!, un seminario no es un asilo y la nave de la Iglesia debe poder navegar libre de inútiles ataduras.
– Sí, don Jimeno.
Don Jimeno era el prefecto de estudios del seminario conciliar de San Fernando de Orense, don Jimeno tenía fama por su mala voluntad y su falta de misericordia, también apestaba a ajos y solía decir palabras en latín, don Jimeno era un consumado latinista, a don Jimeno le gustaba muy especialmente la diáfana doctrina del Angélico Doctor Santo Tomás de Aquino, en la Summa contra gentiles se encierra toda la sabiduría del medioevo, ahora circulan tendencias demoníacas y afeminadas, corrientes de pensamiento masonas y mariconas, el ciego Gaudencio tuvo suerte, la verdad es que no puede quejarse, no tendría perdón de Dios si así lo hiciere, como sabe tocar el acordeón y es de natural complaciente pudo encontrar acougo en casa de la Parrocha, doña Pura es buena persona, vive de espaldas a los mandamientos de la ley de Dios pero en el fondo es buena persona.