"La niebla fue impecable contigo. Tienes afinidad con ella. Te dio un puente estupendo, y ese puente estará allí en la niebla de ahora en adelante. Se te revelará una y otra vez, hasta que un día tendrás que cruzarlo.
"Te recomiendo mucho que, a partir de este día, no te metas solo en sitios con niebla hasta que sepas lo que haces.
"El poder es un asunto muy extraño. Para tenerlo y disponer de él, hay que tener poder por principio de cuentas. Es posible, sin embargo, irlo juntando poco a poco, hasta tener lo suficiente para sostenerse en una batalla de poder."
– ¿Qué es una batalla de poder?
– Lo que te ocurrió anoche fue el principio de una batalla de poder. Las escenas que contemplaste eran el asiento del poder. Algún día tendrán sentido para ti; esas escenas tienen mucho sentido.
– ¿No puede usted decirme qué sentido tienen, don Juan?
– No. Esas escenas son tu propia conquista personal, que no puedes compartir con nadie. Pero lo ocurrido anoche fue sólo el principio, una escaramuza. La verdadera batalla tendrá lugar cuando cruces ese puente. ¿Qué hay del otro lado? Sólo tú lo sabrás. Y sólo tú sabrás qué hay al final de aquella vereda en el bosque. Pero todo eso es algo que puede o no puede pasarte. Viajar por esas veredas y puentes desconocidos depende de tener suficiente poder propio.
– ¿Qué pasa si uno no tiene poder suficiente?
– La muerte siempre está esperando, y cuando el poder del guerrero mengua, la muerte simplemente lo toca. Por eso, aventurarse a lo desconocido sin ningún poder es estúpido. Sólo se encuentra la muerte.
Yo no escuchaba en verdad. Seguía jugando con la idea de que la carne seca podía haber sido el agente que produjo las alucinaciones. Entregarme a ese pensamiento me aplacaba.
– No te esfuerces queriendo resolverlo -dijo como si leyera mi mente-. El mundo es un misterio. Esto, lo que estás mirando, no es todo lo que hay. El mundo tiene muchas más cosas, tantas que es inacabable. Cuando estás buscando la respuesta, lo único que haces en realidad es tratar de volver familiar el mundo. Tú y yo estamos aquí mismo, en el mundo que llamas real, simplemente porque los dos lo conocemos. Tú no conoces el mundo del poder, por eso no puedes convertirlo en una escena familiar.
– Usted sabe que en realidad no le puedo discutir ese punto -dije-. Pero mi mente tampoco puede aceptarlo.
Rió y me tocó levemente el brazo.
– De veras estás loco -dijo-. Pero no importa. Yo sé lo difícil que es vivir como un guerrero. Si hubieras seguido mis instrucciones y ejecutado todos los actos que te enseñé, ya habrías tenido poder suficiente para cruzar el puente aquel. Poder suficiente para ver y para parar el mundo.
– Pero ¿por qué tengo yo que querer poder, don Juan?
– Ahora no se te ocurre una razón. Pero si guardas suficiente poder, el mismo poder te hallará una buena razón. Suena a locura, ¿verdad?
– ¿Para qué quería usted poder, don Juan?
– Soy como tú. No quería. No hallaba razón para tenerlo. Tuve todas las dudas que tú tienes y nunca seguí las instrucciones que me daban, o nunca creí seguirlas; sin embargo, pese a mi estupidez, junté suficiente poder, y un día mi poder personal hizo desplomarse el mundo.
– ¿Pero para qué querría alguien parar el mundo?
– Nadie quiere, ésa es la cosa. Nada más ocurre. Y una vez que sabes cómo es parar el mundo, te das cuenta de que hay razón para ello. Verás, una de las artes del guerrero es derribar el mundo por una razón específica y luego restaurarlo para seguir viviendo.
Le dije que tal vez la forma más segura de ayudarme sería dándome un ejemplo de razón específica para derribar el mundo.
Permaneció callado un tiempo. Parecía estar pensando qué decir.
– No puedo decirte eso -dijo-. Se necesita demasiado poder para saberlo. Algún día vivirás como guerrero, pese a ti mismo; para tal entonces habrás quizá guardado suficiente poder personal para responder tú mismo esa pregunta.
"Te he enseñado casi todo lo que un guerrero necesita conocer para lanzarse al mundo a juntar poder por sí solo. Pero sé que no puedes hacerlo y debo ser paciente contigo. Sé de plano que se necesita luchar toda una vida para estar a solas en el mundo del poder.",
Don Juan miró el cielo y las montañas. El sol ya descendía hacia el oeste y en las montañas se formaban rápidamente nubes de lluvia. Yo no sabía la hora; había olvidado dar cuerda a mi reloj. Le pregunté si podía decirme qué hora era, y tuvo tal ataque de risa que rodó de la laja y fue a parar en el matorral.
Se puso de pie y estiró los brazos, bostezando.
– Es temprano -dijo-. Debemos esperar hasta que se junte niebla en la cima de la montaña, y luego debes pararte tú solo en esta laja y agradecer a la niebla sus favores. Deja que llegue y te envuelva. Yo estaré cerca para prestar ayuda, si es necesario.
Por algún motivo, la perspectiva de quedarme a solas en la niebla me aterraba. Me sentí idiota por reaccionar de ese modo irracional.
– No puedes dejar estos montes desolados sin dar las gracias -dijo él con tono firme-. Un guerrero jamás vuelve la espalda al poder sin pagar los favores recibidos.
Se acostó bocarriba con las manos detrás de la cabeza y se cubrió el rostro con el sombrero.
– ¿Cómo he de esperar la niebla? -pregunté-. ¿Qué hago?
– ¡Escribe, -dijo a través del sombrero-. Pero no cierres los ojos ni le des la espalda.
Traté de escribir, pero no podía concentrarme. Me puse en pie y fui de un lado a otro, inquieto. Don Juan alzó su sombrero y me miró con aire de molestia.
– ¡Siéntate! -me ordenó.
Dijo que la batalla de poder todavía no terminaba, y que yo debía enseñar a mi espíritu a ser impasible. Nada de lo que hiciera debería revelar lo que en realidad sentía, a menos que deseara quedarme atrapado en esos montes.
Se sentó y movió las manos en un ademán de urgencia. Dijo que yo debía actuar como si no hubiese nada fuera de lo común, porque los sitios de poder, como ése en el que estábamos, tenían la propiedad de absorber a quien se hallaba inquieto. Y en tal forma uno podía desarrollar lazos extraños y dañinos con un lugar.
– Esos lazos lo anclan a uno a un sitio de poder, a veces por toda la vida -dijo-. Y éste no es el sitio para ti. No lo hallaste por ti mismo. Conque fájate y no pierdas los calzones.
Sus advertencias me hicieron efecto de fórmula mágica. Escribí durante horas sin interrupción.
Don Juan volvió a dormirse y no despertó hasta que la niebla estaba a unos cien metros de distancia, descendiendo de la cumbre del monte. Se puso en pie y examinó el derredor. Lo miré en torno sin volver la espalda. La niebla ya había invadido, las tierras bajas, descendiendo de las montañas a mi derecha. A mi izquierda el paisaje estaba despejado; el viento, sin embargo, parecía venir de la derecha, y empujaba la niebla a las tierras bajas como para rodearnos.
Don Juan me susurró que permaneciera impasible, parado donde me hallaba, sin cerrar los ojos, y que no debía moverme a ningún lado mientras la niebla no me rodeara por entero; sólo entonces sería posible iniciar nuestro descenso.
Se refugió al pie de unas rocas, algunos metros atrás de mí.
El silencio en aquellas montañas era algo magnífico y al mismo tiempo imponente. El suave viento que transportaba la niebla me daba la sensación de que ésta silbaba en mis oídos. Grandes trozos de niebla venían cuestabajo como conglomerados sólidos de materia blancuzca que rodaran hacia mí. Olí la niebla. Era una mezcla peculiar de olor acerbo y fragante. Y entonces me vi envuelto en ella.
Tuve la impresión de que la niebla operaba sobre mis párpados. Se sentían pesados y quise cerrar los ojos. Tenía frío. La garganta me daba comezón y quería toser, pero no me atrevía. Alcé la barbilla y estiré el cuello para disipar la tos, y al alzar la vista tuve la sensación de que podía ver concretamente el espesor del banco de niebla. Era como si mis ojos pudieran tasar el espesor atravesándolo. Los ojos empezaron a cerrárseme y no me era posible luchar contra el deseo de dormir. Sentí que en cualquier momento iba a derrumbarme por tierra. En ese instante don Juan dio un salto y me aferró por los brazos y me sacudió. El sobresalto bastó para restaurar mi lucidez.