– Durante dos días ese joven dio de saltos y corrió por toda la casa, como un niño que juega a lo loco cuando su mamá no está -prosiguió don Juan-. Me contó la historia de su vida y chistes que me hacían caerme de risa. Pero la manera en que había cambiado su esposa, fue aún más asombroso para mí. Estaba delgadita y era hermosísima. Pensé que era una mujer completamente diferente. Me deshice en elogios. Me fascinaba lo completo de su cambio y lo hermosa que se veía. El joven dijo que cuando su captor se ausentaba ella era otra mujer.
Don Juan se rió y dijo que su diabólico benefactor decía la verdad. En realidad, esa bellísima mujer era otra vidente del grupo del nagual.
Don Juan le preguntó al joven por qué aparentaban ser lo que no eran. Con los ojos llenos de lágrimas, el joven miró a don Juan y le dijo que, en verdad, los misterios del mundo son insondables. Él y su joven esposa habían sido atrapados por fuerzas inexplicables y tenían que protegerse fingiendo así. Actuaba como un viejecillo frágil porque su captor siempre los estaba vigilando. Le suplicó a don Juan que le perdonara por haberlo engañado.
Don Juan preguntó quién era aquel hombre de aspecto monstruoso. Suspirando profundamente, el joven confesó que ni siquiera podía adivinarlo. Le dijo a don Juan que aunque él era un hombre educado, un famoso actor del ambiente teatral de la Ciudad de México, no tenía explicaciones. Lo único que sabía era que había venido a casa de la curandera para ser tratado de una tisis que padecía desde hacía muchos años. Estaba a un paso de la muerte cuando sus parientes lo llevaron adonde la curandera. Ella lo ayudó a restablecerse, y él se enamoró tan locamente de la hermosa joven india que acabó casándose con ella. Su plan era llevársela a la capital y enriquecerse con su habilidad curativa.
Antes de iniciar el viaje a la Ciudad de México, ella le advirtió que tenían que disfrazarse para poder escapar de un brujo. Le explicó que su madre también había sido curandera y que aprendió a curar con ese brujo maestro, quien le exigió que ella, la hija, permaneciera con él para toda la vida. El joven dijo que se había negado a preguntarle a su esposa acerca de aquella relación. Sólo quería liberarla, y por eso se disfrazó de viejo y a ella la disfrazó de mujer gorda.
El cuento no tuvo un desenlace feliz. El hombre horripilante los capturó y los mantuvo prisioneros. No se atrevían a quitarse el disfraz ante aquel hombre de pesadilla, y en su presencia se comportaban como si se odiaran; pero en realidad, languidecían el uno por el otro y vivían sólo para disfrutar los cortos periodos en los que se ausentaba aquel hombre.
Don Juan dijo que el joven lo abrazó y le dijo que el cuarto donde estaba su cama era el único lugar seguro de la casa, y que si sería tan amable de salir a montar guardia mientras le hacía el amor a su esposa.
– Su pasión estremeció a la casa -continuó don Juan-, mientras yo me senté junto a la puerta, sintiéndome culpable por escucharlos y mortalmente asustado con la idea de que el hombre regresara en cualquier momento. Y así fue, escuché que entró a la casa. Golpeé la puerta, y cuando no contestaron, entré al cuarto. La bellísima joven dormía desnuda y el joven no estaba. Jamás en mi vida había visto a una mujer tan hermosa, tan dormida y tan desnuda. Oí al hombre monstruoso caminando hacia el cuarto. Yo aún estaba muy débil. Mi vergüenza y mi terror eran tan grandes que me desmayé otra vez.
La historia me molestó sobremanera. Le dije a don Juan que yo no entendía el valor de las habilidades acechadoras del nagual Julián. Don Juan me escuchó sin hacer un solo comentario, y me dejó hablar acaloradamente, mientras seguimos caminando.
Cuando finalmente nos sentamos en una banca, yo estaba muy cansado. No supe qué decir cuando me preguntó por qué su relato del método de enseñanza del nagual Julián me había molestado tanto.
– No me puedo quitar la idea de que simplemente le estaba haciendo jugarretas crueles a todos -dije al fin.
– Los que hacen jugarretas no enseñan nada a nadie -repuso don Juan-. El nagual Julián ponía en escena dramas mágicos que requerían mover el punto de encaje.
– A mí me parece una persona muy egoísta -insistí.
– Te parece ser eso porque lo estás juzgando -contestó-. Actúas como moralista. Yo me sentía al igual que tú. Figúrate ahora, si tú te sientes así solamente oyendo hablar del nagual Julián, imagínate cómo debí sentirme yo viviendo en su casa durante años. Por supuesto que no sólo me cayó mal, también lo envidiaba y le tenía terror.
"Pero también lo quería mucho, sin embargo mi envidia era más grande que mi cariño. Le envidiaba su facilidad, su misteriosa capacidad de ser joven o viejo a voluntad; le envidiaba su estilo, y sobre todo, le envidiaba su manera de influenciar a cualquier persona que estuviera cerca de él. Me mataba oírlo cuando iniciaba las más interesantes conversaciones con la gente. Siempre tenía algo qué decir; yo nunca tenía nada, y sólo sabía sentirme incompetente e ignorado.
Las revelaciones de don Juan me hicieron sentirme incómodo. Deseaba que cambiara de tema, porque no quería oír que era como yo. En mi opinión, él era un nagual sin par. Se dio cuenta de cómo me sentía:
– Lo que estoy tratando de hacer con la historia de mi envidia -prosiguió-, es señalarte algo de gran importancia, que la posición del punto de encaje dicta cómo nos comportamos y cómo nos sentimos.
"En aquel entonces mi gran defecto era que no podía entender este principio. Estaba aún verde. Al igual que tú, vivía a través de la importancia personal, porque ahí era donde estaba emplazado mi punto de encaje. Cómo te darás cuenta, yo aún no había aprendido que la forma de mover ese punto es establecer nuevos hábitos, moverlo con el intento. Cuando al fin se movió, fue como si yo acabara de descubrir que la única manera de tratar con guerreros sin par, como mi benefactor, es no tener importancia personal para así poder celebrarlos sin prejuicios.
Repitió otra vez que todos los entendimientos son de dos tipos. Uno es simplemente exhortaciones que uno se da a sí mismo, grandes arranques de emoción y nada más. El otro es el producto de un movimiento del punto de encaje; no va unido a arranques emocionales sino a la acción. Los entendimientos emocionales vienen años después, cuando los guerreros, mediante el uso, han solidificado la nueva posición de sus puntos de encaje.
– Incansablemente, el nagual Julián nos guió a todos nosotros a ese tipo de movimiento -prosiguió don Juan-. Obtuvo de todos nosotros total cooperación y participación en sus enormes dramas. Por ejemplo, con su drama del hombre joven y su esposa y su captor, atrapó mi absoluta concentración e interés. Para mí, el cuento del hombre viejo que era en realidad joven fue muy consistente. Había visto al hombre monstruoso con mis propios ojos, y eso hacía que el joven tuviera mi imperecedera afiliación.
Don Juan dijo que el nagual Julián era un mago que podía manejar la fuerza del intento a un grado que resultaría incomprensible para el hombre común. Sus dramas incluían personajes mágicos convocados por la fuerza del intento, como el ser inorgánico que podía adoptar una grotesca forma humana.
– El poder del nagual Julián era tan impecable -continuó don Juan-, que podía obligar al punto de encaje de cualquiera a moverse y a alinear emanaciones que le harían ver lo que el nagual quisiera. Por ejemplo, dependiendo de lo que quería lograr, podía verse muy viejo o muy joven para su edad. Y de su edad, lo único que podían decir quienes conocían al nagual era que fluctuaba. Durante los treinta y dos años que lo conocí, a veces se veía muy joven, y en otras ocasiones estaba tan miserablemente anciano que ni siquiera podía caminar.
Don Juan dijo que, bajo la dirección de su benefactor, su punto de encaje se movió de una manera imperceptible pero profunda. Por ejemplo, un día, sin saber cómo, le vino un temor que por una parte no tenía sentido alguno para él y que por otra parte tenía todo el sentido del mundo.