Genaro adoptó un gesto arrogante.
– Sigamos adelante con nuestro diálogo de guerrero -dijo y con voz atronadora me preguntó-: ¿Ya cagaste hoy?
Con un movimiento de cabeza me instó a responder.
– ¿Ya lo hiciste? ¡Habla! ¡Habla! -demandó con voz autoritaria.
Cuando amainaron sus risas, Genaro dijo muy seriamente que yo tenía que estar consciente de que de vez en cuando se desequilibra la nueva posición y el punto de encaje regresa a su lugar original. Me dio como ejemplo su propio caso; en su posición normal su punto de encaje alineaba un mundo coercivo con gente agresiva y muchas veces aterradora. Fue una total sorpresa para él cuando un día se dio cuenta de que el mundo había cambiado. El tímido Genaro ya no existía, en su lugar estaba un hombre considerablemente más audaz que se enfrentaba a situaciones que de ordinario lo hubieran hundido en el caos y el temor.
– Un día me encontré haciendo el amor -prosiguió Genaro, y me guiñó el ojo-. Generalmente tenía un miedo mortal a las mujeres. Me desperté como de un sueño en la cama con una vieja rechingona. Aquello era tan ajeno a mí que cuando me di cuenta de lo que hacía casi tuve un ataque al corazón. La sacudida hizo que mi punto de encaje regresara a su miserable posición normal. Fui otra vez el tímido Genaro y tuve que salir corriendo de la casa, temblando como conejo asustado.
– Más te vale que te cuides de la reculada del punto de encaje -agregó Genaro, y comenzaron a reírse nuevamente.
– Como ya lo sabes, la posición del punto de encaje -explicó don Juan-, se mantiene mediante el diálogo interno, por lo tanto es una posición muy frágil. Este es el motivo por el cual los seres humanos pierden tan fácilmente la razón, especialmente aquéllos cuyo diálogo interno es redundante, aburrido y sin ninguna profundidad.
"Los nuevos videntes dicen que los seres humanos más resistentes son aquellos cuyo diálogo interno es fluido y variado.
Dijo que la posición del punto de encaje de un guerrero es infinitamente más fuerte, porque en cuanto el punto comienza a moverse hacia la profundidad del huevo luminoso crea un hoyuelo en la luminosidad, un hoyuelo que alberga al punto de encaje de ahí en adelante.
Es por eso que no podemos decir que los guerreros pierden la razón -prosiguió don Juan-. Si algo pierden, pierden su hoyuelo.
Esa aseveración les pareció tan divertida a don Juan y a Genaro que rodaron por el piso riéndose.
Le pedí a don Juan que explicara mi experiencia con la Catalina.
– Las mujeres son definitivamente más estrafalarias que los hombres -dijo don Juan-. El hecho de que tienen una abertura entre las piernas las hace caer presas de extrañas influencias. A través de esa abertura se posesionan de ellas fuerzas telúricas, extrañas y poderosas. Es la única forma en que puedo entender sus extravagancias. El nagual Julián decía que las mujeres tienen un tercer ojo. Él lo llamaba el ojo telúrico, el ojo que mira al suelo.
Nuevamente los dos se retorcieron de risa. Después guardaron silencio durante un largo rato.
– La Catalina se nos presentó como un gigantesco gusano -comentó don Juan repentinamente.
La expresión de don Juan al decir eso, y la explosión de risa de Genaro me llevaron a un estado de regocijo total. Me reí hasta que me dolía el estómago.
Don Juan dijo que la habilidad de la Catalina era tan extraordinaria que ella podía hacer lo que quisiera en el área de abajo. Su demostración sin par había sido motivada por su afinidad conmigo. El resultado final de todo aquello, dijo, era que la Catalina había arrastrado consigo mi punto de encaje.
– ¿Qué cosas hicieron ustedes dos cuando eran gusanitos? -preguntó Genaro y me dio de palmadas en la espalda.
Don Juan parecía estar a punto de ahogarse de risa.
– Ya te dije que las mujeres son más estrafalarias que los hombres -comentó al fin.
– No estoy de acuerdo contigo -le dijo Genaro a don Juan-. El nagual Julián no tenía una abertura entre las piernas, y era más estrafalario que la Catalina. Él fue quien le enseñó a ella a hacerse gusano. Y ni hablar de lo que hacían de gusanos.
Don Juan dio de saltos, como un niño que trata de evitar orinarse en sus pantalones.
Cuando hubo recuperado cierta medida de calma, dijo que el nagual Julián tenía un don especial para crear y explotar las más extrañas situaciones. Dijo también que la Catalina me había dado un ejemplo soberbio del movimiento hacia abajo. Me había dejado verla como el ser cuya forma adoptó al mover su punto de encaje, y luego me había ayudado a mover el mío a la misma posición que le confería esa monstruosa apariencia.
– El otro maestro que tuvo el nagual Julián -prosiguió don Juan-, le enseñó cómo llegar a puntos específicos en esa inmensidad del área baja. Ninguno de nosotros podía seguirlo a esos mundos, pero todos los miembros de su grupo sí lo hacían, especialmente la Catalina y la mujer vidente que le enseñó.
Don Juan dijo además que un cambio hacia abajo implicaba una visión, no de otro mundo propiamente dicho, sino de nuestro mismo mundo de la vida cotidiana visto desde una perspectiva diferente. Agregó que para que yo pudiera ver otro mundo tenía que percibir otra gran banda de las emanaciones del Águila.
Agregó que no tenía tiempo para hablar en detalle sobre el tema de las grandes bandas de emanaciones, porque teníamos que emprender el viaje de regreso. Yo quería quedarme un poco más y seguir hablando, pero alegó que para explicar ese tema él necesitaba mucho más tiempo y yo necesitaba mucha más concentración.
X. LAS GRANDES BANDAS DE EMANACIONES
Días después, ya en la casa de Silvio Manuel, don Juan reanudó su explicación. Me llevó al cuarto grande. Anochecía. El cuarto estaba a oscuras. Yo quería encender las lámparas de gasolina pero don Juan no me lo permitió. Me dijo que tenía que dejar que el sonido de su voz moviera mi punto de encaje para que resplandeciera con las emanaciones de la concentración total y la rememoración total.
Me dijo que íbamos a hablar de las grandes bandas de emanaciones. Lo llamó otro descubrimiento clave hecho por los antiguos videntes, pero dijo que, en su extravío, lo relegaron al olvido hasta que fue rescatado por los nuevos videntes.
– Las emanaciones del Águila se agrupan siempre en racimos -prosiguió-. Los antiguos videntes llamaron a esos racimos las grandes bandas de emanaciones. No son realmente bandas, pero el nombre se les quedó.
"Por ejemplo, existe un racimo inmensurable que produce seres orgánicos. Las emanaciones de esa banda orgánica son de una calidad casi esponjosa. Son transparentes y tienen una luz propia única, una energía peculiar. Están conscientes, se mueven. Esa es la razón por la cual todos los seres orgánicos están llenos de una energía devoradora. Las otras bandas son más oscuras, menos esponjosas. Algunas de ellas no tienen luz en absoluto, sino una especie de opacidad.
– ¿Quiere usted decir, don Juan, que todos los seres orgánicos tienen el mismo tipo de emanaciones dentro de sus capullos? -pregunté.
– No. No es eso lo que quiero decir. Realmente no es tan sencillo, aunque los seres orgánicos pertenecen a la misma gran banda. Imagínatelo como una banda enormemente ancha de filamentos luminosos, hilos luminosos sin fin. Los seres orgánicos son burbujas que crecen alrededor de un grupo de filamentos luminosos. Imagina que en esta banda de vida orgánica algunas burbujas se forman alrededor de los filamentos luminosos del centro de la banda, mientras que otros se forman cerca de los bordes; la banda es lo suficientemente ancha para acomodar a todo tipo de ser orgánico, y con espacio de sobra. En un arreglo así, las burbujas que están cerca de los bordes de la banda no tienen nada que ver con las emanaciones que están en el centro de la banda, que son compartidas sólo por burbujas que se alinean con el centro. De igual manera, las burbujas del centro no tienen nada que ver con las emanaciones de los bordes.