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Comenzó a enseñarme cómo maniobrar para quitarme los pantalones. Lo hizo con una cara extremadamente seria y preocupada. Toda mi concentración se enfocó en sus movimientos. Sólo después de haberme quitado los pantalones me di cuenta de que don Juan rugía de risa. Nuevamente Genaro se divertía a mi costo. Estaba a punto de incorporarme para ponerme los pantalones cuando don Juan me detuvo. Se reía con tanta fuerza que apenas podía articular sus palabras. Me dijo que me quedara donde estaba, que Genaro sólo bromeaba a medias, y que la Catalina realmente estaba ahí detrás de los matorrales.

Su tono apremiante, a pesar de su risa, me afectó. Al momento, me congelé en mi sitio. Un crujido entre los matorrales me llenó de tanto pánico que olvidé que estaba medio desnudo. Miré a Genaro. Vestía nuevamente sus pantalones. Se encogió de hombros y me sonrió como disculpándose.

– Lo siento -susurró-. No tuve tiempo de enseñarte a ponértelos sin pararte.

No tuve la oportunidad de enojarme o de unirme a su regocijo. En ese instante, justo frente a mí, los matorrales se separaron y surgió de entre ellos una criatura absolutamente horrenda. Era de una apariencia tan estrafalaria que ya no pude ni sentir miedo. Estaba fascinado. Aquello que estaba frente a mí no era un ser humano; era algo que ni siquiera remotamente se asemejaba a uno. Era más como un reptil. O un voluminoso y grotesco insecto. O incluso un ave peluda, totalmente repulsiva. Su cuerpo era oscuro y tenía una gruesa pelambre rojiza. No podía verle extremidades, sólo veía la horrible y enorme cabeza. La nariz era chata y sus dos ventanas eran dos descomunales enormes huecos laterales. Tenía algo parecido a un pico con dientes. Aunque era horrenda esa cosa, sus ojos eran magníficos. Eran como dos lagunas hipnotizantes de incomparable claridad. Poseían conocimiento. No eran ojos humanos, ni ojos de ave, ni ojos de ningún otro ser que yo hubiera visto alguna vez.

La criatura se movió hacia mi izquierda, haciendo crujir los matorrales. Al mover la cabeza para seguirla, me di cuenta de que don Juan y Genaro parecían estar tan hipnotizados como yo. Se me ocurrió que tampoco ellos habían visto jamás algo así.

En un instante, la criatura se perdió completamente de vista. Pero un momento después se escuchó un gruñido y nuevamente su forma gigantesca se elevó ante nosotros,

Yo estaba fascinado sin medida y a la vez preocupado por el hecho de que no le tenía el menor temor a ese grotesco ser. Era como si mi pánico inicial hubiera sido experimentado por alguien que no era yo.

En cierto momento, sentí que comenzaba a incorporarme. Contra mi voluntad, mis piernas se enderezaron y me hallé de pie, frente a ese ser. Vagamente sentí que me quitaba el saco, la camisa y los zapatos. Me quedé desnudo. Los músculos de mis piernas se endurecieron con una contracción tremendamente poderosa. Comencé a saltar con colosal agilidad, y después la criatura y yo corrimos hacia un verdor inefable en la distancia.

La criatura corría delante de mí, enrollándose sobre sí misma, como una serpiente. Corrí hasta alcanzarla. Mientras corríamos juntos, me di cuenta de algo que ya sabía, en realidad ese ser grotesco era la Catalina. De pronto, en carne y hueso, la Catalina estaba a mi lado. Avanzábamos sin esfuerzo. Era como si estuviéramos corriendo sin movernos, tan sólo posando en un gesto corporal de movimiento y velocidad, mientras que el paisaje a nuestro alrededor se movía, creando la impresión de una tremenda aceleración.

Nuestra carrera se detuvo tan repentinamente como había empezado, y luego yo estaba solo con la Catalina, en un mundo diferente. No había en él una sola característica reconocible. Había un intenso brillo y calor que provenía de lo que parecía ser el suelo, un suelo cubierto con grandes rocas. O por lo menos parecían ser rocas. Tenían el color de la arenisca, pero no tenían peso, eran como trozos de tejido esponjoso. Con sólo apoyarme contra ellas podía lanzarlas a lo lejos.

Quedé tan cautivado con mi fuerza que me abstraí de todo lo demás. De alguna manera, yo estaba consciente de que los trozos de material, aparentemente sin peso, si me oponían resistencia, era mi tremenda fuerza la que los lanzaba por doquier.

Traté de agarrarlos con las manos, y me di cuenta de que todo mi cuerpo había cambiado. La Catalina me miraba. De nuevo, era la grotesca criatura que había sido anteriormente, y yo también era así. No podía verme a. mí mismo, pero sabía que los dos éramos exactamente iguales.

Una alegría indescriptible me poseyó, como si la alegría hubiera sido una fuerza que provenía de mi exterior. La Catalina y yo hicimos cabriolas, nos retorcimos, y jugamos hasta que ya no tuve más pensamientos, o sentimientos, o conciencia humana de algún grado. Sin embargo, definitivamente, yo estaba consciente. Mi conciencia era un vago conocimiento que me inspiraba confianza, era una fe ilimitada, una certidumbre física de mi existencia, no en el sentido de un sentimiento humano de individualidad, sino en el sentido de una presencia que lo era todo.

De repente, todo volvió a enfocarse a nivel humano otra vez. La Catalina me tenía agarrado de la mano. Caminábamos en la tierra arenosa y entre las matas espinosas del desierto. Sentí el inmediato y doloroso efecto de las piedras del desierto y los duros pedazos de tierra en mis pies descalzos.

Llegamos a un lugar sin vegetación. Ahí estaban don Juan y Genaro. Me senté y me puse la ropa.

Mi experiencia con la Catalina atrasó nuestro viaje de regreso al sur de México. Me había desequilibrado completamente. En mi estado de conciencia normal me sentí trastornado. Era como si hubiera perdido un punto de referencia. Me sentía abatido, desconsolado. Le dije a don Juan que incluso había perdido el deseo de vivir.

Estábamos sentados en la ramada de la casa de don Juan. Mi coche estaba cargado con bolsas de plantas y estábamos listos para partir, pero me ganó el sentimiento de desesperación y comencé a llorar.

Don Juan y Genaro se rieron hasta que sus ojos empezaron a lagrimear. Mientras más desesperado me sentía, mayor era su gozo. Finalmente, don Juan me hizo cambiar a un estado de conciencia acrecentada y me explicó que el hecho de que se reían de mí no era crueldad de su parte ni el resultado de un extraño sentido del humor, sino la genuina expresión de felicidad al verme avanzar por el camino del conocimiento.

– Te diré lo que el nagual Julián solía decirnos cuando llegamos adonde tú estás -prosiguió don Juan-. De esa forma sabrás que no estás solo. Lo que te está pasando le pasa a cualquiera que ahorra suficiente energía para poder vislumbrar lo desconocido.

Dijo que el nagual Julián solía decirles que habían sido expulsados de los hogares en los que habían vivido todas sus vidas. Un resultado del ahorro de energía había sido la desorganización de su cómodo y acogedor nido en el mundo de la vida cotidiana. La depresión que sentían, les decía el nagual Julián, no era tanto la tristeza de haber perdido un nido aburrido y restrictivo, sino más bien la molestia de tener que buscar nuevas viviendas.

– Las nuevas viviendas -continuó don Juan- no son tan cómodas y acogedoras, pero son infinitamente más holgadas, más amplias.

"Tu aviso de desalojo se presentó en la forma de una gran depresión, una pérdida del deseo de vivir, igual como nos pasó a nosotros. Cuando nos dijiste que no querías vivir, no pudimos evitar reírnos.

– ¿Qué me va a pasar ahora? -pregunté.

– En términos vulgares tienes que conseguirte otra cueva donde poner tu petate -contestó don Juan.

Don Juan y Genaro entraron nuevamente en un estado de gran euforia. Cada aseveración o comentario que hacían a mis preguntas los envolvía en risa histérica.

– Todo es muy sencillo -dijo don Juan-. Tu nuevo nivel de energía creará un nuevo sitio para albergar tu punto de encaje. Entrarás en un estado permanente de conciencia acrecentada, y el diálogo de guerrero, que tienes con nosotros cada vez que nos reunimos, le dará solidez a esa nueva posición.

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