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Con mucha calma, don Juan comenzó a hablarle a Genaro. Le preguntó si recordaba las muchas veces que el nagual Julián estuvo a punto de estrangularlos porque eran tan cobardes.

Genaro se volvió hacia mí y me aseguró que el nagual Julián había sido un maestro despiadado. Él y su propio maestro, el nagual Elías, quien aún estaba en el mundo en aquel entonces, solían empujar los puntos de encaje de todos sus aprendices más allá de un limité crucial, y los dejaban allí, en mundos inconcebibles, para que se las arreglasen por sí solos.

– Te dije una vez que el nagual Julián nos recomendaba no malgastar nuestra energía sexual -prosiguió Genaro-. El quería decir que para mover el punto de encaje uno necesita energía. Si uno no la tiene, el golpe del nagual no es el golpe de la libertad sino el golpe de la muerte.

– Sin suficiente energía -dijo don Juan-, la fuerza del alineamiento resulta aplastante. Tienes que tener energía para resistir la presión de alineamientos que nunca tienen lugar en circunstancias ordinarias.

Genaro dijo que el nagual Julián también era un maestro inspirado. Siempre encontraba formas de enseñar y de divertirse al mismo tiempo. Uno de sus métodos favoritos consistía en agarrarlos desprevenidos en estados de conciencia normal, darles el golpe del nagual y mover sus puntos de encaje. Después de un par de veces, lo único que tenía que hacer para conseguir su total atención era amenazarlos con un golpe inesperado.

– El nagual Julián fue realmente un hombre inolvidable -dijo don Juan-. Tenía una gran facilidad con la gente. Solía hacer las peores cosas del mundo, pero hechas por él eran sensacionales. Hechas por cualquier otra persona hubieran sido groseras e insensibles.

"Por otra parte, el nagual Elías no tenía facilidad con la gente, pero era un soberbio maestro.

– El nagual Elías era muy parecido al nagual Juan Matus -me dijo Genaro-. Se llevaron muy bien. Y el nagual Elías le enseñó todo, sin jamás alzar la voz o jugarle trampas.

– Pero el nagual Julián era de verdad otra cosa -prosiguió Genaro tocándome con el codo-. Yo diría que, igual que tú, él guardaba celosamente extraños secretos en su lado izquierdo. ¿No dirías tú lo mismo? -le preguntó a don Juan.

Don Juan no contestó, pero movió la cabeza asintiendo. Parecía estar conteniendo su risa.

– Él era muy juguetón -dijo don Juan y ambos irrumpieron en grandes risotadas.

El hecho de que obviamente aludían a algo que sólo ellos sabían me hizo sentirme aún más contrariado.

Don Juan dijo que se referían a las extrañas técnicas de brujería que el nagual Julián había aprendido en el curso de su vida. Genaro agregó que, además del nagual Elías, el nagual Julián tuvo otro maestro único. Un maestro que lo quiso inmensamente y que le enseñó novedosas y complejas maneras de mover su punto de encaje. Como resultado de esto, el nagual Julián fue extraordinariamente excéntrico en su comportamiento.

– ¿Quién fue ese maestro, don Juan? -pregunté.

Don Juan y Genaro se miraron uno al otro y se rieron como dos niños.

– Es una pregunta muy difícil de contestar -repuso don Juan-. Lo único que puedo decir es que él fue el maestro que desvió el curso de nuestra línea. Nos enseñó muchas cosas, buenas y malas, pero entre las peores, nos enseñó lo que hacían los antiguos videntes. Y por eso, algunos de nosotros quedamos atrapados. El nagual Julián fue uno de ellos, y también lo es la Catalina. Sólo esperamos que tú no sigas sus pasos.

De inmediato comencé a protestar. Don Juan me interrumpió. Me dijo que yo no sabía contra qué protestaba.

Conforme don Juan hablaba, sentí un terrible enojo contra él y Genaro. El enojo se transformó de pronto en una rabia incontenible. Comencé a gritarles a todo pulmón. Mi reacción estaba tan fuera de tono que me asustó. Era como si yo fuera otra persona. Me controlé y los miré buscando ayuda.

Genaro tenía puestas las manos sobre los hombros de don Juan, como si necesitara apoyarse. Ambos se ahogaban de risa.

Me sentí tan abatido que casi me salían lágrimas. Don Juan vino a mi lado. Puso su mano sobre mi hombro para tranquilizarme. Dijo que, por razones que le resultaban incomprensibles, el desierto de Sonora fomentaba una definida agresividad en el hombre o en cualquier otro organismo.

– La gente podrá decir que se debe a que aquí el aire es demasiado seco -prosiguió calmadamente-, o porque hace demasiado calor. Los videntes dicen que se debe a que aquí se encuentra una confluencia particular de las emanaciones del Aguila que, como ya dije, ayuda al punto de encaje a moverse hacia abajo.

"Sea como fuera, los guerreros están en el mundo, realmente, con el fin de entrenarse a ser testigos sin prejuicios para así descubrir y entender el misterio que somos. Esta es la meta más alta de los nuevos videntes. Y no todos ellos la alcanzan. Creemos que el nagual Julián no la alcanzó. Pudiéramos decir que asaltaron a él y a la Catalina en el camino y los desviaron.

Dijo que para ser un guerrero sin par uno tiene que amar la libertad, y uno tiene que tener una despreocupación, un desinterés supremo. Explicó que el camino del guerrero es algo extremadamente peligroso porque representa el lado opuesto de la situación del hombre moderno, que ha abandonado el reino de lo desconocido y de lo misterioso, y se ha instalado en el reino de lo funcional. Le ha dado la espalda al mundo de los presentimientos y el júbilo y le ha dado la bienvenida al mundo del aburrimiento.

– El recibir una oportunidad de volver nuevamente al misterio del mundo -prosiguió don Juan-, resulta a veces ser demasiado para los guerreros, y sucumben; los asalta en su camino lo que yo he llamado la gran aventura de lo desconocido. Olvidan la búsqueda de la libertad, olvidan ser testigos sin prejuicios. Y con un gozo ciego, se hunden en lo desconocido.

– Y usted cree que yo soy así, ¿verdad? -le pregunté a don Juan.

– No es cuestión de creer, nosotros lo sabemos -contestó Genaro-. Y la Catalina lo sabe mejor que todos los demás.

– ¿Cómo lo sabe? -exigí saber.

– Porque es como tú -repuso Genaro pronunciando sus palabras con una entonación cómica.

Estaba a punto de iniciar una acalorada discusión cuando don Juan me interrumpió.

– No hay motivo para alterarse tanto -me dijo-. Tú eres lo que eres. La lucha por la libertad, es más dura para algunos. Tú eres uno de ellos.

"Para llegar a ser testigos sin prejuicios -prosiguió-, se comienza entendiendo que la estabilidad o el movimiento del punto de encaje determina lo que somos, y lo que es el mundo que atestiguamos.

"Los nuevos videntes dicen que cuando aprendimos a hablar con nosotros mismos, aprendimos los medios de entorpecernos para así poder mantener al punto de encaje en un sitio fijo.

Genaro aplaudió ruidosamente y soltó un chiflido agudo que imitaba el silbato de un entrenador de deportes.

– ¡Pongamos en movimiento ese punto de encaje! -gritó-. ¡Arriba, arriba, arriba! ¡Muévete, muévete, muévete!

Todavía estábamos riéndonos cuando repentinamente los matorrales a mi lado derecho se sacudieron. Don Juan y Genaro se sentaron de inmediato con el pie izquierdo metido bajo el asiento. La pierna derecha, con la rodilla elevada, era como un escudo frente a ellos. A señas, don Juan me indicó que hiciera lo mismo. Alzó las cejas e hizo un gesto de resignación en la comisura de la boca.

– Los brujos tienen sus propias peculiaridades -dijo susurrando-. Cuando el punto de encaje se mueve a las regiones abajo de su posición normal, los brujos no distinguen muy bien. Si te ven de pie, te atacarán.

– El nagual Julián me mantuvo una vez en esta posición de guerrero durante dos días -me susurró Genaro-. Incluso tuve que orinar mientras permanecía sentado en esta posición.

– Y defecar -agregó don Juan con gran seriedad.

– Cierto -dijo Genaro. Y me susurró aún más bajo, como si lo acabara de pensar:- Espero que hayas hecho caca antes. Si no tienes vacíos los intestinos cuando se aparezca la Catalina, te harás caca en los pantalones, a menos que te enseñe cómo quitártelos. Si tienes que cagar en esta posición, tienes que quitarte los pantalones.

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