Los nuevos videntes descubrieron algo aún más importante; lo que hace a los aliados utilizables o inutilizables para el hombre. Los aliados inútiles, de los cuales hay extraordinarias cantidades, son aquéllos compuestos de emanaciones que no tienen equivalente en los seres humanos. Son tan diferentes a nosotros que resultan completamente incomprensibles. La otra clase de aliados, notablemente escasa en número, está compuesta de seres que poseen emanaciones correspondientes a las nuestras.
– ¿Cómo utiliza el hombre a esa clase de aliados? -pregunté.
– Deberíamos usar otra palabra en vez de utilizar -contestó-. Yo diría que lo que tiene lugar entre videntes y aliados de este tipo es un adecuado intercambio de energía.
– ¿Cómo ocurre el intercambio?
– A través de las emanaciones que coinciden -dijo-.
“Naturalmente, esas emanaciones están en el lado izquierdo del hombre; el lado que jamás se usa. Por esta razón, los aliados están totalmente vedados al mundo de la conciencia normal, o el lado de la racionalidad.
Dijo que las emanaciones coincidentes les dan a ambos un terreno común. Luego, con la familiaridad, se establece un eslabón más profundo, que beneficia a ambas formas de vida. Los videntes buscan la cualidad etérea de los aliados; pueden ser fabulosos guías y guardianes. Los aliados buscan la fuerza del amplio campo energético del hombre, e incluso con él pueden hasta materializarse.
Me aseguró que videntes con experiencia ejercitan esas emanaciones coincidentes hasta que las hacen unirse; en ese momento tiene lugar el intercambio. Los antiguos videntes no supieron que existía tal proceso y desarrollaron complejas técnicas, como la que me había mostrado, para descender a las profundidades que yo vi en el espejo.
– Para ayudarse en su descenso -continuó-, los antiguos videntes tenían una cuerda de fibra especial que se ataban alrededor de la cintura. Tenía una punta remojada en resina, que cabía en el ombligo, como un tapón. Los videntes tenían un asistente o varios que sostenían la cuerda mientras ellos se perdían en su contemplación.
– Pero, ¿llegaron a descender corporalmente? -pregunté.
– Los hombres, en general, tienen enorme capacidad, especialmente si controlan la conciencia -contestó-. Los antiguos videntes eran estupendos. En sus excursiones a las profundidades hallaron maravillas. Para ellos era rutinario encontrarse con aliados.
"Desde luego que ahora ya te das cuenta de que decir las profundidades es usar una metáfora. No hay ninguna clase de profundidades. Lo único que existe es el Aguila y sus emanaciones. El secreto es manejar la conciencia de ser. Sin embargo los antiguos videntes jamás lo entendieron.
Le dije a don Juan que, basándome en lo que él me había contado de su experiencia con el aliado, y en mi propia impresión al sentir la violenta agitación del aliado en el agua, concluí que los aliados son muy agresivos.
– Ni tanto -dijo-. No es que no tengan suficiente energía para ser agresivos, sino que tienen más bien un diferente tipo de energía. Son más como una corriente eléctrica. Los seres orgánicos son como ondas de calor.
– ¿Por qué lo persiguió el aliado durante tanto tiempo? -pregunté.
– Eso no es ningún misterio -dijo-. A los aliados los atraen las emociones. El terror básico es lo que más los atrae; libera el tipo de energía más conveniente para ellos. El terror básico unifica las emanaciones en su interior. Como mi terror básico era ininterrumpido, el aliado comenzó a seguirlo o mejor dicho mi terror enganchó al aliado y no lo soltó.
Dijo que los antiguos videntes al descubrir que el terror animal es lo que los aliados disfrutan por encima de todo, llegaron al extremo de intencionalmente nutrir a sus aliados, asustando a gente a veces hasta matarlos. Los antiguos videntes estaban convencidos de que los aliados tenían sentimientos humanos, pero los nuevos videntes vieron que la energía liberada por las emociones simplemente engancha a los aliados; el cariño es igualmente efectivo, o el odio, o la tristeza, o la alegría.
Don Juan dijo que si él hubiera sentido cariño por aquel aliado, el aliado lo hubiera perseguido de todos modos, pero la persecución hubiera tenido otro cariz. Yo le pregunté qué habría pasado si él hubiera controlado su terror. ¿Habría el aliado dejado de perseguirlo? Contestó que controlar el terror era una estratagema de los antiguos videntes. Aprendieron a controlarlo al punto de poder repartirlo. Con su propio terror enganchaban a los aliados, y al darlo de manera gradual, como si fuera alimento, de verdad esclavizaban a los aliados.
– Los antiguos videntes eran hombres aterradores -agregó don Juan y me encaró con una sonrisa burlona-. No debería referirme a ellos en el pasado pluscuamperfecto -continuó- porque incluso el día de hoy son aterradores. Su intención es dominar, ser los amos de todos y de todo.
– ¿Incluso hoy en día, don Juan? -pregunté buscando que me explicara más.
Cambió de tema, dijo que yo había perdido la oportunidad de sentir un terror básico y sin medida. Comentó que la efectiva manera en que yo había sellado el marco del espejo impidió que el agua se colara atrás del vidrio. Consideraba ésto como el factor decisivo que había impedido que el aliado despedazara el marco.
– Qué lástima -dijo-. A lo mejor hasta te hubiera caído simpático ese aliado. Por cierto, no era el mismo que vino a la ventana el día anterior. El segundo era perfectamente utilizable y tenía mucha afinidad contigo.
– ¿Usted tiene aliados, verdad, don Juan? -le pregunté.
– Como tú sabes, tengo los aliados de mi benefactor -dijo-. No puedo decir que siento por ellos el mismo cariño que mi benefactor les tenía. Él era un hombre sereno pero completamente apasionado, que regalaba generosamente todo lo que podía, incluyendo su energía.
– Amaba a sus aliados. Para él no era ninguna pérdida o inconveniente que los aliados usaran su energía y se materializaran. Había uno en particular que incluso podía adoptar la figura humana en una forma grotesca.
Don Juan de pronto comenzó a reír. Y me aseguró que gracias a que él no sentía gran cariño por los aliados, nunca me había asustado con ellos, como lo hizo su benefactor con él. Me contó que mientras estaba inmovilizado en cama, reponiéndose dé su herida en el pecho, tenía mucho tiempo para cavilar y que su benefactor le resultaba un viejo tremendamente extraño. Habiendo logrado escapar a duras penas de las garras de un pinche tirano, don Juan sospechaba que había caído en otra trampa. Su intención era esperar hasta haber recuperado sus fuerzas y entonces huir cuando el viejo no estuviera en casa. Pero el viejo debió leerle el pensamiento porque un día, en tono confidencial, le susurró a don Juan que debía reponerse lo más rápido posible para que ambos pudieran escapar de un hombre monstruoso que lo había capturado y lo tenía de esclavo. Temblando de miedo e impotencia, el viejo señaló la puerta. La puerta se abrió de par en par y un hombre monstruoso, con cara de pez entró al cuarto, con una furia macabra. Su color era un verde grisáceo, tenía un solo ojo enorme que no parpadeaba y era tan alto que apenas cabía en el umbral de la puerta. Don Juan dijo que su sorpresa y su terror fueron tan intensos que se desmayó, y que llevó años liberarse del conjuro de aquel susto.
– ¿Le son útiles sus aliados, don Juan? -pregunté.
– Eso es algo muy difícil de decidir -dijo-. Yo los quiero, a mi manera, y les doy muy poco pero ellos son capaces de corresponder ese poco con afecto inconcebible. Pero aún así son incomprensibles para mí. Me fueron dados para acompañarme por si me quedo desamparado y solo en la eternidad de las emanaciones del Águila.