Литмир - Электронная Библиотека
A
A

El timbre de la puerta tiene un zumbido más ronco, o es la memoria que le engaña. El paje alza su globo apagado, también en Francia había pajes así, no llegará a saberse a ciencia cierta de dónde vino éste, no hay tiempo para todo. En lo alto de la escalera aparece Pimenta, iba a bajar creyendo que era un cliente con maletas, pero se ha quedado a la espera, aún no ha reconocido al que sube, puede haberlo olvidado, son tantas las caras que entran y salen de la vida de un recadero de hotel, está el contraluz, siempre hay que contar con el contraluz en estas ocasiones, pero ahora está tan cerca, incluso viniendo con la cabeza baja, que se acaban las dudas, Vaya, pero si es el doctor Reis, cómo está, señor doctor, Buenos días, Pimenta, aquella camarera, cómo se llama, ah sí, Lidia, está, No señor no está, salió y no ha vuelto todavía, creo que su hermano estaba metido en el lío ese de los barcos, aún no había acabado Pimenta la frase cuando apareció Salvador en el descansillo, fingió sorpresa, Oh, doctor, qué alegría verlo por aquí, y Pimenta dijo lo que sabía, El doctor quería hablar con Lidia. Ah, pues no está, pero si le puedo ser útil en algo, sólo quería saber qué le ha pasado al hermano, pobre chica, me había hablado de un hermano que estaba en la marina, he venido sólo por si puedo ayudarla como médico, Comprendo, comprendo, pero Lidia no está, salió en cuanto empezaron los cañonazos y aún no ha vuelto, y Salvador sonreía, siempre sonríe cuando da una información, es un buen gerente, digámoslo por última vez, aunque tenga razones de queja de este antiguo huésped que se acostaba con la camarera, y seguro que lo sigue haciendo, y ahora aparece por aquí, dándoselas de inocente, si cree que me engaña, va dado, Sabe a dónde habrá ido, preguntó Ricardo Reis, Andará por ahí, es capaz de haber ido al Ministerio de Marina, o estará en casa de su madre, o en la policía, en esto seguro que se mete la policía también, seguro, pero quede usted tranquilo, doctor, en cuanto la vea le diré que ha estado usted aquí, ya irá ella a verlo, y Salvador volvía a sonreír como quien acaba de tender una trampa y ya ve a la pieza medio atrapada, pero Ricardo Reis respondió, Sí, que me vaya a ver, aquí tiene mi dirección, y escribió en un papel la inútil indicación. Salvador deshizo la sonrisa, despechado por lo rápido de la respuesta, no se supo qué palabras iba a decir, del segundo piso bajaban dos españoles en acalorada conversación, uno de ellos preguntó, señor Salvador, se ha llevado el diablo ya a los marineros, Sí, don Camilo, se los ha llevado el diablo, Bueno, entonces es hora de decir Viva España, Viva Portugal, Arriba, don Camilo, y Pimenta añadió, por cuenta de la patria, Viva. Ricardo Reis bajó la escalera, el timbre zumbó, antes había aquí una campanilla, pero los huéspedes de entonces protestaron, decían que parecía la puerta de un cementerio.

Lidia no apareció en toda la tarde. A la hora de los vespertinos Ricardo Reis salió por el periódico. Leyó rápidamente los titulares de la primera página, buscó la continuación de la noticia en las páginas centrales, otros títulos, al fondo, en letras grandes, Murieron doce marineros, y venían los nombres, las edades, Daniel Martins, veintitrés años, Ricardo Reis quedó parado en medio de la calle, con el periódico abierto, en medio del silencio absoluto, la ciudad estaba paralizada, la gente pasaba como de puntillas, con el índice sobre los labios cerrados, de pronto se alzó un ruido ensordecedor, la bocina de un automóvil, el desquite de dos vendedores de lotería, el llanto de un niño a quien su madre arrastraba por las orejas, Como vuelvas a hacer otra te deshago. Lidia no estaba esperándolo ni había señal de que hubiera pasado por la casa. Se va haciendo de noche. Dice el diario que los prisioneros han sido conducidos primero al Gobierno Civil y luego al Asilo, y que los muertos, algunos sin identificar, están en el depósito. Lidia debe de andar buscando a su hermano, o estará en casa de su madre, llorando desesperadas ambas el gran irreparable dolor.

Entonces llamaron a la puerta. Ricardo Reis corrió a abrir, dispuestos ya los brazos para acoger a la mujer bañada en lágrimas, pero era Fernando Pessoa, Ah, es usted, Estaba esperando a otra persona, Si sabe lo ocurrido debe imaginárselo, recuerdo que un día le dije que Lidia tenía un hermano en la marina, Ha muerto, Ha muerto. Estaban en el dormitorio, Fernando Pessoa sentado a los pies de la cama, Ricardo Reis en una silla. Había caído la noche. Pasaron así media hora, se oyeron las campanadas del reloj del piso de arriba, Es extraño, pensó Ricardo Reis, no recordaba este reloj, o me olvidé de él tras haberlo oído por primera vez. Fernando Pessoa tenía las manos sobre las rodillas, los dedos entrelazados, la cabeza baja. Sin moverse, dijo, He venido para decirle que no volveremos a vernos, Por qué, Mi tiempo ha terminado, recuerda que le dije que sólo tenía para unos meses, Lo recuerdo, Pues se han acabado. Ricardo Reis se subió el nudo de la corbata, se levantó, se puso la chaqueta. Fue a la mesilla de noche a buscar The god of the labyrinth, lo metió bajo el brazo, Vamos, dijo, A dónde va, Me voy con usted, Debería quedarse aquí, esperando a Lidia, Sí, sé que debería hacerlo, Para consolarla por la muerte del hermano, Nada puedo hacer por ella, Y ese libro, para qué es, Pese al tiempo que tuve, nunca acabé de leerlo, No tendrá tiempo ahora, Tendré todo el tiempo, Se equivoca, la lectura es la primera virtud que se pierde, lo recuerda. Ricardo Reis abrió el libro, vio unas seriales incomprensibles, unas rayas negras, una página sucia, Ya me cuesta leer, dijo, pero incluso así voy a llevármelo, Para qué, Para dejar al mundo aliviado de un enigma. Salieron de casa, Fernando Pessoa observó aún, No lleva usted sombrero, Sabe mejor que yo que allá no se lleva. Estaban en la acera del jardín, veían las luces pálidas del río, la sombra amenazadora de los montes. Entonces vamos, dijo Fernando Pessoa, Vamos, dijo Ricardo Reis. Adamastor no se volvió para mirarlos, le parecía que esta vez sería capaz de dar el gran grito. Aquí, donde el mar se acabó y la tierra espera.

FIN

El año de la muerte de Ricardo Reis terminó de imprimirse en agosto de 1997, en Litográfica Ingramex, S.A. de C.V. Centeno 162, Col. Granjas Esmeralda, C.P. 09810, México, D.F. Cuidado de la edición: Freja I. Cervantes.

[1] Personaje y situaciones de A cidade es a serras, de Eça de Queiroz. (N. del t.)

[2] Menina-de-cinco-olhos, palmatoria. (N. del t.)

[3] Bairro Alto, barrio alto, dominando la Baixa, o ciudad baja, centro comercial de Lisboa. (N. del t.)

[4] Zé Ponvinho (José Pueblo) es una figura del ceramista y dibujante Rafael Bórdalo Pinheiro (1846-1905), popularizada como imagen del portugués rural. Aparece generalmente haciendo un corte de mangas. (N. del t.)

[5] Juego de palabras entre Reis, reyes, y el apellido del heterónimo de Pessoa. (N. del t.)

[6] Paulismo e interseccionismo son teorías poéticas de Fernando Pessoa. El paulismo, dentro de una estética simbólico-sandosa, aparece en su primer poema publicado en portugués, Impressões do Crepúsculo, fechado en marzo de 1913, antes de la explosión heteronímica. Después del paulismo surgió el interseccionismo, cuyo poema característico es Chuva oblíqua. (N. del t.)

[7] De Espanha, nem bom vento nem bom casamento, refrán portugués. (N. del t.)

74
{"b":"125152","o":1}