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Son buenos estos días. Lidia está de vacaciones y pasa casi todo el tiempo con Ricardo Reis, sólo va a dormir a casa de su madre por cuestión de respeto, así se evitan los reparos de la vecindad que, pese a la buena armonía instaurada desde el ya mencionado acto médico, no dejaría de murmurar por este contubernio de patrón y criada, muy común por otra parte en esta ciudad de Lisboa, pero con disimulo. Y si alguien de más puntillosa moral argumentara que también durante el día se puede hacer lo que más frecuentemente se hace por la noche, siempre se le podría responder que no hubo antes tiempo para las grandes limpiezas de primavera con que las casas resucitan pascualmente del largo invierno, por eso la criada del señor doctor viene temprano y se va tarde al anochecer, y trabaja como se puede ver y oír, con plumero y bayeta, cubo y estropajo, conforme a pruebas públicas que ha dado y ahora confirma. A veces se cierran las ventanas, hay un silencio que, por repentino, parece tenso, es natural, la gente necesita descansar entre dos esfuerzos, quitarse el pañuelo de la cabeza, aliviar la ropa, suspirar con una nueva y dulce fatiga. La casa vive su sábado de aleluya, su domingo de pascua, por obra y gracia de esta mujer, sierva humilde, que pasa sus manos por las cosas y las deja lustralmente limpias, que ni en tiempos de doña Luisa y el juez de casación, con su regimiento de criadas de fuera, dentro y cocina, resplandecieron con tanta gloria estas paredes y estos muebles, bendita sea Lidia entre todas las mujeres Marcenda, si aquí viviera como señora legítima, no haría nada comparable, y más con el brazo así. Aún hace pocos días olía a moho, a verdín, a borra, a desagüe renitente, y hoy llega la luz a los rincones más remotos, fulge en los vidrios y los convierte en cristal, pone alfombras en el suelo encerado, el mismo techo queda estrellado de reverberaciones cuando el sol entra por las ventanas, ésta es una morada celestial, diamante dentro de un diamante, y con sólo la vulgaridad de un trabajo de limpieza se alcanzan estas sublimidades superiores. Quizá también, por el hecho de acostarse tan frecuentemente Lidia y Ricardo Reis, por tanto placer corpóreo dado y recibido, no sé qué les ha pasado a estos dos para haberse vuelto de pronto tan carnalmente exigentes y dadivosos, será el verano que los calienta, será el que esté en el vientre aquel minúsculo fermento, efecto de una unión acaso distraída, causa nueva de resucitados ardores, aún no somos nada en este mundo y ya tenemos parte en su gobierno.

Pero no hay bien que cien años dure. Se acabaron las vacaciones de Lidia, todo volvió a ser como antes, volverá a venir en su día de asueto, una vez por semana, ahora, hasta cuando el sol encuentra una ventana abierta, la luz es diferente, blanda, opaca, y el tamiz del tiempo volvió a cernir el impalpable polvo que desvanece rasgos y contornos. Cuando, por la noche, Ricardo Reis abre la cama para acostarse, apenas consigue ver la almohada donde va a apoyar la cabeza, y de mañana, no conseguiría levantarse si antes no identificara con sus propias manos, línea por línea, lo que de sí aún es posible hallar, como una huella digital deformada por una cicatriz larga y profunda. En una de estas noches llamó Fernando Pessoa a la puerta, no aparece siempre que es necesario, pero era necesario cuando apareció alguien, Larga ausencia la suya, creí que no iba a volverlo a ver, le dice Ricardo Reis, Salgo poco, me pierdo fácilmente como una ancianita desmemoriada, lo que me salva es que tengo aún el tino de la estatua de Camões, a partir de ahí consigo orientarme, Dios quiera que no la derriben, con la fiebre que le ha dado ahora a quien decide estas cosas, hay que ver lo que están haciendo en la Avenida da Liberdade, un desastre, No he vuelto a pasar por allá, no sé nada, Tiraron, o están tirando, la estatua de Pinheiro Chagas, y la de un tal José Luis Monteiro que no sé quién era, Ni yo, pero lo de Pinheiro Chagas está bien hecho, Cállese, que no sabe usted lo que le espera, A mí nunca me levantarán estatuas, a no ser que pierdan la vergüenza, no soy yo hombre para estatuas, De acuerdo, nada hay más triste que tener uno una estatua en su destino, Que se las hagan a los militares y a los políticos, pase, que a ellos sí que les gusta, pero nosotros somos hombres de palabras, y las palabras no se pueden poner en bronce o piedra, son sólo palabras y basta, Vea a Camões, dónde están sus palabras, Por eso hicieron de él un pisaverde cortesano, Un D’Artagnan, Espada al cinto cualquier muñeco queda bien, yo ni siquiera sé ya qué cara tengo, No se preocupe, quizá escape a la maldición, y, si no escapa, como Rigoletto, siempre le quedará la esperanza de que un día echen abajo el monumento, como le pasó al de Pinheiro Chagas, que lo trasladen a un sitio tranquilo o que lo guarden en un almacén municipal, eso es normal, hasta hay quien pide que saquen de ahí a Chiado, También a Chiado, qué mal les hizo Chiado, Dicen que fue chocarrero, deslenguado, nada propio del lugar elegante donde lo han puesto, Pues yo creo que, al contrario, Chiado no podía estar en mejor sitio, no es posible imaginar un Camões sin un Chiado, está muy bien así, y, además, vivieron en el mismo siglo, si hay algo que corregir es la posición en que pusieron al fraile, debería estar vuelto hacia el épico, con la mano extendida, no como quien pide, sino como quien ofrece y da, Camões no tiene nada que recibir de Chiado, Diga más bien que, no estando Camões vivo, no se lo podemos preguntar, no puede imaginar usted la de cosas que Camões precisaría. Ricardo Reis fue a la cocina a calentar café, volvió al despacho, se sentó ante Pessoa, dijo, Siempre me molesta el no poder ofrecerle un café, Llene una taza y póngala delante de mí, le hará compañía mientras toma la suya, No consigo habituarme a la idea de que usted no existe, Han pasado ya siete meses, lo suficiente para empezar una vida, pero de eso sabe usted más que yo, por algo es médico, Hay alguna intención oculta en lo que acaba de decir, Y qué intención oculta iba a haber, No sé, Está usted muy susceptible hoy, Quizá sea por este quitar y poner estatuas, esta evidencia de la precariedad de los afectos, usted sabe lo que le ocurrió al Discóbolo, por ejemplo, A qué discóbolo, Al de la Avenida, Ya recuerdo, aquel muchacho desnudo, que se hacía el griego, Pues lo han derribado también, Por qué, Le llamaron efebo impúber y afeminado, y pensaron que sería una medida de higiene espiritual ahorrar a los ojos de la ciudad la exhibición de una desnudez tan completa, Si el muchacho no ostentaba atributos físicos excesivos, si respetaba las conveniencias y las proporciones, dónde estaba el mal, Ah, eso no lo sé, la verdad es que tales atributos, por darles ese nombre, aunque no demostrativos en exceso, eran más que suficientes para una cabal lección de anatomía, Pero el muchachito era impúber, era afeminado, no fue eso lo que dijeron, Exactamente, Entonces pecaría por defecto, su mal fue no pecar por exceso, Yo me limito a repetir, lo mejor que puedo, los escándalos de la ciudad, Mi querido Reis, está usted seguro de que los portugueses no han empezado a enloquecer lentamente, Si usted, que vivía aquí, lo pregunta, cómo ha de responderle quien pasó tantos años lejos.

Ricardo Reis había acabado de tomar su café, y ahora debatía consigo mismo si leería o no el poema que había dedicado a Marcenda, aquél, Añorante ya de este verano que veo, y cuando al fin se decidió e iniciaba ya el movimiento de levantarse del sofá, Fernando Pessoa, con una sonrisa sin alegría, pidió, Cuénteme otros escándalos divertidos, entonces Ricardo Reis no tuvo que escoger, pensar mucho, en tres palabras anunció el escándalo mayor, Voy a ser padre. Fernando Pessoa lo miró estupefacto, luego se echó a reír, no lo creía, Está usted burlándose de mí, y Ricardo Reis, un poco molesto, No me estoy burlando y, por otra parte, no veo a qué viene ese asombro suyo, si un hombre se va a la cama con una mujer, una y otra vez, hay muchas posibilidades de que acaben haciendo un hijo, y eso es lo que ha ocurrido, Cuál de las dos es la madre, su Lidia o su Marcenda, a no ser que haya una tercera, que con usted todo es posible, No hay tercera mujer, no me he casado con Marcenda, Ah, quiere decir que con su Marcenda sólo podría tener un hijo si se casara con ella, La conclusión es fácil, ya sabe usted lo que es la educación y las familias, Una camarera no tiene complicaciones, A veces, Dice usted muy bien, basta recordar lo que decía Álvaro de Campos, que se pasó media vida cortejando a camareras de hotel, No es ése el sentido, Entonces, cuál es, Una camarera de hotel también es una mujer, Gran novedad, muriendo y aprendiendo, Usted no conoce a Lidia, Hablaré siempre con el mayor respeto de la madre de su hijo, querido Reis, guardo en mí auténticos tesoros de veneración, y, como nunca fui padre, no he necesitado someter esos sentimientos trascendentales al aburrimiento cotidiano, Déjese de ironías, Si su súbita paternidad no le hubiese embotado el sentido del oído, notaría que no hay en mis palabras la menor ironía, Sí hay ironía, aunque sea máscara de otra cosa, La ironía siempre es máscara, De qué, en este caso, Tal vez de cierta forma de dolor, No me diga que le duele el no haber tenido un hijo, Quién sabe, Tiene dudas, Soy, como no habrá olvidado, la más dubitativa de las criaturas, un humorista diría que el más dubitativo de los Pessoas, y hoy ni siquiera me atrevo a fingir lo que siento, Y a sentir lo que finge, Tuve que abandonar ese ejercicio cuando morí, hay cosas que no nos son permitidas de este lado. Fernando Pessoa se pasó los dedos por el bigote, hizo la pregunta, Sigue usted decidido a volver al Brasil, Hay días en que es como si ya estuviera allí, y hay días en que me siento como si nunca hubiera estado, En definitiva, que anda usted fluctuando en medio del Atlántico, ni allí ni aquí, Como todos los portugueses, En todo caso, sería para usted una excelente oportunidad empezar una vida nueva, con mujer e hijo, No pienso casarme con Lidia, y aún no sé si reconoceré a ese niño, Mi querido Reis, si me permite una opinión, eso es una desvergüenza, Lo será, pero Álvaro de Campos también pedía prestado y no pagaba, Álvaro de Campos era, rigurosamente, y para no salir de la palabra, un desvergonzado, Usted nunca se entendió muy bien con él, Tampoco me entendí nunca muy bien con usted, Nunca nos entendimos muy bien los unos con los otros, Era inevitable, puesto que éramos varios, Lo que no entiendo es esa actitud suya de moralista, conservadora, Un muerto es, por definición, ultraconservador, no soporta alteraciones del orden, Pues yo le oí vociferar contra el orden, Ahora vocifero a favor, No obstante, si usted estuviera vivo y la cosa fuese con usted, hijo no deseado, mujer de otra clase social, tendría estas mismas dudas, Exactamente, Un desvergonzado, Muy bien, querido Reis, un desvergonzado, Pues, pase lo que pase, no voy a huir, Quizá porque Lidia le facilita las cosas, Es verdad, ha llegado a decirme que no tengo que reconocer al niño, Por qué serán así las mujeres, No todas, De acuerdo, pero sólo las mujeres logran serlo, Quien lo oyera diría que usted tuvo una gran experiencia con ellas, Tuve sólo la experiencia de quien asiste y ve pasar, Pues se equivoca de medio a medio si sigue creyendo que eso basta, es preciso dormir con ellas, hacerles hijos, aunque sea para abortar, es preciso verlas tristes y alegres, riendo y llorando, calladas y locuaces, es preciso mirarlas cuando no saben que están siendo observadas, Y qué ven entonces los hombres hábiles, Un enigma, un rompecabezas, un laberinto, una charada, Yo siempre he sido bueno para las charadas, Pero con las mujeres, un desastre, Mi querido Reis, no está usted muy amable hoy, Disculpe, mis nervios rechinan como un hilo telefónico cuando le da el viento, Está disculpado, No tengo trabajo ni ganas de buscarlo, mi vida transcurre entre esta casa, el restaurante y un banco de jardín, es como si no tuviera otra cosa qué hacer más que esperar la muerte, Deje que venga el niño, No depende de mí, y no me resolvería nada, siento que ese niño no me pertenece, Cree que el padre es otro, Sé que el padre soy yo, no es ésa la cuestión, la cuestión es que sólo la madre existe de verdad, el padre es un accidente, Un accidente necesario. Sin duda, pero dispensable a partir de la satisfacción de esa necesidad, tan dispensable que podría morir a continuación, como el zángano o la mantis, Usted les tiene tanto miedo a las mujeres como les tenía yo, Puede que más aún, No ha vuelto a tener noticias de Marcenda, Ni una palabra, precisamente hace unos días escribí unos versos para ella, Lo dudo, Tiene razón, sólo son unos versos en los que está su nombre, quiere que se los lea, No, Por qué, Me sé sus versos de memoria, los hechos y los que están por hacer, la novedad sería el nombre de Marcenda, y ha dejado de serla, Ahora quien no es amable es usted, Y ni siquiera puedo disculparme con el estado de mis nervios, a ver, diga el primer verso, Añorando ya este verano que veo, Lágrimas para flores de él empleo, puede ser el segundo, Acertó, Como ve, lo sabemos todo el uno del otro, o yo de usted, Habrá alguna cosa que sólo me pertenezca a mí, Probablemente nada. Después de que Fernando Pessoa se fue, Ricardo Reis se bebió el café que le había dejado en la taza. Estaba frío, pero le supo bien.

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