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Ricardo Reis miró hacia la Otra Orilla. Se habían apagado algunas luces, otras apenas se distinguían, languidecían, sobre el río empezaba a flotar una neblina leve, Dijo usted que había dejado de aparecer porque estaba enfadado, Es verdad, Conmigo, Con usted tal vez no tanto, lo que me fastidiaba es este ir y venir, este juego entre una memoria que arrastra hacia un lado y un olvido que empuja hacia el otro, juego inútil porque siempre acaba por ganar el olvido, Yo no lo olvido a usted, La verdad es que usted en esta balanza no pesa mucho, Entonces, qué memoria es esa que sigue llamándolo, La memoria que tengo aún del mundo, Creí que lo llamaba la memoria que el mundo tenga de usted, Qué idea tan absurda, querido Reís, el mundo olvida, se lo he dicho ya, el mundo lo olvida todo, Cree que le han olvidado, El mundo olvida tanto que ni siquiera se da cuenta de lo que ha olvidado, Gran vanidad es ésa, Claro que sí, más vanidoso que un poeta sólo lo es un poeta menor, En ese caso yo seré más vanidoso que usted, Deje que le diga, y no es para halagarlo, que usted, como poeta, no es nada malo, Pero menos bueno que usted, Creo que sí, Cuando estemos muertos los dos, si aún nos recuerdan o mientras nos recuerden, será interesante ver de qué lado se inclina esa otra balanza, Entonces nos tendrán sin cuidado los pesos y los pesadores, Neófito, hay muerte, La hay. Ricardo Reis ciñó la gabardina al cuerpo, Se está poniendo frío, me voy para casa, si quiere venir conmigo podremos charlar un poco más, No espera visitas, Hoy no, puede quedarse allí, como el otro día, También se siente solo esta noche, Hasta el punto de implorar compañía no, es sólo porque pienso que a veces a un muerto le gustará estar sentado en una silla, en una butaca, bajo techado, confortablemente, Usted, Ricardo, nunca fue irónico, Ni lo soy ahora. Se levantó, preguntó, Bueno, viene conmigo. Fernando Pessoa fue tras él, lo alcanzó en el primer farol, la casa quedaba abajo, al otro lado de la calle. Frente a la puerta había un hombre mirando hacia arriba, como si midiera las ventanas, por la inclinación del cuerpo, en pausa inestable, parecía ir de paso, había subido por la empinada fatigosa calle, cualquiera de nosotros diría al verlo que es un simple paseante nocturno, que los hay en esta ciudad de Lisboa, no todo el mundo se va a la cama con las gallinas, pero cuando Ricardo Reis se acercó más a él, notó de cara un violento olor a cebolla, era el agente Víctor, lo reconoció en seguida, hay olores que son así, elocuentes, cada uno vale por cien discursos, de los buenos y de los malos, olores que son como retratos de cuerpo entero, hábiles para dibujar e iluminar facciones, qué andará haciendo este tipo por aquí, y quizá porque estaba presente Fernando Pessoa no quiso hacer mala figura y tomó la iniciativa de la interpelación, En un lugar como éste, y a estas horas, señor Víctor, el otro respondió como pudo, no llevaba ninguna explicación dispuesta, estos agentes están aún en la infancia del arte policial, Pues ya ve, doctor, ya ve, por casualidad, fui a ver a una parienta que vive por ahí, en Conde Bardo, pobrecilla, ha atrapado una pulmonía, no salió Víctor mal del todo, Y usted, doctor, no vive ya en el hotel, con su torpe pregunta descubría el enredo, un hombre puede estar alojado en el Hotel Bragança y pasear de noche por el Alto de Santa Catarina, no hay incompatibilidad alguna, pero Ricardo Reis hizo como si no se diera cuenta y el otro tampoco pareció enterarse, No, ahora vivo aquí, en el segundo, Ah, esta exclamación melancólica, pese a su brevedad, expandió por los aires un sofocante hedor, por suerte tenía Ricardo Reis la brisa de espaldas, son misericordias del cielo. Víctor se despidió, lanzó una nueva vaharada, Bueno, pues que usted siga bien, doctor, y si necesita algo, ya lo sabe, no tiene más que hablar conmigo, aún el otro día el director adjunto me decía que si todo el mundo fuera como usted, tan correcto, tan educado, daría gusto trabajar, cuando le diga que le he visto, va a alegrarse, Buenas noches, señor Víctor, no podía responder menos, sería falta de educación, y su buen nombre le obligaba. Ricardo Reis atravesó la calle, tras él fue Fernando Pessoa, al agente Víctor le pareció ver dos sombras en el suelo, son efectos de luz refleja, espejismos, a partir de cierta edad los ojos no pueden deslindar lo visible de lo invisible. Víctor aún se quedó en la acera, ahora daba ya igual, a la espera de que se encendiera la luz del segundo piso, mera rutina, simple confirmación, de sobra sabía que Ricardo Reis vivía allí, no había tenido que caminar mucho ni interrogar nada, con la ayuda del gerente Salvador dio con los mozos de cuerda y llegó a esta calle y a esta casa, muy verdad es el dicho de que preguntando se va a Roma, y de Roma al Alto de Santa Catarina no hay más que un paso.

Acomodado, recostado en la butaca del despacho, Fernando Pessoa preguntó, cabalgando la pierna, Quién era ese amigo suyo, No es mi amigo, Menos mal, hay que ver qué olor echaba el hombre, llevo yo cinco meses con este traje y esta camisa, sin mudarme de ropa interior, y no apesto así, pero, si no es amigo, quién es pues, y el director adjunto ése parece apreciarle mucho a usted, Los dos son de la policía, el otro día me llamaron para hacerme unas preguntas, Y yo que creía que era usted un hombre pacífico, incapaz de causar molestias a las autoridades, Lo soy, realmente, Pues algo habrá hecho para que le interroguen, Vine de Brasil, es lo único que hice, A ver si su Lidia estaba virgen y, triste y deshonrada, les fue con la queja, Aunque Lidia fuera virgen y yo la hubiera desflorado, no sería a la Policía de Vigilancia y Defensa del Estado adonde iría a presentar sus quejas, Fue esa policía la que lo mandó llamar, Fue ella, Y yo que pensaba que sería un caso de la Brigada de Costumbres, Mis costumbres son buenas, por lo menos comparadas con las costumbres generales, Nunca me había hablado usted de esa historia policial, No tuve ocasión, y usted no aparecía por aquí, Le hicieron algo, lo metieron en la cárcel, lo van a juzgar, No, sólo tuve que responder a unas preguntas, qué gente conocí en Brasil, por qué volví, a quiénes he tratado en Portugal desde mi vuelta, Tendría gracia que les hubiera hablado de mí, Tendría mucha gracia que les dijera que de vez en cuando me encuentro con el fantasma de Fernando Pessoa, Perdón, mi querido Reis, no soy un fantasma, Entonces qué es, No sé qué responderle, pero fantasma no soy, un fantasma viene del otro mundo, y yo me limito a venir del cementerio de Prazeres, En fin, es Fernando Pessoa muerto, lo mismo que antes era Fernando Pessoa vivo, En cierta e inteligente manera eso es exactamente, En todo caso, sería difícil explicar a la policía estos encuentros nuestros, Usted sabe que un día hice unos versos contra Salazar, Y él, se dio por enterado de la sátira, porque supongo que serían satíricos, Que yo sepa, no, Dígame Fernando, quién es, qué es ese Salazar que nos ha caído en suerte, Es el dictador portugués, el protector, el padre, el profesor, el poder manso, un cuarto de sacristán, un cuarto de sibila, un cuarto de Don Sebastián, un cuarto de Sidonio, lo más adecuado a nuestros hábitos e índole, Varias pes y cuatro eses, Ha sido una coincidencia, no vaya a creer que anduve buscando palabras que empezaran con la misma letra, Hay quien tiene esa manía, les encantan las aliteraciones, las repeticiones aritméticas, creen que gracias a ellas ordenan el caos del mundo, No debemos censurarlos, son gente ansiosa, como los fanáticos de la simetría, El gusto por la simetría, mi querido Fernando, corresponde a una necesidad vital de equilibrio, es una defensa contra la caída, Como el balancín de los equilibristas, Exactamente, pero, volviendo a Salazar, la prensa extranjera habla muy bien de él, Son artículos encargados por la propaganda, pagados con el dinero del contribuyente, eso he oído decir, Pero también la prensa de aquí se derrite en alabanzas, coge uno un diario y queda convencido de que este pueblo portugués es el más próspero y feliz de la tierra, o lo va a ser muy en breve, y que las otras naciones ganarían mucho aprendiendo de nosotros, El viento sopla de ese lado, por lo que veo usted no cree mucho en los periódicos, Solía leerlos, Dice esas palabras con un tono que parece de resignación, No, es sólo lo que queda de un largo cansancio, ya sabe usted lo que es eso, se hace un gran esfuerzo físico, los músculos se fatigan, quedan lasos, a uno le apetece cerrar los ojos y dormir, Tiene sueño, Aún siento el sueño que tenía en vida, Extraña cosa es la muerte, Más extraño aún, mirándola desde el lado en que estoy, es comprobar que no hay dos muertes iguales, estar muerto no es lo mismo para todos los muertos, hay casos en que nos traemos acá todos los fardos con que cargamos en vida. Fernando Pessoa cerró los ojos, apoyó la cabeza en el respaldo de la butaca, a Ricardo Reis le pareció que dos lágrimas le asomaban entre los párpados, también serían, como las dos sombras vistas por Víctor, efectos de luz refleja, es de sentido común que los muertos no lloran. Aquel rostro desnudo, sin gafas, con el bigote ligeramente crecido, el pelo tiene vida más larga, expresaba una gran tristeza, de esas tristezas sin enmienda, como las de la infancia que por ser de la infancia, creemos que tienen remedio fácil, ése es nuestro error. De repente, Fernando Pessoa abrió los ojos, sonrió, Imagine usted que soñé que estaba vivo, Habrá sido ilusión suya, Claro que fue ilusión, como todos los sueños, pero lo interesante no es que un muerto sueñe que está vivo, al fin y al cabo él conoció la vida, sabe con qué sueña, lo interesante es que un vivo sueñe que está muerto, él, que no sabe qué es la muerte, No tardará en decirme usted que muerte y vida es todo uno, Exactamente, mi querido Reis, vida y muerte son todo uno, Usted ya ha dicho hoy tres cosas diferentes, que no hay muerte, que hay muerte, y ahora me dice que muerte y vida son lo mismo, No tenía otra manera de resolver la contradicción que representaban las dos primeras afirmaciones, y, diciendo esto, Fernando Pessoa tuvo una sonrisa sabia, es lo mínimo que de esta sonrisa se podría decir, teniendo en cuenta la gravedad y la importancia del diálogo.

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