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Ahora que ha llegado el tiempo de la Pascua, el gobierno mandó distribuir por todo el país un donativo general, uniendo así el recuerdo católico de los padecimientos y triunfos de Nuestro Señor con las satisfacciones temporales del estómago protestativo. Los menesterosos hacen cola no siempre paciente a las puertas de las juntas parroquiales y casas de misericordia, y ya hay quien dice que a finales de mayo habrá una brillante fiesta en el jockey Club en favor de los siniestrados por las inundaciones de Ribatejo, esos infelices que llevan meses chapoteando bajo la lluvia, se formó una comisión patrocinadora con lo mejor de nuestra high life, señoras y señores que son ornamento de nuestra mejor sociedad, podemos apreciarlo por los nombres, a cual más resplandeciente en cualidades morales y bienes de calidad, Mayer Ulrich, Perestrello, Lavradio, Estarreja, Daun y Lorena, Infante da Cámara, Alto Mearim, Mousinho de Albuquerque, Roque de Pinho, Costa Macedo, Pina, Pombal, Seabra y Cunha, suerte tendrán los ribatejanos si aguantan el hambre hasta mayo. Mientras tanto, los gobiernos, por supremos que sean, como éste, perfectísimo, sufren de vista cansada, tal vez por su mucha aplicación al estudio, por la pertinaz vigilia y vigilancia. Y es que, viviendo alto, sólo ven bien lo que está lejos, y no reparan en que muchas veces la salvación se encuentra, por así decirlo, al alcance de la mano, o en el anuncio de un periódico, que es el caso presente, y si no vieron éste ya ni disculpa tienen, porque hasta trae un dibujo, una señora acostada, con enagua y sostén, dejando vislumbrar un magnífico busto que quizá deba algo a las manipulaciones de Madame Hélène Duroy, no obstante está un poco pálida la deliciosa criatura, un poquillo clorótica, aun así no tanto que parezca ser fatal esta dolencia, tengamos confianza en el médico que está sentado a la cabecera, pelón, con bigote y perilla, y que le dice, respetuosamente reprensivo, Bien se ve que no LO conoce, si LO hubiera tomado no estaría así, y le tiende la insinuante salvación, un frasco de Bovril. Si leyera el gobierno con la debida atención los periódicos sobre los que todas las mañanas, tardes y madrugadas, mandó pasar miradas celosas cribando otros consejos y opiniones, vería cuán fácil es resolver el problema del hambre portuguesa, tanto la aguda como la crónica, la solución está aquí, en Bovril, un frasco de Bovril a cada portugués, para las familias numerosas el garrafón de cinco litros, plato único, alimento universal, panacea absoluta, si lo hubiéramos tomado a tiempo y hora no estaríamos en los huesos, doña Clotilde.

Ricardo Reis se va informando, toma nota de estas recetas útiles, no es como el gobierno, que insiste en fatigar los ojos entre líneas y en las adversativas perdiendo lo cierto por lo dudoso. Si la mañana está agradable sale de su casa, un poco soturna pese a los cuidados y desvelos de Lidia, para leer los periódicos a la luz clara del día, sentado al sol, bajo la masa protectora de Adamastor, ya hemos visto que Camões exageró mucho, este rostro cargado, la barba escuálida, los ojos hundidos, la postura ni mala ni imponente, es puro sufrimiento amoroso lo que atormenta al formidable gigante, lo que quiere saber es si pasan o no por el cabo las portuguesas naos. Mirando el río fulgente, Ricardo Reis recuerda dos versos de una antigua cuarteta popular, Desde la ventana de mi cuarto veo saltar la tenca, todo aquel centelleo de las ondas son peces que saltan, inquietos, embriagados de luz, es bien verdad que son bellos todos los cuerpos que salen rápida o lentamente del agua, chorreando, como Lidia el otro día, al alcance de la mano, o estos peces que ni los ojos ven. En otro banco charlan los dos viejos, están esperando a que Ricardo Reis acabe de leer el periódico, generalmente lo deja sobre el banco cuando se va, salen de casa todos los días con la esperanza de que aquel señor aparezca en el jardín, la vida es una inagotable fuente de sorpresas, llegamos a esta edad en que ya sólo podemos mirar los navíos desde el Alto de Santa Catarina, y de repente nos vemos gratificados con el periódico, a veces durante varios días seguidos, depende del tiempo. Una vez Ricardo Reis se dará cuenta de la ansiedad de los viejos, vio incluso a uno de ellos iniciar una carrerilla trémula y renca hacia el banco donde había estado sentado, y tendrá la caridad de ofrecerle con sus manos y palabras el diario, que ellos aceptarán, claro está, aunque rencorosos por quedar debiéndole el favor. Confortablemente reclinado en el respaldo del banco, con la pierna cruzada, sintiendo el leve ardor del sol en los párpados semicerrados, Ricardo Reis recibe en el Alto de Santa Catarina las noticias del vasto mundo, acumula conocimiento y ciencia, que Mussolini declaró, No puede tardar la aniquilación total de las fuerzas militares etíopes, que han sido enviadas armas soviéticas para los refugiados portugueses en España, aparte de otros fondos y material destinados a implantar la Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas Independientes que, según ha proclamado Lumbrales, Portugal es la obra de Dios a través de muchas generaciones de santos y héroes, que a la manifestación de la jornada corporativa del norte se sumarán cuatro mil quinientos trabajadores, a saber, dos mil mozos de almacén, mil seiscientos cincuenta toneleros, doscientos embotelladores, cuatrocientos mineros de São Pedro da Cova, cuatrocientos conserveros de Matosinhos y quinientos afiliados a los sindicatos de Lisboa, y que el aviso de primera clase Afonso de Albuquerque zarpará con destino a Leixões a fin de tomar parte en la fiesta obrera que allí va a celebrarse, también se enteró de que los relojes serán adelantados una hora, que hay huelga general en Madrid, que hoy sale el periódico O Crime, que ha vuelto a aparecer el famoso monstruo del lago Ness, que los miembros del gobierno que fueron a Porto asistieron a la distribución de un donativo en especie a tres mil doscientos pobres, que murió Ottorino Respighi, autor de Las fuentes de Roma, afortunadamente el mundo puede satisfacer todos los gustos, esto es lo que piensa Ricardo Reis, no aprecia de igual modo lo que lee, tiene, como todo el mundo, sus preferencias, pero no puede elegir las noticias, se sujeta a lo que le dan. Muy distinta de la suya es la situación de aquel anciano americano que todas las mañanas recibe un ejemplar del New York Times, su periódico favorito, que tiene en tan alta estima y consideración a su vetusto lector, con la bonita edad de noventa y siete primaveras, su precaria salud, su derecho a un tranquilo ocaso, que todas las mañanas le prepara esta edición de ejemplar único, falsificado de cabo a rabo, sólo con noticias agradables y artículos optimistas, para que el pobre viejo no tenga que sufrir con los terrores del mundo y sus promesas de empeorar, por eso el periódico explica y demuestra que la crisis económica va menguando, que ya no hay parados, y que el comunismo en Rusia evoluciona hacia un norteamericanismo, pues los bolcheviques tuvieron que rendirse a la evidencia de las virtudes americanas. Son éstas las buenas noticias que John D. Rockefeller oye leer durante el desayuno y que luego, cuando el secretario se ha ido, saborea con sus propios y cansados ojos que no ven más lejos, le encantan aquellos párrafos serenos, al fin todo armonía en la tierra, y de guerra sólo lo aprovechable, sólidos los dividendos, garantizados los intereses, ya no le queda mucho por vivir pero, llegada la hora, morirá como un justo, así pueda continuar igual el New York Times, imprimiéndole día a día la felicidad en ejemplar único, es el único habitante de este mundo que dispone de una felicidad rigurosamente personal e intransferible, los demás tienen que contentarse con las sobras. Deslumbrado con lo que acaba de saber, Ricardo Reis posa suavemente sobre las rodillas este diario portugués, procura representarse en la imaginación a este viejo John D. abriendo con las manos trémulas y esqueléticas las hojas mágicas, no tiene la más leve sospecha sea mentira lo que dicen, y que le mienten anda ya en boca de todos, lo telegrafían las agencias de continente a continente, acabará la noticia por llegar al New York Times, pero aquí tienen orden de esconder las malas noticias, cuidado, esto no es para el periódico personal de John D., cornudo que va a ser el último en saber, ya ven, hombre tan rico, tan poderoso, y dejarse burlar así, y dos veces burlado, que no basta que supiéramos nosotros que es falso lo que él cree saber, sino que sabemos que él nunca sabrá lo que nosotros sabemos. Los viejos se fingen distraídos con la charla, argumentan sin prisas, pero miran de reojo hacia este lado, a la espera de su New York Times, el desayuno ha sido un mendrugo de pan y malta, pero nuestras malas noticias están garantizadas, ahora que tenemos un vecino tan rico que hasta deja los diarios abandonados por los bancos del jardín. Ricardo Reis se ha levantado, hace una señal a los viejos, que exclaman, Ah, gracias, señor doctor, y el gordo avanza, sonriendo, alza de aquella bandeja de plata el doblado periódico, está como nuevo, lo que hace tener manos de médico, mano de médico, mano de dama, y volviéndose, se reinstala en su lugar, al lado del flaco, esta lectura no se empieza por la primera página, primero nos informaremos sobre sucesos y agresiones, sobre los accidentes, la necrología, crímenes diversos, y en particular, de estremecimiento y horror, la muerte aún no descifrada de Luis Uceda, y también el nefando caso del chiquillo mártir de las Escadinhas das Olarias, ocho, entresuelo. Cuando Ricardo Reis entra en casa, ve en la alfombra un sobre de un levísimo tono violeta, no trae indicación de remitente, ni se precisa, sobre el sello el borrón negro del cuño de correos deja adivinar dificultosamente la palabra Coimbra, pero aunque por cualquier indescifrable motivo apareciera escrito allí Viseu o Castelo Branco, era igual, pues la ciudad de donde esta carta viene realmente se llama Marcenda, lo de más no pasa de ser un malentendido geográfico o puro error. Marcenda ha tardado en escribir, dentro de pocos días hará un mes que estuvo en esta casa, donde, si creemos sus propias palabras, por primera vez fue besada, en definitiva ni esa conmoción, quizá profunda, quizá desgarradora de las íntimas fibras y de los íntimos sentidos, ni eso la movió, apenas llegada a casa, a escribir dos líneas, aunque fuera disimulando cuidadosamente los sentimientos, traicionándolos tal vez en dos palabras apretadas, cuando la mano, temblando, no supo guardar las distancias. Tardó tanto, escribe ahora, para decir, qué. Ricardo Reis tiene la carta en la mano, no la ha abierto, luego la coloca sobre la mesita de noche, sobre el dios del laberinto, iluminada por la luz pálida de la lámpara, allí le apetecería dejarla, quién sabe si por venir tan cansado de oír crepitaciones de fuelles rotos, los pulmones portugueses tuberculosos, cansado también de patear la ciudad, el espacio limitado por donde infatigablemente circula, como la mula que va tirando de la noria, con los ojos vendados, y, pese a ello o por ello, sintiendo por momentos el vértigo del tiempo, la oscilación amenazadora de las arquitecturas, la masa viscosa del pavimento, las piedras blandas. Pero, si no abre ahora la carta, quizá no la abra nunca más, dirá, mintiendo, si le preguntan, que no llegó a recibirla, que sin duda se ha perdido en el largo viaje de Coimbra a Lisboa, que se cayó del bolso del mensajero cuando cruzaba a galope tendido un descampado ventoso, soplando en la corneta, El sobre era violeta, dirá Marcenda, no hay muchas cartas de ese color, Ah, entonces, a no ser que haya caído entre flores con las que se pueda haber confundido, puede que alguien la encuentre y la haga seguir su camino, hay gente honrada, personas incapaces de quedarse con lo que no les pertenece, Pero por ahora aún no ha llegado, tal vez alguien la haya abierto o leído, no iba dirigida a él pero quizá las palabras allí escritas le digan precisamente lo que necesitaba oír, quizá lleve la carta en el bolsillo adondequiera que vaya, y la lea de vez en cuando, es su consuelo, Mucho me extrañaría, nos responderá Marcenda, porque la carta no habla de esas cosas, Lo mismo pensaba yo y por eso tardé tanto en abrirla, dice Ricardo Reis. Se sienta al pie de la cama a leer, Amigo mío, he recibido sus noticias, y me han complacido sobremanera, especialmente la segunda carta en la que me dice que ha abierto consultorio, también me gustó la primera, pero no fui capaz de entender todo lo que en ella escribió, o tengo quizá miedo de entenderlo, no quisiera parecerle ingrata, siempre me ha tratado con respeto y consideración, sólo me pregunto qué es esto, qué futuro tiene, no digo para nosotros sino para mí, no sé qué quiere usted ni qué quiero yo, si la vida fuera toda ciertos momentos que en ella hay, no es que tenga mucha experiencia pero ahora he tenido ésta, la experiencia de un momento, si la vida fuera, pero la vida es este brazo izquierdo que está muerto y muerto seguirá, la vida es también el tiempo aquel que separa nuestras edades, uno llegó demasiado tarde, el otro temprano de más, no le ha valido la pena haber recorrido tantos kilómetros desde Brasil hasta aquí, la distancia es lo de menos, pero no se puede aproximar el tiempo, pero me gustaría no perder su amistad, para mí será riqueza bastante, y de qué me iba a servir desear más. Ricardo Reis se pasó la mano por los ojos, continuó, Iré uno de estos días por Lisboa, para lo de siempre, y le haré una visita en su consultorio, hablaremos un rato, no le quiero robar mucho tiempo, quizá no vuelva por ahí, mi padre va perdiendo interés, está desanimado, ya admite que probablemente no tengo cura, y creo que lo dice con sinceridad, en definitiva, él no necesita este pretexto para ir a Lisboa cuando quiera, su idea ahora es que vayamos en peregrinación a Fátima, en mayo, es él quien tiene fe, no yo, pero quizá la suya sea suficiente a los ojos de Dios. La carta terminaba con unas palabras de amistad, hasta pronto, amigo mío, ya daré señales de vida en cuanto llegue. Si hubiera quedado perdida por ahí, en medio de los campos floridos, si la hubiera barrido el viento como un gran pétalo rojo, podría Ricardo Reis, en este momento, apoyar la cabeza en la almohada, dejar correr la imaginación, qué dirá, qué no dirá, e imaginaría lo mejor, que es lo que hace siempre quien anda necesitado. Cerró los ojos, pensó, Quiero dormir, insistió en voz baja, Duerme, como si estuviera hipnotizándose a sí mismo, Vamos, duerme, duerme, duerme, aún tenía la carta en sus dedos flojos, y, para dar mayor verosimilitud al escarnio con que fingía engañarse, la dejó caer, ahora se quedó dormido, suavemente, le pliega la frente una arruga inquieta, señal de que realmente no duerme, los párpados se estremecen, no vale la pena, nada de esto es verdad. Cogió la carta del suelo, la metió en el sobre, la ocultó entre los libros, pero ha de acordarse de buscar un sitio más seguro, un día de éstos viene Lidia a limpiar, da con la carta, y luego, la verdad es que ella no tiene en realidad ningún derecho, si viene es porque le da la gana no porque yo se lo pida, pero ojalá venga, qué más quería Ricardo Reis, hombre ingrato, se le mete una mujer en la cama por su libre decisión y gusto, no necesita tener que andar por ahí arriesgándose a coger una enfermedad, hay hombres con suerte, y éste aún se queja, sólo porque no recibió de Marcenda una carta de amor, no olvidar que todas las cartas de amor son ridículas, esto es lo que se escribe cuando ya la muerte va subiendo la escalera, cuando de pronto resulta claro que el verdadero ridículo es no haber recibido nunca una carta de amor. Ante el espejo del armario, que lo refleja de cuerpo entero, Ricardo Reis dice, Tienes razón, nunca he recibido una carta de amor, una carta que sólo fuera de amor, y tampoco nunca la he escrito, esos innumerables que en mí viven, cuando escribo yo, asisten a lo que hago, entonces se me cae la mano, inerte, y no escribo. Cogió su maletín negro, profesional, y fue hacia el despacho, se sentó a la mesa, durante media hora llenó fichas con el historial clínico de algunos enfermos nuevos, luego fue a lavarse las manos, las restregó demoradamente como si acabara de hacer observaciones directas, escudriñando espectoraciones, mientras tanto se miraba en el espejo, Tengo aspecto cansado, pensó. Volvió al dormitorio, entreabrió las contraventanas de madera, Lidia dijo que iba a traer unas cortinas la próxima vez, se necesitan, este cuarto está abierto a todas las miradas. Anochecía. Pocos minutos más tarde salió Ricardo Reis a cenar.

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