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Para los niños menores de 3 años, la muerte es como un largo sueño del cual en algún momento se despierta, esto es, algo provisional y reversible. Será pues necesario ser pacientes para explicarle una y otra vez lo ocurrido y lo que significa la muerte.

Recordar que, para que pueda iniciar adecuadamente el proceso de duelo, es necesario que deje de "esperar" a su ser querido y llegar a comprender que éste no regresará nunca.

Evitar pues frases del tipo de:

"Se ha quedado dormido para siempre" (porque podríamos inducirlos a rechazar el dormir de noche por temor a no despertar)

"Se ha marchado de viaje" (porque no querrán ir en tren)

"Está muy lejos, muy lejos…" (porque permanecerán aguardando su regreso)

Para que el niño entienda qué es la muerte, suele ser útil emplear ejemplos traídos de la naturaleza: las hojas en otoño, la muerte en los animales…Explicarle que los médicos y las enfermeras hicieron lo posible para "arreglar" el cuerpo, pero que, a veces, está tan herido o enfermo que las medicinas no lo pueden curar…Es muy difícil, además de inútil, esconder la causa de la muerte al niño.

Permitir y animar al niño a asistir y participar en el velatorio, funeral, entierro…

Tomar parte en estos actos puede ayudarlo a comprender qué es la muerte y a iniciar mejor el proceso de duelo. De ser posible, es aconsejable explicarle con antelación qué verá, qué escuchará y el porqué de esos ritos.

Permitir al niño ver el cadáver.

Muchos niños tienen ideas falsas con el cuerpo. Comeatarle que el cuerpo deja de moverse, de respirar, de comer, de hablar, de ir al baño y no siente dolor. Dejarle bien claro que ya no siente nada: ni lo malo, ni el frío, ni el hambre…

Antes de que vea el cadáver, explicarle dónde estará, qué aspecto tendrá…Si el niño no quiere verlo o participar en algún acto, no forzarlo.

Ocuparse del niño

El niño intuye enseguida que la muerte va a tener muchas consecuencias en la familia.

Si los padres o el padre superviviente están demasiado afectados, puede ser conveniente que otra persona se

responsabilice de acompañarlo durante esos actos. Es preferible que sea alguien cercano al niño, que le permita expresar sus emociones y se sienta cómodo contestando sus preguntas.

El niño puede temer también ser abandonado por el familiar que ha quedado. Hay que asegurarle que, aunque está muy afectado por la pérdida, se encuentra bien y no le va a pasar lo mismo. Es bueno decirle que, aunque estamos muy triste por lo ocurrido, vamos a seguir ocupándonos de él lo mejor posible.

Permitir y animar la catarsis emocional.

Aunque no siempre las expresen, los niños viven emociones intensas tras la pérdida de una persona amada. Si perciben que estos sentimientos (rabia, miedo, tristeza…) son aceptados por su familia, los expresarán más fácilmente y los ayudará a vivir de manera más adecuada la separación.

Frases como:

"no llores",

"no estés triste",

"tenés que ser valiente",."no está bien enojarse así"…

pueden cortar la libre expresión de emociones e impiden que el niño se desahogue.

El niño en general está sintiendo rabia e impotencia porque se da cuenta de que ha sido abandonado y puede expresarlas de muchas maneras: irritabilidad, pesadillas, juegos ruidosos, travesuras…

Es frecuente que dirijan el enfado hacia un familiar cercano o hacia las cosas del que ya no está.

Es imprescindible permitirle que saque la rabia gritando, corriendo, golpeando, etc…,cuidando únicamente que no se lastime a sí mismo (un buen par de almohadones grandes pueden ser de mucha ayuda)…

Contestar todas las preguntas.

Hay que contestar honestamente y de la manera más real posible a todas sus preguntas. Yo creo que si tienen dos años y el abuelito se murió, hay que decirles "el abuelito se murió", no pasa nada. Somos nosotros los que en realidad nos asustamos de sus respuestas.

Cuando muere un ser querido, todos necesitamos consuelo y sentirnos rodeados de un ambiente de confianza y de seguridad, y esto sólo puede darse cuando decimos la verdad.

En el caso de las familias creyentes puede ser un buen momento para comentar el sentimiento profundo de que Dios nos ama, está con nosotros y nos acompaña en estos momentos tan difíciles. Dios no nos deja nunca, ni en la vida ni en la muerte.

Los niños más pequeños pueden creer que la muerte es "contagiosa" y pueden pensar que pronto les llegará su turno.

Explicarles que no tienen nada que temer. Pueden pensar también que algo que dijeron o pensaron causó la muerte. Dejar bien claro que ellos no son responsables.

Los cuatro temores más frecuentes del niño son enunciados en general de esta manera: "¿Fue culpa mía la muerte?"¿Me va a pasar a mí cuando cumpla…años?" "¿Quién me va a cuidar?"

"¿Con quién voy a jugar ahora?"…Lo más habitual es que el niño elabore el duelo alternando fases de preguntas y expresión emocional, con intervalos en que no menciona para nada el asunto.

Respetar su manera de afrontar la pérdida.

Tener en cuenta que su manera de expresar el sufrimiento por la pérdida no suele ser un estado de tristeza y abatimiento como el de los adultos. Es más frecuente apreciar cambios en el carácter, cambios frecuentes de humor, disminución del rendimiento escolar, alteraciones en la alimentación y el sueño…

La persona fallecida puede, por un tiempo, convertirse en un padre o una madre imaginario. Este comportamiento tiene que ser respetado como necesario para que el niño realice de forma adecuada el duelo.

No escondernos de los niños para llorar.

No es malo que los niños vean el dolor y la tristeza. No tengamos miedo de mostrar los propios sentimientos delante del niño (excepto manifestaciones violentas). No angustiarse porque nos vean tristes o llorando; al contrario, esto hará que el hijo se sienta más acompañado y se dé cuenta de que sus sentimientos también son compartidos por los seres que más quiere. Si ve que los adultos intentan esconder y disimular sus sentimientos, aprenderá pronto a no expresarlos y se sentirá solo con su dolor.

Cuando le mostramos lo que sentimos, el niño nos percibe más cercanos y es más fácil que nos diga él también lo que le está pasando.

Cerca y lejos.

Permitirle estar cerca, sentarse a su lado, sostenerlo en brazos, acariciarlo, escucharlo, llorar con él…es importante para el niño pero también puede ser adecuado buscar momentos para estar separados: dejarlo solo en su habitación, dejarlo salir a jugar con un amigo… Si es necesario tranquilizarlo haciéndole saber que estaremos ahí cerca por si nos necesita.

Reacciones en los niños ante la muerte.

Es necesario estar atentos a la aparición de algunos signos de alerta que, si bien en sí mismos no señalan una alarma, deberán ser consultados si se mantienen o si se agravan con el paso del tiempo…Pérdida de interés por las actividades o acontecimientos de la vida cotidiana.

Dificultades para conciliar el sueño.

Pérdida de apetito o lo opuesto.

Miedo de quedarse solo.

Comportamiento regresivo (hacerse pis en la noche, hablar como un bebé…)

Imitación excesiva de la persona fallecida.

Expresiones repetidas del deseo de reencontrarse con el fallecido.

Actitudes hostiles peligrosas con el afuera o amenaza de daño a su propio cuerpo.

Fracaso escolar importante o negativa de ir a la escuela.

Negación, ansiedad, síntomas físicos o reacciones hostiles.

Situación, momificación, idealización y culpa.

Aislamiento.

Una vez transcurridos los primeros días.

Cuando se vuelve a la cotidianidad, será conveniente continuar hablando de la persona que ha muerto, recordarla, hablar de lo bueno que nos ha dejado, de sus gustos, de sus ilusiones…y así posibilitaremos que siga viviendo, si bien de otra manera, en la mente y en el corazón de nuestros hijos y ello podrán ir elaborando el duelo por su pérdida.

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