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Adam apretó los dientes, tratando de encontrar el valor necesario para decirle la verdad. Pero no quería arriesgarse a la posibilidad de que Tate eligiera tener hijos en lugar de a él. Y se negaba a proponerle matrimonio mientras su terrible secreto permaneciera como una barrera entre ellos.

– Te quiero en mi cama, no puedo negarlo -dijo finalmente-. Pero tendrás que conformarte con lo que te ofrezco.

– ¿Qué me ofreces? -pregunto Tate-. ¿Una aventura?

Adam se encogió de hombros.

– Si quieres llamarla así.

– Y cuando te canses de mí, ¿qué?

«Nunca me cansaré de ti», pensó Adam, pero dijo:

– Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él.

Tate se había sorprendido mucho al averiguar que Adam estuvo casado. Le habría gustado saber qué había sucedido para que se sintiera tan amargado. Su orgullo la impulsaba a irse de allí de inmediato. Pero su corazón no era capaz de imaginar un futuro que no incluyera a Adam. Con la ingenuidad de la juventud, aún creía que el amor podía conquistarlo todo, que, de alguna forma, todo se arreglaría y podrían vivir felices para siempre.

– De acuerdo -dijo-. Que sea una aventura.

Se acurrucó contra la espalda de Adam. El tomó sus brazos y se los pasó en torno al pecho.

– Es una suerte que mis hermanos no puedan verme ahora -bromeó Tate.

– Sin duda, sería hombre muerto -gruñó Adam.

– Agradece a los cielos que haya estado usando un apellido falso. Nunca me encontrarán aquí.

– Esperemos que no -murmuró él.

La conversación terminó allí, porque Adam se volvió y colocó a Tate sobre su regazo. Aún no podía creer que hubiera decidido quedarse con él. Separó las piernas de Tate para que lo rodeara con ellas por la cintura y la penetró.

Tate aprendió otra forma de hacer el amor por la mañana.

Tres semanas después, su idilio llegó a un sorprendente e inesperado fin.

Capítulo 8

Tate estaba embarazada. Al menos creía estarlo. Se encontraba en la consulta de la doctora Kowalski, esperando a que la llamaran para confirmar si su test del embarazo había sido tan acertado como la empresa farmacéutica que lo vendía aseguraba. Sólo llevaba ocho días de retraso, pero nunca había sucedido algo semejante en el pasado. ¡Quién podía haber pensado que una podía quedarse embarazada la primera vez!

Tenía que haber sido entonces, porque después había acudido a la consulta de la doctora Kowalski para que le diera un diafragma. Lo había usado todas las veces que había hecho el amor con Adam durante las pasadas tres semanas… excepto la vez que lo sedujo después de pasar la noche junto al río con Buck.

De manera que tal vez había sucedido la segunda vez. ¡Eso era lo que se llamaba la suerte del novato!

– ¿Señora Whitelaw? Usted es la próxima.

Tate fue a levantarse, pero entonces se dio cuenta de que la enfermera había dicho «señora Whitelaw». Ella había dado el nombre de Tate Whatly. ¿Quién sería esa misteriosa señora Whitelaw?

La mujer que se levantó estaba embarazada de varios meses. Tenía el pelo rubio y rizado y un rostro que revelaba su edad y carácter en las ligeras arrugas de sonreír que tenía en los bordes de sus ojos azules.

A Tate le costaba creer que fuera pura coincidencia que aquella mujer tuviera el mismo apellido que ella, pues sabía que no era muy común por aquellas tierras. Llevaba tanto tiempo sin tener noticias de su hermano Jess que empezó a fantasear de inmediato con la mujer embarazada. Tal vez fuera la esposa de Jess. Tal vez Jess aparecería en la consulta un rato después.

Tal vez los cerdos volaran.

Tate vio que la mujer entraba en la consulta. Tuvo poco tiempo para seguir elucubrando, porque la llamaron enseguida.

– ¿Señorita Whatly?

– Sí… sí -Tate casi había olvidado el nombre que le había dado a la enfermera.

– Pase aquí, por favor. Necesitamos una prueba de orina. Luego desnúdese y póngase esta bata; se ata por delante. La doctora estará con usted en unos minutos.

Al cabo de quince minutos, la doctora Kowalski entró en la habitación. Tate estaba ligeramente nerviosa, pero la agradable sonrisa de la doctora la tranquilizó de inmediato.

Un rato después salía de la consulta con una receta para vitaminas prenatales y una cita para seis semanas después.

Se encontraba en el aparcamiento, aún aturdida por la confirmación de que estaba embarazada de Adam, cuando se dio cuenta de que la mujer que había sido identificada como la señora Whitelaw estaba tratando de entrar con cierta dificultad en una camioneta.

Tate se apresuró hacia ella.

– Necesita ayuda?

– Creo que podré arreglármelas -dijo la mujer, sonriendo amistosamente-. Gracias de todos modos.

Tate cerró la puerta de la camioneta cuando la mujer estuvo dentro y luego apoyó las manos en el marco de la ventanilla.

– La enfermera la ha llamado señora Whitelaw. ¿Conoce por casualidad a Jesse Whitelaw?

La mujer volvió a sonreír.

– Es mi marido.

Tate se quedó boquiabierta.

– ¿En serio? Jess es tu marido!!Tienes que estar bromeando! ¡Eso significa que va a ser padre!

La mujer rió ante la exuberante reacción de Tate.

– Desde luego que va a serlo. Mi nombre es Honey -dijo-. ¿Y el tuyo?

– Soy Tate. ¡Vaya! ¡Esto es fantástico! ¡No puedo creerlo! ¡Espera a que se enteren Faron y Garth!

Tate se puso repentinamente seria. No podía ponerse en contacto con Faron y Garth para decirles que había encontrado a Jess sin correr el riesgo de que averiguaran dónde estaba ella. Pero Jesse no debía saber que había escapado de casa. Podía verlo y compartir aquella alegría con él.

Con la mención del nombre de Tate, y luego el de Faron y Garth, la mirada se Honey se volvió especulativa, y luego preocupada. Cuando averiguó que estaba embarazada, insistió para que Jess volviera a ponerse en contacto con su familia. Le costó un poco convencerlo, pero finalmente lo consiguió.

Cuando Jess llamó al Hawk’s Way, encontró a sus hermanos muy preocupados. Tate, su hermana pequeña, había desaparecido de la faz de la tierra, y Garth y Faron temían que hubiera sufrido alguna desgracia.

Si Honey no se equivocada, en esos momentos estaba mirando a la hermana pequeña de su marido, la que llevaba desaparecida dos meses y medio. La receta para vitaminas prenatales que Tate llevaba en la mano sugería que debía haberse visto envuelta en algunas aventuras desde que había huido del rancho

– Tengo una confesión que hacer -dijo Tate, interrumpiendo los pensamientos de Honey-. ¡Tu marido Jess es mi hermano! Supongo que eso nos hace cuñadas. Nunca he tenido una cuñada. ¡Esto es fantástico!

Honey sonrió ante el entusiasmo de Tate.

– Puede que te apetezca venir a casa conmigo para ver a Jesse -ofreció.

Tate frunció el ceño al tratar de imaginar la reacción de Jesse cuando supiera que estaba allí por su cuenta. Tras pensarlo un momento, decidió que sería más seguro que la viera en su propio terreno.

– ¿Por qué no venís tú y Jess a comer a mi casa? -sugirió.

– ¿A tu casa?

Tate sonrió y dijo:

– Bueno, no es exactamente mía. Estoy viviendo en el Lazy S, trabajando como administradora del rancho para Adam Philips.

– Vaya -murmuró Honey.

– ¿Sucede algo?

– No. Nada -excepto que Adam Philips era el hombre que Honey había rechazado para casarse con Jesse Whitelaw.

– ¿Y, bien? -preguntó Tate-. ¿Crees que podréis venir?

Si Tate no sabía en lo que se estaba metiendo, Honey no iba a ser la que se lo dijera. Temía que si no aceptaba la propuesta de Tate, ésta se topara con Jess en algún momento sin estar ella presente. Y por los datos que tenía, y de los que Tate evidentemente carecía, podían surgir problemas en aquel reencuentro. Honey quería estar presente para asegurarse de que nadie resultara dañado.

– Por supuesto que iremos -dijo-. ¿A qué hora?

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