IX
Bosch caminaba por el linóleo pulido del sexto piso del Parker Center, clavando los tacones a cada paso. Quería dejar marcas sobre aquel suelo tan cuidado. Al entrar en la División de Asuntos Internos, pidió por Chastain y la recepcionista le preguntó si tenía una cita. Bosch le contestó que no concertaba citas con gente como Chastain. La mujer lo miró unos segundos y él sostuvo la mirada hasta que ella cogió el teléfono y marcó un número interno. Después de murmurar unas palabras, la mujer se puso el auricular sobre el pecho y levantó la vista hacia Bosch.
– El señor Chastain quiere saber el motivo de su visita -le informó, mientras examinaba con la mirada la caja de zapatos y la carpeta que Bosch sostenía.
– Dígale que su caso se ha ido a pique.
La recepcionista volvió a susurrar y seguidamente pulsó el botón que abría la portezuela del mostrador. Bosch entró en la oficina de la brigada, donde había varios investigadores en sus mesas. Chastain estaba en una de ellas.
– ¿Qué haces aquí, Bosch? -preguntó, mientras se levantaba-. Estás suspendido por dejar escapar a un detenido.
Chastain lo dijo en voz alta para que los demás supieran que Bosch era un hombre culpable.
– El jefe me ha rebajado la suspensión a una semana -replicó Bosch-. A eso yo lo llamo unas vacaciones.
– Bueno, esto sólo es el primer asalto. Todavía no he acabado contigo.
– Por eso he venido.
Chastain le indicó la sala de interrogación donde Bosch había estado con Zane la semana anterior.
– Hablemos ahí dentro.
– No -respondió Bosch-. No voy a hablar, Chastain. Sólo he venido a enseñarte una cosa.
Bosch depositó la carpeta sobre la mesa y Chastain se quedó mirándola.
– ¿Qué es esto?
– El final del caso. Ábrela.
Chastain se sentó y la abrió con un gran suspiro, como si fuera a realizar una tarea desagradable o inútil. La primera hoja era una fotocopia del manual de normas y conducta de los agentes del departamento. Para los detectives de Asuntos Internos, aquel libro era como el código penal para el resto de agentes e investigadores del departamento.
La parte que Harry había fotocopiado se refería a la prohibición a los agentes de relacionarse con delincuentes conocidos, criminales convictos y miembros del crimen organizado. Dicha asociación se castigaba con expulsión del departamento.
– No hacía falta que me trajeras esto, Bosch. Ya tengo el libro -se burló Chastain.
El detective de Asuntos Internos estaba intentando bromear porque no sabía muy bien lo que Bosch se traía entre manos y, aunque disimularan, tenía a sus compañeros observándolo.
– ¿Ah, sí? Pues más te vale sacarlo y leer la letra pequeña, colega.
Chastain bajó la vista y leyó la última parte de la norma.
– «Se admitirá una excepción a este código si el agente puede demostrar, a satisfacción de sus superiores, una relación familiar de sangre o matrimonial. Si eso queda establecido, el agente debe…»
– Ya vale -le interrumpió Bosch.
Bosch levantó la hoja para dejar a la vista de Chastain los otros papeles que había en la carpeta.
– Lo que tienes ahí, Chastain, es un certificado matrimonial expedido en Clark County, Nevada, que demuestra mi matrimonio con Eleanor Wish. Si eso no te sirve, aquí están las declaraciones firmadas por mis dos compañeros. Ellos fueron los testigos de la boda: el padrino y la dama de honor.
Chastain se quedó mirando los papeles.
– Se acabó, tío -le dijo Bosch-. Has perdido, así que déjame en paz.
Chastain se reclinó en la silla. Se había ruborizado y sonreía de forma incómoda, porque sabía que los otros estarían mirándolo.
– ¿Me estás diciendo que te has casado para evitar una investigación de Asuntos Internos?
– No, gilipollas. Me he casado porque quiero a una persona. Por eso se casa la gente.
Chastain no supo qué responder. Negó con la cabeza, consultó su reloj y hojeó unos papeles mientras intentaba demostrar que aquello era sólo una pequeña interrupción. Hizo de todo, excepto mirarse las uñas.
– Sí, ya me imaginaba que te quedarías sin palabras -contestó Bosch-. Hasta la vista, Chastain.
Bosch se dispuso a marcharse, pero se dio la vuelta y agregó:
– Ah, casi me olvidaba. Puedes decirle a tu fuente que nuestro trato queda rescindido.
– ¿Qué fuente, Bosch? ¿De qué coño hablas?
– De Fitzgerald o quienquiera que te dio la información en Crimen Organizado.
– No sé de que…
– Claro que lo sabes. Te conozco, Chastain. Tú solo no habrías encontrado la información sobre Eleanor Wish. Tienes línea directa con Fitzgerald y él te lo contó. O él o uno de los suyos; no me importa quién. De todos modos, el trato que hice con él ya no tiene valor; puedes decírselo.
Bosch cogió la caja de zapatos y la agitó. Dentro sonaron la cinta de vídeo y las grabaciones, pero Bosch se dio cuenta de que Chastain no tenía ni idea de lo que significaba.
– Tú díselo, Chastain -repitió-. Hasta la vista.
Bosch finalmente se marchó y, al pasar por delante de la recepcionista, le mostró el pulgar hacia arriba. En el pasillo, en lugar de ir a la izquierda en dirección a los ascensores, torció a la derecha y atravesó las puertas dobles que daban al despacho del jefe de policía. El secretario del jefe, un teniente de uniforme, estaba en la mesa de recepción. Bosch no lo conocía, lo cual era bueno. Se acercó y depositó la caja de zapatos encima de la mesa.
– ¿En qué puedo ayudarle? ¿Qué es esto?
– Es una caja, teniente. Contiene unas cintas que el jefe querrá ver y escuchar. Ahora mismo.
Bosch se dispuso a irse.
– Espere un momento -dijo el secretario-. ¿Sabe el de qué se trata?
– Dígale que llame a Fitzgerald. Él le explicará de qué se trata.
Bosch se marchó y no se volvió cuando el secretario lo llamó. De camino a los ascensores, pensó que se sentía bien. Sabía que no ocurriría nada con las cintas ilegales que le había dado al jefe de policía, pero le parecía haber aclarado las cosas. El pequeño número que le había montado a Chastain serviría para que Fitzgerald se enterara de que todo había sido una jugada de Bosch, por lo que Billets y Rider estarían a salvo de las represalias del jefe de Crimen Organizado. Podía intentar ir tras él, pero Bosch se sentía seguro. Fitzgerald ya no tenía nada en su contra. Nadie tenía nada contra él.
X
Era su primer día en la playa después de haberse pasado dos días sin apenas salir de la habitación. Bosch no lograba ponerse cómodo en la tumbona. No le cabía en la cabeza que a la gente le gustara hacer eso: freírse al sol. Harry estaba pringoso de crema bronceadora y la arena se le había colado entre los dedos de los pies. Eleanor le había comprado un bañador rojo que, según él, le quedaba ridículo y le hacía sentirse como una diana de feria. «Al menos, no es uno de esos tangas que se ponen algunos», pensó.
Bosch se incorporó un poco y echó un vistazo a su alrededor. Hawai era increíble, tan bonito que parecía un sueño. Y las mujeres también eran preciosas, sobre todo Eleanor, que yacía a su lado en otra tumbona. Tenía los ojos cerrados y una media sonrisa en los labios. Llevaba un traje de baño negro muy alto de caderas, que destacaba sus piernas morenas y bien torneadas.
– ¿Qué miras? -preguntó sin abrir los ojos.
– Nada. Sólo… Es que no estoy cómodo. Creo que me voy a dar un paseo.
– ¿Por qué no te compras un libro? Tienes que relajarte. Para eso es la luna de miel: sexo, descanso, buena comida y buena compañía.
– Bueno, dos de cuatro no está mal.
– ¿Qué le pasa a la comida?
– La comida está buenísima.
– Muy gracioso -contestó Eleanor, golpeándole en el brazo.
Eleanor también se incorporó y contempló el agua resplandeciente. En el horizonte se veía el perfil de Molokini.