– ¿Ah, sí?
– Sí. Así que Joey habría sabido si había ingresos fuera de lo normal.
Bosch pensó un poco, pero no se le ocurrió qué más decir.
– ¿Por qué lo preguntas, Bosch?
– No lo sé; es algo que estoy investigando. Powers dice que Tony tenía un par de millones escondidos en algún sitio.
Lindell silbó, asombrado.
– Eso es mucho dinero. A mí me parece que Joey lo habría notado y le habría dado un toque de atención. Una cantidad así ya no cuela.
– Bueno, creo que lo acumuló a lo largo de los años. Además, Tony blanqueaba dinero para algunos amigos de Joey en Chicago y Arizona, ¿recuerdas? Podría haberlos engañado a ellos también.
– Todo es posible. Oye, tengo que coger un avión. Ya me contarás cómo va la cosa.
– Una última pregunta.
– Bosch, me tengo que ir a Burbank.
– ¿Conoces a un tío en Las Vegas llamado John Galvin?
Galvin era el apellido del hombre que había visitado a Verónica Aliso la noche que desapareció. Hubo un silencio antes de que Lindell contestara que no le sonaba, pero ese silencio fue lo que más interesó a Bosch.
– ¿Estás seguro?
– Ya te he dicho que nunca lo había oído nombrar, ¿vale? Tengo que irme.
Después de colgar, Bosch abrió el maletín y sacó su libreta para anotar algunas de las cosas que Lindell le había dicho. Eleanor salió de la cocina con cubiertos y servilletas.
– ¿Quién era?
– Lindell.
– ¿Quién?
– El agente que interpretó a Luke Goshen.
– ¿Y qué quería?
– Supongo que disculparse.
– Qué raro. El FBI no suele disculparse por nada.
– No era una llamada oficial.
– Ah, una de esas llamadas entre tíos, para hacerse los machotes.
Bosch sonrió porque ella tenía razón.
– ¿Qué es esto? -preguntó Eleanor al ver la cinta de Víctima del deseo en el maletín de Bosch-. Ah, ¿es una de las películas de Tony Aliso?
– Sí, su contribución al cine de este país. Ésta es una en la que sale Verónica. Tengo que devolvérsela a Kiz.
– ¿Ya la has visto?
Bosch asintió.
– Me habría apetecido verla. ¿Te gustó? -preguntó Eleanor.
– Era bastante mala, pero si quieres podemos verla esta noche.
– ¿Seguro que no te importa?
– Seguro.
Durante la cena, Bosch le contó a Eleanor los últimos detalles del caso. Eleanor hizo algunas preguntas y finalmente se sumieron en un silencio agradable. Los tallarines con salsa boloñesa que ella había preparado estaban deliciosos, y Bosch rompió el silencio para decírselo. Para beber, Eleanor había abierto una botella de vino tinto y Harry también comentó que era excelente.
Después de cenar, dejaron los platos en el fregadero y se dispusieron a ver la película. Bosch se sentó con el brazo en el respaldo del sofá y acarició suavemente el cuello de Eleanor. Sin embargo, le aburrió ver de nuevo la película y su mente en seguida empezó a darle vueltas a los acontecimientos del día. El dinero era lo que más le preocupaba. Harry se preguntó si Verónica ya lo tenía en su poder o si se había visto obligada a desplazarse para ir a buscarlo. Bosch concluyó que no estaría en un banco local porque ya habían comprobado todas las cuentas de Aliso en bancos de Los Ángeles, lo cual apuntaba a Las Vegas.
Los movimientos de Tony Aliso demostraban que en los últimos diez meses no había estado en ningún otro sitio aparte de Los Ángeles y Las Vegas y, si había estado reuniendo un pequeño fondo, tenía que haberlo guardado en un lugar al que tuviera fácil acceso. Como Verónica no se había marchado de su casa hasta ese día, Bosch llegó a la conclusión de que no tenía el dinero.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el teléfono. Bosch se levantó del sofá y contestó en la cocina para no molestar a Eleanor, que seguía viendo la película. Era Hank Meyer, que llamaba desde el Mirage. Sin embargo, su voz no parecía la de Hank Meyer, sino la de un niño asustado.
– Detective Bosch, ¿puedo confiar en usted?
– Pues claro, Hank. ¿Qué pasa?
– Ha pasado algo, bueno, quiero decir que pasa algo. Por culpa suya yo sé algo que no debería saber. Ojalá todo esto… No sé que…
– Un momento, un momento. Hank, cálmese y dígame qué pasa. Tranquilo. Si me lo cuenta, lo solucionaremos. Sea lo que sea.
– Estoy en mi despacho. Me llamaron a casa porque yo había dicho que me avisaran si alguien se presentaba con el recibo de la apuesta de su víctima.
– Vale.
– Bueno, pues alguien lo cobró esta noche.
– Vale, alguien lo cobró. ¿Quién fue?
– Bueno, verá. Yo escribí una nota en el ordenador para que el cajero le pidiera el permiso de conducir y el número de la Seguridad Social, ya sabe, para impuestos. Escribí la nota aunque su recibo sólo era de cuatro mil dólares.
– De acuerdo. ¿Y quién canjeó el recibo?
– Un tío llamado John Galvin. Tenía una dirección local.
Bosch se apoyó en la encimera y apretó el auricular contra la oreja.
– ¿Cuándo ocurrió eso? -preguntó Bosch.
– A las ocho y treinta de esta noche. Hace menos de dos horas.
– No lo entiendo, Hank. ¿Por qué le preocupa tanto?
– Bueno, dejé instrucciones en el ordenador para que me llamaran a casa en cuanto canjearan ese recibo, así que lo hicieron. Yo vine y tomé nota de la información de la persona que cobró la apuesta para poder hablar con usted lo antes posible. Me fui directo a la sala de vídeos. Quería ver a ese John Galvin, ya sabe, hacerme una idea de su aspecto.
Meyers volvió a detenerse. Sacarle la historia era peor que arrancarle una muela.
– ¿Y? -inquirió Bosch-. ¿Quién era, Hank?
– La imagen era clarísima. Resulta que yo conozco a John Galvin, pero no como John Galvin. Bueno, como sabe, uno de mis deberes es mantener relaciones con la policía y ayudar con cualquier cosa que…
– Sí, Hank, ya lo sé. ¿Quién era?
– Miré el vídeo. Estaba muy claro. John Galvin es un hombre que conozco. Es un capitán de la Metro. Se llama…
John Felton. -¿Cómo lo…?
– Porque yo también lo conozco. Ahora escúcheme, Hank. Usted no me ha dicho nada, ¿de acuerdo? No ha hablado conmigo. Es lo mejor, lo más seguro para usted. ¿De acuerdo?
– Sí, pero… ¿qué va a pasar?
– Usted no se preocupe. Yo me encargaré de esto y nadie en la Metro lo sabrá. ¿De acuerdo?
– Supongo que sí. Yo…
– Hank, tengo que irme. Gracias, le debo un favor.
Después de colgar, Bosch llamó a información para pedir el teléfono de la compañía aérea Southwest en el aeropuerto de Burbank. Las compañías Southwest y American West, que llevaban la mayoría de vuelos a Las Vegas, salían de la misma terminal. Harry telefoneó a Southwest y les pidió que avisaran a Roy Lindell por el altavoz. Mientras esperaba, consultó su reloj. Había pasado más de una hora desde que había hablado con Lindell, pero no creía que el agente tuviera tanta prisa como le había dado a entender por teléfono. Bosch suponía que había sido una excusa para colgar.
Una voz le preguntó con quién quería hablar. Después de repetir el nombre de Lindell, Bosch esperó y al cabo de unos segundos oyó la voz de Lindell.
– Sí, soy Roy. ¿Quién es?
– Hijo de puta.
– ¿Quién es?
John Galvin es John Felton y tú lo sabías.
– ¿Bosch? Bosch, ¿qué haces?
– Felton es el hombre de Joey en la Metro -contestó-. Tú lo sabías porque estabas dentro de la organización. Y también sabías que, cuando Felton hace cosas para Joey, usa el nombre de John Galvin.
– Bosch, no puedo hablar de esto. Todo forma parte de nuestra investi…
– Me importa un huevo tu investigación. Tienes que saber de qué lado estás, tío. Felton tiene a Verónica Aliso, lo cual significa que está en manos de Joey.
– ¿De qué hablas? Estás loco.
– Ellos saben lo del dinero que se quedó Aliso, ¿no lo ves? Joey quiere su dinero y van a sacárselo a ella.
– ¿Cómo sabes todo esto?
– Porque lo sé.
Entonces a Bosch se le ocurrió una idea y se asomó por la puerta de la cocina. Eleanor, que seguía viendo la película, le hizo un gesto de interrogación y Harry sacudió la cabeza para mostrar que estaba enfadado con la persona al otro lado de la línea.