Rider y Edgar asintieron.
– Tiene que haber un cómplice, seguramente un hombre. Y creo que lo encontraremos a través de ella.
El camarero se acercó con una bandeja, que depositó en un carrito desplegable. Los tres detectives miraron en silencio mientras el viejo preparaba los platos. En primer lugar cortó la tapa de cada empanada y, a continuación, sirvió el contenido de cada una encima de las tapas y repartió los platos. Para finalizar depositó los dos vasos de té frío ante Edgar y Rider, sirvió el martini de Bosch de una jarrita de cristal y se marchó sin decir una palabra.
– Obviamente, tenemos que ser muy discretos -les recordó Bosch.
– Desde luego -contestó Edgar-. Y Balas nos ha puesto primeros en la rotación. El próximo caso nos toca a Kiz y a mí solos. Eso nos distraerá de éste.
– Bueno, haced lo que podáis. Si os cae un cadáver, no podemos hacer nada. Mientras tanto, os propongo lo siguiente: vosotros dos investigáis el pasado de Verónica, a ver qué encontráis. ¿Tenéis algún contacto en el Times o las revistas de cine?
– Yo tengo un par en el Times -repuso Rider-. Y conozco a una mujer, la víctima de un caso, que trabaja de recepcionista en la revista Variety.
– ¿Son de confianza?
– Creo que sí.
– Pues pídeles que te busquen a Verónica. Hace unos años tuvo sus quince minutos de fama. Quizá se publicó algo sobre ella y encontramos nombres de personas con las que podamos hablar.
– ¿Y si volvemos a interrogar a Verónica? -sugirió Edgar.
– Creó que es mejor esperar. Quiero tener algo de que hablar.
– ¿Y a los vecinos?
– Eso sí. Con un poco de suerte, ella os verá por la ventana y le dará que pensar. Si subís hasta allá, intentad echarle un vistazo al registró del guarda. Hablad con Nash. Estoy seguro de que sabréis sacárselo sin necesidad de otra orden de registró. Me gustaría revisar la lista de todo el año, ver quién ha entrado a verla, especialmente cuando Tony estaba fuera. A través de los recibos de sus tarjetas de crédito, podemos reconstruir las fechas de sus viajes. Así sabremos cuándo estuvo sola en casa.
Bosch levantó el tenedor. Todavía no había probado bocado porque estaba demasiado inmerso en el casó.
– Además necesitamos el máximo de información sobre el casó; sólo tenemos el expediente que preparó Edgar. Ahora me voy al Parker Center para mi pequeña charla con Asuntos Internos. Por el caminó, me pasaré por la oficina del forense y sacaré una copia de la autopsia. Los federales ya la tienen. También hablaré con Donovan de Investigaciones Científicas a ver si encontró algo en el coche. Además, tiene las huellas de los zapatos. Con un poco de suerte conseguiré copias antes de que vengan los federales y se lo lleven todo. ¿Me dejó algo?
Los otros negaron con la cabeza.
– ¿Quedamos después del trabajó para ver qué hemos descubierto?
Ellos asintieron.
– ¿Os parece en el Cat and Fiddle hacia las seis?
Edgar y Rider volvieron a asentir con la cabeza porque ya estaban ocupados comiendo. Bosch probó la empanada, que había comenzado a enfriarse, y se unió a su silenció. Todos estaban pensando en el casó.
– Está en los detalles -comentó al cabo de un rato.
– ¿El qué? -preguntó Rider.
– La solución. Cuando te toca un casó como éste, la clave siempre está en los detalles. Ya veréis. Cuando lo resolvamos, la respuesta estará ahí, en el expediente. Siempre pasa.
La entrevista con Chastain en Asuntos Internos empezó tal como Bosch esperaba. Harry estaba sentado juntó a Zane, su representante, en una de las salas de interrogación, dónde una vieja grabadora Sony registraba todo lo que se decía. Chastain seguía el procedimiento habitual. Primero quería que Bosch explicara los hechos con el máximo de detalle posible. Después comenzaría a buscar contradicciones. Bastaba con que pillara a Harry diciendo una mentira para acusarlo ante el Comité de Derechos. Según la gravedad del casó, la sanción podía ir de la suspensión al despido.
En un tono monocorde y farragoso, Chastain leía unas preguntas ya preparadas, que Bosch respondía lenta y cuidadosamente con el mínimo de palabras posible. No era la primera vez que tomaba parte en ese juego.
Antes de la entrevista, Zane había tenido un cuarto de hora para asesorar a Bosch sobre el procedimiento y la mejor actitud a tomar. Al igual que un buen abogado, Zane no le preguntó directamente si había colocado la pistola. A él no le importaba; simplemente veía a Asuntos Internos como el enemigo, un grupo de policías malos con la sola misión de atacar a los policías buenos. Zane era de la vieja escuela, creía que todos los policías eran buenos por naturaleza y, aunque a veces el trabajó los corrompía, no debían ser acosados por sus propios compañeros.
Todo fue según lo previsto durante media hora, pero de pronto Chastain les lanzó una pregunta inesperada.
– Detective Bosch, ¿conoce usted a una mujer llamada Eleanor Wish?
– ¿De qué vas, Chastain? -terció Zane, haciéndole un gesto a Bosch para que no contestara.
– ¿Con quién has hablado? -quiso saber Bosch.
– Un momento, Harry. No digas nada -le insistió Zane-. ¿Adónde quieres ir a parar?
– El jefe lo ha dejado muy claro. Estoy investigando la conducta de Bosch durante esta investigación. En cuanto a mis fuentes, de momento no puedo hacerlas públicas.
– Se supone que estáis indagando sobre la presunta colocación de una pistola en un sitio determinado. Eso es lo que hemos venido a explicar.
– ¿Quieres que te lea la orden del jefe? Está muy clara.
Zane lo miró un momento.
– Danos cinco minutos para hablar de esto. ¿Por qué no vas a empastarte las caries?
Chastain se levantó y apagó la grabadora. Al llegar a la puerta, se volvió a mirarlos con una sonrisa en los labios.
– Esta vez os tengo a los dos. No podrás salir de ésta, Bosch. Y Zane, bueno, ya ves que no siempre se puede ganar.
– Eso lo sabes tú mejor que yo, mojigato. Anda, vete y déjanos solos.
Cuando Chastain se hubo ido, Zane se acercó a la grabadora para asegurarse de que estaba apagada. Luego se levantó y comprobó que el termostato no fuera un aparato de escucha camuflado. En cuanto se convenció de que la conversación era privada, se sentó y le preguntó a Bosch por Eleanor Wish. Bosch le contó sus encuentros con Eleanor en los últimos días, pero no mencionó el secuestro ni su posterior confesión.
– Uno de los polis de la Metro debe de haberle dicho que te liaste con ella -dedujo Zane-. Eso es todo lo que tiene. Quiere acusarte de asociación con una delincuente. Si lo admites, te ha cogido, pero ya está. Si no tienen nada más, como mucho te caerá una reprimenda. Pero si dices que no estuviste con ella y él puede probar que sí, entonces te habrás metido en un buen lío. Yo te aconsejo que confieses que has estado con ella. Total, no pasa nada. Le dices que el rollo ya ha terminado y, si eso es todo lo que tiene contra ti, es un fantasma de mierda.
– No lo sé.
– ¿El qué?
– Si ha terminado.
– Pues no se lo digas. Y si te lo pregunta, decide tú. ¿De acuerdo?
Bosch asintió y Zane abrió la puerta. Chastain estaba fuera.
– ¿Dónde estabas, Chastain? -se quejó Zane-. Te estábamos esperando.
Chastain no respondió. Entró en la sala, encendió la grabadora y reanudó el interrogatorio.
– Sí, conozco a Eleanor Wish -contestó Bosch-. Y sí, he pasado algún tiempo con ella en los últimos días.
– ¿Cuánto tiempo?
– No lo sé exactamente. Un par de noches.