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Dicho esto, Iverson balanceó la pala como si fuera un bate de béisbol, la lanzó por encima del muro de la finca, rumbo a unos arbustos y se encaminó hacia el coche.

– ¿Qué te parece? -le preguntó Bosch.

– Pues que, cuanto más arriba están, más dura es la caída. Goshen es nuestro, Harry. Tuyo.

– No, me refiero a la pistola.

– ¿Qué le pasa a la pistola?

– No lo sé… Ha sido demasiado fácil.

– ¿Y quién dice que los delincuentes han de ser listos? Goshen no lo es; sólo ha tenido suerte. Pero se le ha acabado la racha.

Bosch asintió, aunque seguía sin gustarle. No era una cuestión de ser listo o no. Los delincuentes seguían rutinas, instintos, y aquello no tenía sentido.

– Cuando vio la pistola, puso una cara extraña. Como si estuviera tan sorprendido como nosotros.

– Puede ser. Quizá sea un buen actor o a lo mejor ni siquiera es la misma pistola. Tendrás que llevártela a Los Ángeles para hacer las pruebas. Descubre primero si es el arma del crimen y después ya nos plantearemos si ha sido demasiado fácil.

Bosch asintió y encendió un cigarrillo.

– No lo sé. Me da la sensación de que falta algo.

– Mira, Harry, ¿quieres resolver el caso, sí o no?

– Sí, claro.

– Pues nos lo llevamos, lo metemos en un cuarto y ya veremos qué pasa.

Al llegar al coche Bosch se dio cuenta de que se había olvidado la foto de Layla en la casa, así que le pidió a Iverson que fuera arrancando el coche. Cuando regresó con la foto, en seguida se fijó en que Goshen tenía un hilillo de sangre en la comisura de los labios. Bosch miró a Iverson.

– No sé, se habrá dado un golpe al entrar -explicó éste-. O se lo ha hecho a propósito para culparme.

Ni Goshen ni Bosch dijeron nada. Iverson cogió la carretera de vuelta hacia la ciudad. La temperatura iba en aumento y Bosch comenzó a notar que la camisa se le adhería a la espalda. El aire acondicionado batallaba por reducir el calor que se había acumulado en el coche durante el tiempo que había durado la operación. El aire estaba tan seco que Bosch se aplicó manteca de cacao en los labios, sin preocuparse de lo que pensaran sus compañeros de trayecto.

Goshen se tiró un pedo mientras subían en el ascensor que conducía a la oficina de detectives. Una vez arriba, Iverson y Bosch lo acompañaron por un pasillo hasta la sala de interrogatorios, un cuarto no mucho mayor que un lavabo. Al cerrar la puerta, Goshen volvió a reclamar su llamada telefónica.

De camino al despacho de Felton, Bosch se fijó en que las oficinas de la brigada de detectives se hallaban prácticamente desiertas.

– ¿Dónde está la gente? -preguntó Bosch-. ¿Se ha muerto alguien?

– Han ido a buscar a los otros -contestó Iverson.

– ¿Qué otros?

– El capitán quería que viniese tu amigo, Dandi, para pegarle un buen susto. También van a traer a la chica.

– ¿A Layla? ¿La han encontrado?

– No, a ella no. La que nos pediste que buscásemos anoche; ésa que jugó con tu víctima en el Mirage. Hemos descubierto que tiene antecedentes.

Bosch tiró del brazo de Iverson para intentar detenerlo.

– ¿Eleanor Wish? ¿Vais a traer a Eleanor Wish?

Bosch no esperó la respuesta de Iverson; lo soltó y se dirigió con paso decidido hasta el despacho de Felton. El capitán estaba al teléfono, por lo que Bosch caminó con impaciencia esperando que colgase. Felton señaló la puerta con el dedo, pero Bosch negó con la cabeza.

– Ahora mismo no puedo hablar -dijo el capitán, lanzando a Bosch una mirada asesina-. No te preocupes; está todo controlado. Hasta luego.

Felton colgó y miró a Bosch.

– ¿Y ahora qué pasa?

– Llame a su gente y dígales que dejen en paz a Eleanor Wish. -¿De qué habla?

– Ella no tiene nada que ver con esto. Ya lo comprobé ayer por la noche.

Felton se inclinó hacia delante y entrelazó los dedos mientras pensaba.

– Cuando dice que lo comprobó, ¿a qué se refiere?

– La interrogué. Ella conocía a la víctima de vista y poco más. Está libre de sospecha.

– ¿Sabe quién es, Bosch? ¿Conoce su historia?

– Sí. Era una agente del FBI asignada a la brigada de atracos de Los Ángeles. Hace cinco años fue a la cárcel por un delito de complicidad en una serie de robos a cámaras acorazadas, pero eso no importa. Ella no tiene nada que ver con esto.

– Pues yo creo que estaría bien que uno de mis hombres la interrogase a fondo. Para asegurarnos.

– Yo ya estoy seguro. Mire…

Bosch se volvió un segundo hacia la puerta del despacho y, al ver a Iverson merodeando por allí, la cerró en sus narices. Acto seguido, cogió una silla y se sentó frente a Felton.

– Mire, yo conocí a Eleanor Wish en Los Ángeles -le confesó-. Trabajé con ella en el caso de las cámaras acorazadas. Yo…, bueno, digamos que fuimos más que compañeros de trabajo. Pero todo se fue a pique. Hacía cinco años que no la veía cuando la reconocí en la cinta de vigilancia del Mirage. Y por eso le llamé a usted anoche; quería hablar con ella, pero no del caso. Ella está libre de sospecha; cumplió su condena y es inocente. Así que avise a sus hombres.

Felton se quedó callado. Bosch casi podía oír el engranaje de sus pensamientos.

– Llevo casi toda la noche trabajando en este asunto. Ayer lo llamé media docena de veces, pero usted no estaba. ¿No quiere decirme dónde estuvo?

– No.

Felton reflexionó un poco más y después sacudió la cabeza.

– No puedo hacerlo. Aún no puedo soltarla.

– ¿Por qué no?

– Porque hay algo que al parecer usted no sabe.

Bosch cerró los ojos un instante como un niño que se prepara para que su madre, furiosa, le pegue una bofetada.

– ¿Qué?

– Puede que sólo conociera a la víctima de vista, pero a Joey El Marcas y sus amigos los conoce mucho más.

Era peor de lo que se imaginaba.

– ¿Qué dice?

– Ayer, después de que usted llamase, mencioné el nombre de Eleanor Wish a algunos de mis hombres y resulta que la tenemos fichada. Se la ha visto a menudo en compañía de un hombre llamado Terrence Quillen, que trabaja para Goshen, quien a su vez trabaja para el Marcas. A menudo, detective Bosch. De hecho, tengo a un equipo buscando a Quillen ahora mismo. A ver qué nos dice él.

– ¿«En compañía de»? ¿Qué significa eso?

– Según los informes, parecía una relación profesional.

Bosch sintió como si le hubieran propinado un puñetazo. Era imposible; acababa de pasar la noche con aquella mujer. La sensación de haber sido traicionado iba creciendo, aunque una voz interior le decía que ella no le mentía, que todo aquello era un enorme malentendido.

De pronto alguien llamó a la puerta.

– Los demás ya han llegado, jefe -informó Iverson asomando la cabeza-. Ahora los están metiendo en las salas de interrogatorios.

– Muy bien.

– ¿Necesita algo? -le ofreció Iverson.

– No, gracias. Cierra la puerta.

Después de que Iverson se hubiera ido, Bosch miró al capitán.

– ¿La han detenido?

– No, le hemos pedido que venga de forma voluntaria.

– Déjeme hablar con ella primero.

– No creo que sea buena idea.

– Me importa un comino. Déjeme hablar con ella. Si tiene algo que contar, me lo dirá.

Felton pensó un momento y finalmente asintió con la cabeza.

– De acuerdo, adelante. Tiene quince minutos.

Bosch debería haberle dado las gracias, pero no lo hizo. Simplemente se levantó y se dirigió a la puerta.

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