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– -afirmó Smoltz, señalando uno de los monitores de quince pulgadas-. Empezaremos con el jueves. Le he pedido a uno de los crupieres que identificara a su hombre. Por lo visto, el cliente llegó a las ocho y media y jugó hasta las once.

Smoltz puso en marcha la grabación. La imagen era granulosa y en blanco y negro, como la cinta de vigilancia del Archway, pero a diferencia de aquélla, estaba grabada en tiempo real, sin movimientos bruscos. El vídeo comenzaba con Aliso siendo acompañado a una mesa por el jefe de sala. El empleado del casino llevaba una pila de fichas que depositó en la mesa, frente a Aliso. Antes de comenzar, Aliso hizo un gesto de aprobación y sonrió a la crupier a quien Harry había entrevistado aquella tarde.

– ¿Cuánto había en la pila? -quiso saber Bosch.

– Quinientos -respondió Smoltz-. Yo ya he visto la cinta. Aliso no compra más fichas y, cuando se marcha, parece que todavía le queda la pila entera. ¿Quiere que lo pase rápido o a velocidad normal?

– Rápido.

Bosch observó con atención las imágenes que se sucedían a toda velocidad. Harry contó que Aliso se tomaba cuatro gin tonics, se retiraba a tiempo en la mayoría de jugadas, ganaba cinco manos y perdía seis más. Nada emocionante. Smoltz ralentizó la cinta cuando el reloj digital se aproximaba a las once de la noche, momento en que Aliso llamó al jefe de sala, canjeó las fichas por dinero y desapareció de la imagen.

– De acuerdo -le dijo Smoltz-. Del viernes tenemos dos cintas.

– ¿Por qué? -preguntó Bosch.

– Porque jugó en dos mesas. Cuando llegó, no había sitio en la «cinco a diez». Sólo tenemos una porque no hay mucha gente que quiera apostar tan alto. Así que Aliso jugó en la mesa «uno a cinco» hasta que quedó un sitio libre. Esta cinta corresponde a la más barata.

Smoltz puso otro vídeo y Bosch contempló a Aliso, que se comportó exactamente igual que en el anterior. Bosch se fijó en que en esta ocasión llevaba la cazadora de cuero negro y que, además del habitual intercambio de saludos con el crupier, saludaba a una jugadora al otro lado de la mesa. La mujer le devolvió el saludo, pero el ángulo de la cámara no le permitió a Bosch verle la cara. Tras pedirle a Smoltz que cambiara a velocidad normal, Harry se quedó observando unos minutos a la espera de que se produjera otro gesto entre los dos jugadores.

A simple vista no volvieron a comunicarse. Sin embargo, al cabo de cinco minutos, hubo una rotación de crupieres y la nueva empleada del casino -a quien Bosch también había entrevistado hacía una hora- saludó tanto a Aliso como a la mujer sentada frente a él.

– Párelo aquí -le rogó Bosch. Smoltz congeló la imagen.

– Vale -dijo Bosch-. ¿Quién es esa crupier?

– Amy Rohrback. Antes ha hablado con ella.

– Es verdad. Hank, ¿podría pedirle que suba?

– Sí, claro. ¿Por qué?

– Por esta jugadora, la que saludó a Aliso -respondió Bosch mientras apuntaba a la mujer sentada frente a la víctima-. Amy Rohrback la conoce y me interesa averiguar su nombre.

– De acuerdo, voy a buscarla, pero si está en medio de una partida tendré que esperar.

– Está bien.

Mientras Meyer bajaba al casino, Bosch y Smoltz continuaron repasando las cintas. Aliso jugó veinticinco minutos en la mesa «uno a cinco» antes de que llegara el jefe de sala, recogiera sus fichas y lo trasladara a la mesa «cinco a diez». Acto seguido, Smoltz cambió el vídeo y ambos observaron a Aliso en la nueva mesa, donde perdió miserablemente durante dos horas más. Aliso compró tres pilas de fichas por valor de quinientos dólares cada una y las perdió tres veces consecutivas. Al final, dejó de propina las fichas que le quedaban y se levantó de la mesa.

Cuando terminaron, Meyer todavía no había regresado con Rohrback. Smoltz le explicó a Bosch que iba a rebobinar la cinta en la que aparecía la mujer misteriosa para tenerla lista cuando llegara la crupier. En cuanto lo hubo hecho, Bosch le pidió que avanzara un poco para ver si en algún momento se le veía el rostro. Al cabo de cinco minutos de seguir los movimientos de los jugadores a cámara rápida, Harry vio que la mujer misteriosa alzaba la vista.

– ¡Ahí! Rebobine y páselo a cámara lenta.

Smoltz siguió sus instrucciones. La mujer sacaba un cigarrillo, lo encendía, echaba la cabeza hacia atrás -con el rostro hacia la cámara del techo- y le daba una calada. Al exhalar, el humo empañó su imagen, pero antes de aquello Harry creyó reconocerla.

Se quedó petrificado.

Smoltz rebobinó la cinta hasta el momento en que la cara se veía mejor y congeló la imagen en la pantalla. Bosch la contempló en silencio. Smoltz empezaba a decir algo sobre la nitidez de la imagen, cuando Meyer irrumpió en la sala. Venía solo.

– Amy acaba de empezar a repartir, así que no podrá subir hasta dentro de unos diez minutos. Le he dejado recado de que venga en cuanto termine.

– Pues llámela y dígale que no se moleste -dijo Bosch, con los ojos aún fijos en la pantalla.

– ¿Ah, sí? ¿Por qué?

– Porque ya sé quién es.

– ¿Quién es?

Bosch permaneció un segundo en silencio. Ignoraba si había sido por verla a ella fumando o por una ansiedad más profunda, pero de pronto sintió la necesidad imperiosa de fumarse un pitillo.

– Alguien a quien conocí hace mucho tiempo.

Bosch esperaba la llamada de Billets sentado en la cama y con el teléfono en el regazo. Sin embargo, tenía la cabeza en otra parte. En ese instante estaba recordando a una mujer que creía alejada de su vida. ¿Cuánto tiempo hacía ya? ¿Cuatro? ¿Cinco años? Su mente era tal torbellino de ideas y sentimientos que ya no estaba seguro. Lo que estaba claro era que había transcurrido el tiempo suficiente para que ella hubiese salido de la cárcel.

– Eleanor Wish -dijo en voz alta.

Bosch pensó en los árboles de jacarandá frente al piso que ella tenía en Santa Mónica y en la diminuta cicatriz en forma de luna que tenía en la barbilla. También recordó la pregunta que ella le había formulado hacía tanto tiempo, mientras hacían el amor: «¿Crees que alguien puede estar solo y no sentirse solo?».

El timbrazo del teléfono sacó a Bosch de su ensueño.

– Vale, Harry. Ya estamos todos -le dijo Billets-. ¿Me oyes bien?

– No demasiado, pero dudo que pueda mejorarse.

– Imposible; es un aparato prehistórico -contestó Billets-. Bueno, comencemos con los informes de hoy. Harry, ¿quieres empezar tú?

– Muy bien, aunque no tengo mucho que contar.

Bosch narró lo que había descubierto hasta ese momento, subrayando el detalle del recibo perdido. Luego les refirió que había repasado las cintas de vigilancia, sin mencionar a Eleanor Wish. Harry había decidido omitir ese detalle porque aún no había nada definitivo que la conectase con Aliso. Para finalizar, les informó sobre sus planes de ir a Dolly's -el local al que Aliso había llamado desde su despacho del Archway-, con la esperanza de poder entrevistar a Layla.

Cuando le tocó el turno a Edgar, éste anunció que el guionista de moda se hallaba libre de sospecha gracias a una sólida coartada. En su opinión, al hombre no le faltaban razones para detestar a Aliso, pero no era la clase de persona que expresaría ese odio con una pistola del calibre veintidós. Asimismo, Edgar había entrevistado a los empleados del garaje donde Aliso dejaba su coche para que le hicieran una limpieza mientras estaba en Las Vegas. Uno de los servicios del garaje era recoger a los clientes en el aeropuerto. Según la declaración del hombre que fue a buscar a Aliso, Tony regresó de Las Vegas solo, relajado y sin prisas.

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