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– Pues claro que lo haré. De todos modos, tenía intención de escribirle unas líneas acerca de lo que ha ocurrido. No creo que reciba mucha correspondencia aparte de la de su hija. Tiene una hija encantadora llamada Susie, que ahora vive en Filadelfia. Le diré a Donald que irás a visitarle. ¿Sabes cuándo vas a hacerlo?

Collins repasó mentalmente su calendario.

– Tengo que ir a California a finales de semana para pronunciar un discurso. Regresaré seguramente algunos días después. Bien, puede decirle al señor Radenbaugh que acudiré a visitarle dentro de una semana. No más tarde, con toda seguridad. Me ha facilitado usted una buena pista, Hannah, y se lo agradezco mucho. Se levantó, se acercó a ella y le besó en la mejilla.- Gracias por todo. Cuídese y distráigase mucho. Si hay alguna cosa que Karen o yo podamos hacer, llámenos, por favor.

Mientras salía y se dirigía hacia su automóvil, empezó a sentirse mucho mejor. Radenbaugh constituía una auténtica posibilidad. Pero inmediatamente después empezó a preocuparse. Primero tendría que plantearle a Vernon T. Tynan el misterio del Documento R. No sabía cómo, pero tendría que hacerlo más tarde o más temprano. Lo decidió en el momento en que subía al automóvil. Cuando antes, mejor.

A las diez y media de la mañana siguiente, Chris Collins se reunió con Vernon T. Tynan en la sala de conferencias contigua al despacho del director, en la séptima planta del edificio J. Edgar Hoover.

Collins había abrigado la esperanza de que la entrevista tuviera lugar en el propio despacho de Tynan. Deseaba ver si el archivador particular de Noah Baxter se encontraba en aquel despacho. Pero, cuando Collins llegó a la séptima planta, Tynan le estaba aguardando en el pasillo y le acompañó a la sala de conferencias. Una vez allí, Tynan había insistido en que Collins tomara asiento en el sillón de la cabecera de la mesa, mientras él ocupaba una silla a la derecha del secretario de Justicia.

Mientras Collins extraía de su cartera de documentos la carpeta que contenía las más recientes estadísticas criminales relativas a California, observó al director y le vio bromear con su secretaria, que estaba sirviéndoles té y café. Desde su encuentro con el padre Dubinski en la rectoría de la iglesia de la Santísima Trinidad, Collins abrigaba crecientes recelos en relación con el director del FBI. Pero ahora, mientras contemplaba a Tynan bromeando con su secretaria, sus recelos se le antojaron irreales y fueron esfumándose poco a poco. El agresivo rostro de Tynan aparecía suavizado por una sonrisa. Poseía una franqueza y una sinceridad que desarmaban. ¿Cómo era posible que inspirara recelos el principal encargado de velar por el cumplimiento de la ley en el país? Tal vez el sacerdote hubiera interpretado erróneamente o bien exagerado las amenazas del emisario de Tynan.

– No lo olvide, Beth -le dijo el director a su secretaria mientras ésta se disponía a abandonar la estancia-, nada de interrupciones. -La puerta se cerró, y Tynan se dedicó por entero a su visitante.- Bien, Chris, ¿en qué puedo servirle?

– Es sólo unos minutos -dijo Collins rebuscando entre sus papeles-. Estoy revisando el discurso que voy a pronunciar en Los Angeles. Voy a incluir las más recientes estadísticas criminales del FBI relativas a California…

– Sí, las hemos preparado especialmente para California. Allí es donde tenemos que trabajar. ¿Las ha recibido? Se las envié ayer.

– Las tengo aquí -repuso Collins-. Quiero cerciorarme de que son las estadísticas más recientes. Si se ha producido alguna novedad…

– Está usted completamente al día -dijo Tynan-. Las más graves hasta ahora. Resultarán muy efectivas en su discurso. Hágales usted comprender que son ellos, más que los ciudadanos de cualquier otro estado, quienes precisan de la ayuda constitucional.

Collins estudió la primera hoja que sostenía en la mano.

– Debo decir que estas estadísticas criminales de California resultan insólitamente altas comparadas con las de otros importantes estados. -Levantó la mirada.- ¿Son absolutamente exactas?

– Tan exactas como los jefes de policía de California quieren que sean -dijo Tynan-. Les citará usted las cifras que ellos mismos nos han facilitado.

– Simplemente quiero cerciorarme de que piso terreno firme y seguro.

– Está usted pisando un terreno muy firme. Con estas cifras podrá sentar una perfecta base sobre la que defender la Enmienda XXXV.

Collins tomó un sorbo de tibio té.

– Defenderé la Enmienda XXXV, claro. Pero procuraré no excederme. No quisiera enzarzarme en un debate con nadie a este respecto. No siento el menor deseo de participar en ese programa de televisión. Le diré con toda sinceridad que, desde que me he convertido en secretario de Justicia, no me ha dado tiempo a estudiar detenidamente esta ley en todas sus ramificaciones.

– No me preocupa la forma en que usted va a manejar el asunto -dijo Tynan alegremente-. Habló usted muy bien a propósito de la Enmienda XXXV en sus comparecencias ante el Congreso. Sabe a este respecto todo lo que es necesario saber.

– Pero tal vez… -empezó a decir Collins en tono dubitativo- tal vez no lo sepa todo.

– ¿Qué otra cosa hay que saber? -preguntó Tynan levemente irritado.

Había llegado el momento. Collins cerró mentalmente los ojos y se lanzó.

– Hay algo, una especie como de suplemento, llamado Documento R. ¿Qué hay de eso? ¿Qué tiene que ver con la Enmienda XXXV?

En las finas facciones de Collins se dibujó una expresión de ingenua curiosidad. Observó detenidamente a Tynan co el fin de estudiar su reacción.

Tynan había levantado los párpados. Sus pequeños ojos oscuros se habían agrandado, pero no revelaban la menor cosa. O bien era un actor consumado o bien la referencia al Documento R no significaba para él absolutamente nada.

Collins rompió el silencio y decidió aguijonearlo un poco más.

– ¿Qué debería yo saber acerca del Documento R?

– ¿Acerca de qué…?

– Del Documento R. Pensaba que podría informarme acerca del mismo, porque deseo prepararme a fondo.

– Chris, no tengo ni la menor idea de lo que usted me está diciendo. ¿De dónde ha sacado eso? ¿Qué es?

– No lo sé. Estaba revisando unos viejos papeles del Noah Baxter y en una de las notas referentes a la Enmienda XXXV pude leer ese título. Decía allí que tenía que revisarse en relación con la enmienda. Es lo único que decía la nota.

– ¿Dispone usted de esa nota? Me gustaría verla. Tal vez me refrescara la memoria.

– Pues no, maldita sea, ya no la tengo. Fue a parar al triturador de papeles junto con otras viejas notas de Noah. Pero me quedó grabada en la memoria y pensé que debía mencionársela. Pensé que tal vez usted pudiera ayudarme caso de que hubiera oído hablar de ese documento. -Collins se encogió de hombros.- Pero si no sabe nada…

– Se lo repito -dijo Tynan con firmeza-. No tengo ni la menor idea de a qué se está usted refiriendo. Probablemente debía de ser el sinónimo, o como usted quiera llamarlo, que Noah utilizaba para la Enmienda XXXV. No se me ocurre ninguna otra cosa. En cualquier caso, no sé nada al respecto. Puede usted estar seguro de que dispone de toda la información que le hace falta para realizar un buen trabajo en California. Haga usted su trabajo, nosotros haremos el nuestro y tenga la absoluta certeza de que California ratificará la enmienda. Tenemos que poner toda la carne en el asador para dentro de un mes… Chris, no tengo ninguna intención de perder la partida.

– Ni yo tampoco -dijo Collins empezando a guardar los papeles-. Bien, pues creo que ya lo tengo todo.

Una vez solo en el pasillo, Collins bajó pensativo a la sexta planta, reflexionando acerca del encuentro. La armadura de Tynan no se había resquebrajado en ningún momento. Ni sus respuestas ni su actitud habían permitido adivinar que tuviera conocimiento de un documento conocido con la denominación de Documento R, documento que, en su lecho de muerte, Baxter había calificado de peligroso.

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