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Supongo que sólo puede decirse que todos tenemos que vivir de acuerdo con lo que somos por consiguiente, que cada cual se comporte a su aire.

– Me alegro de que lo comprendas así -dijo Brunner asintiendo enérgicamente-. En cuanto a mí tal vez mañana vea las cosas de otro modo y experimente sentimientos de culpabilidad. Pero en estos momentos, ahora mismo, bueno, quiero serte sincero, Adam no lamento nada y no me siento culpable en absoluto. -Apartó la mirada-. No le hemos hecho daño ni física ni mentalmente. Se encontrará bien. Ya lo verás, bueno, ¿te apetece ya acostarte, Adam?

– Todavía no.

– Buenas noches, Adam.

– Buenas noches.

Observó al viejo mientras se dirigía al comedor para pasar a la cocina y desde allí a su cuarto y, a no ser que la vista le engañara, le pareció que los andares de Brunner resultaban casi garbosos.

Decidido a ahogar su creciente sensación de desaliento, Malone se buscó otro cigarrillo en el bolsillo de la camisa, lo encontró y apretó fuertemente el papel por un extremo.

Tras encenderlo, dio unas intensas chupadas, exhaló el humo y se hundió de nuevo en el sofá para aclarar sus ideas.

Mientras escuchaba a Brunner, sí, se había desvanecido su enojo y ahora estaba intentando establecer qué sentimiento había ocupado el lugar de aquél.

La depresión, claro, pero había algo más. Estaba invadido por una sensación de absoluta desesperación. Estaba sumergido en una sensación de nihilismo. Se sentía un todo con Sartré, una auténtica alma gemela de éste.

La escena había pasado a convertirse en algo intensamente surrealista. El ambiente que le rodeaba estaba pavorosamente vacío de valores tradicionales, orden y limitaciones. Era un paisaje emocional dibujado por Escher.

Y sin embargo, Malone comprendía que debía quedar algo en lo que todavía creyera, ya que de otro modo no hubiera sido consciente de aquella sensación de desasosiego que le embargaba.

Bien era cierto que las palabras de Brunner habían borrado su enojo, pero no podía pasar por alto la amargura que experimentaba en relación con Shively y Yost. Esta noche se sentía enojado con ellos y el motivo estaba muy claro.

Estaba resentido contra ellos porque habían mancillado su sueño. Tal vez también estuviera un poco resentido contra el viejo por haber quebrantado el pacto inicial, por no haber hecho caso de su liderazgo y haber olvidado los principios de la decencia.

Brunner había sucumbido a la debilidad y se había inclinado del lado de los embrutecidos violadores.

Mientras fumaba la hierba advirtió que aumentaba la sensación de pérdida que experimentaba. Aumentó también su amargura, sólo que ésta cambió de rumbo, giró en ángulo y se dirigió contra él mismo y contra su propia debilidad.

Sí, aquello era lo más irritante, su propia debilidad, que había impedido que la fantasía que él solo se había inventado se convirtiera en una dichosa realidad.

De todos ellos, él, Adam Malone, era el ser humano que más se merecía a Sharon Fields. El se la había inventado como objeto amoroso asequible, él había creado la posibilidad de que pudieran amarla, él había fraguado la realidad de una cita, él, y sólo él, había logrado que ocurriera lo que había ocurrido.

De todos ellos, él y sólo él la respetaba y se preocupaba por ella como persona. Y, sin embargo, la suprema ironía había querido que él, y sólo él, se viera privado de ella o se hubiera privado voluntariamente de ella.

Los otros tres, malditos fueran, no se merecían nada de ella y mucho menos antes que él. Y, sin embargo, ellos habían gozado íntimamente con ella.

Y él en cambio, por culpa de su fatal debilidad, se había visto apartado a un lado. No era justo. Qué demonios, no era justo ni para ella. No era justo que hubiera tenido que soportar a aquellos estúpidos animales insensibles, sin llegar a saber que bajo aquel mismo techo vivía alguien que la amaba por sí misma, que la amaba con una ternura, una entrega y un calor que indudablemente debía necesitar en aquellos momentos.

Sería criminal, un verdadero crimen si bien se miraba, que ella no pudiera enterarse de que había alguien capaz de disipar sus temores y hacerla objeto de la dulzura que se merecía y necesitaba. Además, todo ello formaba parte de los designios de la naturaleza.

Acudió a su mente la estrofa de lord Alfred Tennyson: La naturaleza es rapiña, mal que ningún predicador podría sanar; La golondrina destroza a la mosca de mayo, el alcaudón alancea al gorrión, Y todo el bosquecillo donde me encuentro es un mundo de pillaje y depredación.

El ambiente que le rodeaba había adquirido una característica de inevitabilidad. Adam Malone dio una última chupada al cigarrillo de hierba, lo apagó y se puso en pie. Su misión no estaba muy clara. Tenía que rescatar a Sharon Fields y salvarla de la desesperación en la que probablemente estaba sumida.

Tenía que restablecer su fe en la honradez, la bondad y el verdadero amor. Se merecía aquella sensación de seguridad que procedería del hecho de saber que en aquella casa había una persona civilizada que la amaba y respetaba.

Dependía de él. Avanzó tambaleándose en dirección al dormitorio.

Sharon Fields yacía atada a la cama con los ojos clavados en la puerta, esperando que ésta se abriera.

Se había resignado a aceptar el hecho de que aún no había cesado todo el horror de la noche. En una violación en grupo tenía una que estar preparada a que la violaran todos los componentes de la banda. Los componentes de aquella banda eran cuatro. Tres ya la habían violado. Faltaba el cuarto. Yacía tendida muy rígida y esperaba.

Se abrió la puerta. Y apareció el cuarto.

Cabello castaño oscuro, vidriados ojos castaños, expresión distante en el rostro. Se quedó de pie medio tambaleándose, con la camisa fuera y los pantalones vaqueros.

El Soñador. El chiflado autor de todo el enredo. El hijo de puta. Entró. Cerró la puerta. Se acercó a la cama avanzando casi como un sonámbulo.

– Tengo que asegurarme -dijo-. ¿Es cierto que los demás la han violado?

– Me han tratado como si fuera escoria, como si fuera basura -repuso ella-. Se han comportado como bestias salvajes. Han sido horribles, inhumanos. Me han hecho daño. -Abrigaba un destello de esperanza-. Usted no hará lo mismo, ¿verdad?

– Se han equivocado -dijo él en voz baja-. No debieran de haberlo hecho.

– Me alegro de que lo crea así -dijo ella esperanzada.

– Hubiera debido de hacerlo yo -dijo él.

– ¿Cómo?

– Hubiera debido de ser el único -le dijo con voz extraña y distante.

Sus esperanzas se desvanecieron y volvió a sumirse en el temor. Había creído que aquella noche ya no podría volver a asustarse. En el transcurso de las últimas horas había experimentado terror con tanta frecuencia que creía haber agotado ya este sentimiento.

Pero éste que ahora se había sumido en el silencio era distinto a los demás. La aterrorizaba precisamente su forma antinatural de actuar. Parecía un drogado.

Hundió la cabeza en la almohada, procurando averiguar si estaba ebrio o drogado o bien era presa de un ataque de esquizofrenia. Hablaba en murmullos y apenas podía oírle.

– No quería entrar aquí de esta manera pero soy el único que la aprecia. No sabía cómo manejarle y no tenía idea de lo que se proponía aquel sujeto. Decidió seguirle la corriente.

– Si de veras me apreciara, me dejaría en paz. Estoy enferma. Estoy agotada. Quiero que me dejen sola. Por favor, sea amable.

Pareció como si no la hubiera oído, porque mantenía los ojos fijos en su cuerpo y, por primera vez, éstos se iluminaron y la acariciaron.

– Usted necesita amor -le estaba diciendo-. Fue creada para ser venerada y amada. Se merece amor, después de lo que ha padecido. Necesita a alguien que la aprecie.

Llegó a la conclusión de que debía estar completamente loco.

– Le agradezco que me diga eso -le contestó-, pero váyase. Déjeme descansar. Si se fuera, eso sería una demostración de amor. Váyase, por favor.

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