Se puso tranquilamente el sujetador, se lo abrochó, se puso después la blusa abrochándosela también y, al final, recogió de nuevo el arma.
Observó que el Soñador se había recuperado, que había presenciado el “coup de grice” y la ejecución y que ahora ya estaba mirando con su rostro juvenil como envejecido.
Fue a acercarse a él, pero después se detuvo bruscamente y prestó atención. Se estaba escuchando un ruido, un ruido nuevo y conocido, el ruido de un helicóptero que se iba acercando cada vez más.
El Soñador lo escuchó también y apartó la mirada confuso, pero después volvió a posarla en Sharon.
Sharon comenzó a avanzar en dirección a él pero, al llegar a su lado, no se detuvo. Pasó de largo y cruzó la puerta por primera vez desde su cautiverio. Se detuvo brevemente para orientarse y después avanzó por el pasillo en dirección a la ventana.
Se detuvo junto a la misma y miró más allá del porche entre el bosquecillo y el arroyo.
Escuchó el repiqueteo cada vez más próximo del helicóptero y pudo distinguirlo a la grisácea luz del atardecer mientras descendía y se mantenía momentáneamente inmóvil.
Estaba claro que habían descubierto el emplazamiento del escondite ya que ahora el helicóptero estaba descendiendo rápidamente y sólo se encontraba a cosa de unos cien metros de distancia dirigiéndose hacia la zona llana que había al lado del bosquecillo.
Sin emocionarse lo más mínimo, Sharon observó que el helicóptero se disponía a aterrizar.
Adam, Malone se había quedado en el dormitorio, junto a la puerta, evitando mirar el cuerpo mutilado, castrado y sin vida de Shively, procurando recuperar la cordura y comprender el rápido sesgo que habían adquirido los acontecimientos de aquel día terrible y lo que él había hecho y lo que había hecho ella y lo que iba a ocurrirle.
Al final, cuando el rumor de las hélices del helicóptero le martilleó los tímpanos indicándole que todo estaba a punto de terminar, sacó fuerzas de flaqueza y abandonó el dormitorio.
La vio al fondo del pasillo junto a la ventana mirando tranquilamente a través de la misma.
Increíble, increíble. Experimentó el impulso de acercarse una vez más a ella. Avanzó lentamente, se detuvo a su lado y miró hacia el exterior.
El helicóptero blanco y azul estaba a punto de tomar tierra y Malone pudo distinguir las letras que aparecían pintadas en su fuselaje.
No le sorprendió que el helicóptero perteneciera al Departamento de Policía de Los Angeles.
Sabía que ya no disponía de tiempo. No podía irse a ningún sitio. No tenía la menor posibilidad de huida.
Además, aquél ya no era su país. Ella se había adueñado del territorio e impondría sus propias leyes.
Apartando la mirada de la ventana para contemplar por última vez su perfil, se sorprendió de que ella no estuviera mirando a sus salvadores sino a él.
Le estaba mirando con una fría y despectiva sonrisa de triunfo. Una sonrisa que revelaba algo que él no sabía. Había creído saberlo todo pero aquella sonrisa le estaba facilitando un dato que él desconocía.
Para Malone, se trató de un instante de descubrimiento de la verdad final. Sin los adornos de la fantasía, bajo la implacable luz de la realidad, le fue dado finalmente verla tal y como era.
Por primera vez la vio tal como era y no como él había querido que fuera. Vio claramente a Sharon Fields: una bruja tenaz y resistente.
Observó que sus labios se movían.
– Bueno, tú que eres tan aficionado al cine -le dijo-, ¿qué te parece? Le señaló el helicóptero.
Al final siempre acaban llegando los marinos, ¿verdad, hijito?
– Tú les has conducido hasta aquí, ¿verdad, Sharon? -le preguntó él sin dejar de mirarla.
– Eres más listo de lo que suponía.
– Tú me utilizaste para conseguir que los demás aceptaran la idea de pedir un rescate, ¿verdad?
– Muy listo.
– Mentiste al decir que me querías, ¿no es cierto? -Vaciló-. Tú no te quieres más que a ti misma, a ti y a nadie más y siempre te has querido, ¿no es cierto?
– Veo que estás a punto de doctorarte -repuso ella dirigiéndole una helada sonrisa-.
Te diré una cosa. He conocido a muchos hombres, estúpido, a muchísimos y jamás he conocido a ninguno que no fuera un cerdo. Tú incluido.
No fuiste más que uno de tantos. -Se detuvo-. Hace mucho tiempo que aprendí una cosa. Y es ésta: ¿Quién va a preocuparse por mí más que yo? Sharon Fields se apartó de la ventana y después se acercó de nuevo a ella.
El helicóptero acababa de aterrizar. La hélice había dejado de girar. Estaban abriendo la portezuela.
Vio a un oficial de policía con uniforme caqui agachado y dispuesto a saltar. Sharon Fields se apartó de la ventana.
– Hola y adiós, atontado -dijo encaminándose hacia la puerta principal.
La abrió, salió al porche y saludó con la mano al policía que estaba descendiendo del helicóptero.
Desconcertado y perdido, Malone miró a su alrededor buscando frenéticamente algún medio de escapar.
Sabía que era inútil porque ella ya se había reunido con la policía y pronto empezaría a contarles la historia. Sin embargo, le resultaba imposible quedarse allí.
Retrocedió, se agachó, se dirigió al salón y después corrió hacia el pequeño cuarto, el cuarto de baño y la pequeña estancia que les había servido de dormitorio temporal, abrió la puerta del cobertizo de los coches y salió al exterior por la parte de atrás de la vivienda.
Miró a su alrededor y descubrió un alto seto de alheñas -evidentemente un trabajo de jardinería debido al propietario ausente de aquel refugio-muy descuidado y frondoso.
Corrió hacia el mismo, se arrojó al suelo y se introdujo a gatas entre una abertura del denso follaje.
Oculto tras las hojas, se comprimió contra la roca que había a su espalda.
Estaba cayendo la noche y él se encontraba acorralado e impotente, temblando en la oscuridad en su calidad de último miembro del Club de los Admiradores, esperando lo inevitable y el final de su ya resquebrajado sueño.
Oculto allí en medio de la creciente oscuridad con los músculos entumecidos, los huesos rígidos y el juicio trastornado, no tenía la menor noción del tiempo que había transcurrido.
Media hora, una hora, tal vez más.
Le pareció que había transcurrido una eternidad antes de escuchar las voces de sus perseguidores y el ruido de la puerta del cobertizo al abrirse y antes de distinguir tres pares de pantalones uniformados y un par de torneadas piernas formando un grupo a cosa de unos cuatro metros de distancia.
La luz de una linterna estaba recorriendo el seto. Contuvo el aliento y cerró los ojos fuertemente mientras la luz se filtraba a través de los verdes arbustos casi iluminándole antes de pasar de largo.
Otra vez las voces.
– Bueno, creo que ya está todo arreglado -estaba diciendo una recia voz varonil-.
Me parece que esta noche no nos queda nada más por hacer, señorita Fields. Usted se ha encargado de todo.
¿Y dice que se encuentra bien?
– Me encuentro perfectamente bien, capitán Culpepper.
– ¿Y está segura de que no había otros cómplices, señorita Fields? Malone se acurrucó si cabe para evitar que se oyeran los apresurados latidos de su corazón.
Al final escuchó su respuesta, aquella voz gutural que tan característica le era.
– Estoy segura, capitán -estaba diciendo-. Había tres, no más y todos han muerto y les hemos ajustado, las cuentas.
– Muy bien, señorita Fields, muchas gracias. -Era de nuevo la voz del capitán Culpepper-. Creo que por ahora es suficiente.
– Malone adivinó que se estaban alejando porque la voz del capitán se estaba perdiendo-.
Debo decirle, señorita Fields, que es usted una muchacha extraordinaria. No sé de ninguna otra mujer capaz de sobrevivir a semejante suplicio como usted lo ha hecho.
Es todo lo que siempre había oído contar de usted. Bueno, creo que ya ha sufrido bastantes penalidades.