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– Tal vez no haya sido así -dijo Malone con voz suplicante.

– No me importa cómo haya sido. Yo sólo sé lo que ha ocurrido.

Y sé otra cosa.

Si su gente la encuentra con vida, los que van a morir seremos nosotros, no ella. Les conducirá directamente hasta la mujer de Brunner, que tal vez le oyera mencionar a Leo nuestros nombres en alguna ocasión. O tal vez conduzca a la policía directamente hasta nosotros.

Esta tía es probable que sepa más de lo que pensamos. No quiero correr ningún riesgo. Yo no quiero dejar mi vida en sus manos.

Apretó firmemente el arma y miró a Malone.

– No hay alternativa, muchacho, ¿acaso no lo comprendes? Lo hago también por ti.

Cuando haya muerto, todo eso será como si jamás hubiera ocurrido porque no habrá nadie que pueda decir que ocurrió.

Jamás tendremos que volver a preocuparnos. Podremos seguir viviendo. Todavía nos queda mucha vida por delante. Pero no podremos vivirla mientras esta perra esté viva y pueda señalarnos con el dedo.

Fue a adelantarse pero Malone extendió el brazo en un esfuerzo desesperado por impedirle el paso.

– No permitiré que la mates, Shiv. No puedes ejecutarla. No tenemos ningún derecho a quitarle la vida a nadie. Bastantes muertes ha habido ya.

– Apártate de mi camino.

– Shiv, sé razonable. Escúchame. Yo soy el responsable de toda esta situación. Yo me la inventé. Es mía.

Tú te uniste a mí por casualidad. Ya has conseguido bastante. No tienes derecho a hacer más. Yo soy responsable de la seguridad de Sharon Fields.

No puedes destruir lo que es mío. No te lo permitiré.

Mientras forcejeaba en un intento de impedir que Shively abandonara la estancia, notó súbitamente un objeto duro, comprimido contra sus costillas. Hizo una mueca y bajó la mirada.

Shively le estaba encañonando con la pistola y mantenía el índice apoyado sobre el gatillo.

– Muchacho, o estás de su lado o estás del mío. Dispongo de suficientes municiones como para despanzurrar a un oso.

Por consiguiente, decídete pronto si no quieres que tus restos se esparzan por toda esta habitación. Pórtate bien y no me des la lata si no quieres acabar igual que ella. -Miró despectivamente el brazo que Malone mantenía extendido y le ordenó-: Baja el brazo.

Malone notó la presión del arma contra sus costillas y bajó lentamente el brazo.

– Así está mejor, muchacho. Yo sé que puedes ser muy listo cuando el caso lo requiere.

Shively se adelantó unos pasos y después se detuvo. La expresión de crueldad de su rostro se desvaneció por unos momentos.

– Mira, muchacho, en momentos así no queda sitio para el sentimentalismo. Quien cuenta eres tú. El ejército me lo enseñó en el Vietnam y jamás he olvidado la lección.

Ahora yo entro allí y tú procura no pensar en ello. Vuelvo en seguida. Terminaré en menos de un segundo.

Ella ni siquiera se dará cuenta. Una bala y quedaremos libres.

Después la enterraremos, limpiaremos la casa, lo eliminaremos todo, incluidas las huellas digitales, nos dirigiremos al cacharro, nos largaremos de aquí y habrán terminado las vacaciones.

– Shiv, es una terrible equivocación. Por favor, no.

– Déjame hacer las cosas a mi modo. Tú no tienes nada que ver con eso. Te lo digo para que no sientas remordimiento. Del trabajo sucio me encargaré yo. ¿Por qué no vas a prepararte un buen trago?

Tras lo cual, Shively se volvió para dirigirse al corredor que conducía al dormitorio.

Malone se quedó clavado e inmovilizado donde estaba, como si, una vez más, se encontrara atrapado y perdido en las redes de un sueño.

Sharon Fields había estado viendo en la pantalla del televisor portátil -con el volumen muy bajo-el enjambre de policías uniformados del Topanga Canyon, había visto el traslado del cuerpo de Yost a la ambulancia y la desintegración de su última esperanza.

Era como si se encontrara junto a su propia tumba contemplando cómo bajaban su propio cadáver. Angustiada ante el inesperado sesgo que habían tomado los acontecimientos, estaba demasiado aturdida para poder imaginarse lo que había ocurrido.

Pero de una cosa estaba segura.

Félix y Nellie no podían haberla traicionado poniendo en peligro su vida y sacrificándola a aquel insensato y fallido intento de apresar vivo a uno de sus secuestradores.

Hubiera querido que Félix y Nellie recabaran la ayuda de la policía, claro, pero hubiera deseado que lo hicieran de una forma discreta e invisible para proteger su vida mientras no la encontraran.

Pero la policía había fracasado. Y todo el mundo lo sabía. Pensó en los tres supervivientes que había en las otras habitaciones de la casa. ¿Qué estarían haciendo? ¿Se habrían enterado? Mantenía una vez más la incrédula mirada pegada a la pantalla de televisión.

Mientras se esforzaba por escuchar los apenas audibles comentarios, en un intento de aferrarse a algo que pudiera resucitar su esperanza librándola de la sensación de sentencia inminente que estaba experimentando, escuchó un segundo sonido que poco a poco sustituyó al de la televisión y la distrajo.

Se esforzó por averiguar el origen del segundo sonido y lo descubrió intuitivamente. Alguien se estaba acercando a su puerta.

Las pisadas se iban acercando y resultaban tan siniestras y aterradoras como la primera noche en que las había oído antes de ser violada. Extendió la mano hacia el botón del aparato. Lo giró rápidamente a la izquierda y se borró la imagen de la pantalla.

Estaban abriendo la puerta y corriendo el pestillo. Indiferencia, indiferencia, como si no supiera nada de lo ocurrido.

Fue a sentarse rápidamente en la silla del tocador, buscó un cosmético cualquiera, encontró la barra de carmín y se la acercó temblorosa a los labios Se abrió la puerta y ella se volvió sonriendo con fingida sorpresa.

Shively estaba cruzando la estancia, y en aquellos momentos su asombro fue sincero y se mezcló con un temor que se esforzó por disimular, ya que, por primera vez, Shively no se había molestado en cerrar la puerta.

– Vaya, me estaba preguntando cuándo volverías -le dijo levantándose de la silla para saludarle, él se le estaba acercando sonriendo misteriosamente, con una mano metida en el bolsillo derecho del pantalón.

– Estás muy guapa, encanto -le dijo-. casi me había olvidado de lo guapa que eras.

Ella esperó pensando que iba a estrecharla entre sus brazos pero le vio detenerse a cosa de un metro y medio de distancia.

– ¿Es que ni siquiera vas a besarme? -le preguntó.

– Te tengo preparada otra cosa -contestó él sin dejar de sonreír.

– ¿De veras? -le preguntó ella aparentando coquetería-. ¿Podré adivinarlo?

– No sé. Tal vez sí. -La miró de arriba abajo-. Bueno, ya ha llegado el gran día. Voy a echarte de menos.

Ella se esforzó por averiguar si hablaba con sinceridad.

– Gracias. Y yo a ti también. -Vaciló-. Ya conoces la frase partir es morir un poco.

– Sí -dijo él mirándole la blusa con los ojos contraídos-. Lástima que todo haya terminado. -Hizo un gesto con la mano libre-. Estos pechos, no creo que vuelva a ver jamás otros iguales.

– En estos momentos son para ti si los quieres.

– Quítate la blusa, nena.

– Pues, claro.

Presa de la confusión, Sharon se desabrochó la blusa y se la quitó. Arrojándola al suelo, hizo ademán de desabrocharse el sujetador.

– ¿Cómo es posible que lleves eso?

– Me estaba vistiendo para mi regreso a casa, él la contempló en silencio mientras se quitaba el sujetador y lo dejaba caer al suelo.

Después la vio erguirse y echar los hombros hacia atrás, permitiéndole posar los ojos en sus blancos pechos y en los generosos pezones pardo rojizos.

Sharon observó que se le movían los finos labios y le preguntó inmediatamente:

– ¿Quieres que me lo quite todo? ¿Quieres que nos hagamos el amor?

La estaba mirando con ojos brillantes y su sonrisa se había trocado en una mueca.

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