A pesar de que dichos fragmentos le resultaban muy conocidos, se distrajo volviendo a vivir el pasado de Sharon y el suyo propio.
Después, en el transcurso de un anuncio, comprendió sobrecogido -era ridículo que casi lo hubiera olvidado-que el objeto de su adoración se encontraba bajo aquel mismo techo a una habitación de distancia.
Puesto que no parecía que fueran a facilitar nuevas noticias, Malone apagó el televisor, salió al Pasillo, abrió la puerta del dormitorio de Sharon y entró.
Ella se encontraba sentada junto a la mesa del tocador, vestida con el atuendo de la blusa y la falda que llevaba cuando la habían secuestrado hacía dieciséis días.
Se estaba mirando al espejo antes de aplicarse el maquillaje. Le saludó con una sonrisa forzada.
– No es por vanidad. Me quería arreglar un poco para estar más presentable cuando nos digamos adiós. -Vaciló-. Será esta noche, ¿verdad?
– Esta noche o mañana a primera hora.
– Bueno. ¿Ya habéis recogido el dinero del rescate?
– Creo que sí. Nuestro mensajero está al llegar. Estás muy guapa, Sharon.
– Gracias. Y tú también. ¿No vas a besarme?
Se inclinó para besarla y ella le rodeó con sus brazos sin querer soltarle. Tenía los labios húmedos y suaves y su lengua jugueteó con la suya hasta excitarle.
– ¿Quieres hacerme el amor? -le preguntó en un susurro-. Quizá sea la última vez.
El lo hubiera deseado con toda el alma, pero los acontecimientos que habían tenido lugar aquella tarde le impedían hacerlo.
Sabía que era mejor estar a mano cuando regresaran Yost y Shively.
– Quisiera hacerlo pero en estos momentos será mejor que no.
– ¿Por qué? ¿Ocurre algo? -preguntó ella soltándole-. Te veo preocupado.
– ¿Has encendido el televisor?
– Sólo esta mañana.
– Se ha sabido. La noticia de que has sido; bueno, de que se te echa en falta y estás prisionera y hay de por medio un rescate.
A Malone la reacción de Sharon se le antojó extraña porque, de momento, pareció que se le iluminaba el rostro, pero tal vez él hubiera estado en un error porque a los pocos segundos la vio levantarse preocupada y asustada.
– ¿Cómo es posible que haya ocurrido? -preguntó-Zigman no se lo habrá dicho a nadie.
– No lo sé, de veras que no lo sé. No han facilitado detalles, sólo la noticia del llamado secuestro y la noticia de que la policía interviene en el caso.
– ¡Qué horrible! Es lo que menos hubiera deseado. ¿Están muy enojados los demás? Tienen que comprender que yo no he podido ser responsable. ¿No me lo van a reprochar?
– No, Sharon, no, no te preocupes. Ya te he dicho que, cuando tengamos el dinero -eso ocurrirá de un momento a otro-decidiremos el mejor momento de soltarte. Lo más probable es que sea esta noche. Será mejor que te prepares.
– No tengo nada que llevarme. A excepción de tus libros, claro.
Sharon le acompañó a la puerta, le dio un prolongado beso y, al final, él la dejó, cerró la puerta y regresó al salón.
Ahora, diez o quince minutos más tarde, tras haberse preparado un bocadillo de queso y carne, a pesar de que no tenía demasiado apetito, Malone se encontraba de nuevo en el salón.
Iba a encender el televisor cuando le distrajo la presencia de Shively que había cruzado el patio y estaba subiendo los peldaños del porche.
Shively venía con la camisa chorreando sudor y, al entrar en el salón, se la empezó a desabrochar y se la quitó.
Vio a Malone, hizo una mueca y sacudió la cabeza.
– El muy hijo de puta -murmuró-, el muy cochino hijo de puta de Brunner; te digo que estoy furioso.
– ¿Qué quieres decir? ¿Es que…?
– El muy cobarde se ha largado. Le he buscado y he llegado hasta el claro donde tenemos escondido el cacharro.
Le he buscado por todas partes. No hay ni rastro. No sé cómo se las ha arreglado. No es posible que se me haya adelantado tanto. Y, además, soy más fuerte y rápido que él.
– Tal vez te ha visto y se ha ocultado.
– Tal vez. Pero hemos tenido suerte. Ha dejado el cacharro. Aún estaba allí. Temía que se hubiera llevado las llaves y se hubiera largado con él.
Claro que, cuando Howie regrese, no nos hará falta. -Shively parecía preocupado-. ¿Dónde demonios estará? Ojalá ya hubiera regresado con la pasta para que pudiéramos largarnos.
– Está al llegar.
– No sé por qué tarda tanto. Será el tráfico, supongo. Bueno, espero que llegue pronto cargado con las dos maletas.
Pero el muy cochino de Brunner va a plantearnos dificultades.
Santo cielo, espero que mantenga la boca cerrada y se esconda en algún sitio.
– Estoy seguro de que lo hará por su propio bien.
– Pero, aunque él mantenga la boca cerrada, no estoy seguro de que haga lo mismo ésta que tenemos ahí encerrada.
– Lo hará, Shiv, tranquilízate. Sé que podemos confiar en ella. Se alegrará tanto de recuperar la libertad que ni siquiera querrá volverá a pensar en nosotros.
– Ojalá pudiera estar tan seguro como tú -dijo Shively con expresión sombría-. Creo que, una vez la hayamos soltado, será conveniente que vayamos a casa de Brunner y nos encarguemos de meterles a él y a su señora en un tren o un avión que les lleve lo más lejos posible, a Montana o a Maine o algún sitio de ésos.
– Ya hablaremos cuando vuelva Howie.
– Muy bien. Oye, ¿han dicho alguna otra cosa en la televisión?
– No. Al parecer, ni la policía ni los medios de comunicación saben ninguna otra cosa. No hacen más que repetir la misma noticia una y otra vez.
– Bueno, menos mal que podemos alegrarnos de algo. Creo que esta caminata me ha abierto el apetito. Este bocadillo que tienes me sentaría muy bien. ¿Qué es?
– Queso y carne -repuso Malone ofreciéndoselo-. Termínatelo. Yo sólo he tomado un bocado. No me apetece comer.
– ¿Estás seguro? Muy bien -dijo Shively aceptándolo e hincándole el diente.
Mientras masticaba, miró a Malone-.
– ¿Qué te sucede, muchacho? ¿Estás nervioso?
– No. Tal vez un poco inquieto porque ya quisiera irme ahora que casi todo ha terminado. Nada más.
– Cálmate. Pronto nos iremos con la pasta. -Se lamió los resecos labios-. Tengo sed. Creo que voy a prepararme un trago y después miraré un rato la televisión.
– Muy bien. ¿Te importa sustituirme un rato? Me apetece dar un paseo y moverme un poco. Voy a tomar el aire y a estirar las piernas. Tal vez me tropiece con Howie.
Shively se detuvo junto a la puerta del comedor y le guiñó el ojo.
– Vete, muchacho. Pero no vayáis a olvidaros tú y Howie de volver. Un tercio del dinero me pertenece.
– ¿Un tercio? ¿Y Leo?
– ¿Estás loco, muchacho? él ya está fuera. Ha renunciado a su parte. Lo único que le regalaremos será el precio del viaje para que se largue de Los Angeles.
– Lo que tú quieras -dijo Malone encogiéndose de hombros.
Abandonó el refugio, cruzó el bosquecillo de robles y empezó a ascender por el camino que, desde el valle, conducía a la cumbre de la colina.
Una vez en la cumbre, empezó a recorrer la hermosa meseta y se dirigió a toda prisa hacia el camino que rodeaba el Mount Jalpan.
A Shively no le había revelado el auténtico motivo de su paseo. No quería hacer ejercicio sino buscar a Leo Brunner.
El viejo le daba lástima. Brunner era un buen hombre en el fondo, muy honrado y serio, y el pánico y el temor que se habían apoderado de él al enterarse de que se había divulgado la noticia del secuestro eran muy comprensibles.
A medida que envejecen, las personas se van haciendo cada vez más conservadoras. Y, además, temen también cometer cualquier delito susceptible de ser castigado por la ley.
Impulsivamente, Brunner había querido librarse de cualquier responsabilidad en relación con el Club de los Admiradores.
Malone consideraba que era necesario encontrar a Brunner y razonar con éste. Consideraba también que él era el único que podía tranquilizar a Brunner y hacerle comprender que al único que tenía que temer era a sí mismo, citando la frase de un gran presidente.