– Si yo pudiera estarlo. -murmuró Brunner.
– Te lo garantizo, Leo. Es como en el banco, compañero. Mirad, chicos, os he ayudado a llegar hasta aquí sin dificultades. ¿Por qué no me dejáis llevar las riendas a partir de ahora? Dejadme manejar el asunto y podremos regresar a casa y retirarnos.
– Shiv, escúchame y no pierdas la sensatez -le dijo Malone en tono de súplica-. Nosotros no somos unos secuestradores de esa clase. No somos como Bruno Hauptmann ni nadie de ese estilo.
No lo hicimos para obtener dinero. Lo hicimos para poder vivir una experiencia romántica. Y ahora ya la estamos viviendo.
– ¿Has probado alguna vez a depositar en el banco una experiencia? -le interrumpió Shively.
– No somos unos secuestradores, maldita sea.
– Los secuestradores son aquellos a quienes apresan -replicó Shively-. A nosotros no nos han apresado y no van a hacerlo. En realidad, este último paso que os estoy aconsejando es el más fácil.
– En este sentido Shiv tiene razón -convino Yost-.
La última fase no es más que una transacción en la que nosotros tenemos la sartén por el mango. La persona con quien negociaremos no tendrá más remedio que obedecer. Yo creo que merece la pena estudiarlo un poco.
– Sí -dijo Shively satisfecho-. Empecemos a estudiar todos los detalles. Y después lo someteremos a votación. ¿Os parece bien a todos?
Acordaron estudiar todas las ventajas e inconvenientes de la propuesta de Kyle Shively. Permanecieron hablando por espacio de setenta minutos, primero uno y después otro, sentados alrededor de la mesa.
Transcurrido ese tiempo, comprendieron que ya habían pasado revista a todos los pros y los contras.
– Creo que ya lo hemos estudiado exhaustivamente -dijo Shively-. Estoy dispuesto a emitir mi voto.
– Recuerda que está en vigor la norma revisada -le dijo Yost-. El voto por mayoría la aprueba o la rechaza. Un empate significa que se rechaza la propuesta. Propongo que el Club de los Admiradores inicie las votaciones. ¿Tú qué votas, Shiv?
– ¿A ti qué te parece? Soy partidario de ello. ¡Voto un sí como una casa!
– ¿Y tú, Adam?
– No, absolutamente no.
– Muy bien, ahí va mi voto: Howard Yost vota sí. Dos estamos a favor de la nota de rescate y uno está en contra. La cuestión está en manos del ilustre Leo Brunner. ¿Qué dices, Leo?
– Recuerda, Leo -le gritó Shively-, un cuarto de millón de dólares en el bolsillo. Di que sí y lo tendrás. -Sonrió-. Libre de impuestos, Leo, un cuarto de millón libre de impuestos.
– No, vota no, Leo -le suplicó Malone-. No nos conviertas en unos delincuentes. Tu voto negativo será el final de esta maldita propuesta.
Brunner parpadeaba sin cesar detrás de las gafas mirando alternativamente a Shively y a Malone.
– Tienes que decidirte, Leo -le apremió Yost-. Habla. ¿A favor o en contra? ¿Sí o no? Brunner se esforzó por articular una palabra.
Pareció que sus labios estuvieran a punto de formar un no pero de repente se escuchó su reseca voz:
– ¡Sí!
Yost y Shively se pusieron en pie y le aplaudieron.
– ¡Tres a uno! -exclamó Shively pavoneándose-. ¡Ya está arreglado! ¡Somos ricos!
Afligido y derrotado, Malone se apartó de la mesa y se levantó. Observó apenado el alborozo de sus compañeros y esperó a que éste cediera un poco.
Cuando los demás se hubieron callado, Malone consiguió hablar y se dirigió a Shively.
– No pienso discutir más. Lo hecho, hecho está. Pero una cosa. No llegarás muy lejos en este asunto del rescate sin la colaboración de Sharon Fields.
– Claro, necesitamos su colaboración -dijo Shively.
– ¿Y si se lo preguntas y ella se niega a colaborar?
– Te prometo que no ocurrirá tal cosa -le dijo Shively guiñándole el ojo.
– ¿Cómo lo sabes?
– Porque esta noche se lo he preguntado cuando la he visitado -repuso Shively sin dejar de sonreír-. No habrá ninguna dificultad. Se ha mostrado de acuerdo. Colaborará.
– ¿Quieres decir que ha accedido a escribir la nota de rescate?
– No una sino dos -dijo Shively preparándose el trago de la victoria-. Te asombrarías de lo fácil que ha sido. Yo le he dicho: "Hermana -le he dicho-, quiero que le escribas a Zigman que reúna el dinero y después quiero que le escribas dónde tiene que dejarlo".
Le he dicho que era necesario que escribiera ella las notas para demostrar que estaba en buenas condiciones. Al principio se ha hecho de rogar un poco.
Me ha dicho: "¿Y si me niego a escribir las notas de rescate?" Y yo voy y le digo: "Cariño, te lo diré muy claro. Si no conseguimos una carta escrita de puño y letra por ti, me temo que tendremos que enviar tu mano para demostrar que te tenemos en nuestro poder". -Se echó a reír-. Y ya no ha habido dificultades.
Malone le miró aterrado.
– Ya aprenderás, muchacho -le dijo Shively sacudiendo la cabeza-. Tienes que aprender a manejar a las mujeres. -Levantó el vaso-. Por nosotros y por nuestro primer millón.
La habitación estaba a oscuras y Sharon estaba demasiado adormilada para poder encender la lámpara y mirar la hora, pero se imaginaba que debían ser las doce de la noche.
A pesar del Nembutal, le estaba resultando difícil aislarse del día y sumirse en el sueño.
Se imaginaba que aquel estado de duermevela debía ser voluntario y obedecía al deseo de saborear el mayor triunfo de su cautiverio.
Con cuánto esmero había preparado lo que para ella constituía su última esperanza. Con qué habilidad y astucia había conseguido grabarle a Shively en la cabeza, y después a aquel otro cuyo nombre todavía no conocía, pero al que apodaba el Soñador, la idea de su riqueza y de que sería una estupidez no aprovechar parte de la misma a través de una nota de rescate. Con cuánta desesperación había rezado para que picaran el anzuelo y de qué manera tan maravillosa habían picado.
Durante diez largos días, toda una eternidad, no había sido una persona, no había existido para los del mundo exterior.
Ahora, al final, y por primera vez en el transcurso de sus angustias, se convertiría en una persona, en un ser humano necesitado de la ayuda del reducido pero poderoso círculo de aquellos que la conocían y se preocupaban por ella y lo arriesgarían todo por salvarla. Su adormecida mente intentó recordar las escenas de triunfo que se habían desarrollado hacía escasas horas.
A primeras horas de la noche la había visitado el Soñador, con sus acostumbradas y nauseabundas efusiones románticas, y ella había interpretado para él un prodigioso papel, una actuación de aquellas que su más reciente productor-director, Justin Rhodes, hubiera considerado innecesario repetir y hubiera ordenado imprimir sin más.
Dado que el Soñador no había hecho referencia alguna a ninguna nota de rescate, suponía que aún no habrían resuelto la cuestión de si revelar o no el hecho de haberla secuestrado.
La única indicación de que se estaba fraguando algo había sido la aclaración que le había hecho el Soñador, en el sentido de que aquella noche sólo la visitarían él y Shively, nacido Scoggins.
Tanto Yost como Brunner habían decidido saltarse la visita, lo cual significaba que su impulso sexual había disminuido, tal como suele suceder siempre.
¿Cuál había sido la observación de Roger Clay a este respecto? Sí, "la costumbre mata el deseo", o algo por el estilo. Sea como fuere, ello le había dado a entender que se habían producido las primeras señales de pasividad, es decir, que ya se estaba acercando el momento en que decidirían terminar. Soltarla o -¿cuál era el eufemismo vietnamita?-, sí, devastarla.
Después se había producido la visita del Malo, de Kyle T. Shively, el monstruo.
Al igual que siempre, se había sentido presa del terror y la angustia. Pero, a diferencia de lo que solía ocurrir cuando se acostaba con él, todo resultó fácil y relativamente breve.
Estaba muy claro que aquella noche no tenía el cerebro centrado en la fornicación. Había llevado a cabo el acto de una forma muy rápida, rutinaria y ausente, como si se estuviera acostando con uno de aquellos hinchados troncos femeninos que las "sex shops" japonesas les venden a los onanistas.