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Era como si el Club de los Admiradores navegara por aguas embravecidas.

El, en su calidad de capitán, tenía que encargarse de empuñar el timón.

– Santo cielo, a ver si dejas de una vez de tomar cartas -le dijo Shively malhumorado-.

Te toca a ti. Juega oros, si tienes. Otra mano y otra.

Malone se percataba de la opresiva atmósfera de tedio que emanaba del silencioso comportamiento de robot de Shively, Yost y Brunner.

Le tocaba barajar a Shively y éste había empezado a mezclar los naipes, cuando juntó la baraja, la tomó en la mano y la apartó deliberadamente a un lado.

Después, apoyando ambas manos sobre los bordes de la mesa, contempló las inquisitivas miradas de sus compañeros.

Shively no sonreía y la expresión de su rostro era muy torva.

– Que se vayan al infierno las cartas -dijo-. Esta noche tenemos que ocuparnos de algo mucho más importante. Lo he estado pensando todo el día y ahora os lo voy a decir.

Es importante, es lo más importante que ha ocurrido desde que estamos aquí.

Malone se tensó en espera de las palabras de Shively.

– ¿Qué has estado pensando, Shiv? -le preguntó Yost preocupado.

– Es posible que no a todos os guste lo que voy a decir pero lo diré. Vivimos en un país libre. -Los pequeños ojos de Shively se posaron en sus compañeros y se detuvieron finalmente en Malone-. Y creo que, cuando me hayáis escuchado, os mostraréis de acuerdo conmigo.

Voy a proponeros algo que hará que nuestra empresa valga la pena. ¿Estáis dispuestos a escucharme?

– Sigue, por favor, Kyle -dijo Brunner.

Todo el aspecto de Shively pareció experimentar una transformación. Era como si el doctor Frankenstein le hubiera aplicado unos electrodos y le hubiera suministrado una carga eléctrica que le hubiera infundido vida y energía con vistas a una actividad de tipo físico.

– ¿Recordáis lo que estuve comentando anoche? -preguntó-. A propósito de la Diosa de la Sexualidad que tenemos en la habitación de al lado. ¿Os acordáis?

– Quieres decir que ya te has cansado de ella -terció Brunner.

Pero Malone se acordó de otra cosa, del verdadero núcleo de las conjeturas de Shively, e inmediatamente se atemorizó.

– No se trata simplemente de que me haya cansado de ella -dijo Shively-, sino también de otra cosa.

No me gusta repetirme. Procuraré abreviar y estoy seguro de que lo comprenderéis. El hecho de estar cansado no es más que una faceta de la cuestión. Desde luego que ya me he hartado de la tía, tal como suele hartarse uno de una mujer tras haberse acostado con ella las suficientes veces.

Al cabo de algún tiempo, resulta de lo más monótono. Pero, si queréis que os sea sincero, me he cansado también de otra cosa.

Estoy cansado de permanecer oculto en este escondrijo, dentro de las mismas cuatro paredes, sin poder hacer nada ni ir a ningún sitio. Estoy harto de la misma cochina comida tres veces al día.

El sabor acaba resultándote cada vez más desagradable. Y, si queréis que os diga una cosa, y que nadie se ofenda, me estoy hartando de vosotros tres.

Es humano cansarse de ver constantemente las mismas caras todo el día. No me extrañaría nada que vosotros pensarais lo mismo.

– Bueno, yo estoy acostumbrado a la vida retirada -dijo Yost-, porque cada año suelo salir de caza y pesca con mis amigos.

– Pero yo comprendo lo que quiere decir -le dijo Brunner a Yost.

– Pues claro, yo también lo comprendo. Le ha entrado claustrofobia.

– Yost volvió a dirigirse a Shively-. Bueno, Shiv, ¿a dónde quieres ir a parar?

– Es como cuando estaba en el Vietnam -prosiguió Shively-, viviendo semana tras semana con los mismos individuos en el campamento.

Es un asco. Juré que jamás volvería a hacerlo y ahora me encuentro aquí encerrado otra vez.

Estoy empezando a hartarme. Por consiguiente, he llegado a la conclusión de que ya estoy cansado.

Quiero terminar, hacer lo que tengamos que hacer, largarnos y regresar de nuevo a la vida normal. -Levantó la mano-. Con una diferencia.

Quiero volver a la vida normal, pero no a la que he conocido siempre sino a la que siempre he dicho que merecía.

Brunner le escudriñó a través de los gruesos cristales de sus gafas.

– Kyle, debo decirte que no te entiendo lo más mínimo. ¿Qué es eso de que quieres decir la vida que siempre te has dicho que merecías?

– Quiero decir largándome de aquí convertido en un ricacho -repuso Shively con una sonrisa-y pudiendo gastar el dinero a manos llenas.

– Bueno, eso nos gustaría a todos -dijo Brunner decepcionado-, pero, a no ser que hayas descubierto una mina de oro.

– Tienes razón en eso de la mina de oro -dijo Shively con firmeza-, la tenemos durmiendo en la habitación de al lado.

Malone se medio levantó.

– No, no debes, no es posible, no empieces otra vez.

– !O te callas la boca o te la callaré yo! -le amenazó Shively.

Después se dirigió a los demás-.

¿Recordáis lo que os dije anoche? No sé si anoche hablaba en serio, pero hoy lo he estado pensando y permitidme que os diga, caballeros, que la cosa me ha parecido pero que muy bien.

Yost inclinó toda su mole hacia el tejano.

– ¿Te refieres a pedir un rescate, Shiv?

– Exactamente. Ni más ni menos. ¿Por qué no? Está forrada de billetes verdes.

Leo no ha sido el único que nos lo ha confirmado. Ya os dije que hace unos días Sharon y yo estuvimos hablando de estilos de vida y cosas de ésas, y ella me dijo cuál era su situación, maldita sea, no tiene más que veintiocho años y ya es doce veces millonaria. Y ahora os voy a decir una cosa.

Los demás guardaron silencio.

– Hace una hora, cuando estaba con ella, he traído el tema a colación para asegurarme bien, para cerciorarme de que no fueran historias inventadas por los periódicos o de que Leo hubiera dado con una declaración de impuestos excepcional.

Y he empezado a hacer averiguaciones. He conseguido sonsacarla. ¿Sabéis cuánto vale esta mujer? Pues unos quince millones de dólares, todos bien guardaditos.

– ¿Quince millones? -preguntó Brunner asombrado-. ¿Una vez deducidos los impuestos?

– Puedes estar seguro, una vez deducidos los impuestos. Y no te sorprendas tanto.

El Zigman ese se ha dedicado a invertirle los ingresos desde que empezó a tener éxito y ha hecho toda clase de inversiones: edificios comerciales, edificios destinados a viviendas, ganado, petróleo, una empresa de cosmética, una cadena de restaurantes, lo que quieras.

Y me ha dicho que ahora gana más con las inversiones que con los honorarios que le pagan los estudios.

– Probablemente lo tendrá todo invertido -dijo Yost.

– No -repuso Shively sin perderse la observación-. No, eso lo hemos aclarado muy bien. Tiene mucho dinero en efectivo, como dice ella ¿ésa es la palabra, verdad, Leo?

– Sí, exactamente -repuso Brunner-. Quiere decir dinero disponible.

– Lo tiene en bonos exentos de impuestos, acciones, compañías de ahorro y préstamo y cosas de ésas. Y resulta que, encima, dispone de tarjeta de crédito de primerísima categoría en todos los bancos.

Basta con que levante un dedo para que le entreguen la cantidad que quiera.

– Gracias, Kyle -dijo Malone sin poder contenerse por más tiempo-, pero la situación económica de Sharon Fields no nos interesa.

– Tal vez no te interese a ti, muchacho, pero a mí sí me interesa -dijo Shively. Una vez más hizo caso omiso de Malone y se dirigió a los otros dos-.

Escuchadme, me he pasado todo el día pensando en lo que os dije anoche sin estar muy convencido. Ahora estoy dispuesto si vosotros lo estáis. -Se detuvo-.

¿Cuánto tiempo nos queda? Siete días, es decir, apenas una semana antes de que terminen las vacaciones.

Pronto llegaremos a la encrucijada. Volveremos a nuestras cochinas preocupaciones y a nuestros cochinos trabajos. ¿De qué nos habrá servido tanto esfuerzo? De nada, como no sea para poder presumir de habernos acostado con la tía más famosa del mundo, sólo que ni eso podremos decir so pena de meternos en un buen lío. ¿Qué nos queda entonces? Cuatro miembros agotados.

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