El Mecánico y el Agente de Seguros están ausentes y estoy, por tanto, en libertad de dedicarme a este ejercicio.
Hace quince minutos se han ido con el cacharro para comprobar el estado de la camioneta de reparto.
Puesto que hace días que no se usa, han querido asegurarse de que no haga falta cargar la batería.
La última vez que le he visto, el Perito Mercantil se encontraba dormitando en el salón sentado frente a la pantalla de televisión, que estaba emitiendo un serial.
En realidad, recordando el lunes pasado y las primeras horas del martes, que fueron el punto culminante de mi semana aquí, debo decir que he alcanzado un hito histórico en mi vida.
Para evitar tanto los fríos términos clínicos como las ordinarieces, prefiero aludir a esta memorable ocasión utilizando un lenguaje literario.
En nuestra unión amatoria, el Objeto y yo hemos experimentado simultáneamente el supremo goce de la "pequeña muerte".
Jamás, jamás olvidaré la respuesta del Objeto a mi ofrecimiento. El Kama Sutra afirma que la reacción oral de la mujer en el abandono total puede clasificarse exactamente en ocho categorías, a saber: llanto, arrullo, trueno, hin, fut, fat, plat, sut.
Todos estos sonidos combinados no podrían describir adecuadamente el torrente de gratitud que brotó de las cuerdas vocales de mi amada, ni tampoco las vibraciones que advirtió al alcanzar la cima de su satisfacción y de la mía.
Esta consecución personal del Nirvana, palabra sánscrita que significa liberación final y que en mi caso se logró a través de la satisfacción y la dicha sexual, me hizo pensar, como es lógico, en la importancia del papel que interpreta la sexualidad en la vida humana y de la preocupación que nuestra sociedad pone de manifiesto en relación con este tema.
El interés hacia la sexualidad en épocas pasadas es comprensible porque se trataba de un misterioso tema prohibido.
No obstante, en los más tolerantes y abiertos tiempos actuales, la sexualidad no se aborda con naturalidad y ligereza, sino que sigue constituyendo una fascinación para todos y una obsesión para muchos.
No es la primera vez que reflexiono acerca del tema de la sexualidad. Es más, poco tiempo antes de la fundación del Club de los Admiradores, había tenido en proyecto escribir un artículo acerca del interés constante de nuestra cultura por el tema de la sexualidad.
Hice entonces algunas anotaciones que me propongo desarrollar aquí.
A cada pocas generaciones que transcurren, aparece un nuevo "gurú" en el horizonte con la promesa de liberar sexualmente a la gente, solucionar sus problemas y dificultades e ilustrarla por medio de historias clínicas e informes estadísticos.
Pensemos en "gurús" tales como Havelock Ellis, Richard von Krafft-Ebing, Sigmund Freud, Robert Dicckinson y en los más recientes libertadores sexuales, como el doctor Alfred Kinsey, el doctor Killiam H. Masters y la señora Virginia E. Johnson, en todos los "gurús" habidos y por haber y veremos que los salvadores sexuales no han salvado a nadie.
La mayoría de las personas seguirán mostrándose inseguras y confusas en relación con la sexualidad mientras el hombre siga siendo un ser pensante y civilizado y, por consiguiente, una criatura inhibida.
Por informada que esté la gente y por liberada que se sienta en materia sexual, le cuesta poner en práctica lo que otros predican.
En mi opinión, la sexualidad es el único sector en el que el hombre y la mujer de la época moderna, a pesar de la educación sexual y de la apertura de la sociedad, seguirán tropezando secretamente con preocupaciones y problemas en la mayoría de relaciones individuales.
A causa de estas interminables preocupaciones y problemas, la fascinación del tema de la sexualidad será eterna.
Por amplia que sea la libertad sexual, no podrá evitarse que los hombres y mujeres piensen en su fuero interno que en la sexualidad hay algo más, algo esquivo que no han conseguido apresar.
Y siempre anhelarán algo mejor a cualquier cosa que hayan conocido con cualquier compañero. La búsqueda, el deseo, el hambre de sexualidad perfecta y, por consiguiente, la preocupación por el tema de la sexualidad seguirá subsistiendo, sobre todo porque el acto sexual es tan íntimo, sencillo y relativamente breve, que jamás colma las aspiraciones de los participantes, sometidos a la influencia de los novelistas de todos los tiempos.
Pero ya basta. Me temo que, escribiendo este diario, me he dejado arrastrar demasiado por el tema de la sexualidad.
Al fin y al cabo, ¿qué es la sexualidad? Creo que Mae West, uno de mis primeros ídolos, lo definió insuperablemente al decir: "La sexualidad es una emoción en movimiento".
Muy bien, Mae. Volviendo a mi informe de la primera campaña del Club de los Admiradores, he anotado todas mis reacciones, consecuencia de mi perfecta experiencia sexual del lunes por la noche con el Objeto.
Sigamos. El martes por la noche, una vez el Perito Mercantil se hubo recuperado lo suficiente como para acompañarnos en nuestras actividades, yo entré en primer lugar, y mi satisfacción fue tan absoluta como en el transcurso del anterior encuentro.
Los demás se manifestaron igualmente satisfechos, pero me resisto a creer que hayan logrado conocer la totalidad del amor de una mujer que el Objeto ha reconocido que sólo me reserva a mí.
Reconozco sinceramente que estoy resentido, aunque lo disimule, contra mis compañeros del Club de los Admiradores, por tener que compartir con ellos, a estilo comuna, alguien que me ama y a quien yo amo con todo mi corazón.
Se trata de un sentimiento que, para ser fiel a nuestro pacto, tengo que arrancar de mi alma.
El miércoles por la noche, es decir, ayer, técnicamente el primer día de la segunda semana de nuestra memorable empresa, se produjo una variación.
El Mecánico y el Agente de Seguros la visitaron por la tarde, explicándole que deseaban dedicar la velada a jugar a las cartas.
Si bien no soy contrario a las sesiones diurnas, se me antoja extraño que un hombre prefiera pasarse la noche jugando a las cartas en lugar de pasársela en compañía del Objeto.
En cambio, el Perito Mercantil y un servidor de ustedes efectuaron sus habituales visitas nocturnas.
Por lo que a mí respecta, estuve en el séptimo cielo y en el octavo si lo hubiera.
He reservado para el final la descripción de la única nota discordante que se ha producido en el transcurso de los últimos días.
Me refiero a la acalorada conversación que tuvo lugar anoche y que me propongo exponer rápidamente antes de que el Mecánico regrese de su inspección automovilística.
Si bien no puede esperarse que un determinado grupo de hombres procedentes de ambientes y herencias genéticas muy distintas puedan estar en total armonía constantemente (sobre todo viviendo en una área limitada), cabe sin embargo esperar que las diferencias puedan resolverse a través de la discusión y la aplicación de la razón.
He comprobado que, siempre que estamos en desacuerdo, el Mecánico es incapaz de avenirse a razones.
El conflicto que tuvo lugar anoche es un perfecto ejemplo de su manera de pensar o, mejor dicho, de no pensar.
A mi regreso de una prolongada y apasionante cita con el Objeto, la dejé sumida en un profundo sueño, y yo, por mi parte, decidí leer un rato antes de entregarme igualmente a los brazos de Morfeo.
Al pasar por el salón, vi que el Mecánico y el Agente de Seguros se hallaban todavía ocupados jugando al “gin rummy”.
El Perito Mercantil se encontraba en su compañía en calidad de simple observador.
El Mecánico me hizo señas de que me acercara y dijo que ya se habían hartado de jugar al “gin rummy” y que, si me unía a ellos, podrían jugar al póker.
Yo le contesté que estaba profundamente inmerso en la lectura de “La olla de oro”, de James Stephens, que me proponía terminar aquella noche, antes de iniciar la lectura de un volumen de Lafcadio Hearn y una colección de ensayos críticos sobre el arte cinematográfico de D. W. Griffith.