– Al salir de ver la película y enfrentarme cara a cara con la realidad, me he dado cuenta y me he preguntado: "¿Qué es lo que he hecho?" -La miró asombrado-. Y no he podido hallar ninguna respuesta lógica. Me he asustado y sigo estando asustado.
– ¿Asustado de qué?
– De la enormidad del acto que he cometido. Te he arrancado del marco de tu existencia. He olvidado quién eras y cuál es el lugar que te corresponde.
Te he humillado tratándote como una mujer corriente. Te he bajado de tu pedestal y, manteniéndote oculta en este ambiente terrenal, he olvidado tu situación. Y, al verte en la película, al recordar el lugar que te corresponde, al verte de nuevo enmarcada en el ambiente que te pertenece, me he sobrecogido.
Sí, me he sobrecogido y he comprendido que eras algo especial, una obra de arte, un templo, un objeto destinado a ser venerado de lejos, una insólita encarnación de Eva destinada a inspirar a los hombres desde su alto pedestal. -Sacudió la cabeza-. Y yo, comportándome de una forma egoísta y atolondrada, he roto el pedestal y te he conducido a esta ordinariez y vulgaridad. Me he sentido culpable y me he llenado de remordimiento.
Sharon le había estado escuchando arrobada, sin que ello le hubiera impedido percatarse de sus defectos.
Había hablado utilizando un pésimo estilo barroco, pero el análisis de lo que había hecho y de lo que ahora le había ocurrido resultaba preciso y convincente. Pero no había terminado.
– Desde que he vuelto no he cesado de pensar en mi irresponsable comportamiento.
He saqueado el Olimpo. He privado al mundo de Venus, de Afrodita. Más aún, me he unido a unos vándalos y he destruido la belleza, Lo único que desearía de ti esta noche es algo que no me atrevo a esperar y sé que no merezco. -Se detuvo-. Tu perdón, tu caridad y tu perdón.
A Sharon se le antojó un estilo barroco increíblemente malo, una amalgama de falsos estilos Beaumont, Fletcher, Harrick, Ihara, Saikaku, Richardson, Scott, Hawtborne y Louisa May Alcott.
– ¿Cómo demonios podría manejar aquella verborrea romántica? Era necesario ordenar aquel crucial encuentro del Club de los Admiradores e ir después al grano, so pena de acabar hablando en chino con un chiflado.
Ante todo, aprecio. Se inclinó hacia adelante, le cubrió las manos con las suyas y le miró profundamente a los ojos.
– No sabes cuánto me has conmovido -tendrías que ser mujer para comprenderlo-, qué emocionada estoy y cuanto te agradezco esta sensibilidad y comprensión.
Que un hombre comprensivo me vea como tú me has visto es algo extraordinario, una experiencia insólita y hermosa que recordaré toda la vida.
¿No está mal, eh, Beaumont, Fletcher, Harrick y otros? En segundo lugar, rápidamente el perdón.
– En cuanto a lo de perdonarte, querido muchacho, no hay nada que perdonarte ahora que sé lo que pienso de ti. Soy todo lo que hoy has visto en la pantalla, no te lo niego.
Me debo al público. Es cierto. Pero hay una porción privada de mi ser que me pertenece a mí sola y tengo derecho a hacer con ella lo que me apetezca.
Y esta parte de mí no es la hechicera y mundana Sharon Fields sino una mujer ansiosa de ternura, consuelo y amor, ésta es la parte de mi ser que te has llevado.
El idiota se sentía fascinado. Ella también lo estaba.
Se preguntó fugazmente si estaría repitiendo parte de algún guión que se hubiera aprendido de memoria en el pasado. Sospechaba que se estaba inventando las frases.
Tal vez la próxima vez que acudiera a ella algún guionista le dijera a Zigman que le mandara al cuerno. No te necesito, Asociación Americana de Escritores.
¿Creéis que todas las actrices son unas estúpidas, verdad? Pues, bueno, escritorzuelos, tengo una noticia para vosotros.
Con renovada confianza y en la cumbre de su inspiración, regresó a su máquina de escribir mental.
– Puesto que nos estamos sincerando el uno con el otro -dijo acariciando la barbilla del Soñador-, te desnudaré mi corazón.
No tengo nada que ocultarte. Sí, al principio me sentí ultrajada, maltratada y violada, como tú bien sabes. Estaba enojada y resentida, más con tus llamados amigos que contigo, porque tú me defendiste.
Pero después ocurrió algo fortuito y todo el mérito te corresponde a ti. Son cosas que siempre han sucedido a lo largo de la leyenda y la historia y acaban de suceder aquí mismo donde nos encontramos ahora. Puesto que fui secuestrada y tomada a la fuerza, no tenía más remedio que acabar conociéndote.
Y, poco a poco, la alquimia fue surtiendo efecto. Mi corazón cambió. La piedra se trocó en oro. El hielo se convirtió en calor. El odio se convirtió en amor.
La mujer que se oculta en mi interior había encontrado a un hombre, un hombre a quien amar.
Parecía que el Soñador estuviera presenciando la proyección de una película. Se le veía absorto y conmovido.
– No lo dices en serio.
– Claro que lo digo en serio, cariño. No hay razón para que no sea sincera contigo. Quiero ser sincera porque confío en ti y creo en ti y te amo.
Se inclinó hacia adelante, le levantó los brazos y se los pasó alrededor de su cintura. Reclinó la cabeza contra su pecho y pudo escuchar los latidos de su corazón.
– Te quiero -le dijo él con voz estrangulada-. No debiera pero…
– Sssss, escucha, cariño, debes creerme. Me he pasado todo el día y toda la noche esperándote impaciente. Quería verte y tocarte.
Has ocupado todos mis pensamientos, he vuelto a recordar nuestra unión, me he emocionado al revivir la consumación de nuestro amor, imaginándome y recordando los deliciosos momentos en que estuviste en mi interior, deseándote más, por favor, ven a mí aquí mismo.
Empezó a desabrocharle la camisa, le ayudó a desabrocharse el cinturón y a quitarse la camisa y los pantalones y se detuvo al llegar a los calzoncillos, que se quitó él solo.
El miembro brincó casi hacia arriba. Ella levantó los brazos.
– Ahora Yo. Quítame estas tonterías de encima, Date prisa, corazón.
El se apresuró a desatarle el cordón del sujetador. Sharon arrojó el sujetador a un lado y se recostó sobre los almohadones de la tumbona.
El le desató los cordones de las caderas y ella levantó las nalgas para que pudiera bajarle las bragas.
Se hundió en los almohadones, levantó las rodillas y separó las piernas con impaciencia.
Se extasió contemplándole el miembro, más tenso y rígido que nunca. Se extasió al advertir la humedad de sus anchos labios vaginales lubrificados.
Las relaciones amorosas de esta noche serían buenas, mejores que nunca. Se había perdido en la ficción.
– Métemelo -le suplicó-, lo quiero dentro.
Estaba en su interior, duro y hasta el fondo, y ella apretó los ojos con fuerza y se movió siguiendo el ritmo de sus arremetidas, gozando del placer que le producía la suave fricción contra las lubrificadas paredes vaginales.
Se había preparado de antemano las frases, había ensayado las exclamaciones de éxtasis y deleite, pero ahora lo había olvidado todo, su cerebro como vacío, y la vasija de abajo se le estaba llenando y llenando hasta rebosar.
Hasta ahora, en el transcurso de toda la semana anterior, había sido una simple espectadora de su actuación. Pero ahora formaba parte de la representación, se hallaba mezclada en ella, no veía ni oía sino que hacía y le hacían, y ambos permanecían estrechamente unidos.
Con cuanta pasión estaba gozando del ¿qué? ¿Del juego? No, del juego, no, de la unión, de pura sensación cutánea y carnal, de la sensación de unidad y del intenso y debilitante perfume de la secreción sexual y el amor.
Era necesario que se esforzara por recordar lo que estaba haciendo. ¿Recordar qué? Recordar conocer algo. Conocerlo ahora.
Conocer el goce de secundar al excitante donador de placer que tenía dentro.
Le agarró con las manos las nalgas que subían y bajaban.
Siguió con las manos sus movimientos ascendentes y descendentes. Abrió las manos y le golpeó los costados de… de lo que fuera.