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Carmen Hinojos asintió con la cabeza como si entendiera, pero Bosch no estaba seguro de comprenderlo él mismo.

– Creo que es una buena decisión, Harry.

– ¿Sí? No creo que nadie más pensara que fue una buena decisión.

– No estoy hablando desde el punto de vista de procedimiento o de justicia penal. Sólo estoy hablando en el plano humano. Creo que hizo lo correcto. Por usted.

– Supongo…

– ¿Se siente bien?

– En realidad, no. Tenía razón, ¿sabe?

– ¿Sí? ¿En qué?

– En lo que dijo de lo que ocurriría cuando encontrara a quién lo hizo. Me advirtió. Dijo que podría hacerme más mal que bien. Bueno, se quedó corta… Menuda misión me di, ¿no?

– Lo lamento si tenía razón. Pero, como dije en la última sesión, las muertes de esos hombres no pueden…

– Ya no estoy hablando de ellos. Estoy hablando de otra cosa. Ve, ahora sé que mi madre estaba tratando de salvarme de ese lugar en el que estaba. Como ella me había prometido ese día junto a la valla del que le hablé. Pienso que tanto si amaba a Conklin como si no, estaba pensando en mí. Tenía que sacarme de allí y él era la forma de hacerla. Así que, en última instancia, murió por mí.

– Oh, por favor, no se diga eso, Harry. Es ridículo.

Bosch sabía que la ira en la voz de Hinojos era real.

– Si va a adoptar esa clase de lógica -continuó ella-, puede encontrar cualquier razón por la que la mataron, puede argumentar que su nacimiento puso en movimiento las circunstancias que condujeron a su muerte. ¿Se da cuenta de lo estúpido que es esto?

– La verdad es que no.

– Es el mismo argumento que utilizó el otro día acerca de la gente que no asume responsabilidad. Bueno, el reverso de eso es la gente que asume demasiada responsabilidad. Y se está convirtiendo en uno de ellos. Déjelo estar, Harry. Déjelo. Deje que otros asuman responsabilidades por algunas cosas. Incluso si esos otros están muertos. Estar muerto no te absuelve de todo.

Bosch se limitó a mirarla durante un buen rato, intimidado por la contundencia de la admonición. Estaba seguro de que su arrebato marcaría un corte natural en la sesión. La discusión acerca de su culpa estaba hecha. Ella la había zanjado y Bosch había recibido las instrucciones.

– Lamento haber levantado la voz.

– No se preocupe.

– Harry, ¿qué noticias tiene del departamento?

– Nada. Estoy esperando a Irving.

– ¿A qué se refiere?

– Ha mantenido mi… culpabilidad fuera de la prensa. Ahora le toca mover ficha. O va a echarme encima a la División de Asuntos Internos (si puede acusarme de hacerme pasar por Pounds) o va a dejarlo estar. Apuesto a que va a dejarlo pasar.

– ¿Por qué?

– Lo que está claro del departamento es que no es partidario de la autoflagelación. ¿Me explico? Este caso es muy público, y si me hacen algo saben que siempre existe el peligro de que se filtre, y eso supondría otro ojo a la funerala para el departamento. Irving se ve a sí mismo como el protector de la imagen del departamento. Antepondrá eso a acabar conmigo. Además, ahora tendrá poder sobre mí. O sea, cree que lo tiene.

– Parece que conoce bien a Irving y al departamento.

– ¿Por qué?

– El sub director Irving me ha llamado esta mañana y me ha pedido que le envíe a su oficina una resolución positiva de retorno al trabajo lo antes posible.

– ¿Eso ha dicho? ¿Quiere un informe de retorno al trabajo?

– Sí, ésas han sido sus palabras. ¿Cree que está preparado?

Bosch pensó unos segundos, pero no respondió la pregunta.

– ¿Lo había hecho antes? ¿Decirle cómo evaluar a alguien?

– No. Es la primera vez y estoy muy preocupada por eso. Acceder a sus deseos sin más socavaría mi posición. Es un dilema porque no quiero atraparle a usted en medio.

– ¿Y si no le hubiera dicho qué dirección tomar? ¿Cuál habría sido su evaluación? ¿Positiva o negativa?

Hinojos jugueteó con un lápiz en el escritorio durante unos segundos mientras consideraba la cuestión.

– Es una decisión complicada, Harry, pero creo que necesita más tiempo.

– Entonces no lo haga. No se rinda ante él.

– Menudo cambio. Hace una semana de lo único que podía hablar era de volver al trabajo.

– Eso fue hace una semana. -Había una tristeza palpable en la voz de Bosch.

– Deje de fustigarse con eso -dijo Hinojos-. El pasado es como una porra y sólo puede golpearse con ella en la cabeza unas cuantas veces antes de que se produzca un daño grave y permanente. Creo que está en el límite. Por si le sirve, creo que es usted un hombre bueno y honesto y en última instancia amable. No se haga esto a usted mismo. No arruine lo que tiene, lo que es, con esa clase de pensamientos.

Bosch asintió como si no entendiera, pero ya había desestimado las palabras de la psiquiatra en cuanto las había escuchado.

– Los últimos dos días he estado pensando mucho.

– ¿En qué?

– En todo.

– ¿Alguna decisión?

– Casi. Creo que voy a entregar la placa, voy a dejar el departamento.

Hinojos se inclinó hacia adelante y cruzó los brazos sobre la mesa. Una expresión de seriedad le arrugó el entrecejo.

– Harry, ¿de qué está hablando? Eso no es propio de usted. Su trabajo y su vida son lo mismo. Creo que es bueno tomar cierta distancia, pero no una separación total. Yo… -Se detuvo cuando pareció concebir una idea-. ¿Es ésta su idea de condena, de pagar por lo que ha ocurrido?

– No lo sé… Yo sólo… Por lo que he hecho, algo debo pagar. Eso es todo. Irving no va a hacer nada. Yo sí lo haré.

– Harry, cometió un error. Un error grave, sí. Pero ¿por eso está renunciando a su carrera, a la única cosa que incluso usted admite que hace bien? ¿Va a tirarlo todo por la borda?

Bosch asintió con la cabeza.

– ¿Ha pedido ya los papeles?

– Todavía no.

– No lo haga.

– ¿Por qué no? No puedo seguir con esto. Es como si es tuviera caminando esposado a una cadena de fantasmas.

Bosch negó con la cabeza. Estaban teniendo el mismo debate que él había tenido en su mente en los últimos dos días, desde la noche en la casa de Meredith Roman.

– Dese algo de tiempo -dijo Hinojos-. Lo único que le estoy pidiendo es que lo piense. Ahora está de baja remunerada. Aprovéchela. Use el tiempo. Le diré a Irving que todavía no voy a darle ninguna resolución. Mientras tanto, dese tiempo y piense bien en ello. Vaya a algún sitio, túmbese en la playa. Pero piense en ello antes de presentar los papeles.

Bosch levantó las manos en ademán de rendición.

– Por favor, Harry. Quiero oírselo decir.

– Muy bien. Lo pensaré un poco más.

– Gracias.

Hinojos dejó que el silencio ratificara el acuerdo.

– ¿Recuerda lo que dijo cuando vio el coyote en la calle la semana pasada? -preguntó ella tranquilamente-. ¿De que era el último coyote?

– Lo recuerdo.

– Creo que sé cómo se sintió. No me gustaría pensar que yo también he visto al coyote por última vez.

El último coyote - pic_51.jpg

Desde el aeropuerto, Bosch cogió la autovía hasta la salida de Armenia y luego continuó dirección sur hacia Swann. Descubrió que ni siquiera necesitaba el plano del coche de alquiler. Dobló hacia el este por Swann hasta el Hyde Park y después enfiló South Boulevard hasta la casa de ella. Veía la bahía que relucía al sol al final de la calle.

Arriba de la escalera el portal estaba abierto, pero la puerta mosquitera cerrada. Bosch llamó.

– Adelante. Está abierto.

Era ella. Bosch empujó la mosquitera y llegó a la sala. Jasmine no estaba allí, pero la primera cosa en la que se fijó Bosch fue un lienzo en la pared donde antes sólo había un clavo. Era el retrato de un hombre en sombras, sentado solo ante una mesa. La figura tenía el codo apoyado en la mesa y la mano levantada contra su mejilla, oscureciendo el rostro y haciendo de los profundos ojos el punto focal de la pintura. Bosch la miró un momento hasta que ella llamó otra vez.

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