Mientras aguardaba, sacó un cigarrillo y lo estaba encendiendo cuando se detuvo de repente. Se dio cuenta de que lo que estaba haciendo era su reflejo de fumar en las escenas de los crímenes donde los cadáveres no eran recientes. Su instinto había reaccionado antes de que registrara conscientemente el olor procedente de la casa. Al otro lado de la puerta era apenas perceptible, pero ahí estaba. Miró a la calle y no vio a nadie. Se volvió hacia la puerta y probó a abrir. El pomo giró. Al entrar, sintió una ráfaga de aire fresco y el olor salió a recibirlo.
La casa estaba tranquila, el único sonido era el zumbido del aire acondicionado en la ventana de la habitación de Meredith. Fue allí donde la encontró. Enseguida vio que la mujer llevaba varios días muerta. Su cadáver estaba en la cama, con las sábanas subidas hasta el cuello. Sólo era visible la cara, o lo que quedaba de ella. Los ojos de Bosch no se entretuvieron en la imagen. El deterioro había sido generalizado y supuso que tal vez llevaba muerta desde el día en que él la había visitado.
En la mesita de noche había dos vasos vacíos, una botella de vodka a medias y un frasco vacío de pastillas. Bosch se inclinó a leer la etiqueta y vio que la prescripción era para Katherine Register, una cada noche antes de acostarse. Pastillas para dormir.
Meredith se había enfrentado al pasado y se había administrado su propia condena. Suicidio. Bosch sabía que no le correspondía a él decidir, pero eso era lo que parecía. Se volvió hacia el escritorio porque recordó la caja de pañuelos de papel y quería usar uno para limpiar sus huellas. Pero allí encima, cerca de las fotos en marcos dorados había un sobre a su nombre.
Lo cogió, agarró algunos pañuelos y salió de la habitación. En la sala de estar, un poco más lejos de la fuente del terrible olor, pero no lo suficiente, dio la vuelta al sobre para abrirlo y se fijó en que la lengüeta estaba rota. Ya habían abierto el sobre. Supuso que quizá Meredith lo había reabierto para volver a leer lo que había escrito. Quizá había dudado sobre lo que estaba haciendo. Bosch desechó la cuestión y sacó la nota. Estaba fechada una semana antes. Miércoles. La había escrito el día siguiente a su visita.
Querido Harry:
Si estás leyendo esto, mis temores de que descubrirías la verdad estaban bien fundados. Si estás leyendo esto, la decisión que he tomado esta noche era la correcta y no me arrepiento. Verás, prefiero afrontar el juicio de la otra vida a que me mires conociendo la verdad.
Sé lo que te arrebaté. Lo he sabido toda mi vida. De nada sirve decir que lo siento ni tratar de explicarlo. Pero todavía me sorprende cómo puede cambiar para siempre una vida en unos momentos de rabia incontrolada. Estaba furiosa con Marjorie cuando llegó esa noche tan llena de esperanza y felicidad. Me estaba dejando. A cambio de una vida contigo. Con él. Por una vida que sólo habíamos soñado que fuera posible.
¿Qué son los celos sino un reflejo de tus propios fallos? Estaba celosa y furiosa, y arremetí contra ella. Después hice un débil intento de cubrir lo que había hecho. Lo siento, Harry, pero te la arrebaté y de esta forma te arrebaté cualquier posibilidad que tuviste. He cargado con la culpa todos los días de mi vida desde entonces y me la llevo conmigo ahora. Debería haber pagado por mi pecado hace mucho tiempo, pero alguien me convenció de que no lo hiciera y me ayudó a librarme. Ahora ya no queda nadie para convencerme.
No pido tu perdón, Harry. Eso sería un insulto. Supongo que lo único que quiero es que sepas cuánto lo lamento y que sepas que a veces la gente que cree que se libra no se libra. Yo no lo hice. Ni entonces, ni ahora. Adiós,
Meredith
Bosch releyó la carta y se quedó allí de pie un buen rato, pensando. Finalmente, la dobló y volvió a ponerla en su sobre. Encendió el sobre con su Bic y lo tiró a la chimenea. Observó cómo el papel se retorcía y se consumía hasta que floreció como luna rosa negra y desapareció.
Fue a la cocina y levantó el auricular después de envolverse la mano con un pañuelo de papel. Lo puso en la encimera y marcó el número de urgencias. Mientras caminaba hacia la puerta de la calle, oyó la débil voz de la operadora de la policía de Santa Mónica preguntándole quién era y qué problema había.
Dejó la puerta sin cerrar y limpió el pomo exterior con el pañuelo después de salir al porche. Oyó una voz detrás de él.
– Bonita carta, ¿no?
Bosch se volvió. Vaughn estaba sentado en el confidente de ratán del porche. Empuñaba otra veintidós. Parecía otra Beretta. No tenía muy mal aspecto. No tenía los ojos a la funerala de Bosch, ni los puntos.
– Vaughn.
A Bosch no se le ocurrió otra cosa para decir. No podía imaginar cómo lo había encontrado. ¿Había sido Vaughn lo bastante osado para esperado en el Parker Center y seguirlo desde allí? Bosch miró a la calle y se preguntó cuánto tardaría la operadora de la policía en enviar un coche a la dirección que el ordenador diera para la llamada a urgencias. Aunque Bosch no hubiera dicho nada, sabía que al final enviarían una patrulla a comprobarlo. Quería que encontraran a Meredith. Si no se daban prisa, probablemente lo encontrarían también a él. Tenía que entretener a Vaughn todo lo posible.
– Sí, bonita nota -repitió el hombre que empuñaba la pistola-, pero olvidó algo, ¿no crees?
– ¿Qué olvidó?
Vaughn parecía no haberlo escuchado.
– Es gracioso -dijo-. Sabía que tu madre tenía un hijo, pero nunca te conocí, nunca te vi. Te mantenía apartado de mí. Supongo que no era lo bastante bueno.
Bosch siguió mirando mientras la información comenzaba a encajar.
– Johnny Fox.
– En persona.
– No entiendo. Mittel…
– ¿Mittel me mató? No, la verdad es que no. Creo que podríamos decir que me maté yo mismo. He leído el artículo del periódico de hoy, pero está equivocado. Al menos la mayor parte.
Bosch asintió. Ahora lo sabía.
– Meredith mató a tu
madre, chico. Lo siento. Yo sólo la ayudé después del hecho.
– Y más tarde usaste su muerte para acceder a Conklin. Bosch no necesitaba ninguna confirmación de Fox. Sólo trataba de ganar tiempo.
– Sí, ése era el plan, llegar a Conklin. También funcionó muy bien. Me sacó del arroyo. Sólo que enseguida descubrí que quien tenía el poder era Mittel. Lo sabía. Entre ellos dos, Mittel podía llegar al final. Así que me apunté al caballo ganador. Quería controlar mejor al chico de oro. Quería tener un as en la manga. Así que le ayudé.
– ¿Matándote? No lo entiendo.
– Mittel me dijo que el poder supremo sobre una persona es el que ellos no saben que tienes hasta que necesitas usarlo. Ves, Bosch, Mittel siempre sospechó que Conklin era quien mató a tu madre.
Bosch asintió. Vio adónde iba a ir a parar la historia.
– Y nunca le dijiste a Mittel que Conklin no era el asesino.
– Exacto. Nunca le hablé de Meredith. Así que sabiendo eso, míralo desde su lado. Mittel suponía que si Conklin era el asesino y creía que yo estaba muerto, entonces creería que era libre. Ves, yo era el único cabo suelto, e! único que podía implicado. Mittel quería que pensara que estaba a salvo, porque quería que Conklin estuviera tranquilo. No quería que perdiera impulso, su ambición. Conklin iba a llegar lejos y Mittel no quería que dudara siquiera. Pero también quería mantener un as en la manga, algo que siempre pudiera sacar a relucir si Conklin trataba de salirse de la línea. Ése era yo. Yo era el as. Así que Mittel y yo organizamos ese pequeño atropello. La cuestión es que Mittel nunca tuvo que usar el as con Conklin. Conklin le dio a Mittel muchos años buenos. Cuando se retiró en la carrera a fiscal general, Mittel ya se había diversificado. Por entonces tenía un congresista, un senador y la cuarta parte de los políticos locales en su lista de clientes. Podría decirse que entonces ya se había subido a hombros de Conklin para pasar a un nivel superior. Ya no necesitaba a Arno.