– ¡Charlie! ¡Eh, Charlie!
La persona que estaba al fondo gritó una respuesta ininteligible.
– Ocúpate de la ventanilla -le gritó Nelson-. Yo voy a meterme en la máquina del tiempo.
Bosch había oído hablar de la máquina del tiempo. Era un cochecito de golf que usaban para adentrarse en los rincones más profundos del almacén. Cuanto más viejo era el caso, cuanto más alejado en el tiempo, más lejos estaba de la ventanilla.
Bosch se acercó al mostrador y rellenó un formulario de solicitud, después metió la mano por la ventanilla y lo puso encima del crucigrama. Mientras esperaba, miró a su alrededor y se fijó en otro cartel que estaba en la pared del fondo. «Las pruebas de narcóticos no se entregan sin un formulario 492.» Bosch no tenía ni idea de cuál era ese formulario. En ese momento alguien entró por las puertas de acero con el expediente de un caso de asesinato. Era un detective, pero Bosch no lo reconoció. El hombre abrió el expediente encima del mostrador, copió el número de caso y rellenó un formulario. Después fue a la ventanilla. No había rastro de Charlie. Al cabo de un rato, el detective se volvió hacia Bosch.
– ¿Hay alguien trabajando allí atrás?
– Sí, un tipo ha ido a buscarme una caja. Le dijo a otro que vigilara. No sé dónde está.
– Mierda.
El detective golpeó con fuerza con los nudillos en el mostrador. Al cabo de un minuto otro policía de uniforme se acercó a la ventanilla. Era perro viejo, con el pelo blanco y forma de pera. Bosch supuso que llevaría años trabajando en el sótano. Tenía la piel tan blanca como la de un vampiro. Cogió el formulario de pruebas del otro caso y desapareció, dejando tanto a Bosch como al otro detective esperando. Bosch sabía que el otro tipo había empezado a mirarle, pero no se dio por aludido.
– Tú eres Bosch, ¿no? -preguntó al fin-. De Hollywood.
Bosch asintió. El otro hombre le tendió la mano y sonrió.
– Tom North, de Pacific. No nos conocíamos.
– No.
Bosch le tendió la mano, pero no actuó de manera entusiasta ante la presentación.
– No nos conocíamos, pero escucha, trabajé seis años en robos de Devonshire antes de conseguir mi puesto de homicidios en Pacifico ¿Sabes quién era mi jefe allí entonces?
Bosch negó con la cabeza. No lo sabía y no le importaba, pero North no parecía darse cuenta de eso.
– Pounds. El teniente Harvey Pounds. El cabrón. Era mi jefe. Bueno, da igual, he oído que le hiciste romper la ventana con la puta cara. Joder, tío, es genial. ¡Bien hecho! Me partí el culo cuando lo oí.
– Bueno, me alegro de haberte entretenido.
– No, en serio, sé que te ha caído un puro por eso. Lo he oído. Pero sólo quería que supieras que me alegraste el día y que hay un montón de gente que te apoya, tío.
– Gracias.
– Entonces, ¿qué estás haciendo aquí? He oído que te tenían en la lista Cincuenta y uno cincuenta.
A Bosch le molestó darse cuenta de que había hombres en el departamento a los que ni siquiera conocía que sabían lo que le había ocurrido y cuál era su situación. Trató de mantener la calma.
– Escucha, yo…
– Bosch. ¡Tienes tu caja!
Era el viajero del tiempo, Nelson. Estaba en la ventanilla pasando una cajita azul a través de la abertura. Era de tamaño similar a una caja de botas y estaba cerrada con cinta roja resquebrajada por los años. Parecía que la caja estaba cubierta de polvo. Bosch no se molestó en terminar la frase. Se despidió de North con un gesto y se acercó a la caja.
– Firma aquí -dijo Nelson.
Le pasó una tarjeta amarilla encima de la caja. Al hacerlo, se levantó una pequeña nube de polvo, que Nelson disipó con la mano. Bosch firmó el papel y cogió la caja con las dos manos.
Se volvió y vio que North lo estaba mirando. North lo saludó con la cabeza. Al parecer se había dado cuenta de que no era el momento adecuado para hacer preguntas. Bosch le devolvió el saludo y se dirigió a la puerta.
– Ah, Bosch -dijo North-. No quería decir nada con eso de la lista. No te lo tomes a mal, ¿vale?
Bosch lo miró mientras empujaba la puerta con la espalda, pero no dijo nada. Después recorrió el pasillo sosteniendo la caja con las dos manos, como si contuviera un tesoro.
Carmen Hinojos estaba en la sala de espera cuando Bosch llegó cinco minutos tarde. La psiquiatra le hizo una seña para que pasara y rechazó sus disculpas por llegar tarde como si fueran innecesarias. Llevaba un vestido azul oscuro y cuando Bosch pasó a su lado en el umbral olió una fragancia como de jabón. Bosch ocupó la silla situada a la derecha del escritorio, de nuevo cerca de la ventana.
Hinojos sonrió y Bosch se preguntó por el motivo de la sonrisa. Había dos sillas en el lado opuesto de la mesa del que ocupaba ella. Por el momento, en tres sesiones, Bosch siempre había elegido la misma, la más próxima a la ventana. Se preguntó si la psiquiatra había tomado nota del detalle, y si significaba alguna cosa.
– ¿Está cansado? -preguntó Hinojos-. No parece que haya dormido mucho esta noche.
– Supongo que no he dormido demasiado. Pero estoy bien.
– ¿Ha cambiado de opinión acerca de algo de lo que discutimos ayer?
– No, la verdad es que no.
– ¿Está continuando con esa investigación privada?
– Por el momento.
Por la manera en que la psiquiatra asintió con la cabeza, Bosch supuso que ya esperaba esa respuesta.
– Quería que hablara de su madre hoy.
– ¿Por qué? No tiene nada que ver con el motivo de que yo esté aquí, ni con que yo esté de baja.
– Creo que es importante. Creo que nos ayudará a llegar a lo que está ocurriendo con usted, lo que ha hecho que aborde esta investigación privada suya. Podría explicar sus acciones recientes.
– Lo dudo. ¿Qué quiere saber?
– Cuando habló ayer, hizo varias referencias a su estilo de vida, pero en ningún momento dijo lo que ella hacía o era. Pensando en eso después de la sesión, me estaba preguntando si usted tenía problemas en aceptar lo que ella era. Hasta el punto de no ser capaz de decir que ella…
– ¿Era una prostituta? Ya está, ya lo he dicho. Era una prostituta. Soy un hombre adulto, doctora. Acepto la verdad. Acepto la verdad en cualquier cosa siempre que sea la verdad. Creo que se ha equivocado por mucho esta vez.
– Quizá. ¿Qué siente por ella ahora?
– ¿A qué se refiere?
– ¿Furia? ¿Odio? ¿Amor?
– No he pensado en eso. Ciertamente odio no. En su momento la quería mucho. Y su muerte no cambió eso.
– ¿Y abandono?
– Soy demasiado mayor para eso.
– ¿Y entonces? Cuando ella murió.
Bosch reflexionó un momento.
– Estoy seguro de que había algo de eso. Su estilo de vida, su trabajo, la mató. Y yo me quedé al otro lado de la valla. Supongo que estaba furioso por eso y me sentía abandonado. También estaba herido. La herida era la peor parte. Ella me amaba.
– ¿A qué se refiere con que lo dejó al otro lado de la valla?
– Se lo dije ayer. Yo estaba en McClaren, en el orfanato.
– Sí, ¿así que su muerte impidió que saliera de allí?
– Durante un tiempo.
– ¿Cuánto?
– Estuve entrando y saliendo hasta que cumplí dieciséis. Viví unos pocos meses con padres de acogida en dos ocasiones diferentes, pero siempre me devolvían. Luego, cuando cumplí dieciséis, me eligió otra pareja. Estuve con ellos hasta los diecisiete. Más tarde descubrí que siguieron cobrando el cheque del DSSP durante un año después de que yo me fuera.
– ¿DSSP?
– Departamento de Servicios Sociales Públicos. Ahora lo llaman División de Servicios Juveniles. El caso es que cuando una pareja acoge a un niño, cobra un pago mensual de apoyo. Mucha gente acoge niños sólo por esos cheques. No estoy diciendo que esa gente lo hiciera, pero nunca le dijeron a la DSSP que ya no estaba en su casa después de que me fui.
– Entiendo. ¿Adónde fue?