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– A lo mejor era un rival celoso -dijo Jeffrey, aunque con poca convicción-. Quizás algún chaval se quedó prendado de Schaffer y quitó a Andy de en medio. -Hizo una pausa para madurar su teoría-. Y luego, como Schaffer no le abrió los brazos al pretendiente, también la mató a ella.

– Es posible -dijo Sara, preguntándose dónde encajaba el apuñalamiento de Tessa.

– A lo mejor Schaffer vio algo -prosiguió Jeffrey-. Tal vez vio a alguien en el bosque, alguien que estaba allí.

– O a lo mejor quienquiera que estuviera en el bosque creyó que ella había visto algo.

– ¿Crees que Tessa llegará a recordar lo que pasó?

– La amnesia es muy corriente cuando hay lesiones craneales. Dudo que llegue a recordarlo todo y, aunque lo hiciera, no se sostendría en un contrainterrogatorio.

Sara no añadió que deseaba que su hermana no recordara nunca. El recuerdo de Tessa perdiendo a su bebé ya era bastante duro para Sara. No imaginaba lo que sería para Tessa vivir con esos hechos siempre presentes en su mente.

Sara pasó de nuevo a Ellen Schaffer.

– ¿Alguien vio algo?

– Todo el mundo estaba fuera.

– ¿No había nadie en el colegio mayor, nadie estaba enfermo? -preguntó Sara.

Pensaba que el hecho de que las cincuenta chicas de un colegio mayor estuvieran todas en clase era algo tan raro que lo hacía merecedor de un titular de periódico.

– Interrogamos a toda la residencia -dijo Jeffrey-. No nos dejamos a nadie.

– ¿Qué residencia era?

– Keyes.

– La de las listas -dijo Sara, sabiendo que eso explicaba por qué todas estaban en clase-. ¿Nadie en el campus oyó el disparo?

– Algunos afirmaron haber oído algo que sonó como el petardeo de un coche. -Tamborileó los dedos sobre el volante-. La chica tenía una calibre doce de corredera.

– Dios mío -dijo Sara, imaginando el aspecto que tendría la víctima.

Jeffrey extendió el brazo hacia el asiento de atrás y sacó una carpeta de su cartera.

– A quemarropa -continuó, sacando una foto en color de la carpeta-. Probablemente tenía la escopeta en la boca. La cabeza debió actuar de silenciador.

Sara encendió la luz del coche para mirar la foto. Era peor de lo que había imaginado.

– Dios santo -murmuró.

La autopsia sería difícil. Le echó un vistazo al reloj de la radio. No llegaría a Grant hasta las ocho, según el tráfico. Las dos autopsias le llevarían al menos tres horas cada una. Sara le agradeció en silencio a Hare haberse ofrecido para sustituirla mañana. Tal como se presentaban las cosas, necesitaría dormir todo el día.

– ¿Sara? -preguntó Jeffrey.

– Lo siento -dijo ésta cogiéndole la carpeta.

La abrió, pero las palabras se le hicieron borrosas. Se concentró en las fotos, pasando por alto la de la flecha dibujada en el suelo para mirar las de la escena del crimen.

– Puede que alguien se colara por la ventana -prosiguió Jeffrey-. O a lo mejor ya estaba ahí, escondido en el armario o en otra parte. La chica se va al cuarto de baño que hay al final del pasillo, vuelve a su cuarto y… pam. Ahí está él, esperando.

– ¿Alguna huella?

– Quizás el tipo llevaba guantes -dijo Jeffrey, sin responder a su pregunta.

– Las mujeres no suelen dispararse a la cara -concedió Sara, observando un primer plano del escritorio de Schaffer-. Es algo más propio de un hombre.

Sara siempre había considerado que las estadísticas resultaban sexistas, pero las cifras así lo demostraban.

– Hay algo que no me cuadra. Jeffrey señaló la foto-. Y no es sólo por la flecha. Olvidémonos de eso, olvidémonos de Tessa. Hay algo extraño.

– ¿El qué?

– Ojalá pudiera decírtelo. Igual que lo de Rosen. No hay nada concreto que pueda señalar.

Sara se acordó de Tessa, aún en la cama del hospital. Todavía podía oír las palabras de su hermana, ordenándole que encontrara a la persona que les había hecho eso. La foto de la habitación de Schaffer le trajo algo a la memoria. Cuando Tessa se fue a estudiar a Vassar, la acompañó en coche para ayudarla a instalarse. La habitación de Tessa en el colegio mayor estaba decorada con el mismo estilo que la de Schaffer. Pósteres de la Federación de la Flora y Fauna Mundial y de Greenpeace clavados en las paredes junto con fotos de hombres arrancadas de algunas revistas. Sobre uno de los escritorios, un calendario con las fechas importantes señaladas en rojo. Lo único que no había en el escritorio de Tessa eran los utensilios de limpiar escopetas.

Sara volvió al informe. Sabía que leer sin las gafas le daría dolor de cabeza, pero quería tener la sensación de estar haciendo algo. Cuando acabó de repasar toda la información que Jeffrey había recogido sobre la muerte de Ellen Schaffer, tenía la cabeza como un bombo y el estómago revuelto por haber leído yendo en coche.

– ¿Qué opinas? -le preguntó Jeffrey.

– Creo… -comenzó Sara, mirando la carpeta cerrada-. No lo sé. Las dos muertes podrían ser un montaje. Supongo que a Schaffer pudieron cogerla por sorpresa. Quizá primero la golpearon en la nuca. Tampoco es que ahora sepamos dónde está la nuca.

Sara sacó varias fotos y las ordenó a grosso modo.

– La chica estaba en el sofá. A lo mejor la pusieron allí. O puede que se echara ella sola. El brazo no le llegaba al gatillo, así que usó el pie. No es algo tan inusual. A veces la gente usa perchas. -Le echó otro vistazo al informe, releyendo las notas de Jeffrey acerca de la discrepancia de calibre entre la escopeta y la munición-. ¿No sabía lo peligroso que era utilizar munición de otro calibre?

– Hablé con su instructor. Según él, manejaba el arma con mucho cuidado. Jeffrey hizo una pausa-. Para empezar, ¿por qué Grant Tech tiene un equipo de tiro al blanco femenino?

– Título Noveno -le explicó Sara, refiriéndose a la legislación que obligaba a las universidades a ofrecer a las mujeres el acceso a los mismos deportes que los hombres.

Si esa política hubiera estado en vigor cuando Sara estaba en el instituto, el equipo de tenis femenino al menos habría podido practicar en la pista del colegio. Pero como no era así, se veían obligadas a jugar a frontón en el gimnasio… y sólo cuando el equipo masculino de baloncesto no se entrenaba.

– Me parece estupendo que tengan la oportunidad de aprender un deporte nuevo -dijo Sara.

Para su sorpresa, Jeffrey concedió:

– El equipo es bastante bueno. Han ganado todo tipo de competiciones.

– Por lo que la gente que sabía que estaba en el equipo también sabría que tenía una escopeta.

– Puede.

– ¿Y que la guardaba en el dormitorio?

– Las dos la guardaban -dijo Jeffrey-. Su compañera de cuarto también estaba en el equipo.

Sara se puso a pensar en la escopeta.

– ¿Habéis sacado las huellas?

– Las sacó Carlos -contestó Jeffrey, previendo su siguiente pregunta-. Las de Schaffer están en el cañón, la recámara y lo que queda del cartucho.

– ¿Sólo un cartucho? -preguntó Sara.

Por lo que sabía, una escopeta de carga inferior llevaba un cargador de tres cartuchos. Cuando cargabas el de delante, otro se colocaba en la recámara para que el arma fuera de repetición.

– Sí -le dijo Jeffrey-. Un cartucho, y de un calibre distinto al del arma; el reductor de tiro al plato estaba enroscado para que el cañón fuera más estrecho.

– ¿Coincide el dedo del pie con la huella del gatillo?

– Ni se me ocurrió comprobarlo -admitió Jeffrey.

– Lo comprobaremos antes de la autopsia -dijo Sara-. ¿Crees que alguien pudo obligarla a cargar la escopeta, quizás alguien que no sabía mucho de armas?

– Había muchas posibilidades de que el primer cartucho se quedara encasquillado en el cañón. De no haber tenido otro en el cargador, eso le habría concedido a Schaffer un poco de tiempo. Quizás incluso a darle la vuelta al arma y utilizarla para golpear al tipo.

– Y el cartucho, ¿no explotaría dentro del cañón?

– No necesariamente. De haber tenido lleno el cargador, el segundo cartucho habría golpeado al primero, y los dos habrían explotado cerca de la recámara.

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