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– Hablé con Brock y le dije lo que había que hacer. Mañana deberíamos tener los resultados del laboratorio. Carlos sabe meterles prisa.

Jeffrey no dejó que ella cambiara de tema.

– ¿Has dormido esta noche?

– Lo cierto es que no.

Tampoco Jeffrey. A eso de las tres de la madrugada se había levantado de la cama y se había ido a correr, nueve kilómetros, pensando que eso le agotaría y se dormiría. Pero se equivocaba.

– Ahora mis padres están con ella -le dijo Sara.

– ¿Qué dicen?

– Están furiosos.

– ¿Conmigo?

Sara no respondió.

– ¿Contigo?

Oyó cómo Sara se sonaba la nariz.

– No debería haber llevado a Tessa -dijo.

– Sara, no podías saberlo. -Le enfurecía que no se le ocurriera nada más para consolarla-. Hemos estado en centenares de escenas de crímenes y nunca ha pasado nada. Nunca.

– Seguía siendo la escena de un crimen.

– Exacto, un lugar donde ya ha sucedido un crimen. No había manera de prever que…

– Esta noche volveré con el coche de mamá -dijo Sara-. Van a trasladar a Tessa después de comer. Quiero asegurarme de que está bien instalada. -Hizo una pausa-. Haré la autopsia en cuanto llegue.

– Deja que vaya a buscarte.

– No -dijo ella-. Son muchas horas por carretera y…

– Me da igual -la interrumpió. Anteriormente ya había cometido el error de no estar junto a Sara cuando la necesitaba, y no iba a repetirlo-. Te veré en el vestíbulo a las cuatro.

– Eso es casi la hora punta. Tardarás horas.

– Iré en dirección opuesta -dijo Jeffrey, aunque en Atlanta eso importaba poco, pues cualquier persona mayor de quince años tenía coche-. No quiero que vuelvas sola y conduciendo. Estás demasiado cansada.

Sara no dijo nada.

– No te lo estoy pidiendo, Sara -dijo en tono firme-. Estaré allí a las cuatro, ¿entendido?

Ella finalmente cedió.

– De acuerdo.

– A las cuatro en el vestíbulo principal.

– Muy bien.

Jeffrey le dijo adiós y colgó antes de que Sara cambiara de opinión. Comenzó a desarremangarse, pero se lo pensó dos veces al ver la hora. Tenía que recoger a Dan Brock y llevarle al depósito una hora después para que éste pudiera extraer muestras de sangre de Andy Rosen. Después, Jeffrey había quedado con los Rosen para hablar de su hijo y ver si durante la noche habían recordado algo que le fuera de utilidad.

Jeffrey no tenía nada que hacer en su despacho hasta que la policía científica acabara de analizar el apartamento de una habitación que Andy tenía sobre el garaje de sus padres. Todas las huellas serían introducidas en el ordenador, pero eso era siempre muy aleatorio, pues el ordenador sólo podía comparar esas huellas con las que tenía archivadas. Frank llamaría a Jeffrey cuando los informes estuvieran listos, pero por el momento no podía hacer nada. A no ser que surgiera una revelación trascendental, Jeffrey se dejaría caer por el colegio mayor de Ellen Schaffer para ver si reconocía la foto de Andy Rosen. La muchacha sólo había visto el cadáver de espaldas, aunque considerando lo rápido que circulaban los chismorreos por el campus, probablemente ya sabía más de Andy Rosen que cualquier miembro de la policía.

Jeffrey decidió hacer algo útil. Se dirigió al dormitorio y, mientras recorría el pasillo, fue recogiendo los calcetines y los zapatos de Sara, y a continuación una falda y la ropa interior. Obviamente se había quitado la ropa mientras caminaba por la casa. Jeffrey sonrió, recordando cómo le molestaba eso cuando vivían juntos.

Arrojó las ropas de Sara sobre la silla que había junto a la ventana. Billy y Bob se habían vuelto a echar en la cama. Jeffrey se sentó junto a ellos, y acarició a ambos por turnos. Había un par de fotos enmarcadas junto a la cama de Sara, y se detuvo a mirarlas. Tessa y Sara aparecían en la primera foto, las dos de pie delante del lago, cada una con una caña de pescar. Tessa llevaba un raído sombrero de pescador que Jeffrey sabía que había sido de Eddie. La segunda foto correspondía a la graduación de Tessa. Eddie, Cathy, Tessa y Sara aparecían en la instantánea con los brazos echados por los hombros, con una gran sonrisa.

Sara, con el cabello rojo oscuro y su piel clara, era unos cuantos centímetros más alta que su padre, y siempre parecía esa hija del vecino que se cuela en las fotos familiares, aunque su sonrisa era inequívocamente igual que la de su padre. Tessa había heredado el cabello rubio de la madre, sus ojos azules y su complexión menuda, y las tres mujeres compartían la forma almendrada de los ojos. De todos modos, había algo más femenino en Sara, y a Jeffrey siempre le habían atraído que tuviera curvas justo en los lugares más apreciados.

Dejó la foto y vio una capa de polvo donde antes había habido otra foto. Jeffrey miró en el suelo, a continuación abrió el cajón y apartó un par de revistas antes de encontrar en el fondo la fotografía enmarcada en plata. Conocía bien la foto; un desconocido que paseaba por la playa se la había tomado durante su luna de miel.

Utilizó una esquina de la sábana para quitarle el polvo a la fotografía antes de volver a colocarla sobre la cómoda.

La empresa de pompas fúnebres de Brock tenía su sede en un gran edificio victoriano, el tipo de casa en la que Jeffrey siempre había deseado vivir desde que era niño. En Sylacauga, Alabama, Jeffrey y su madre -y con menos frecuencia su padre- vivían en una casa de dos habitaciones y un baño que ni siendo muy optimistas se podía denominar hogar. Su madre nunca fue una persona feliz, y, que Jeffrey recordara, no había cuadros en las paredes, ni alfombras en el suelo ni nada que pudiera añadir un toque personal a la casa. Era como si May Tolliver hiciera todo lo que podía para no echar raíces. Tampoco es que, de haber querido, pudiera haber hecho gran cosa.

Las ventanas, mal aisladas, temblaban cuando cerraban la puerta, y el suelo de la cocina estaba tan inclinado hacia atrás que la comida que se caía al suelo acababa amontonada bajo el zócalo. En las noches frías de invierno, Jeffrey había llegado a dormir dentro de su saco en el suelo del armario del pasillo, la habitación más caliente de la casa.

Jeffrey llevaba demasiado tiempo trabajando de policía para pensar que una infancia de mierda pudiera justificar nada, pero entendía por qué algunas personas la utilizaban como excusa para sus actos. Jimmy Tolliver era un borracho repugnante, y había sacudido muchas veces a Jeffrey, siempre que éste cometía el error de entrometerse en su camino. Casi siempre, Jeffrey resultaba lastimado cuando cometía el error de interponerse entre su madre y los puños de su padre. Aunque eso pertenecía al pasado, y Jeffrey se había marchado de casa hacía mucho tiempo. A todo el mundo le sucedía algo horrible en uno u otro momento de sus vidas; formaba parte de la condición humana. La manera en que te enfrentabas a la adversidad daba la medida de la clase de personas que eras. Quizá por eso Jeffrey lo estaba pasando tan mal con Lena. Quería que fuera una persona distinta de la que era.

Dan Brock salió por la puerta dando un traspié, y se detuvo cuando su madre lo llamó. Ésta le dio dos vasos de plástico, y Jeffrey le rezó a Dios para que uno de ellos fuera para él. Penny Brock hacía un café fabuloso.

Jeffrey intentó no sonreír al ver cómo se despedían madre e hijo. Brock se inclinó hacia su mamá para besarle en la mejilla, y ella aprovechó para cepillarle el hombro de su traje negro. Había una explicación para entender por qué Dan Brock tenía casi cuarenta años y no se había casado.

Brock le sonrió enseñándole los dientes mientras se dirigía hacia el coche. Era un hombre desgarbado con la enorme mala suerte de parecer exactamente lo que era; un empresario de pompas fúnebres de tercera generación. Tenía los dedos largos y huesudos, y un rostro inexpresivo muy apropiado para consolar a los que acababan de sufrir una pérdida. En su trabajo, la clientela o bien lloraba a moco tendido o no tenía mucha conversación, por lo que cuando no estaba de servicio solía mostrarse muy locuaz con cualquiera que estuviera a mano. Tenía un ingenio muy mordaz, y a veces un sentido del humor alarmante. Cuando se reía lo hacía con ganas, abriendo la boca hasta casi descoyuntársela, como un Teleñeco.

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