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– Por muchos años.

– Paso por alto su ironía. El taoísmo me hará eterno. El taoísmo me permite ser intelectualmente imparcial ante lo que ustedes llaman el bien y el mal, que, en definitiva, quiere decir vencer o perder. Yo me reconozco en el dualismo Yin-Yang y aspiro al Tao. Es decir, sé que soy un francés, normalien de mierda y que mi salvación es aspirar al Tao. Como ve, aún no me he sacado de encima el complejo de culpa judeo-cristiano.

– ¿Se lleva el Tao?

– ¿Qué dice usted? Definitivamente está loco o le han sacado de un guardarropía sumergido en el Titanic. No se lleva nada. Cuando yo me marché de Francia se llevaba el antimarxismo y la "nouvelle cui sine". Pero, según mis noticias, ahora ni eso. Se lleva el no llevar nada. El mundo se socialdemocratiza y, en cierto sentido, estamos en plena época Tao. El sabio, dice el Tao, gobierna de modo que vacía el corazón, llena el vientre, debilita la ambición y fortalece los huesos. El problema es saber quién ejerce el papel de sabio. ¿Mitterrand? ¿Reagan? ¿Breznev? El miedo. El prudente miedo o el miedo prudente. ¿Qué es Dios? Se preguntaban los filósofos cristianos cuando les dejaron pensar por su cuenta. Y empezaron a contestarse cosas raras. Llegaron a decir que dios era el "élan" original, como si se pudiera llegar al "élan" original. ¿Quién es el sabio que gobierna el mundo con prudencia y miedo? El grado cero del desarrollo. Se lo digo yo que soy normalien y he llevado portafolios de excelente cuero llenos de informes sobre la depresión económica en el Midi. Y no un día. Ni dos. Ni una semana. Ni un mes. Diez años. Cuando salí de las barricadas en 1968 me fui a llevar las cuentas de una empresa filial de la Unilever. Yo tenía un amigo que tenía un sueño: seguir la ruta de Ulises en la Odisea. Yo me propuse seguir la ruta de Malraux y aquí me tiene. Ni rastro de los personajes de Malraux. Todo está lleno de rusos y americanos con miedo y de japoneses con cámaras. Y no se lleva nada. Los héroes del rock. Ésos son los héroes de nuestro tiempo.

– ¿Estuvo usted en el mayo francés?

– Como todo el mundo. Aún no conozco a nadie que no haya estado en el mayo francés, que no haya contribuido a arrancar un adoquín y que no haya sido curado en las barricadas por Monod. Geismar, Cohn Bendit, Seauvageot, Krivine se llevaron la parte del león, pero los demás, en cuanto podíamos, tratábamos de sacar la cabeza sobre la multitud. Fue la revolución de una promoción con premonición de paro. Yo, en cierta ocasión conseguí subirme a un coche antes que Geismar y grité: Mierda, Mierda y Mierda. A Geismar no le gustó nada. Por cierto. ¿Se ha fijado en lo viejos que son los héroes del rock? Está todo programado por las multinacionales. Si usted se fija, uno de cada diez héroes del rock se suicida o muere de una sobredosis de algo. ¿Poética rockera? Mierda. las multinacionales los asesinan para mantener la tensión romántica. ¿Le interesa el rock?

– No.

– Y el Tao tampoco.

– Tampoco.

– ¿Qué le interesa a usted?

– Envejecer con dignidad.

– Imbécil.

Dejó caer la espalda contra el sillón de mimbre, como para ampliar la distancia que le separaba de Carvalho, abarcarlo mejor o simplemente disponer de más aire para oxigenarse y superar las turbias espirales de la borrachera. Recitó:

Los seres cuando llegan a su madu

rez

empiezan a envejecer.

Esto ocurre a todo lo opuesto al

Tao.

Y lo opuesto al Tao pronto acaba.

Se inclinó hacia Carvalho y le golpeó con un dedo en la pechera.

– Es usted hombre muerto. Para ser inmortal no hay que creer en la vejez. Se empieza creyendo en la vejez y se acaba muriendo.

Vació lo que quedaba de la botella de Mekong en el vaso de caña. Olió el contenido, reprimió una náusea, se lo bebió de un trago y con la lengua tan turbia como la mirada exclamó:

– Vivir es llegar y morir es volver. Lo dice el Tao.

– ¿Dice también algo sobre las borracheras pesadas?

– Es una filosofía liberal. En definitiva se basa en el "laissez faire, laissez passer", desde la profunda certeza de que la plenitud es una disposición del espíritu. Para conseguir esa plenitud del espíritu, yo necesito dos botellas de este infecto brebaje. Y pensar que cuando yo era un ejecutivo agresivo mi medida era una copa de Rémy Martin después del café. ¿Sabe usted que yo he llevado chaleco durante diez años?

Se produjo lo que Carvalho temía, lo que Carvalho quería encerrar en un pequeño círculo para dos. Pelletier se levantó con el vaso de caña en una mano y, con el brazo libre, abrió una señal de expectación en el aire que no pasó inadvertida a los pobladores de las mesas más próximas. Con los ojos tan brillantes como los labios y una constancia bovina en la mirada dirigida a una posible ensoñación, Pelletier recitó:

Suprime el estudio y no habrá preocupaciones.
¿Qué diferencia hay entre el sí y el no?
¿Qué diferencia hay entre el bien y el mal?
No es posible dejar de temer lo que los hombres temen.
No es posible abarcar todo el saber.
Todo el mundo se enardece y disfruta
como cuando se presencia un gran sacrificio,
o como cuando se sube a una torre en primavera.
Sólo yo quedo impasible,
como el recién nacido que no sabe sonreír.
Como quien no sabe adónde dirigirse,
como quien no tiene hogar.
Todo el mundo vive en la abundancia,
sólo yo parezco desprovisto.
Mi espíritu está turbado
como el de un ignorante.
Todo el mundo está esclarecido,
sólo yo estoy en tinieblas.
Todo el mundo resulta penetrante,
sólo yo soy torpe.
Como quien deriva en alta mar.
Todo el mundo tiene algo que hacer,
sólo yo soy inútil.
Sólo yo soy indiferente a todos los demás
porque aprecio a la madre que me nutre.

Descolgó los ojos de las alturas del universo para apreciar las sonrisas amables de los restantes pobladores del café y comprobar el efecto del veinte poema Tao en Carvalho, pero el detective no estaba allí y el no encontrarlo hizo tambalear a Pelletier, como si Carvalho fuera un soporte físico y no meramente visual. El detective estaba dentro del local pagando las consumiciones y maleta en mano se dirigió hacia el "ferry" que empezaba a humear y a lanzar alaridos por su sirena. Pelletier le esperaba al pie de la escalerilla.

– Aquí me despido. Penang me pone nervioso. Antes era una ciudad interesante llena de fumadores de opio, pero ahora están prohibidos y sólo venden batik. Una tela horrible que sólo son capaces de ponerse los americanos y algunas holandesas gordas.

Carvalho tendió una mano a Pelletier. El francés hubiera preferido despedirse con un ademán o con una frase. Pero aceptó la mano y la estrechó con una cierta ternura.

– Adiós, español, y suerte.

Desde la cubierta, Carvalho vio cómo Pelletier se acercaba al coche verde, lo husmeaba y finalmente sacaba de él su equipaje, una mochila en la que cabían las Galerías Lafayette al completo y se iba primero calle arriba y luego calle abajo, después de una breve vacilación.

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