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– Ningún proceder es recto, nunca sabemos -me atreví a opinar yo, quizá impropiamente. Se me estaba pasando el efecto de la raya, no estaba ya tan alerta, al menos conmigo mismo.

– Sí, yo no puedo estar satisfecho del mío, ni tú del tuyo. -Deán me cogió otro cigarrillo y esta vez lo encendió sin demora, dio dos caladas seguidas, probablemente no era fumador y fumaba ahora por acompañar la actividad narrativa de algún gesto físico, el que cuenta no se mueve apenas. Eso pensé y así es como recuerdo su habla, tenía ideas y no sabía ordenarlas. Pero quién sabe hacerlo-. Se empeñó en explicar su proceso, el proceso de su pensamiento, no hacía falta, ya lo entendía. Veía que yo me alejaba o que lo iba intentando, no quería perderme, le entraba la desesperación sólo de imaginárselo, pensó en quedarse embarazada pero no era fácil, ya te he dicho que yo llevaba cuidado. No se fió de su propia carne para retenerme, un año es poco pero dos pueden ser suficiente para agotarla y que ceda. Dijo que se le partía el corazón cuando me veía impaciente por salir de su casa y volver a la mía, no había sido así al principio, cuando tenía que irme me lamentaba, es posible que fuera yo entonces el pegajoso, es verdad que me costaba despedirme de ella, eso era al poco de conocerla, apenas si lo recuerdo ahora ('Los besos del que se va a la puerta del que se queda, confundidos con los de anteayer y los de pasado mañana, la noche inaugural memorable fue sólo una y se perdió en seguida, engullida por las semanas y los repetitivos meses que la sustituyen'). Sé que fue así, pero no lo recuerdo. Ahora me veía distinto, irritado y seco, dijo, como si ella se hubiera convertido de pronto en una desconocida, causa perplejidad y desconsuelo que las cosas cambien tanto sin que uno cambie respecto a ellas ('No te conozco, no sé quién eres ni te he visto en mi vida, no vengas a pedirme nada ni a decirme dulzuras porque ya no soy el que fui, y tú tampoco lo eres; eso se dice siempre, después o antes'). Entonces se le ocurrió la comedia, pensó que también un aborto nos uniría, que yo admiraría su sacrificio y la tendría en mucho por su renuncia, y no era malo el razonamiento, seguramente así habría sido si yo hubiera tenido más aplomo y hubiera acabado de leer mis periódicos obedientemente sin moverme de aquel café, le había prometido que no me movería de allí por si me necesitaba y allí había estado durante más de una hora, haciendo como que leía pero pensando en ella y en la mano del médico en ella, y en los parecidos. Se me había hecho eterno y ella había estado leyendo revistas, no sé si lo entiendes. 'El que cuenta suele saber explicarse", pensé, 'contar es lo mismo que convencer o hacerse entender o hacer ver y así todo puede ser comprendido, hasta lo más infame, todo perdonado cuando hay algo que perdonar, todo pasado por alto o asimilado y aun compadecido, esto ocurrió y hay que convivir con ello una vez que sabemos que fue, buscarle un lugar en nuestra conciencia y en nuestra memoria que no nos impida seguir viviendo porque sucediera y porque lo sepamos.' También pensé: 'Hasta puede uno caer en gracia si cuenta'.

– Creo que entiendo lo que sintió, creo que puede entenderse -le dije.

– Cuando salimos del restaurante se desató una tormenta con viento, yo andaba vacilante por la bebida, ella por la desesperación de ver que sus explicaciones y ruegos no servían de nada ni me hacían mella, yo había contestado sólo con crueldad y sarcasmos. No me conmovieron, esa es la verdad, en aquel instante. Después… Pero no hubo tiempo. -Deán se quedó callado, no dije nada esta vez, en su pausa no había pregunta, ni siquiera implícita. Su cara fue entonces de ensimismamiento, podía esperarse de ella cualquier transformación o cualquier distorsión, sus ojos rasgados se dirigieron a mí pero no los sentí posados, era como si me bordearan o me pasaran por alto; abatió la barbilla insumisa, una espada sin filo-.

La detestaba -dijo-. La detestaba y sin embargo no habría sido lo mismo de haber sabido, es posible que hasta me hubiera enternecido con su comedia, habría sido indulgente. Pobre Eva, pobre Marta. -La distorsión o transformación anunciada fue hacia la piedad, acompañó a sus palabras-. Nos empapamos en pocos segundos, salimos al borde de la acera para coger un taxi, no había, era algo tarde para Inglaterra y en cuanto llueve desaparecen como en todas partes, el metro parecía cerrado y no nos acercamos a comprobarlo, caminamos unos pasos sin mucho sentido, tal vez alejándonos de nuestra dirección, hubo uno libre que no quiso parar al vernos, quizá nuestros andares débiles inspiraban desconfianza, yo creo que me tambaleaba en cuanto me detenía, me sentía más equilibrado andando, me protegía como podía con el cuello de mi abrigo subido, ella se cubrió la cabeza con su pañuelo inútilmente, un regalo mío, se le quedó pegado al pelo, todo mojado, por lo menos así no la despeinaba el viento. Quiso guarecerse bajo una marquesina y esperar, volví a cogerla de la muñeca y a tirar de ella, no la dejé cobijarse. La lluvia no era tan fuerte como el viento, caía sesgada, en la calle no había nadie. Se paró ante el semáforo un autobús de dos pisos rojo, iría a cerrar tras el último trayecto, su entrada sin puerta era una invitación a subir, Eva se desasió un momento y se montó en él de un salto, yo la seguí y subí también agarrándome a la barra cuando ya se ponía en marcha, no importaba mucho hacia dónde fuera, ella lo había visto como un refugio. Pagué los billetes al cobrador, un indio o un pakistaní, 'Hasta el final de la línea', le dije, era lo más sencillo, subimos al piso de arriba donde no había nadie, abajo un par de viajeros tan sólo, me pareció de reojo mientras subía por la escalera de caracol, a Eva la subí a empellones. 'Eres imbécil o qué, estás loca', le dije, 'no sabemos a dónde va esto.' 'Qué más da', contestó, 'cualquier cosa mejor que estar ahí en la calle con el vendaval. Cuando veamos una zona con más tráfico nos bajamos y ya encontraremos un taxi. O cuando llueva menos, estoy calada, qué querías, que cogiéramos una pulmonía.' Se sentó a la vez que se quitaba el pañuelo y se ahuecaba y se escurría un poco el pelo mojado, sacó un kleenex del bolso y se secó como pudo la cara y las manos, me ofreció uno, no lo quise, yo no me senté a su lado sino detrás de ella, como un gamberro que va a incordiar a su víctima, el viento me había encrespado más, también a ella un poco, el viento enloquece, de pronto se había atrevido a contestarme con malos modos. Olíamos a lana mojada, los abrigos, un olor asqueroso. El autobús de dos pisos avanzaba rápido bajo la lluvia como se avanza de noche, había escaso tráfico, con sus ruidos mastodónticos en los frenazos de las paradas o los semáforos, de vez en cuando rozaba las ramas de los árboles a nuestra altura ('La fronda'), como un latigazo a veces, como un tamborileo otras, cuando eran varias las ramas seguidas agitándose como brazos furiosos por el viento a su paso ('Y yo siempre me preguntaba cómo esquivaría ella las ramas de los árboles que sobresalían desde las aceras y restallaban contra las ventanillas altas como si quisieran protestar por nuestra velocidad y penetrar y rasgarnos', pensé, 'y este pensamiento no sé si es mío o de Marta Téllez, o si es más bien un recuerdo'). Eva se escurría sus cabellos rizados delante de mí como si fueran de tela, se lo había visto hacer en albornoz muchas veces al salir de la ducha en su casa. No se volvía, me daba la espalda ('La nuca'), tuve la idea de que adoptaba una actitud ofendida, quizá un cambio de táctica, ya no imploraba, o quizá creía que lo que había hecho no era tan grave e intentaba jugar otra mano cuando lo cierto era que no quedaban. Quizá pensaba que yo me había pasado en mi represalia y que ahora le tocaría pedir cuentas a ella por mi crueldad y mis sarcasmos y mis malos tratos de todo aquel día ('Todo se arruga o se mancha o maltrata'), por eso se había permitido contestarme airada. No lo pude soportar, fue la idea, cómo se atrevía, yo había estado pensando en ella y en los parecidos ('Y lo más intolerable es que se convierta en pasado quien uno recuerda como futuro'). Estaba bebido pero no es excusa, se puede estar bebido de tantas formas como se puede estar sobrio. Fue impremeditado pero fue voluntario, algo de conciencia hubo de lo que iba a hacer porque pensé que nadie me vería desde la calle ni desde abajo, hay un espejo circular convexo en los autobuses desde el que el cobrador puede ver lo que pasa arriba, pero para ello tiene que estar mirándolo y aquel indio o pakistaní no estaría mirando nada en ese último trayecto de la jornada, estaría exhausto y no hay curiosidad en el cansancio. Ahora hay algunos que llevan instalada una cámara para vigilar ese piso de arriba en vez del espejo, pero no la tenía este autobús, el 16 o el 15, no lo sé, u otro, volví la vista para comprobarlo, no había, por eso sé que pensé en mí mismo y en el después y en las consecuencias posibles ('Pensaste en mañana'), por eso sé que sabía qué hacía cuando le puse mis manos en la cabeza y se la apreté por los lados con gran violencia ('Apretaste mis pómulos y mis sienes, mis pobres sienes'), se la sujeté y apreté impidiéndole darse la vuelta, sus rizos húmedos bajo mis manos ('Mis manos grandes con sus dedos torpes y duros, mis dedos que son como teclas'), porque ahora sí quiso volverse y ya no podía, aún creyó un instante que era exageración o broma, aún tuvo tiempo de decirme irritada: 'Ay qué haces, estate quieto', y luego tuvo que sentir que iba en serio, le hice daño, le debí hacer mucho daño con mis pulgares en un par de segundos tan sólo, podía hundirle las sienes si seguía apretando, pero para que no gritara bajé rápidamente las manos hasta su nuca y su cuello también mojados ('Su nuca decimonónica por la que corrían estrías o hilos de cabello negro y pegado, como sangre a medio secar o barro'), y apreté también sobre el cuello, la presión brusca en las sienes casi la había hecho perder el sentido, no tenía fuerzas, no noté oposición apenas de sus manos que intentaron abrir las mías sin convencimiento ('Como los niños que nunca se oponen a los males veloces y sin paciencia que se los llevan sin el menor forcejeo'), quedaría tirada sobre el asiento de un autobús de Londres que continuaría su marcha nocturna contra el viento y la lluvia y en cambio yo me bajaría, no hay puerta que me lo impida ('Una muerte extranjera, una muerte horrible, y en una isla'), no le veía la cara, no veía sus ojos, sólo su nuca y su pelo mientras se iba muriendo en muy poco tiempo ('No sólo desaparece quien soy sino quien he sido, no sólo yo sino mi memoria entera, cuanto conozco y he aprendido y también mis recuerdos y lo que he visto, las mil y una cosas que pasaron ante mis ojos y a nadie importan y a nadie sirven y se hacen inútiles si yo me muero'). No sé si fue que el autobús frenó chirriando y se paró con un resoplido y eso me hizo frenar mis dedos como si mi acción dependiera del avance y el viento que no bate tanto sobre lo que se queda quieto. O quizá fue el miedo o un arrepentimiento que apareció simultáneamente con el acto que lo provocaba ('Un sí y un no y un quizá y mientras tanto todo ha continuado o se ha ido'). Aflojé de inmediato, retiré las manos, la solté de golpe sin quitarle la vida ('Pero es aún no, aún no, y mientras sea aún no puedo seguir pensando en la batalla diaria y mirando este paisaje extranjero, y haciendo planes para el futuro, y uno se puede seguir despidiendo'), me las metí en los bolsillos del abrigo en seguida como si quisiera ocultar o borrar lo que habían estado a punto de hacer y no habían hecho, los actos no son los mismos si no duran lo bastante en el tiempo, dependen de sus efectos ('El hilo de la continuidad no interrumpido, mi hilo de seda aún intacto pero sin guía: un día más, qué desventura, un día más, qué suerte'), Eva estaba viva en vez de estar muerta ('Y no sé en qué consiste lo uno y lo otro, ahora no entiendo bien esos términos'), me levanté, di la vuelta para verla de frente, la miré desde mi estatura, el descuido le había entreabierto las piernas, alzó hacia mí su cabeza maltratada y dañada, me miró un momento y en sus ojos vi pintada mi cara y la noche oscura, la depresión y la lástima y el abatimiento más que el miedo o la resistencia ('Sin la consolación de la incertidumbre, que no puede ser retrospectiva a veces aunque el presente recién transcurrido se aparezca al instante como pasado lejano'), como si más que su posible muerte que había visto tan cerca lamentara que yo entre todos los vivos hubiera podido intentarla y quererla ('El desprecio del muerto hacia su propia muerte frente a la miserable superioridad de los vivos y nuestra provisional jactancia: permanezco demasiado tiempo a tu lado, mi dulce niño, te canso'). Y entonces salió corriendo escaleras abajo con sus tacones altos que se había puesto para ir a esperarme a mi hotel y rogarme, bajó la escalera de caracol corriendo para saltar antes de que el autobús reanudara su marcha, no sé dónde estábamos ni qué calle era, yo no la seguí, sólo abrí una ventanilla por la que entró una ráfaga con su lluvia sesgada y me asomé para verla saltar ('Y aún sigo viendo el mundo desde lo alto'), el autobús ya arrancaba y cogía impulso cuando desde la ventanilla trasera a la que me trasladé en seguida vi su abrigo y sus zapatos ya nada infantiles sobre el asfalto y la vi intentar atravesar la calle confundida y huyendo de mí que podía ir tras ella para seguir matándola, o tal vez de la pena de lo que había sentido y visto. Lo intentó sin mirar, aún tapada por mi autobús que se iba y no llegó a hacerlo, no cruzó a la otra acera porque la embistió un taxi negro con transpontines que venía lanzado del otro lado, el tráfico de Londres en sentido inverso, un taxi Austin como un rinoceronte o un elefante. Desde la ventanilla de atrás lo vi con mis propios ojos mientras me alejaba, vi el golpe tremendo, le dio tan de lleno que salió despedida no hacia arriba sino en sentido recto a la altura del morro que la atropellaba, y vi cómo el taxi no podía frenar ni siquiera después del choque y le pasaba por encima tras su inmediata caída sobre la calzada. Un golpe mortal, fulminante, del que no se enteró mi autobús o no quiso enterarse, hizo amago de frenar un instante tras el estrépito pero no se detuvo, continuó su marcha cogiendo velocidad a cada metro, quizá no lo oyeron el conductor ni el indio tan soñolientos, o quizá sí y pensaron que se les haría demasiado tarde para cerrar si se veían involucrados en un accidente que no habían visto y en el que su vehículo no había tenido parte. Lo último que vi antes de que el autobús tomara una curva y yo perdiera esa perspectiva fue al taxista y a sus pasajeros que por fin paraban y abrían sus puertas y corrían hacia el cadáver. La mujer y el hombre se protegían de la lluvia con un periódico, el taxista ya sabía que aquello era un cadáver, porque llevaba en las manos una especie de manta con la que iría a cubrirlo, también la cara, pensé que no se mojaría ya más por lo menos ('Pero empezaría en cambio el olor a metamorfosis')- Yo no hice nada, quiero decir que no me bajé en la siguiente parada o semáforo para retroceder y confirmar lo que ya sabía o acompañar a Eva muerta y ayudar en los trámites. Lo habría hecho de haber sabido, pero aún no sabía lo que había pasado aquí casi veinte horas antes. Pero no, no es verdad, tampoco me habría bajado en ese caso. Me había desentendido. Yo no la había matado en sentido estricto, había sido el taxi, pero lo había buscado y querido un minuto antes y ahora estaba ya hecho, por mi voluntad indecisa aunque no por mi mano ('No murió por sí sola', pensé, 'y el hecho de que alguien muera mientras sigue uno vivo le hace a uno sentirse como un criminal durante un instante o durante una vida, qué maldición, ahora tendré que recordar también ese nombre del que ni siquiera conozco el rostro: Eva García Valle'). O quizá fue su voluntad satisfaciendo a la mía para no estar de sobra ('La voluntad que se hace a un lado y se cansa y al retirarse nos trae la muerte, como si el mundo ya no nos soportara y tuviera prisa por expulsarnos'). En aquellos momentos mientras me alejaba y ya no vi más pensé sobre todo que nadie sabía que ella estaba conmigo. Los billetes comprados por separado, los hoteles distintos y en el hospital no la habían inscrito porque no hubo causa ('Y el asesinato o el homicidio simplemente sumado como si fuera un vínculo insignificante y superfluo -hay tantos otros- con los crímenes que ya se olvidaron y de los que no hay constancia, y con los que se preparan, de los que sí la habrá, pero sólo para dejar de haberla'). Su muerte era la de una turista del continente que una vez más no miró en la dirección adecuada en Londres tras bajar de un autobús por la izquierda e ir a cruzar una calle olvidándose del tráfico inverso ('La muerte ridicula, la muerte improbable de quien está en la ciudad solamente de paso, como a quien le aplasta o siega la cabeza el árbol que troncha un rayo en una gran avenida durante la tormenta, a veces ocurre y nos limitamos a leer sobre ello en los periódicos entre risas'). No tenía nada que ver conmigo, una desconocida, tiré su billete de autobús por la ventanilla, el pakistaní no recordaría que yo lo había pagado junto con el mío. Ni siquiera tendría por qué recordarla a ella. Y además yo no había hecho nada, nadie había hecho nada, un mero accidente, una desgracia. Allí estaba su pañuelo dejado sobre el asiento, aún empapado. Aún olía a ella, a su pelo negro ('Queda el olor de los muertos cuando nada más queda de ellos. Queda cuando aún quedan sus cuerpos y también después, una vez fuera de la vista y enterrados y desaparecidos: sea yo plomo en el interior de tu pecho, pese yo mañana sobre tu alma, sangrienta y culpable'). Me lo guardé en el bolsillo del abrigo, aún lo tengo. -Deán se quedó callado, añadió en seguida-: Eso fue lo que me pasó, no sé si me entiendes.

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