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– La Bombay Brasserie, lo conozco -dije yo, no pude evitar decirlo.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Deán con su capacidad de sorpresa, las aletas de la nariz dilatadas sugiriendo vehemencia, o quizá inclemencia.

– Usted se lo dijo a su mujer cuando la llamó, ella lo comentó, me preguntó si conocía ese sitio.

– Ya entiendo. Ah, y lo conoces.

'He estado un par de veces en sus salas gigantes decoradas colonialmente', pensé, 'una pianista con vestido de noche rojo a la entrada y camareros y maítres reverenciosos, en el techo descomunales ventiladores de aspas en verano como en invierno, un lugar teatral, más bien caro para Inglaterra pero no prohibitivo, cenas de amistad o celebración o negocios más que íntimas o galantes, a no ser que se quiera impresionar a una joven inexperta o de clase baja o a la mujer o a la amante a las que casi nunca o nunca se saca fuera (la mujer en Conde de la Cimera como todas las noches aunque acompañada esta noche en su cena que sí es galante, la amante en su casa siempre pero hoy de viaje, el viaje pagado y obligada al viaje), alguien susceptible de aturdirse un poco con el escenario y emborracharse ridiculamente con cocktails y cerveza india, Bombay Sunset, Bombay Sky-line, Pink Camelia, Bombay Blues, alguien a quien no hace falta llevar a ningún otro sitio intermedio antes de coger un taxi con transpontines y llegarse al hotel o al apartamento, alguien con quien ya no hay que hablar más después de la cena de picantes especias, sólo coger su cabeza entre las manos y besar, desvestir, tocar, encuadrar con las manos grandes esa cabeza comprada y frágil en un gesto tan parecido al de la coronación y el estrangulamiento, todo esto lo pensé mientras miraba en sombra los aviones de la habitación del niño y Marta Téllez seguía enferma pero aún no muerta, ahí estarán todavía, ahí al lado estarán los aviones velando su sueño mientras se preparan para el cansino combate anacrónico de cada noche, la batalla diminuta, fantasmal, perezosa y pendiente de hilos, la oscilación inerte o quizá es hierática, desespera y muere mañana.'

– Sí, y me gusta mucho -le dije-. He estado allí dos o tres veces, hace ya tiempo.

– Sí, viene recomendado en las guías -dijo Deán con buena fe, como disculpándose-. Allí la llevé, bebimos y reímos bastante pese a lo que vendría a la mañana siguiente, beber no le venía mal para conciliar el sueño esa noche, a mí tampoco, yo la acompañaría hasta la entrada del hospital, la esperaría fuera por si había problemas o le entraba el pánico, un par de horas me había dicho, aunque era improbable que surgiera ningún imprevisto, ella era enfermera y había conocido de todo, se deprimen mucho las enfermeras, es lógico, claro que no es lo mismo que se lo hagan a uno. Me extrañó que no fueran a ingresarla ni después ni antes, una noche, unas horas, pero ella sabía mejor que yo, había hecho las gestiones desde su clínica de aquí, de hospital a hospital con algunas ventajas, me había dicho. En inglés se defendía, yo también me defiendo.

– Yo estudié Filología Inglesa -dije yo, y fue un comentario absurdo, pero Deán me lo pasó por alto. Me serví más whisky, él me dejó servirme, continuó como si no hubiera oído:

brían encargado cosas. La primera noche la llevé a cenar a un restaurante indio muy divertido para distraerla lo más posible de lo que la aguardaba al día siguiente.

– La Bombay Brasserie, lo conozco -dije yo, no pude evitar decirlo.

– ¿Cómo lo sabes? -dijo Deán con su capacidad de sorpresa, las aletas de la nariz dilatadas sugiriendo vehemencia, o quizá inclemencia.

– Usted se lo dijo a su mujer cuando la llamó, ella lo comentó, me preguntó si conocía ese sitio.

– Ya entiendo. Ah, y lo conoces.

'He estado un par de veces en sus salas gigantes decoradas colonialmente', pensé, 'una pianista con vestido de noche rojo a la entrada y camareros y maítres reverenciosos, en el techo descomunales ventiladores de aspas en verano como en invierno, un lugar teatral, más bien caro para Inglaterra pero no prohibitivo, cenas de amistad o celebración o negocios más que íntimas o galantes, a no ser que se quiera impresionar a una joven inexperta o de clase baja o a la mujer o a la amante a las que casi nunca o nunca se saca fuera (la mujer en Conde de la Cimera como todas las noches aunque acompañada esta noche en su cena que sí es galante, la amante en su casa siempre pero hoy de viaje, el viaje pagado y obligada al viaje), alguien susceptible de aturdirse un poco con el escenario y emborracharse ridiculamente con cock-tails y cerveza india, Bombay Sunset, Bombay Sky-line, Pink Camelia, Bombay Blues, alguien a quien no hace falta llevar a ningún otro sitio intermedio antes de coger un taxi con transpontines y llegarse al hotel o al apartamento, alguien con quien ya no hay que hablar más después de la cena de picantes especias, sólo coger su cabeza entre las manos y besar, desvestir, tocar, encuadrar con las manos grandes esa cabeza comprada y frágil en un gesto tan parecido al de la coronación y el estrangulamiento, todo esto lo pensé mientras miraba en sombra los aviones de la habitación del niño y Marta Téllez seguía enferma pero aún no muerta, ahí estarán todavía, ahí al lado estarán los aviones velando su sueño mientras se preparan para el cansino combate anacrónico de cada noche, la batalla diminuta, fantasmal, perezosa y pendiente de hilos, la oscilación inerte o quizá es hierática, desespera y muere mañana.'

– Sí, y me gusta mucho -le dije-. He estado allí dos o tres veces, hace ya tiempo.

– Sí, viene recomendado en las guías --dijo Deán con buena fe, como disculpándose-. Allí la llevé, bebimos y reímos bastante pese a lo que vendría a la mañana siguiente, beber no le venía mal para conciliar el sueño esa noche, a mí tampoco, yo la acompañaría hasta la entrada del hospital, la esperaría fuera por si había problemas o le entraba el pánico, un par de horas me había dicho, aunque era improbable que surgiera ningún imprevisto, ella era enfermera y había conocido de todo, se deprimen mucho las enfermeras, es lógico, claro que no es lo mismo que se lo hagan a uno. Me extrañó que no fueran a ingresarla ni después ni antes, una noche, unas horas, pero ella sabía mejor que yo, lubía hecho las gestiones desde su clínica de aquí, de hospital a hospital con algunas ventajas, me había dicho. En inglés se defendía, yo también me defiendo.

– Yo estudié Filología Inglesa -dije yo, y fué un comentario absurdo, pero Deán me lo pasó por alto. Me serví más whisky, él me dejó servirme, continuó como si no hubiera oído:

– Esa noche la acompañé a su hotel en un taxi después de la cena, preferimos que ninguno subiera a la habitación del otro, en su cuerpo había algo que ya no estaría al día siguiente y era mejor no prestarse a recordarlo en exceso. Ella no parecía muy afectada o disimulaba, la habrían ayudado los cocktails, incluso parecía contenta, cariñosa, quizá mis promesas la compensaban de todo el resto. Me besó a la puerta de su hotel con uno de esos besos que son de agradecer, cómo llamarlo, un beso entusiasta, me quedé convencido de que no iba a guardarme rencor por aquel mal trago. Yo me acerqué hasta mi hotel andando, cuatro pasos, y entonces llamé desde mi habitación a Marta para confirmarle que había llegado bien y saber cómo andaban las cosas, no me dijo que estuviera cenando contigo ni con nadie, la creí sola con el niño, y aun así tú crees que no hubo premeditación, tendrás cara. -Deán seguía de pie, se paró y se quedó mirándome, vi un asomo de crueldad en sus ojos rectos, rascó por fin la cerilla y encendió mi cigarrillo robado como si no quisiera desviarse por el otro camino posible de nuestra charla, lo había descartado en principio; entonces desapareció el destello-. La verdad es que no dormí bien esa noche, tuve el sueño agitado y quebrado, lo achaqué a mí mismo y a Eva, no a Marta aunque pensaba en ambas, lo que pasaba en Londres pasaba porque existía Marta, hay ciertos lugares que están ocupados en la vida de uno, por eso la gente trata como sea de hacerse un hueco o sustituye al instante a los que se marchan ('No dormiste tan mansamente en la isla, ninguna de tus dos noches en esa isla pudiste dormir mansamente', pensé. 'Pero tampoco te alcanzó el rumor de tus propias sábanas con las que no llegué a entrar en contacto, ni el ruido de tus propios platos con su solomillo irlandés y su helado ni el tintinear de tus copas con su vino tinto, tampoco las estridencias de la agonía ni el retumbar de la preocupación, los chirridos del malestar y la depresión ni el zumbido del miedo y el arrepentimiento, tampoco el canturreo de la fatigada y calumniada muerte, oías tan sólo el tráfico inverso y los autobuses rojos tan altos, la excitación nocturna y las conversaciones en varias lenguas del restaurante indio que resonaban, y el eco de otros canturreos que no sé si fueron también mortales: hablas de tu Eva en pasado'). Si yo hubiera sabido, si yo hubiera sabido esa noche lo que tú sabías ('Yo lo supe porque lo vi y lo sufrí y me quedé espantado y no pude impedirlo, imbécil, yo asistí a ello y la cogí entre mis brazos para que muriera lo mejor posible, no me tocaba estar a su lado', y volví a tutearlo como a la entrada del restaurante para insultarlo como es debido con el pensamiento, me irritó su queja que sonó a reproche, se había marchado con Eva a resolver sus asuntos sin conocimiento de Marta, qué más quería). -Deán se acercó al sillón que hacía juego con el sofá y se sentó en el brazo derecho como si hubiera perdido pie sobre la nieve resbaladiza, ya lo había visto flaquear así o más aparatosamente ante la tumba abierta, lo salpicó la tierra del sepulturero, salpicó su gabardina. Así sentado seguía estando muy alto, no cruzó las piernas, las mantuvo paralelas, lo vi más desprotegido en esa postura-. Si lo hubiera sabido todo habría sido distinto en Londres, ni siquiera la habría permitido ir al hospital a la mañana siguiente, no habría habido lugar, un hermano para Eugenio y una nueva madre, por qué no en ese caso, uno quiere las cosas y a las personas según lo que tiene o no tiene, según los huecos que van dejando, nuestras necesidades y deseos varían a medida que perdemos o nos abandonan o nos desposeen, también nuestros sentimientos, te lo he dicho, se pueden tomar decisiones inamovibles y en parte todo consiste en eso, dependen de las incompatibilidades y de lo que nos va haciendo falta. -Se estaba contradiciendo sobre los sentimientos, o era que antes hablaba por Eva y ahora hablaba por sí mismo.

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