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– Yo no estuve solo en Londres -dijo entonces-, no es difícil imaginarlo, tampoco imaginar que sí lo estuve, pudo ser ambas cosas, nadie lo sabe. Yo he tenido una amante desde hace un año, una enfermera joven del hospital de aquí al lado, la Clínica de La Luz, ahí al lado. -Y señaló con la mano inquieta vagamente hacia el exterior, la terraza-. Nada de particular al principio, nadie, como tú lo serías para Marta esa noche primera, aún nadie y en eso quedaste por tu buena o tu mala suerte, de ahí no pasaste o ni siquiera llegaste, hasta ayer no lo supe, sólo sospechas e hipótesis. Así pues los uniformes, unas frases en un bar cercano, una cervecería, una copa pagada desde el otro extremo de la barra, unas risas comunes, las risas de sus compañeras y su gran influencia, caminar juntos un rato ('Los pasos inofensivos', pensé con el pensamiento del encantamiento, mi latido incesante), los pies que van juntos y se paran ante un semáforo y en el semáforo de pronto se juntan las caras y así otro día se la va a buscar al terminar su turno, se la lleva a cenar y se acaba en su casa ('Se le quitan las blanquecinas medias con grumos en las costuras'). Nada de particular, nada importante, escaramuzas contra la rutina diaria hasta que estúpidamente se van repitiendo esos pasos ya sin testigos ni alentados por risas e insensiblemente se crean costumbres, mínimas costumbres que no consisten en nada, en llamar hacia la misma hora cuando se llama, en beber siempre lo mismo en su compañía, en aprenderse sin querer sus horarios, hay alguien que toma esas cosas como signos siempre, como datos con significado, no hay intencionalidad ni significan nada para la otra parte, a veces nada. Pero cada uno entiende como quiere y se cuenta su propia historia, no hay dos iguales aunque sean la misma vivida por ambos ('Y además no pertenecen sólo al que asiste a ellas o al que las inventa, una vez contadas ya son de cualquiera, se repiten de boca en boca y se tergiversan y tuercen, y todos vamos contando las nuestras'). Así que uno acaba demasiadas veces en la casa de ella y las despedidas se hacen cada vez más largas, son la reiteración y la clandestinidad lo que carga las cosas de significado, no ningún gesto ni ninguna palabra, es la carne la que da confianza y entonces los hábitos se confunden con los derechos, se los llama adquiridos, ridículo, uno no ve la hora de volver a casa y al mismo tiempo regresa a los pocos días allí de donde quiso irse y lo retuvieron más de la cuenta con caricias y besos y protestas de amor y lamentaciones, supongo que gusta y alegra saberse querido ('En los ojos ya pintada la cara del otro: permanezco demasiado tiempo a tu lado, te canso').

Deán se detuvo y se acercó a la mesita baja para servirse más whisky, iba bebiendo a medida que hablaba, ahora ya no hablaba con su lentitud, era verdad que contaba rápido.

– ¿Lo sabía su mujer? -me atreví a preguntarle aprovechando el ruido del hielo y el líquido. Pero no me atreví a llamarla 'Marta' en su presencia. Él volvió a su postura junto al estante.

– No -contestó-. No, no. -Siempre se contesta una pregunta intercalada-. Es decir, no lo creo, no lo sé, ella y yo nunca nos preguntábamos, esperábamos a que se nos contara lo que hubiera de contarse. Desde luego yo hice todo por que no supiera, en cuanto se instaló la costumbre no volví a andar por una calle con Eva ni la fui a buscar al terminar su turno, ni la saqué más a cenar como la primera noche, ya nada de nada, siempre en su casa, prohibido llamarme a la mía, un mismo espacio cerrado a todos, a cal y canto y sobre todo a sus compañeras, yo tenía mí vida y no podía correr riesgos, tampoco deseaba prolongar aquello, aunque se prolongaba ('Y ahora yo también tendré que recordar ese nombre' pensé. 'Eva'). No lo sé, no lo creo, en los últimos tiempos Marta lloró un par de noches contra la almohada creyendo que lloraba en silencio, yo no dije nada la primera vez, duró poco, la segunda le pregunté: '¿Qué te pasa?', y ella contestó: 'Nada, nada.' 'Pero estás llorando', dije yo. 'A veces tengo malos pensamientos por la noche, tengo miedos.' '¿Miedos de qué?', le dije. 'Miedos incontrolables', dijo, 'a que nos pase algo malo, a ti o a mí o al niño.' 'Pero que va a pasarnos', le dije. 'Ya lo sé, ya lo sé, llevo una temporada cansada, estoy débil, ya se me pasará, cuando uno está débil lo ve todo negro, no te preocupes, de día no me sucede.' No le di más importancia, pero quién sabe, a lo mejor sí lo supo de alguna forma y tú estás aquí por eso. -Y Deán se quedó mirándome con su barbilla erguida como si me hubiera hecho una pregunta. Pero no me la había hecho.

– No lo creo -me permití decir, y fue mucho decir, yo creo-. Ella habló de usted con naturalidad en todo momento, no creo que hubiera premeditación, cuando usted llamó desde Londres y habló con ella no pensábamos todavía en nada, estoy seguro. Ya lo ha dicho usted, luego las cosas pasan.

– No te estoy preguntando, ya escuché ayer a Luisa, no quiero detalles -dijo Deán con ira instantánea, cerrando más el puño sobre su vaso, sin llegar a mostrarla del todo-. No te estoy preguntando -repitió, y aflojó la mano-. Tenlo presente, sólo te estoy contando, sólo tienes que oírme. -Podía ser violento aquel hombre, como Jack Palance.

– Lo tengo bien presente. Continúe, le escucho.

Deán pareció avergonzarse un poco de su reacción. Dio cinco o seis pasos haciendo tintinear el vaso con sus uñas cortas y rígidas, sin duda para alejar su relato del exabrupto, no contaminarlo. Crujió la madera. Luego continuó y yo seguí escuchando, sus labios se hicieron más finos, casi desaparecieron desde mi perspectiva:

– Aún estaba todo en orden esa noche cuando la llamé, dentro de lo que cabe. Tres semanas antes la enfermera me dijo que estaba embarazada, figúrate, llevábamos buen cuidado pero nunca hay seguridad absoluta, pensé que había sido deliberado el descuido, yo quería dejar ya la costumbre, mis visitas estipuladas y las despedidas eternas, no tenía ganas de que Marta llorara más o tuviera motivos para tener miedo aunque ignorara cuáles, todo era cada vez más pegajoso con Eva, yo mismo no lograba apartarme, la carne tira mucho mientras sigue tirando, un año es poco para agotarla y que ceda, yo aún no me había desprendido, no había salido del todo y me encontré con ese embarazo, ella era además enfermera y no había duda al respecto. Las mujeres trafican con sus cuerpos y los manipulan, tienen esa espantosa capacidad para transformarlos, para hacer que les brote una excrecencia de su trato con cualquier hombre, cualquiera, hasta con el más inhumano o el más abyecto, la tienen sus cuerpos, te imaginas ('Ge·licgan', pensé: 'Fue abolido, si ese era el verbo; quizá no es fácil soportar lo que nombra, mejor no nombrarlo'), algo que no estaba ahí y que no sólo está ahora sino que se va metamorfoseando, luego acaban expulsándolo cuando ha cumplido su tarea de hacerlas madres y proporcionarles un vínculo que durará ya siempre bajo otra forma también cambiante pero visible, por tiempo indefinido al menos y que las sobrevivirá normalmente, siempre han tenido esto a mano, no es sólo su prolongación, es su agarradero al mundo, lo he visto, yo tengo un hijo y para mí no es lo mismo que para su madre ('Cree la madre que hubo de ser madre y la solterona célibe, el asesino asesino y la víctima víctima: lo creen todos desde su posición fantasma'). Le pedí que abortara y no quiso al principio, me amenazó con hablarle a Marta, yo le dije que lo negaría todo, hasta conocerla ('No te conozco, viejo, no sé quién eres ni te he visto en mi vida'), ella se rió porque hoy hay pruebas de paternidad infalibles, así que la amenacé con lo único que me quedaba, con no volverla a ver en mi vida y no quererla. No lo digo con jactancia pero ella me quería mucho, en realidad habría hecho cualquier cosa por mí, inexplicable, a veces se toman decisiones inamovibles respecto a una persona y no hay quien las cambie, habría hecho lo que fuera por mí, pero antes tenía que jugar una mano y ver lo que sacaba en el resto. -Deán se interrumpió un instante y me robó un cigarrillo con gesto precipitado, yo tenía el paquete sobre la mesa, los iba empalmando. Cogió mis cerillas y con una en la mano grande, antes de encenderla, siguió contando-: No sacó gran cosa, nos hacen débiles los sentimientos, ya sabes, nos perdemos por ellos ('O es la lealtad, las decisiones tomadas inexplicables"), así que cedió a cambio de unas cuantas promesas remotas y decidimos aprovechar un viaje mío de trabajo a Londres, siendo ella enfermera sabía bien que aún es Londres lo más seguro e higiénico para estas cosas, y así yo podría acompañarla. Suena ridículo, también pensé que allí podríamos volver a andar por las calles juntos y cenar en restaurantes, aunque me pareció prudente que nos alojáramos en hoteles distintos, le busqué uno cercano al mío, en Sloane Square nada menos, mejor que el mío de hecho, mi estancia iba a cuenta de la empresa y quizá tuviera que recibir en mi hotel a algún colega, cada uno por su lado era lo más sensato. Le di dinero para que pagara sus cuentas, la del hospital también, el viaje no le costaba un céntimo. Nadie supo que estábamos juntos, ni siquiera sus compañeras, se habrían preocupado mucho y le habrían encargado cosas. La primera noche la llevé a cenar a un restaurante indio muy divertido para distraerla lo más posible de lo que la aguardaba al día siguiente.

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