Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Fue todo muy rápido también el lunes y el martes como lo parece todo cuando finalmente llega, entonces se tiene la sensación de que todo se ha precipitado y es corto y era escasa la espera, y de que podía haber venido aún más tarde; todo nos parece poco, todo se comprime y nos parece poco una vez que termina, entonces siempre resulta que nos faltó tiempo y no duró lo bastante (aún estábamos contemplándolo, aún dudábamos, qué pocas cartas y fotografías y recuerdos me quedan), cuando las cosas acaban ya son contables y tienen su número, aunque lo que a mí me ha pasado aún no esté concluido ni quizá vaya a estarlo hasta que yo mismo concluya y al encontrarla descanse y contribuya a salvarla como los otros siglos que ya pagaron su parte, aquella adivinanza infame del año 14. Y mientras tanto un día más, qué desventura, un día más, qué suerte. Sólo entonces dejaré de ser el hilo de la continuidad, el hilo de seda sin guía, cuantío mi voluntad se retire cansada y ya no quiera querer ni quiera nada, y no sea 'aún no, aún no' sino 'no puedo más' lo que prevalezca, cuando me interrumpa y transite sólo por el revés del tiempo, o por su negra espalda donde no habrá escrúpulo ni error ni esfuerzo.

Fue todo muy rápido porque no todo el mundo es consciente de que el presente recién transcurrido se aparece al instante como pasado lejano: Deán no lo era y consideró sin duda que llevaba demasiado tiempo esperando a saber lo que supo al fin por boca de su cuñada Luisa en el día acordado o pactado, ella tuvo el miramiento de llamarme el lunes al caer la tarde -o era ya noche, siguió la niebla difuminadora esos días- para confirmarme que había hablado, acababa de hacerlo, me había desenmascarado y ante Deán me había convertido en alguien a todos los efectos posibles, es decir, alguien con rostro y nombre y con hechos confesos, o para anunciarme esa otra llamada del marido o viudo que llegaría en seguida, creía ella, aquella misma noche en cuanto nosotros colgáramos y mi línea quedara libre, o al día siguiente como tarde si Deán decidía pasar las horas del sueño asumiendo o rumiando su conocimiento alcanzado. Entendí que Luisa había marcado mi número inmediatamente después de dárselo, quizá para protegerme aún durante unos minutos, quizá para impedirle hacer uso de él al instante una vez conseguido. Había estado en Conde de la Cimera hablándole, se habían visto como casi todos los días por una u otra cuestión del niño, ahora me llamaba desde el bar rusófilo que había abajo, nada más abandonar la casa, al menos Deán no se había precipitado al teléfono mientras ella descendía en el ascensor y daba la vuelta al edificio y buscaba su tarjeta o monedas para advertirme, si quería podía mantener el contestador puesto durante la noche, si aún no estaba en condiciones de hacer frente a aquella voz, a aquello, eso me dijo protectoramente. -¿Cómo lo ha tomado? -le pregunté.

– Creo que se ha sorprendido, pero ha disimulado bien la sorpresa. Debía de estar pensando en algún otro. Pero escucha -dijo-, no le he hablado de Vicente Mena, de pronto me pareció que era demasiado, demasiadas revelaciones inútiles, es amigo suyo, no sé, qué más da lo que hubiera si ya no puede haber nada. Te lo digo para que no se lo cuentes tú tampoco si no quieres. -Se quedó callada un segundo, luego añadió con desprendimiento-: Aunque a lo mejor te hace falta sacarlo, no sé, tú verás, tampoco importa mucho lo que ahora él piense de Marta. En realidad no sé si debería preocuparme por su buen nombre, no se sabe muy bien qué hacer con los muertos, estoy muy desconcertada.

'Antes se los veneraba o su memoria al menos, y se los iba a visitar a sus tumbas con flores y sus retratos presidían las casas', pensé; 'se guardaba luto por ellos y todo se interrumpía durante un tiempo o se disminuía, la muerte de alguien afectaba al conjunto de la vida, el muerto se llevaba en verdad algo de las otras vidas de sus seres queridos y no había por consiguiente tanta separación entre los dos estados, se relacionaban y no se daban tanto miedo. Hoy se los olvida como a apestados, si acaso se los utiliza como escudos o estercoleros para echarles las culpas y responsabilizarlos de la situación lamentable en que nos han dejado, se los execra a menudo y sólo reciben rencor y reproches de sus herederos, se fueron demasiado pronto o demasiado tarde sin prepararnos el sitio o sin dejárnoslo libre, siguen siendo nombres pero ya no son rostros, nombres a los que imputar vilezas y dejaciones y horrores, esa es más bien la tendencia, y no descansan ni siquiera en su olvido.'

– No te preocupes, no le hablaré de Vicente si así lo prefieres, confío en tu mejor criterio y no me cuesta callar eso -le dije-. Yo no sabía de su existencia cuando fui a cenar con tu hermana, podía no haber sabido tampoco al marcharme y todo habría sido lo mismo. Antes o después tiraré esa cinta, la tiraré hoy mismo, no ayuda ni beneficia a nadie. Y mira, no te preocupes por mí: la posible indignación de alguien no basta para que haya un culpable de ella, tampoco el dolor posible, nadie hace nada convencido de que esté mal hecho, es sólo que en muchos momentos uno no puede tener en cuenta a los otros, nos quedaríamos paralizados, a veces uno no puede pensar más que en sí mismo y en el momento, no en lo que viene luego. -En realidad estaba nervioso y un poco asustado. Quizá no sabía lo que estaba diciendo, hablamos sin saber muchas veces, solamente porque nos toca, impelidos por los silencios como en los diálogos del teatro, sólo que nosotros improvisamos siempre.

Hubo un silencio al otro lado del teléfono pero ya no seguí, tuve paciencia para esperar. 'Los otros', pensé. 'Los otros nunca se acaban', pensé mientras esperaba.

– Óyeme una cosa -dijo por fin Luisa-: si te propone que os veáis esta misma noche dile que no, yo creo. Mejor que os veáis de día, y a ser posible sin el niño en la casa, si quiere que os encontréis en su casa. Mi cuñada María se lo llevará por la mañana y no lo devolverá hasta por la tarde, mañana le toca a ella. Ya te dije que lo que quiere Eduardo es sobre todo contarte algo, pero aun así creo que es mejor que la situación sea lo menos parecida posible a la que tu viviste y ahora él conoce. Le he contado lo que me contaste con bastante fidelidad, le he dado tus explicaciones. Ha escuchado sin decir casi nada, pero creo que lo que peor entiende es que no le avisaras, que no avisaras a nadie. La verdad es que no sé cómo vas a encontrártelo. -Luisa hizo una pausa y añadió-: ¿Me contarás cómo ha ido? -Sonaba un poco atemorizada, nos atemoriza haber puesto algo en marcha. Me daba consejos y se preocupaba por mí, quizá sólo porque me veía en deuda, era yo quien tendría que oír reproches y aguantar la cólera y rendir cuentas. No estaba Marta para compartirlo.

– Lo sabrás por él, supongo.

– Así sabré cómo le ha ido a él, pero no a ti. Es distinto.

Aquello era una puerta abierta a volverse a ver, a volver a hablar, a volver a llamarse, qué desventura y qué suerte, un paso lleva a otro paso inocentemente y al final se envenenan, no siempre, quizá no los que diera hacia ella o Luisa diera hacia mí, quizá esta vez no, pensamos y seguimos pensando hasta el fin de los días en que concluimos. Colgué, colgamos y me dispuse a esperar la llamada. No me quedé quieto junto al teléfono, me levanté, me moví, fui a la nevera, abrí una botella, bebí un trago, volví al salón, cogí la cinta para tirarla como le había anunciado a Luisa, no lo hice, la dejé donde estaba, sobre un estante, no hay por qué cumplir siempre lo que se anuncia o hay siempre tiempo, más adelante, no es larga ninguna espera cuando termina. A los tres minutos sonó el teléfono, dejé que el contestador contestara primero, sería ya Deán, pensé convencido. Y sin embargo oí la voz de Celia que empezaba a dejarme un mensaje. Ahora ya nos hablamos, nos vemos de tarde en tarde pero nos hablamos con relativa frecuencia, una relación telefónica una vez olvidada la convivencia, así no hay más tentaciones que las verbales. Parece que va a volver a casarse pronto, entonces dejaré de pasarle cheques legales y dinero en mano cuando nos vemos, un marido acomodado de quien seré ya connovio sin duda, el dueño de un restaurante caro que no pisaré, eso creo, ninguna necesidad sin cubrir, eso espero. Lo cogí, hablé con ella, mi línea volvía a estar ocupada y yo a salvo durante unos minutos, pocos, ella estaba a punto de salir y sólo quería decirme algo que yo ya sabía: el actor insoportable para el que trabajo a veces me había dejado cinco recados en el contestador, me andaba buscando con mucha urgencia -a mí no me apetecía que me encontrara aquel día-, todavía hay gente que intenta localizarme a través de Celia como si ella fuera aún mi mujer cuando no hay manera de dar conmigo (como Ferrán lo intentó con Marta cuando Deán estaba en Londres y no había dejado sus señas, yo fui testigo auditivo tardío). Ahora seguimos sabiendo poco el uno del otro, Celia y yo, no nos preguntamos nada, esperamos a que se nos cuente, quizá la última vez que hubo preguntas concretas fue hace dos años y medio, cuando al día siguiente de mi visita nocturna y furtiva a su casa que fue la mía me llamó pese a haberme propuesto la noche anterior que fuera yo quien la llamara por la mañana para ver si almorzábamos juntos y hablar entonces de lo que fuera, no a las tres y media de la madrugada como yo pretendía. Eso había dicho, pero en su llamada ya no mencionó ese posible encuentro y quiso hablar de una cosa tan sólo, me preguntó muy seria: 'Oye, Víctor, tú tienes aún las llaves de casa, ¿verdad?' 'No', mentí, 'las tiré a la basura hace tiempo en un arrebato, un día de enfado. ¿Por qué?' '¿Estás seguro?', dijo ella. '¿Estás seguro de que no entraste anoche en casa con ellas?' Lo normal habría sido que pusiera el grito en el cielo y le preguntara si se había vuelto loca, una cosa era que la hubiera llamado a horas intempestivas proponiendo ir a verla inmediatamente tras un silencio de meses y otra que me hubiera presentado allí pese a su negativa sin más aviso y sin llamar al timbre, podía haberle contestado ofendido: '¿Estás loca? No es mi estilo.' Sin embargo contesté sobriamente, demasiado sobriamente para no delatarme, creo: 'No, ¿qué pasó?, yo no fui.' A veces miento y no siempre bien, aún conservo esas llaves, aunque ella seguramente cambiaría la cerradura aquel mismo día sin más tardanza. También conservo la cinta, no la he tirado, y el sostén de Marta Téllez que me llevé involuntariamente, lo huelo de vez en cuando y no huele ya a nada, y el papel amarillo que dice 'Wilbraham Hotel', es posible que me aloje allí la próxima vez que me toque ir a Londres. No me queda en cambio ese olor de Marta que quedó después de ella, los olores no duran tanto y no se recuerdan, aunque se recuerdan intensamente otras cosas a través de ellos cuando reaparecen, es difícil que se repitan los de los muertos. Celia no insistió, sólo dijo 'Ya' y colgó, como yo dije 'Ya lo sé, si te vuelve a molestar dile que no sabes nada de mí' cuando me comunicó la impaciencia del actor insoportable y después no colgué sino que colgamos ambos, nos llevamos bien ahora a distancia. Normalmente no me gusta hablar de Celia.

54
{"b":"100407","o":1}