– Usted no es mi padre. Él nunca haría daño a Sheere -espetó Ben nerviosamente.
– ¿Quién te ha dicho que voy a hacerle daño? Ben enarcó las cejas y observó como Jawahal alargaba su mano enfundada en un guante y la impregnaba de la sangre que ya-cía a sus pies.Luego se llevó los dedos teñidos en sangre al rostro y la esparció sobre sus rasgos angulosos.
– Una noche, hace muchos años, Ben -dijo Jawahal-, la mujer cuya sangre fue de-rramada aquí mismo fue mi esposa y la madre de mis hijos, uno de los cuales se llamaba como tú. Es curioso pensar cómo los recuerdos se convierten a veces en pesadillas. Aún la añoro. ¿Te sorprende? ¿Quién crees que es tu padre, ese hombre que vive en mis recuer-dos o esta sombra sin vida que tienes frente a tí? ¿Qué te hace creer que existe alguna diferencia entre ambos?
– La diferencia es obvia -replicó Ben-. Mi padre era un buen hombre. Usted no es más que un asesino.
Jawahal bajó la cabeza y asintió lentamente. Ben le dio la espalda.
– Nuestro tiempo se agota -dijo Jawahal-. Es hora de que nos enfrentemos a nuestro destino. Cada cual al suyo. Ahora ya somos todos adultos, ¿no es así? ¿Sabes cuál es el significado de la madurez, Ben? Deja que tu padre te lo explique. Madurar no es más que el proceso de descubrir que todo aquello que creías cuando eras joven es falso y que, a su vez, todo cuanto rechazabas creer en tu juventud resulta ser cierto. ¿Cuándo piensas madurar tú, hijo mío?
– No creo que me interese su filosofía -Insinuó con desprecio Ben.
– El tiempo te la recordará, hijo.
Ben se volvió a contemplar a Jawahal con odio.
– ¿Qué es lo que quiere? -exigió Ben.
– Quiero cumplir una promesa, la promesa que mantiene viva mi llama.
– ¿Cuál es? -preguntó Ben-. ¿Cometer un crimen? ¿Ésa es su hazaña de despedi-da?
Jawahal entornó los ojos pacientemente.
– La diferencia entre un crimen y una hazaña suele depender de la perspectiva del observador, Ben. Mi promesa no es otra que la de encontrar un nuevo hogar para mi alma. Y ese hogar me lo proporcionaréis vosotros, Ben. Mis hijos. Ben apretó los dientes y sintió que la sangre le hervía en las sienes.
– Usted no es mi padre -dijo serenamente-. Y si alguna vez lo fue, me avergüenzo de ello.
Jawahal sonrió paternalmente.
– Hay dos cosas en la vida que no puedes elegir, Ben. La primera son tus enemigos. La segunda, tu familia. A veces la diferencia entre unos y otra es difícil de apreciar, pero el tiempo te enseña que, al fin y al cabo, tus cartas siempre podrían haber sido peores. La vida, hijo mío, es como la primera partida de ajedrez. Cuando empiezas a entender cómo se mueven las piezas, ya has perdido.
Ben se lanzó súbitamente contra Jawahal con toda la fuerza de su rabia contenida. Jawahal permaneció inmóvil en el extremo del banco y, cuando Ben atravesó su imagen, la silueta se desvaneció en el aire en una escultura de humo. Ben se precipitó contra el suelo y sintió que uno de los tornillos oxidados que asomaban bajo el banco le abría un corte en la frente.
– Una de las cosas que aprenderás pronto -dijo la voz de Jawahal a su espalda- es que, antes de combatir a tu enemigo, debes saber cómo piensa.
Ben se limpió la sangre que le caía por el rostro y se volvió en busca de aquella voz en la penumbra. La silueta de Jawahal se recortaba claramente sentada en el extremo opuesto del mismo banco. Por unos segundos el muchacho experimentó la desconcertante sensación de haber intentado atravesar un espejo y haber sido víctima de un enrevesado truco de geometría bizantina.
– Nada es lo que parece -dijo Jawahal-. Ya deberías haberlo advertido en los túneles. Cuando diseñé este lugar, me guardé varias sorpresas que sólo yo conozco, ¿Te gustan las matemáticas, Ben? La matemática es la religión de las gentes con cerebro, por eso tiene tan pocos adeptos. Es una lástima que ni tú ni tus ingenuos compañeros vayáis a salir jamás de aquí, porque podrías revelar al mundo algunos de los misterios que oculta esta estructura. Con un poco de suerte, obtendríais a cambio las mismas burlas, envidias y desprecios que coleccionó quien los inventó.
– El odio le ha cegado, le cegó hace mucho tiempo.
– Lo único que el odio ha hecho conmigo -replicó Jawahal- es abrirme los ojos. Y ahora más vale que abras bien los tuyos porque, aunque me tomas por un simple asesino, vas a comprobar que tú dispondrás de una oportunidad para salvarte y salvar a tus amigos. Algo que yo nunca tuve.
La figura de Jawahal se alzó y se acercó a Ben. El muchacho tragó saliva y se aprestó a echar a correr. Jawahal se detuvo a dos metros de él, cruzó las manos con parsimonia y le ofreció una leve reverencia.
– Me ha gustado esta conversación, Ben -dijo amablemente-. Ahora. prepárate y búscame.
Antes de que Ben pudiese articular una palabra o mover un solo músculo, la silueta de Jawahal se escindió en un torbellino de fuego y se proyectó a velocidad vertiginosa a través de la bóveda de la estación describiendo un arco de llamas. En pocos segundos, el haz de fuego se sumergió en los túneles como una flecha ardiente y dejó tras de sí una guirnalda de briznas ardientes que se desvanecían en la oscuridad, indicando así a Ben el camino de su destino.
Ben dirigió una última mirada al manto ensangrentado y penetró de nuevo en los túneles con la certeza de que esta vez, tomase el camino que tomase, todas las galerías convergirían en un mismo punto.
La silueta del tren emergió de las tinieblas. Ben contempló el interminable convoy de vagones que exhibían la cicatriz de las llamas y, por un momento, creyó haber encontrado el cadáver de una gigantesca serpiente mecánica huida de la diabólica imaginación de Jawahal. Le bastó con aproximarse para reconocer el tren que había creído ver atravesar los muros del orfanato noches atrás, envuelto en llamas y transportando en su interior las almas atrapadas de cientos de niños que pugnaban por escapar de aquel infierno perpetuo. El tren yacía ahora inerte y oscuro, sin ofrecer indicio alguno que le permitiese suponer que sus compañeros pudieran estar en su interior.
Una corazonada, sin embargo, le llevaba a creer lo contrario. Dejó atrás la locomotora y recorrió lentamente el convoy de vagones en busca de sus amigos.
A medio camino, se detuvo a mirar a su espalda y comprobó que la cabeza del tren se había perdido ya en las sombras. Al disponerse a reanudar la marcha, advirtió que un rostro pálido y mortecino le observaba desde una de las ventanas del vagón más próximo.
Ben giró la cabeza bruscamente y sintió que el corazón le daba un vuelco. Un niño de no más de siete años le observaba atentamente, sus profundos ojos negros clavados en él. Tragó saliva y avanzó un paso en su dirección. El niño abrió los labios y las llamas asomaron entre ellos y prendieron su imagen como una hoja de papel seco que se deshizo ante sus ojos. Ben sintió un frío glacial en la base de la nuca y continuó caminando, ignorando el espeluznante murmullo de voces que parecía provenir de algún lugar oculto en las entrañas del tren.
Finalmente, cuando alcanzó el vagón de cola del convoy, se acercó a la puerta de entrada y empujó la manija. La lumbre de cientos de velas ardía en el interior del vagón. Ben se adentró y los rostros de Isobel, lan, Seth, Michael, Siraj y Roshan se iluminaron de esperanza. Ben suspiró de alivio.
– Ahora ya estamos todos. Tal vez podamos empezar a jugar -dijo una voz familiar junto a él.
Ben se giró lentamente, los brazos de Jawahal rodeaban a su hermana Sheere. La puerta del vagón se selló como una compuerta acorazada y Jawahal soltó a Sheere. La muchacha corrió hasta Ben y él la abrazó.
– ¿Estás bien? -preguntó Ben.
– Por supuesto que está bien -objetó Jawahal.
– ¿Estáis todos bien? -preguntó Ben a los miembros de la Chowbar Society, que permanecían atados en el suelo, ignorando a Jawahal.