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– Sí lo hay, Mr. Carter -replicó Aryami-. Me tomé la molestia de hacer mis indagaciones en su día. Nunca denunció la aparición de Ben. Nunca dio parte. No existen documentos que acrediten su ingreso en esta institución. Debía de haber algún motivo para que obrase así, habida cuenta de que lo que usted denomina una historia improbable no le merecía credibilidad alguna.

– Siento contradecirla, Aryami, pero existen esos documentos. Con otras fechas y con otras circunstancias. Ésta es una institución oficial, no una casa de misterios.

– No ha respondido a mi pregunta -atajó Aryami-. O mejor dicho, no ha hecho más que darme más motivos para hacérsela de nuevo: ¿qué le llevó a falsear la historia de Ben si no creía en los hechos que le exponía en mi carta?

– Con todo respeto, no veo por qué he de responder a eso.

Los ojos de Aryami se posaron en los suyos y Carter trató de esquivar su mirada. Una amarga sonrisa afloró en los labios de la anciana.

– Usted le ha visto-dijo Aryami.

– ¿Estamos hablando de un nuevo personaje en la historia? -preguntó Carter.

– ¿Quién engaña a quién, Mr. Carter? -replicó Aryami.

La conversación parecía haber alcanzado un punto muerto. Carter se incorporó y an-duvo unos pasos en torno al despacho mientras la anciana le observaba atentamente.

Carter se volvió a Aryami.

– Supongamos que diese crédito a su historia. Es una simple suposición. ¿Qué espe-ra usted que yo haga en consecuencia?

– Alejar a Ben de este lugar -respondió tajantemente Aryami-. Hablar con él. Advertirle. Ayudarle. No le pido que haga nada con el muchacho que no haya estado haciendo en los últimos años.

– Necesito meditar sobre este asunto detenidamente -dijo Carter.

– No se tome demasiado tiempo. Ese hombre ha esperado dieciséis años, quizá no le importe esperar un día más. O quizá sí.

Carter se derrumbó de nuevo en su butaca y esbozó un gesto de tregua.

– Recibí la visita de un hombre llamado Jawahal el día que encontramos a Ben -explicó Carter-. Me preguntó por el muchacho y le dije que no sabíamos nada al respecto. Poco después desapareció para siempre.

– Ese hombre utiliza muchos nombres, muchas identidades, pero tiene un solo fin, Mr. Carter -dijo Aryami con un brillo acerado en sus ojos-. No he cruzado la India para sentarme a ver como los hijos de mi hija mueren por la falta de decisión de un par de vie-jos bobos, si me permite la expresión.

– Viejo bobo o no, necesito tiempo para pensar con calma -dijo Carter-. Tal vez sea necesario hablar con la policía.

Aryami suspiró.

– Ni hay tiempo, ni serviría de nada -replicó con dureza-. Mañana al atardecer a-bandonaré Calcuta con mi nieta. Mañana por la tarde, Ben debe dejar este lugar y marchar lejos de aquí. Dispone usted de unas horas para hablar con el muchacho y prepararlo to-do.

– No es tan sencillo -objetó Carter.

– Es tan sencillo como esto: si usted no habla con él, yo lo haré, Mr. Carter -ame-nazó Aryami dirigiéndose hacia la puerta del despacho-. Y rece para que ese hombre no le encuentre antes de que vea la luz del día.

– Mañana hablaré con Ben -dijo Carter-. No puedo hacer más.

Aryami le dirigió una última mirada desde el umbral del despacho.

– Mañana, Mr. Carter, es hoy.

– ¿Una sociedad secreta?-preguntó Sheere con la mirada encendida de curiosi-dad-. Creí que las sociedades secretas sólo existían en los seriales.

– Aquí Siraj, nuestro experto en el tema, podría contradecirte durante horas -dijo Ian.

Siraj asintió gravemente corroborando la alusión a su erudición sin límites.

– ¿Has oído hablar de los francmasones? apuntó.

– Por favor -cortó Ben-. Sheere va a pensar que somos un atajo de brujos encapu-chados.

– ¿Y no lo sois? -rió la muchacha.

– No -explicó Seth solemnemente-. La Chowbar Society cumple dos propósitos enteramente positivos: ayudarnos entre nosotros y a los demás, y compartir nuestros co-nocimientos para construir un futuro mejor.

– ¿No es eso lo que dicen pretender todos los grandes enemigos de la humanidad?

– preguntó Sheere.

– Solamente durante los últimos dos o tres mil años -cortó Ben-. Cambiemos de tema. Esta noche es muy especial para la Chowbar Society.

– Hoy nos disolvemos -dijo Michael.

– Hablan los muertos -apuntó Roshan, sorprendido.

Sheere miró con extrañeza a aquel grupo de muchachos, ocultando el divertimento que le producía el fuego cruzado que se disparaban entre sí.

– Lo que Michael quiere decir es que hoy tendrá lugar la última reunión de la Chowbar Society -explicó Ben-. Después de siete años, cae el telón.

– Vaya -apuntó Sheere-, para una vez que doy con una sociedad secreta real, resulta que está a punto de disolverse. No tendré tiempo de ingresar como miembro.

– Nadie ha dicho que se acepten nuevos miembros -se apresuró a precisar Isobel, que había estado presenciando en silencio la conversación sin apartar los ojos de la intrusa-. Es más, si no fuera por estos bocazas que han traicionado uno de los juramentos de la Chowbar, ni siquiera sabrías que existe. Ven unas faldas y se venden por una mone-da.

Sheere ofreció una sonrisa conciliadora a Isobel y consideró la ligera hostilidad que la muchacha le demostraba. La pérdida de la exclusividad no era fácil de aceptar.

– Voltaire decía que los peores misóginos siempre son mujeres -afirmó casualmen-te Ben.

– ¿Y quién demonios es Voltaire? -cortó Isobel-. Tamaña barbaridad sólo puede ser de tu cosecha.

– Habló la ignorancia -replicó Ben-. Aunque tal vez Voltaire no dijese exactamen-te eso…

– Parad la guerra -intervino Roshan-. Isobel tiene razón. No debimos hablar.

Sheere contempló con inquietud cómo el clima parecía cambiar de color en pocos segundos.

– No quisiera ser motivo de discusión. Lo mejor es que vuelva con mi abuela. Con-sidero olvidado cuanto habéis dicho -dijo devolviendo el vaso de limonada a Ben.

– No tan rápido, princesa -exclamó Isobel a su espalda.

Sheere se volvió y se encaró a la muchacha.

– Ahora que sabes algo, tendrás que saberlo todo y guardar el secreto -dijo Isobel o-freciendo medía sonrisa avergonzada-. Siento lo de antes.

– Buena idea -sentenció Ben-. Adelante.

Sheere alzó las cejas, atónita.

– Tendrá que pagar el precio de admisión -recordó Siraj.

– No tengo dinero…

– No somos una iglesia, querida, no queremos tu dinero -replicó Seth-. El precio es otro.

Sheere recorrió los rostros enigmáticos de los muchachos en busca de una respuesta. El semblante afable de Ian le sonrió.

– Tranquila, no es nada malo -explicó Ian-. La Chowbar Society se reúne en su local secreto pasada la madrugada. Todos pagamos nuestro precio cuando ingresamos.

– ¿Cuál es vuestro local secreto?

– Un palacio -respondió Isobel-. El Palacio de la Medianoche.

– Nunca oí hablar de él.

– Porque nadie ha oído hablar de él excepto nosotros -añadió Siraj.

– ¿Y cuál es ese precio?

– Una historia -respondió Ben-. Una historia personal y secreta que nunca hayas explicado a nadie. La compartirás con nosotros y tu secreto jamás saldrá de la Chowbar Society.

– ¿Tienes una historia así? -desafió Isobel mordiéndose el labio inferior.

Sheere observó de nuevo a los seis chicos y a la muchacha que la escrutaban cuidado-samente y asintió.

– Tengo una historia como nunca habéis podido oír -dijo finalmente.

– Entonces -dijo Ben frotándose las manos- pongamos manos a la obra.

Mientras Aryami Bosé relataba la causa que las había llevado, a ella y a su nieta, de vuelta a Calcuta tras largos años de exilio, los siete miembros de la Chowbar Society escoltaban a Sheere a través de los arbustos que rodeaban las inmediaciones del Palacio de la Medianoche. A los ojos de la recién llegada, el palacio no era más que un antiguo caserón abandonado a través de cuya techumbre quebrada podía contemplarse el cielo sembrado de estrellas y entre cuyas sombras sinuosas afloraban los restos de gárgolas, columnas y relieves, vestigio de lo que algún día debió de haberse alzado como un señorial palacete de piedra, fugado de entre las páginas de un cuento de hadas.

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