– No digas eso, Harry. El alma es una terrible realidad. Se puede comprar y vender, y hasta hacer trueques con ella. Se la puede envenenar o alcanzar la perfección. Todos y cada uno de nosotros tenemos un alma. Lo sé muy bien.
– ¿Estás seguro, Dorian?
– Completamente seguro.
– ¡Ah! entonces tiene que ser una ilusión. Las cosas de las que uno está completamente seguro nunca son verdad. Ésa es la fatalidad de la fe y la lección del romanticismo. ¡Qué aire más solemne! No te pongas tan serio. ¿Qué tenemos tú y yo que ver con las supersticiones de nuestra época? No; nosotros hemos renunciado a creer en el alma. Toca un nocturno para mí, Dorian, y, mientras tocas, dime, en voz baja, cómo has hecho para conservar la juventud. Has de tener algún secreto. Sólo te llevo diez años, pero tengo arrugas y estoy gastado y amarillo. Tú eres realmente admirable, Dorian. Nunca me has parecido tan encantador como esta noche. Haces que recuerde el día en que te conocí. Eras bastante impertinente, muy tímido y absolutamente extraordinario. Has cambiado, por supuesto, pero tu aspecto no. Me gustaría que me dijeras tu secreto. Haría cualquier cosa para recuperar la juventud, excepto ejercicio, levantarme pronto o ser respetable… ¡Juventud! No hay nada como la juventud. Es absurdo hablar de la ignorancia de la juventud. Las únicas personas cuyas opiniones escucho con respeto son las de personas mucho más jóvenes que yo. Parecen ir por delante de mí. La vida les ha revelado sus maravillas más recientes. En cuanto a las personas de edad, siempre les llevo la contraria. Lo hago por principio. Si les pides su opinión sobre algo que sucedió ayer, te dan con toda solemnidad las opiniones que corrían en 1820, cuando la gente llevaba medias altas, creía en todo y no sabían absolutamente nada. ¡Qué hermoso es eso que estás tocando! Me pregunto si Chopin lo escribió en Mallorca, con el mar llorando alrededor de la villa donde vivía, y con gotas de agua salada golpeando los cristales. ¡Maravillosamente romántico! ¡Es una bendición que todavía nos quede un arte no imitativo! No te detengas. Esta noche necesito música. Me pareces el joven Apolo, y yo soy Marsias, escuchándote. Tengo mis propios sufrimientos, Dorian, de los que ni siquiera tú estás enterado. La tragedia de la ancianidad no es ser viejo, sino joven. A veces me sorprende mi propia sinceridad. ¡Ah, Dorian, qué feliz eres! ¡Qué vida tan exquisita la tuya! Has bebido hasta saciarte de todos los placeres. Has saboreado las uvas más maduras. Nada se te ha ocultado. Y todo ello no ha sido para ti más que unos compases musicales. Nada te ha echado a perder. Sigues siendo el mismo.
– No soy el mismo, Harry.
– Sí que lo eres. Me pregunto cómo será el resto de tu vida. No la estropees con renunciaciones. En el momento presente eres la perfección misma. No te hagas voluntariamente incompleto. No te falta nada. No muevas la cabeza: sabes que es así. Además, Dorian, no te engañes. La vida no se gobierna ni con la voluntad ni con la intención. La vida es una cuestión de nervios, de fibras, y de células lentamente elaboradas en las que el pensamiento se esconde y la pasión tiene sus sueños. Quizá te imaginas que estás a salvo y crees que eres fuerte. Pero un cambio casual de color en una habitación o en el color del cielo matutino, un determinado perfume que te gustó en una ocasión y que te trae recuerdos sutiles, un verso de un poema olvidado con el que te tropiezas de nuevo, una cadencia de una composición musical que has dejado de tocar… Te aseguro, Dorian, que la vida depende de cosas como ésas. Browning escribe acerca de ello en algún sitio, pero nuestros propios sentidos lo inventan para nosotros. Hay momentos en los que el olor a lilas blancas me domina de repente, y tengo que vivir de nuevo el mes más extraño de mi vida. Bien quisiera cambiarme contigo, Dorian. El mundo no se cansa de denunciarnos a los dos, pero a ti siempre te ha rendido culto. Y siempre lo hará. Eres el prototipo de lo que busca esta época nuestra y tiene miedo de haber encontrado. ¡Me alegro muchísimo de que nunca hayas hecho nada, de que nunca hayas tallado una estatua, ni pintado un cuadro, ni producido nada distinto de tu persona! La vida ha sido tu arte. Has hecho música de ti mismo. Tus días son tus sonetos.
Dorian se levantó del piano y se pasó la mano por el cabello.
– Sí; la vida me ha dado placeres exquisitos -murmuró-, pero voy a cambiar, Harry. Y no debes hacerme esos elogios tan excesivos. No lo sabes todo. Creo que si lo supieras, también tú te alejarías de mí. Ríes. No debieras hacerlo.
– ¿Por qué has dejado de tocar, Dorian? Vuelve al piano y obséquiame otra vez con ese nocturno. Contempla la enorme luna color de miel que cuelga en la oscuridad. Está esperando a que la encandiles, y si tocas se acercará más a la tierra. ¿No quieres? Vayámonos entonces al club. Ha sido una velada deliciosa y debemos acabarla de la misma manera. Hay alguien en el White que tiene un deseo inmenso de conocerte: se trata del joven lord Poole, el hijo mayor de Bournemouth. Ya te ha copiado las corbatas, y ahora me suplica que te lo presente. Es un muchacho encantador y me recuerda mucho a ti.
– Espero que no -dijo Dorian, con una expresión triste en los ojos-. Lo cierto es que esta noche estoy cansado, Harry. No voy a ir al club. Son casi las once y quiero acostarme pronto.
– Quédate, por favor. Nunca habías tocado tan bien como esta noche. Había algo maravilloso en tu estilo. Resultaba más expresivo que nunca.
– Eso se debe a que voy a ser bueno -respondió él, sonriendo-. Ya he cambiado un poco.
– Para mí no puedes cambiar -dijo lord Henry-. Tú y yo siempre seremos amigos.
– En una ocasión, sin embargo, me envenenaste con un libro. Eso no lo olvidaré. Harry, prométeme que nunca le prestarás ese libro a nadie. Hace daño.
– Mi querido muchacho, es cierto que estás empezando a moralizar. Muy pronto saldrás por ahí como los conversos y los evangelistas, poniendo a la gente en guardia contra todos los pecados de los que ya te has cansado. Eres demasiado encantador para hacer una cosa así. Además, no sirve de nada. Tú y yo somos lo que somos, y seremos lo que seremos. En cuanto a ser envenenado por un libro, no existe semejante cosa. El arte no tiene influencia sobre la acción. Aniquila el deseo de actuar. Es magníficamente estéril. Los libros que el mundo llama inmorales son libros que muestran al mundo su propia vergüenza. Eso es todo. Pero no vamos a discutir sobre literatura. Ven a verme mañana. Iré a montar a caballo a las once. Podemos hacerlo juntos y luego te llevaré a almorzar con lady Branksome. Es una mujer encantadora, y quiere hacerte una consulta sobre ciertos tapices que piensa comprar. No te olvides de venir. ¿O te parece mejor que almorcemos con nuestra duquesita? Dice que ahora no te ve nunca. ¿Acaso te has cansado de Gladys? Ya pensaba yo que terminaría por sucederte. Esa lengua suya tan inteligente acaba por exasperar a cualquiera. De todos modos, no dejes de estar aquí a las once.
– ¿Es necesario que venga, Harry?
– Por supuesto. Ahora el Parque está maravilloso. Creo que no ha habido nunca unas lilas tan hermosas desde el año en que te conocí.
– Muy bien. Estaré aquí a las once -dijo Dorian-. Buenas noches, Harry.
Al llegar a la puerta, vaciló un momento, como si tuviera algo más que decir. Luego dejó escapar un suspiro y abandonó la habitación.